60.000 hectáreas y 100 años destruidos por una absurda revolución

Posted on: agosto 31st, 2022 by Maria Andrea No Comments

 

El teniente coronel Hugo Chávez anunció la expropiación del hato El Frío el 23 de marzo de 2009. Al lado estaba, desencapuchado, Elías Jaua, que entonces era ministro de Agricultura y Tierras y utilizaba como viceministro y bueno para todo a Juan Carlos Loyo, pistola al cinto. Siete días después fue publicado en la Gaceta Oficial el decreto 6657 que lo integraba a un “sistema de producción agroecológica (sic) sustentable”. Todo lo que ahí había pasó a manos del Estado.

 

 

No había poca cosa en las 26 leguas que habían sido propiedad del general José Antonio Páez o de sus hijos hasta 1889. Más de 26.000 cabezas de ganado, una cantidad similar de chigüires y una abundante cría de babas, pavones, además de libertad plena para la fauna silvestre.

 

 

Nada de cacería. Ahí llegaban todos los años miles de turistas a faenar con los llaneros, a conocer la culebra tragavenados y a fotografiar las garzas y venados.

 

 

Tenía buen alojamiento y comida sabrosa a buenos precios. Además, ahí funcionaba una estación biológica donde científicos y estudiantes investigaban la flora y la fauna, y que desde 1974 gestionaba la organización no gubernamental Amigos de Doñana, en colaboración con la Agencia Española de Cooperación Internacional, el programa Hombre y Biosfera y la Fundación La Salle.

 

 

Anunciada la expropiación, el personal científico fue obligado a abandonar las instalaciones en un plazo de dos horas. Atrás quedaron los libros y las anotaciones, los frascos con las muestras y las gavetas con los especímenes disecados.

 

 

Todo fue destruido. En el medio del patio, después de una nada frugal comilona, los nuevos “dueños” sacaron todos los implementos y libros de la estación biológica y en una gran pira los quemaron. Una gran liberación. Nunca más serían dominados por el conocimiento extranjero y todos construirían una nueva forma comunal de conocimiento.

 

 

Luego desmantelaron la casona que había sido de Páez y fueron enviando sigilosamente a los mataderos de El Baúl y Mantecal cabezas de ganado. Ingresos propios.

 

 

Una vez, solo una vez, el ex hippie Alejandro Espejo y su esposa, quienes fungían de administrador, uno, y de promotora cultural, la otra, instalaron una venta de pavones. “Comida para el pueblo”, anunciaban.

 

 

Después vimos las lágrimas de Jorge Giordani en la reunión del gabinete porque un tractor sembraba arroz en esas tierras ácidas y Jaua anunciaba cosechas extraordinarias. Nunca se dio nada, lo poco que se recogió fue porque las regaron con camiones cisternas para que Chávez viera algo si se le ocurría visitar El Frío.

 

 

La agricultura más cara del mundo, apoyada por chinos y vietnamitas.

 

 

Hoy, con el ampuloso nombre de Empresa Socialista Ganadera Agroecológica Marisela (el personaje de las novela de Gallegos), en las 60.000 hectáreas sobreviven algunas pocas cabezas de ganado y el chigüire ha desaparecido. Lo que fue un ejemplo pecuario sustentable, que participó exitosamente en salvar momentáneamente de la extinción el caimán del Orinoco, está en ruinas.

 

 

No solo cerraron la escuela que atendía a los hijos de los trabajadores, sino también el comedor. Se acabaron las parrillas.

 

 

Los obreros que quedan mueren de mengua, a veces les llega una caja CLAP con transgénicos y carbohidratos, la completan con la caza furtiva e ilegal. Socialismo insustentable.

 

 

El tsunami se repitió en todas las haciendas, hatos, fundos, granjas y conucos que fueron víctimas de la terrofagia estatal, con graves consecuencias para la producción de alimentos y pérdida de puestos de trabajo, pero todavía no se ha inventariado la pérdida de bosques, de cursos de agua, de tierras fértiles y de pastizales.

 

 

Una de las mayores mermas ha sido, sin duda, el programa de rescate del caballo criollo. En El Frío había cerca de 2.000 ejemplares en la sabana en estado natural y otros 600 que se usaban en el trabajo del hato, descendientes del caballo criollo que utilizaban Páez y sus llaneros en su victoria sobre las tropas del general Pablo Morillo, que montaba caballería peninsular.

 

 

Ya no quedan. Lo asoló la «peste roja». Como al país. Como a todo.

 

 

 Ramón Hernández 

 

Las listas negras y otros boicots

Posted on: agosto 22nd, 2020 by Maria Andrea No Comments

Entre febrero de 1999 y abril de 2002, que es como decir el auge y caída del intergaláctico, Venezuela vivió el más grande engaño desde los tiempos de las «fiestas» que José Tomás Boves ofrecía a los pudientes de Valencia. Aun cuando había suficientes indicios de la patraña en curso, no cabe duda de que muchos bien intencionados, estudiados y formados, que además se consideraban del lado de la justicia y la razón, aceptaban que el país no podía seguir por el sendero que había tomado: nepotismo, corrupción, prevaricación, indolencia, ineptitud, escándalos maritales, asesinatos de gente inocente como la matanza de El Amparo o crímenes múltiples como los cometidos por el sargento Ledezma.

 

 

Desconcertados porque las ilusiones se desmoronaban una a una y nadie se atrevía a recomponer el juego, a pedir taima o, por lo menos, cantar foul y anular la partida, prefirieron agarrarse del clavo caliente. Todo ocurría demasiado rápido. No solo la defenestración de Carlos Andrés Pérez, que les presentaron como el perfeccionamiento de la institucionalidad democrática y no como un tiro de gracia a esa institucionalidad herida de muerte desde el alzamiento de la logia militar heredera de los gomeros chopo’e piedra que fue blanqueada como una “revolución de los ángeles”. ¿Se acuerdan?

 

 

También fue demasiado rápida la reaparición de Rafael Caldera y los “Notables” que lo acompañaban, pero sobre todo la inquina del repitiente en Miraflores –ya no con el apoyo de Copei, sino del chiripero– contra el Banco Latino y todo lo que oliera a Pedro Tinoco hijo y a informes bancarios. Acabó con los ahorros de una clase media que se creía sobrada y también con las desmirriadas ilusiones que mantenía en pie a pesar del «viernes negro» de Luis Herrera y del Caracazo de Bernal y sus muchachos de la PM para cobrar en especies los sueldos atrasados.

 

 

Con la antipolítica, el protagonismo de los vecinos y la pérdida de la responsabilidad social individual, comenzó a gestarse el derrumbe que vino después. El Estado rentista, que distribuía la riqueza común con una significativa igualdad de oportunidades y ancha justicia social, se mantenía dentro de unos parámetros que se adecuaban, sobre todo, a los objetivos de una clase media preparada y en continuo ascenso, hasta que el populismo fue horadando y penetrando la médula política. Ya no se pensaba en cómo la industria petrolera podía aportar más a la sociedad, sino de cómo aprovechar más la renta petrolera y la institución –Pdvsa– para la actividad política, el control del poder y los recursos, el tesoro público.

 

 

Con el pretexto de la siembra del petróleo, el Estado enterró, despilfarró y permitió que robaran miles de millones de dólares. No es exagerado decir que las industrias básicas de Guayana todavía estarían funcionando y dando ganancias si estuvieran en manos privadas, si el general Marcos Pérez Jiménez y su compadre Luis Felipe Llovera Páez no se hubiesen apropiado como logia militar del proyecto metalúrgico que les presentaron Machado y Vollmer. La privatización de Sidor permitió que por única vez la planta diera ganancias, aumentara la producción, pero sus antiguos burócratas y trabajadores le pidieron al intergaláctico que la renacionalizara, que estaban sometidos a un régimen esclavista. La expropió. Ahora es una ciudad fantasma, igual que Venalum y las demás empresas públicas de Ciudad Guayana.

 

 

Con la antipolítica y la pacienzuda campaña anticorrupción desapareció la responsabilidad social individual. Se pervirtió el liberalismo y arreció la guerra contra el neoliberalismo, que por buen tiempo sustituyó al “imperialismo” como el gran y único enemigo. Así se impuso una manera de pensar y actuar que causó el desastre que hoy es Venezuela por los cuatro costados. La educación que se fundamentaba en ayudar a los otros, en la responsabilidad social de quien había logrado su superación personal, se trastocó en cobrar bien los servicios que prestaban sin importar a quien. Las universidades graduaban peseteros a montones ­–todavía lo hacen­– y pocos profesionales con sensibilidad social. No obstante, todos esperaban y reclamaban un justo reparto de la riqueza, que a cada uno le tocara algo más de la renta petrolera, y mejor si era en efectivo: “Yo decido qué hacer con lo que me toca”.

 

 

El populismo satanizó el neoliberalismo. Todos, unos liderados por la izquierda borbónica y otros por los adecos del lusinchismo –como en el siglo XIX ocurrió con los canasteros y los liberales del Agachado y de Guzmán– la emprendieron contra el “paquetazo” de Carlos Andrés Pérez y los IESA Boys. Prefirieron el caudillo, al hombre a caballo. Ignoraron con desdén las propuestas de la Copre para reformar el Estado, aún después de haber comprobado la certeza de sus propuestas con la elección directa de los gobernadores y la creación de la figura del alcalde. Sin embargo, juntaron los pies, pararon la oreja y creyeron los cantos de sirena de la asamblea constituyente y aprobaron una Constitución hecha a la medida del gobernante, a punta de mayoría y desvirtuando la representación de las minorías. Les arrullaba escuchar que Pdvsa sería del pueblo y que en lugar de una democracia representativa habría una democracia participativa y protagónica. En las catástrofes las víctimas son los protagonistas.

 

 

En 2002 quedó claro que poco de lo prometido era verdad. Crecía la corrupción, el nepotismo, la ineptitud, el autoritarismo y el me da la gana, lo que habían prometido acabar, pero faltaba un programa de desarrollo, un programa social y una política con sensibilidad humana. Abundaba la seudoideología, mucha lectura a medias de contratapas de libros y un excesivo compromiso con intereses ajenos a los nacionales: Cuba, Rusia, Irán y los países árabes, con Libia a la cabeza. Después aparecerían Brasil, Argentina, Nicaragua, Bolivia, Paraguay, Uruguay, Honduras, Ecuador, el Caribe angloparlante y también Zimbabue, entre otro montón de aliados-pedigüeños. La nueva Constitución y la habilitante le permitían hacer hasta leyes orgánicas por decreto, un contrasentido. No obstante, el Tribunal Supremo de Justicia enseguida farfulló su “legalidad” y le puso el sello húmedo.

 

 

Todo eso ocurrió en menos de tres años. El precipicio estaba clarito. Con marchas y contramarchas, francotiradores en las azoteas aledañas a Miraflores y suficientes muertos, ocurrió un vacío de poder que en menos de 72 horas se resolvió de la peor manera: todo siguió como venía, pero ahora con total injerencia cubana y un crucifijo al uso. La sensación democrática se mantuvo. Hasta concedieron que se hiciera un referéndum revocatorio, cuando estuvieron seguros de que los resultados serían los que ellos quisieran. Por primera vez desde 1952 se fue la luz en un escrutinio electoral y cuando regresó los resultados eran distintos a las proyecciones hechas a boca de urna. El 60-40 deviene en 40-60. La técnica se repitió igualito en elecciones posteriores y hasta Evo Morales intentó emularla. Aunque el Coba criollo sacó más votos en contra de los que recibió para ser presidente, no fue revocado. Entre tecnicismos y triquiñuelas el referéndum fue transformado en plebiscito y el intergaláctico siguió gobernando. Nunca fue más Coba este criollo.

 

 

Ahí empezaron a funcionar las listas negras, se concretó el apartheid socialista. Ya los opositores no solo eran “escuálidos”, el equivalente al “gusano” de los cubanos, sino también “apátridas”. Si aparecían en las listas de los que habían firmado solicitando el referéndum, no podían trabajar en la administración pública ni en las empresas del Estado. La verdadera exclusión, pero todos alababan al régimen que había “incluido” y “visibilizado” a los más pobres en los procesos más decisivos, como la llamada contraloría social, y también en el lenguaje, con el todos y todas, y demás desaciertos gramaticales.

 

 

Simulaban llevar a cabo un proceso de reingeniería social. Hablaron de la creación del hombre nuevo, repitieron con sorna todos somos poetas y a las fuerzas armadas las pusieron a gritar “patria o muerte, venceremos”, pero solo supieron demoler, destruir y desconflautar todo lo que estaba en pie y funcionaba, robarse lo que anunciaban que iban a construir y poner a pelear a la población: ayer, por el socialismo; ahora, por un tobo de agua o la sombra de una caja CLAP. Boicotearon el progreso, derrumbaron el bienestar alejaron por varias décadas el futuro sin nubes que lo oscurezcan o lo tiñan de rojo rojito.

 

 

 Ramón Hernández

El verdadero infierno de Dante

Posted on: agosto 15th, 2020 by Maria Andrea No Comments

 

 

Las cajas CLAP no traen 24 productos como repiten los medios oficiales, semioficiales y entregados. Apenas 6 y con suerte 8. Cuando vienen 11 hay fiesta en el barrio. Lo real es que trae más hambre que productos, al tiempo que crece la ola de indignidad. A esas cajas que le sacan la leche y le meten dos cocos, que casi nunca traen aceite y no faltan las lentejas ni sus gorgojos, Dante Rivas les ha adosado a pérdida un buen tajo de su exiguo y rebanado capital político.

 

 

Desde esa ficción legal que es la canonjía de “protector de Nueva Esparta”, un bien pagado enchufe o prebenda que no aparece en ninguna parte –ni aparte– de la legislación venezolana, el geógrafo Rivas, titulado en la Universidad de los Andes, ha devenido, a cuenta de la pandemia y por su real gana, en el Eustoquio Gómez de Nueva Esparta. Ha convertido la perla del Caribe en el peor infierno. Sin agua, sin electricidad, sin gasolina, sin comida y pronto se va a quedar sin sombra si le hicieran caso y en vez de gas usan leña para cocinar las caraotas que esporádicamente traen las cajas CLAP.

 

 

Dante Rivas tuvo fama de buen gerente, igual que Diosdado Cabello cuando era director de la Comisión Nacional de Telecomunicaciones y empezó a conocer que es mejor que te lleven el maletín que llevárselo al jefe. Las telefónicas se sintieron complacidas y lo enaltecieron, pero después se les puso respondón y hasta basto. Se quitó la corbata y el paltó de Clement. Volvió a su traje de fatiga, pero con mejores cargos. Obediente y no deliberante, buscó otras escalas y grasitas dentro y fuera del tesoro público.

 

 

Dante Rivas fue más avispado desde el principio de su “carrera” política. Sus viejas amistades en la Universidad de los Andes –¿Qué se hizo el gordo Tobi?– lo recomendaron al cargo que nadie quería y que traía la peor reputación desde el segundo gobierno de Rafael Caldera: la Onidex, que le cambiaron el nombre a Saime, Servicio Administrativo de Identificación, Migración y Extranjería. Un verdadero laberinto burocrático de malas mañas, ineficiencia y guisos a traspuertas.

 

 

Con inesperadas destrezas comunicacionales, Rivas le cambió la imagen al Saime y le imprimió una pátina de eficiencia que se disolvió con el primer aguacero que tardó poco en llegar. La firma de un contrato con la empresa cubana Albet, mediante el cual se le entregaba el manejo de la identificación al gobierno de Cuba. El Comité Central del Partido Comunista de Cuba tiene libre acceso a la base de datos de los ciudadanos y a la expedición de documentos: datos filiatorios, cédulas de identidad y pasaportes y demás documentos.

 

 

El contrato contiene cláusulas de confidencialidad que impiden a los técnicos nacionales conocer las interioridades del proceso y a quién se le entrega el pasaporte venezolano. Chávez también entregó a los cubanos la administración y manejo de los registros y notarías. No hay transacciones comerciales ni registros de empresas sin el beneplácito de La Habana.

 

 

A Rivas lo veían en los medios como un destrabador de ineficiencias burocráticas, pero lo que Miraflores apreciaba era su lealtad y silencio en las trapisondas. Lo nombraron director del Instituto Nacional de Transporte y Tránsito Terrestre, el otro monstruo de mil cabezas. Se pisó una bola. No pudo, el macizo paquidermo de complicaciones burocráticas permaneció incólume. Ni se dio por enterado. La legalización de carros robados se mantuvo inexpugnable. ¿Abandonó o lo sacaron antes de que el elefante le pusiera la pata encima?

 

 

En enero de 2013, siendo Maduro presidente encargado, nombró a Rivas ministro del Ambiente. Estuvo hasta el 4 de agosto de ese año al cuidado de la calidad del aire, de la previsión de agua y de la protección de la naturaleza y de la biodiversidad. No se conoce ninguna medida ni ninguna tarea significativa, salvo volar en helicóptero y en aviones para contaminar la atmosfera con el CO2, su gran excusa para conocer la geografía venezolana. Aunque no desplegó sus conocimientos de geógrafo en un simple aspecto ambiental y su actuación fue bastante plúmbea, Nicolás Maduro los postuló como alcalde de Porlamar. Derrotado, fue nombrado presidente de la Fundación Poliedro de Caracas mientras aparecía algo mejor y apareció: lo enrocaron como ministro de Comercio. El año 2014 fue mucho movimiento para Dante Rivas. En junio asumió también el cargo como superintendente nacional para la Defensa de los Derechos Socioeconómicos –órgano encargado de hacer cumplir la Ley de Precios Justos y de instalar el sistema de control biométrico para “garantizar el abastecimiento”–, el 2 de septiembre lo nombran la Autoridad Única Nacional en Trámites y Permisología y en octubre director del Servicio Autónomo de Registros y Notarías (Saren). No le faltó un cambur.

 

 

De junio a septiembre de 2015 volvió a ser director del Saime. Nadie se preguntó ni a nadie le extrañó que alguien que había sido ministro en dos oportunidades repitiera en un cargo que estaba cuatro escalones más abajo de su última función. Era como devolver a Diosdado a sargento regañón por tener la mala cara y la rústica aridez que combina con el rango. Habría elecciones parlamentarias en diciembre y había que acelerar la entrega de cédulas laminadas a los votantes. Muchos aplaudieron su regreso, creyeron que pondría un poquito de orden, pero no. Ya el servicio había sido cooptado por los muchachos de La Habana y era un hecho próximo la sustitución de la cédula de identidad por el “carnet de la patria”.

 

 

En diciembre de 2015 fue elegido diputado suplente de Nueva Esparta, pero en 2017 abandonó la curul para candidatearse a la gobernación de Margarita, Coche y Cubagua. Perdió y se pisó la otra bola. El fuelle de Carlos Mata Figueroa era pólvora mojada. Ganó el adeco sui géneris Alfredo Díaz, que en contra de todo pronóstico fue a reconocer al de Miraflores. En “compensación” fue nombrado ministro para la Pesca y la Acuicultura, cargo que estuvo ejerciendo hasta el 27 de mayo de 2020 con el de «protector de Nueva Esparta». Lo sustituyó Juan Luis Laya, que se siente orgulloso de ser parte de la juventud formada por Chávez, aunque se graduó en una universidad privada, la Bicentenaria de Aragua, como Elvis Amoroso después de haber fracasado en la UCV.

 

 

En Porlamar, en La Asunción, más allá de Conejeros y de Punta Arenas para acá, Rivas es el Eustoquio Gómez del siglo XXI, pero más versátil y cruel. Es el presidente de la Corporación para el Desarrollo Social y Económico del Estado Bolivariano de Nueva Esparta, el “protector”.

 

 

Sus recetas para sus paisanos son impropias de un universitario de la ULA que combatía por la justicia social con el grupo izquierdista Utopía 78, junto con Hugo Cabezas –que lo incorporó al Saime–, Haiman el-Troudi y Tareck el-Aissami. Dante les exige a los pobres y famélicos margariteños, que ni a salir a pescar pueden por falta de gasolina, que no se coman tan rápido la cajita CLAP, que la “alarguen”, que no la consuman de un tranco.

 

 

Como ha sido recurrente en estos 21 años de mandamases, caudillos y Cobas, el protector Rivas tiene un programa de radio y desde ahí gobierna, y su antónimo. Hace pocos días recomendó –exigió– a los margariteños que ahorren la bombona de gas, que, como una acción de resistencia, cocinen con leña, que se hagan de un reverbero para cocinar las caraotas y que dejen el gas para la pasta y el bistec vuelta y vuelta. Insólito, de vaina sopa de yuca con un espinazo de carite.

 

 

Frente a Margarita y cerca de La Blanquilla está una parte de las reservas de gas natural más grandes del mundo, que no se desarrollaron ni se explotaron. Con las nuevas medidas ambientales contra el cambio climático serán pocos los que quieran invertir en ese tipo de energía. Sin muchos problemas, todos los hogares de Margarita podrían tener gas directo, electricidad limpia y agua a borbotones sin que se necesitara un gran gasto. Era más fácil robar.

 

 

Dante no promete rescatar Pdvsa de manos de la ineptitud, es más pragmático y práctico, como cuando firmó el contrato con Albet. Prefiere hacer creer que lucha contra el “imperialismo” y que como un acto de resistencia –de dignidad, dirían los hermanos Castro– recomienda cocinar con leña.

 

 

No le importa el humacero ni la destrucción de la escasa vegetación de la isla, que apenas cuenta ya con poco más que cardones, tunas, cujíes, espinales, cocotales, palmeras y manglares. Plantas xerófilas que prenden rápido y se consumen rápido, pero escasas. Usar los guayacanes como leña no es una buena idea, pero es a lo que tienta el exministro del Ambiente Rivas. Desea apresurar la transformación de Margarita en la otra Haití del Caribe, en otra Isla de Pascua, en otro desastre ecológico como Borneo. Presto reverbero encontrado en la casa de misia Jacinta.

 

 Ramón Hernández

@ramonhernandezg

Putin, Guaicaipuro y Fidel

Posted on: julio 28th, 2020 by Periodista dista No Comments

 

En octubre del año 2000, en una de las visitas que Fidel Castro hizo a Hugo Chávez, Venezuela y Cuba firmaron un convenio de cooperación integral. Fue una visita larga, de miércoles a lunes, con recorrido por la zona de Vargas afectada por el deslave y un discurso del déspota cubano en la Asamblea Nacional. El gobierno “bolivariano” insistía que el convenio –en cuanto al suministro de petróleo a precios especiales y con condiciones especiales de pago– era muy similar al firmado una semana antes con Costa Rica, El Salvador, Panamá, Haití, República Dominicana, Honduras, Nicaragua, Guatemala, Jamaica y Belice con el pomposo nombre de Acuerdo de Cooperación Energética de Caracas.

 

 

En apariencia y en la poca información que se hizo pública había algunas similitudes, pero no era verdad. Coincidían en el año de gracia, intereses a 2%, 15 años de plazo para pagar la deuda, la posibilidad de financiar entre 5% y 25% de la factura. Sin embargo, había diferencias extraordinarias. Si a los 11 firmantes del acuerdo de Caracas les vendería 80.000 barriles diarios, una alícuota de 7.700 en promedio, a Cuba le suministraría 53.000 barriles diarios. Un elemento controvertido fue que La Habana pagaría parte de la factura con bienes y servicios –asesorías en deportes, medicina y en el sector agrícola, especialmente en la industria del azúcar–, pero lo realmente escandaloso que no se conoció por mucho tiempo fue que Chávez autorizó a Cuba a vender a terceros todo el petróleo que quisiera y a precios internacionales y en efectivo. Le pagaba para que fuese su competidor.

 

 

El negocio se hizo más redondo casi de inmediato, esférico, cuando el año de gracia se convirtió en eterno, nunca pagó, y la cuota llegó a 140.000 barriles diarios. El petróleo era gratis y como consecuencia Venezuela estaba obligada a pagar los bienes y servicios que le prestaba Cuba, y que cada día eran más. En poco tiempo había 250.000 cubanos que enseñaban a leer con la Misión Robinson, con el lema “yo, sí puedo” (sic), a tocar cuatro, médicos que curaban diarrea con ibuprofeno, equipos del G2 que de controlar los 7 anillos de seguridad del presidente pasaron a dominar los servicios de inteligencia y el esqueleto estructural de las fuerzas armadas, instalaron el sistema informático de Pdvsa, recibieron la administración de registros y notarías, y ganaron la licitación para el nuevo programa de identificación de los venezolanos, que han cobrado varias veces y apenas se concretó en ese eructo que es el carnet de la patria. También cobraron ingentes cantidades por asesorías agrícolas, por la intermediación en los alimentos del escándalo Pudreval, pero también por los equipos médicos que compró el propio Fidel Castro con dinero venezolano para los hospitales públicos, las medicinas genéricas vencidas traídas de Italia y la India, los polvitos de paranpanpán que le echaban al comandante eterno todas las mañanas.

 

 

Cuba cobraba, y sigue cobrando, quince y último. Cuando hay retrasos, que los hay, se cobra en especies. Lo hizo con la refinería de Cienfuegos que Venezuela reconstruyó en su totalidad y que sin aviso y sin protesto fue declarado bien cubano y desalojó a los técnicos de Pdvsa. En diciembre de 2000, Guaicaipuro Lameda estaba en Cuba poniendo sobre papel lo que Chávez le había concedido a Fidel en octubre, después de viajar juntos a Sabaneta y visitar la casa natal o la residencia pobre de los Chávez-Frías. Ahí, en el número 85, entre las calles 10 y 11, Fidel Castro le dijo que dentro de 300 años millones de personas visitarían ese sitio para conocer la casa donde nació el comandante Chávez, con la misma fe con la que millones de árabes peregrinan a La Meca y a Medina. Chávez no cabía dentro de sí. Además, Fidel lo había aceptado como su hijo ¿putativo?

 

 

En diciembre del año 2000 el general Guaicaipuro Lameda todavía creía más las traducciones que hacía José Vicente Rangel de las palabras de Chávez que en las acciones de Chávez dirigidas a demoler todo vestigio de institucionalidad en Venezuela. Empezó con las fuerzas armadas, siguió con Pdvsa y contra todo lo que fuese orden, incluido el orden alfabético y el orden cerrado castrense. Era tan importante lo que quería dejar asentado con el presidente de Pdvsa –barriles diarios, créditos, colocación del crudo en otros mercados, envíos adicionales e inversiones venezolanas en las exploraciones petroleras cubanas– que Fidel Castro prefirió quedarse conversando con Guaicaipuro que ir a recibir a Vladimir Putin al aeropuerto José Martí. Era la primera vez que un mandatario ruso viajaba a La Habana después de la implosión de la Unión Soviética.

 

 

Putin no iba a resolver distancias ideológicas, sino a presentarle un portafolio de propuestas para que empresas rusas se incorporaran a terminar algunos de los grandes proyectos de construcción de la era soviética, como la planta procesadora de níquel de Las Camariocas en la que la empresa Nirilt quería invertir 300 millones de dólares y la refinería de petróleo de Cienfuegos. Entre 1985 y 1989 Moscú concedió créditos por 7.000 millones de rublos a Cuba para la construcción de una planta electronuclear en Juraguá, que apenas abastecería 15% del consumo de electricidad de la isla y nunca se terminó, y una refinería en Cienfuegos que comenzó a funcionar en 1991 de forma intermitente, hasta 1995 cuando el gobierno cubano decidió no operarla más. El desmembramiento de la antigua URSS significó la suspensión total de los suministros. De la noche a la mañana la chimenea apagada de 192 metros de altura de la refinería de Cienfuegos se convirtió en el símbolo del derrumbe del socialismo soviético. En el año 2000 Fidel Castro le propuso a Hugo Chávez reactivarla y Lameda trataba de convencerlo de que no era viable, que había opciones más rentables.

 

 

Frente a la terquedad de Fidel Castro de reactivar la refinería, los técnicos de Pdvsa realizaron estudios técnicos y de factibilidad que dieron los mismos resultados: sería una inversión irrecuperable. Además, se agregaba que la tecnología era rusa y que la planta tenía muchos años cerrada, lo que incrementaba tremendamente los costos. Sin embargo, en el primer semestre en 2005, cuando ya Chávez había desbaratado el referéndum revocatorio que lo sacaba del poder y estaba totalmente entregado a Fidel, comenzaron los estudios para determinar el costo de reactivar la planta: 83 millones de dólares que pondría Venezuela, además del petróleo. En abril de 2006, se constituyó la empresa mixta. 51% era de Cuba y 49% de Venezuela. En octubre de 2007 Chávez la preinauguró. Hasta 2017 todo lo que se hacía y se deshacía en la refinería se mantuvo en un auténtico hueco negro, fue cuando el gobierno de Venezuela y los venezolanos se enteraron de que la refinería de Cienfuegos pasaba a ser propiedad de Cuba. Ni el caramerudo Jorge Arreaza, que se encontraba ese día en La Habana, tenía “detalles de la información”. Solo sabía lo que había publicado Granma, el órgano informativo del Partido Comunista de Cuba. La Habana tomó la medida para saldar deudas pendientes de Venezuela con Cuba, como el pago de servicios profesionales –“médicos” y entrenadores deportivos– y la renta de tanqueros petroleros para el traslado de los 100.000 barriles de petróleo que día a día regalaba a la isla.

 

 

Fidel Castro sabía que podía dejar para otro día el recibimiento a Putin en el aeropuerto José Martí, que ahora debía poner en papel las promesas infinitas de Chávez y exigir su cumplimiento. Tenía que cobrar su mejor actuación como encantador de serpientes. Tanto que 21 años después los herederos siguen absortos y cumplen las órdenes mansitos y no deliberantes. Los apátridas son los otros, los que no gritaron patria o muerte.

 

 

 Ramón Hernández

 

Carburo y bosta

Posted on: junio 2nd, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

Finalmente, cuando ya no hay refinerías que produzcan gasolina, los pozos petroleros han sido cerrados porque no hay dónde almacenar el crudo y otros inconvenientes más severos, se tomó la decisión de aumentar el precio a los combustibles, pero mientras tanto y hay un acuerdo con los transportistas el gasoil, el diésel, será 100% subsidiado o, valga la redundancia, “completamente gratis”. Son opcionales el dólar al operador del surtidor y la bolsa de mandarinas con el fajo de lechugas al capitán. Dejemos de lado el carnet de la patria y su mitología operativa.

 

 

Después de haber contado con una empresa petrolera de alta productividad, que a pesar de su carácter estatal y de la bien disimulada injerencia del clientelismo político, el amiguismo y bastante nepotismo cumplía su meta esencial de entregar al Estado una cantidad suficiente de dólares que le permitía a la población llenar el tanque de gasolina del automóvil sin desequilibrar el presupuesto familiar y sacrificar el helado en Crema Paraíso cada cierto tiempo, Venezuela ha superado a Haití en los peores índices y en la cantidad de sufrimientos por persona y por unidad familiar. Los motores que harían de Venezuela un país potencia ni siquiera pistonearon.

 

 

La demagogia y el populismo, pero también la imprevisión, el voluntarismo y la aguzada corrupción que han campeado en los últimos 21 años, convirtieron el país en poco menos que un estercolero. Actuaron con particular denuedo y singular afán. Ni con la planificación de la NASA habrían alcanzado con tanta precisión los objetivos. Aclaremos que Pdvsa no era la caja de perfecciones que aparentaba ser en su cruce perfecto de seminario con cuartel. Ni sus ejecutivos eran los supergerentes que “construían” las agencias de imagen de alta gama. No. Era una empresa del Estado que seguía con menor o mayor apego el modelo aprendido de las transnacionales y que sin duda tenía en sus manos el negocio más rentable del mundo, poco importaba que fuese un crudo de baja calidad, pesado, con mucho azufre, difícil de extraer y de transportar. Se cumplía el lema de John D. Rockefeller: “El mejor negocio del mundo es el petróleo. Y el segundo mejor negocio del mundo es el petróleo mal administrado”.

 

 

Quienes llegaron en 1999 al poder decían contar con muchos expertos en economía petrolera, como Alí Rodríguez Araque, que por mucho tiempo aparentó ser el autor de los textos que sobre la materia publicaba la gente de Ruptura, pero que salían de la cabeza, el esfuerzo y disciplina de Argelia Melet. Alí Rodríguez fue ministro de Energía y pese a que sus ex compañeros en la Cámara de Diputados repetían que se había superado mucho, no era el gerente ni el político que necesitaba Venezuela ni Pdvsa. Sus instrucciones llegaban de La Habana, de Moscú, de Pekín, de Bagdad y hasta de Riad, no del interés nacional. Lo mostró pronto. Ahí están los desastres que autorizó en las interconexiones eléctricas, las nacionalizaciones de las plantas eléctricas y los 150.000 barriles diarios de crudo que le regalaba a Cuba, en los negociados con Libia y en el obsequio a China de la fórmula de la orimulsión que tanto costó a los científicos venezolanos, pero sobre todo por los nombramientos de sus curruñas en puestos claves en la industria energética.

 

 

Su gran salto dialéctico fue el despido de 19.750 trabajadores de Pdvsa, el robo de sus prestaciones sociales y de la caja de ahorro, y el preconcebido descalabro de la industria petrolera. El desbarajuste de la industria energética venezolana no es consecuencia de la mala gerencia, ni de las pésimas directrices provenientes de Miraflores o de algún capricho de Jorge Giordani y sus particulares interpretaciones de la superestructura de Antonio Gramsci, a quien ya le dicen filósofo y no pasó de opinador. No. Tampoco empezaron con la diatriba que armó con la propuesta del intergaláctico de construir un gasoducto desde El Furrial, en Monagas, hasta los hoteles siete estrellas de los Kirchner en la Patagonia, pasando por los depósitos de coca de Evo Morales en Bolivia.

 

 

El nombramiento de Rafael Ramírez en Pdvsa Gas y el desbarrancamiento de los proyectos de gas en la plataforma deltana no causaron escándalo, tampoco las nacionalizaciones caprichosas y de altísimo costo. Había muchos caimanes esperando, con un agravante: los que apostaban y actuaban por el fracaso no eran necesariamente los ambientalistas, sino los competidores rusos, iraníes y sauditas, con casi diez veces más reservas, que necesitaban ampliar sus mercados. Y lo hicieron. A costa de Venezuela, que gastaba millones de dólares promocionando el “Plan Estratégico Socialista” y descuidaba el negocio.

 

 

Con el gas el negocio se expandió de la cocina y el calentador de agua a las autopistas. Todos los vehículos por orden del galáctico y sus secuaces debían salir de las ensambladoras con las opciones gas y gasolina o no salían. Proclamaban como evangelistas que el gas sustituiría en poco tiempo los demás combustibles y blablablá. A pesar de lo mucho que gastaron en modificar las estaciones de servicio, los surtidores de gas nunca funcionaron. Nunca los abastecieron ni los estrenaron. No obstante, quien tenía un vehículo pequeño gastaba gasolina adicional por el peso de la bombona vacía que le inutilizaba la maleta.

 

 

Destruidas las refinerías, cerrado el bombeo de la mayoría de los pozos y trastocada la empresa en un garito de baja ralea, se confía la seguridad energética —el transporte de alimentos y medicinas, la generación de electricidad y la producción petroquímica— a cuatro barcazas que soltaron amarras en el Medio Oriente y atravesaron el Atlántico con gasolina de bajo octanaje y sin haber llegado a puerto juraban que sería la primera y última travesía.

 

 

No hablemos del recibimiento patriótico de los contingentes militares ni de las banderas iraníes ondeando en las Torres de El Silencio, hablemos de la «experticia» del nuevo ministro de Petróleo, que era muy diestro con las molotov en sus ratos de insurrecto en la ULA, como contaba Luis Tascón y lo recuerda el gordo Tobi. Presto carreta cubana con su yunta de bueyes alumbrada con carburo.

 

 Ramón Hernández

@ramonhernandezg

Aguas muertas y empanadas

Posted on: mayo 23rd, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

La equivocación de todos ha sido pensar que el estropicio empezó con los resultados de las elecciones de diciembre de 1998 y la cantidad de falsedades que le escuchamos al ganador en las inmediaciones del Ateneo de Caracas, que después expropió y convirtió en muladar. No. Tampoco fue entre la medianoche del 3 de febrero de 1992 y la mañana del 4 cuando soltó que “por ahora, los objetivos no se habían logrado”. Fue antes de que se empezara a repetir que había que sembrar el petróleo y lo empezamos a llamar oro negro y convertimos el país –que no se recuperaba de las matazones y quemazones de los caudillos, subcaudillos y caudillitos– en el campamento minero que hemos sido.

 

 

Haber confundido el petróleo con oro nos hizo creer que bastaba escavar para tener uno o dos barriles para hacer el mercado. Lo tratamos como un mineral no como un hidrocarburo de múltiples usos. Cuando Juan Vicente Gómez les dijo a británicos y estadounidenses que hicieran ellos la ley que iba a regir la actividad “porque eran los que sabían” condenó a los venezolanos a vivir a espaldas de su principal producto de importación. Se impuso el método de los mantuanos de la Colonia que vivían en el “lujo” de Caracas y tenían sus hatos en la provincia a cargo de capataces y administradores. Solo les preocupaba la bolsa con los pesos y la carreta con el recado de olla que les mandaban con puntualidad.

 

 

Todavía muchos celebran que Carlos Andrés Pérez nacionalizara el petróleo, el hierro y el aluminio, que fue el inicio de la catástrofe que hoy padecemos. No es simple delincuencia de los gobernantes de turno ni de una estratagema de los “amigos” para quedarse con el mercado, que lo hizo Rusia, o con patentes, como lo hizo China con la orimulsión. Es el modelo escogido desde la ingenuidad y el desconocimiento, pero en especial del facilismo garantiza el modelo rentista. Solo requiere pasar por taquilla.

 

 

En 1999 ya los expertos sabían por dónde venían los pesares. El petróleo entraba en decadencia como fuente de energía, pero también como fuente de petroquímicos –fuesen insecticidas, fertilizantes o plásticos–, son productos tóxicos, contaminantes y altamente destructivos. El planeta necesitaba un descanso definitivo, perdía la capa de ozono y los gases de efecto invernadero no auguraban un feliz y nuevo amanecer.

 

 

La nacionalización les dio más poder al Estado, a los partidos políticos que lo controlan y administran. Aunque ante la descomunal cantidad de dinero que le entró al país Pérez prometió que administraría la riqueza con criterio de escasez, cedió a la tentación de construir la Gran Venezuela, el mismo faraonismo que le había criticado a su paisano del Táchira Marcos Pérez Jiménez. Le pareció poco el dinero del petróleo y se endeudó para terminar de construir el Guri, para construir represas, cloacas, escuelas, universidades y hospitales, pero también empresas que debían ser iniciativa de los privados. Al final, y sin acto de birlibirloque, el país debía a la banca internacional la misma cantidad de miles de millones de dólares que le había inyectado a las empresas básicas. ¿Básicas?

 

 

El país se endeudó para ser una potencia a cuenta del petróleo que estaba en el subsuelo. El primer brete se presentó cuando se dio cuenta de que los precios se fueron al suelo y los ingresos cayeron a la mitad y de esa mitad tenía que pagar una deuda adquirida a corto plazo y a muy altos intereses, casi como si hubiesen pagado con la tarjeta de crédito. La solución no fue privatizar, compartir responsabilidades, entregar nuevas concesiones, sino que se compraron refinerías en el exterior para garantizarle mercado al contaminante y sulfuroso crudo venezolano. Extrañamente no se hizo la universidad del petróleo, ni la del hierro. Los rentistas preferían estudiar corte y costura en París, haute couture, y cine en Nueva York.  En el segundo brete, la solución fue también la más fácil y expedita: devaluación y control de cambio, que duró hasta el segundo gobierno de Pérez que estaba dispuesto a enmendarse la plana.

 

 

“Los ángeles” que se alzaron el 4 de febrero no solo asesinaron a más de 400 venezolanos, sino que interrumpieron un proceso de activación económica que, por fin, a pesar de la piedra de tranca de los banqueros, daba sus frutos. El PIB crecía a 9,6% anual. Una proeza. Al venezolano común, encandilado por el caudillo de fogozo verde, fue obediente al matadero, a la Patria Bonita, a la revolución pacífica pero armada. Nadie averiguó nunca quién lo financiaba ni cuáles eran sus fines últimos, todos creían que lo podrían manipular, pero ya alguien se les había adelantado.

 

 

Apenas comenzó a gobernar subió el precio del petróleo. Creyó, ingenuo, que era consecuencia de una gira apresurada e improvisada por los países miembros de la OPEP. Le dijeron que no se entusiasmara, pero la tentación era demasiado grande. Creía que tendría dinero para siempre, que tendría contentos a los pobres, que siempre se contentan con poco, y mucho para la revolución mundial, que el país estaba blindado contra crisis capitalistas y que Venezuela, con su modelo económico de expropiaciones y mercados al aire libre, seguiría avanzando y dándose la buena vida aunque el petróleo llegara a cero, 0, dólares. Mentiroso.

 

 

La pagó la deuda a Argentina, compró mortadela y pollos a Brasil, pagó agua salada a precio de oro a Ecuador, suministró tanqueros de petróleo y de dólares a Cuba, pero descuidó la gallina de los huevos de oro negro. Destruyó Pdvsa, destruyó las empresas básicas y nacionalizó los bienes de Chevron y la mina de oro Las Cristinas. Con el dinero que el país adeuda solo por esos dos conceptos, exprópiese, los venezolanos perdieron 5 millardos de dólares, tanto como costaron los fusiles, los aviones de combate y los sistemas antiaéreos que compró en Moscú.

 

 

Hoy el régimen sigue alardeando de que el país posee las mayores reservas petroleras del mundo, pero los venezolanos rezan para que la flota que desplegó Trump en aguas colindantes con el mar territorial venezolano deje pasar las cinco barcazas que con poco menos de millón y medio de litros de gasolina, que no alcanzan para cubrir el consumo de cinco días. Y van a pasar y algunos podrán llenar el tanque, pero no existe garantía alguna  de que dentro de cinco días llegue otro cargamento. Irán, como cualquier país petrolero, está en un momento crítico. Nadie compra petróleo ni gasolina. Ni será negocio rescatar las instalaciones petroleras dañadas. El petróleo perdió valor, y a Hugo Chávez se lo dijeron en 2002, pero respondió con una carcajada. No creía que su “política” llevaba a país a ser un campanero minero arruinado: sin agua, sin luz, sin medicinas, sin nada, y muerto de hambre. Vendo receta para hacer empanadas con petróleo crudo.

 

 

 Ramón Hernández

Tierra de sombras y morisquetas

Posted on: mayo 16th, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

En el trópico las sombras son más intensas y salvajes. También su contraparte. La luz enceguece y engaña. Con un breve repaso, mientras se escucha el partido de beisbol o la radionovela, es posible obtener buenas calificaciones. No por las respuestas, sino por el empeño. El trópico, pero esencialmente el Caribe, la brisa que acarició las Antillas y que llega con la fuerza de una buena noticia, a veces, nos empaña los cristales y vemos jardines frondosos donde hay fosas comunes, cadáveres en descomposición, ratas y aves carroñeras.

 

 

En el valle de Caracas, inmenso y laberíntico, es común encontrarse ahora con sabios, monosabios y loros de repetición. Mononeuronales de ego henchido cuentan con espacios en la televisión pública en el horario estelar, que, además –y como agravante–, retransmiten los sobadores de esféricas de los medios privados. Una operación envolvente. Todos escuchan la misma canción, la misma consigna y ven el bigote y la perilla entrecana con algún resto de grasa de empanada. Detrás de los potentes reflectores de la televisión, también hay sombras en las que dominan el relenchín del miedo.

 

 

La boina roja, el pañuelo ibídem al cuello como los pioneritos cubanos y las chuletas, la ayuda memoria, útiles en los exámenes de bachillerato en El Furrial igual que en Maturín, no menos cuando merodeaba por las inmediaciones de los almacenes militares en Los Próceres. La chuleta, gruesa y bien grasosa, con abundante picante; y cerveza fría como culo de foca, capitán.

 

 

En el auditorio no canta, ni recita ni cuenta anécdotas. Solo amenaza y expone al desprecio público. Es la versión militarizada de La Hojilla, con verdadero poder, no como bufón de la corte ni muchacho de mandados. Ahí está con su voluminoso abdomen y su risita a lo Al Capone. Fija la mirada al fondo, donde acomodan al personal civil, y levanta la chuleta que le han preparado los asistentes, edecanes y  personal de tropa con los chismes que le mandan los “corresponsales”, los patriotas cooperantes, los sapos, los soplones, los delatores, chivatos de toda ralea. Un equipo que pareciera ser dirigido por la profesora Luisana Colomine. Con similar agudeza escarba hasta más allá del hueso para llenar los informes y dossieres que coloca en la cartelera para el fusilamiento mediático.

 

 

A través de tan particular lente de pureza extrema, de revolucionario comprometido con el pueblo, hasta san Francisco de Asís, qué digo, hasta el mismo Dios, queda como un truhan capitalista, explotador milenario de angelitos, sospechoso pederastia, apátrida desalmado que somete a graves torturas y sufrimientos a quienes no siguen sus personalísimas leyes en un Helicoide en llamas que denomina Infierno, en especial al rebelde Mefistófeles y toda su sarta de camaradas comandados por el diablo cojuelo y Lina la Oxigenada. La lista es larga.

 

 

Con los ojitos entonaditos a la cámara 3 saca la chuleta y lee, sin entusiasmo. No le gustan los académicos, los que le buscan las cuatro patas al gato, los que leen libros y los que no saben armar un gallo, pero tampoco menos acepta que detrás de togas y birretes, de diplomas y medallas, pretendan desestabilizar, crear confusión, armar jaleo con informaciones mal fundamentadas y falsas, a luces vistas, dirigidas a poner en duda, descalificar, los reportes oficiales de contagiados y fallecidos por efectos del nuevo coronavirus SARS-CoV-2, causante de la mortal pandemia de la COVID-19.

 

 

Los integrantes de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales aferrados a vetustos manuales de deontología y a obsoletas doctrinas anticientíficas publicaron sin permiso un mamotreto que ni el brujo Negrín ni Telmo Romero los podría igualar en tanta falsa ciencia. Desde sus lujosos aposentos en el Palacio de las Academias, lejos de los sufrimientos y carencia del pueblo revolucionario, estos buenos para nada cuestionan los boletines de Jorgito y de Delcy Eloína. Denuestan de los porcentajes y hablan de subregistros con la misma mala leche con la que antes pronunciaban la palabra “subteniente”, un rango que fue eliminado por la revolución para que no siguieran con la burlita.

 

 

Volviendo al tema pasa a otra chuleta y voltea a la cámara 2 y con el dedo amenazante, advierte a los académicos que sus cálculos y pronósticos sobre los estragos que podría causar la COVID-19 desde junio a septiembre no tienen sustento alguno, que su objetivo es “causar terror en el pueblo”. Mira a la otra cámara que acerca el rostro y queda en primer plano la barba entrecana. “Esto es una invitación para que los organismos de seguridad llamen a esta gente, están generando alarma. Es una invitación a un tun tun». A un allanamiento a medianoche y a una larga estada en algún calabozo maloliente.

 

 

Hubo más, pero se fue la luz en la NASA y no pudieron seguir el resto de la retahíla. Le cursaron una invitación, todo pago, para que hiciera una presentación a los generales y a los discípulos de Katherine Johnson, la calculadora que ayudó al Apolo 11 a llegar a la Luna, y de Margaret Hamilton, la matemática que diseñó el software que permitió el alunizaje y la vuelta a la nave madre, pero no había Internet ni cable submarino. El imperialismo capitalista es un caos, una pesada sombra. Vendo espejo de cartón y piscina en la Colonia Tovar.

 

 

Ramón Hernández

Ni pan ni tortas

Posted on: abril 25th, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

En América no han sido frecuentes las hambrunas generalizadas ni las grandes epidemias. No es lo mismo con la guerra. Venezuela en especial vivió dos de las guerras más crueles y sangrientas del continente, que le significaron casi 1 millón de muertes, no todos soldados sino también mujeres, ancianos y niños en una alta proporción.

 

 

La guerra acabó con las cosechas en el centro del país, pero en los Andes se mantuvo la producción agrícola y en la costa la pesca fue la salvación. En el Llano el ganado y la caza, desde chigüire hasta danta, saciaron el hambre de la población abandonada. Hambrunas no hubo, pero no era extraño morir de hambre o, peor, matar para comer. Y vale la pena recordar el episodio que vivió José Antonio Páez cuando con sus soldados y numerosas familias que lo acompañaron se internó en las llanuras de Casanare para escapar de los realistas.

 

 

Salvo situaciones muy puntuales el siglo XX venezolano fue la superación  de un pueblo palúdico, famélico y analfabeta que fue favorecido con grandes reservas de petróleo y que fueron administradas en función del bien común. Desde 1920 hasta febrero de 1983 fue el país con el crecimiento más acelerado y que vencía con más éxito el atraso y los autoritarismos. No solo se llenaba de universidades y escuelas, sino que se construían grandes hospitales con el mejor y más adelantado instrumental médico y se adelantaba un proyecto de embalses para que ninguna ciudad ni pequeña villa pasara sed ni se enfermara su gente por falta de un sistema de aguas servidas.

 

 

Se hizo el Guri, la planta hidroeléctrica que sin contaminar surtía de energía a todo el país y podía exportarla a Brasil y a Colombia, se pusieron a trabajar plantas de producción de aluminio y de planchas de acero que eran referencia para otros pueblos latinoamericanos. Se ensayaron nuevos cultivos y se mejoraron las cosechas de arroz, de maíz y se sembró el bosque de pinos artificial más grande del mundo: Uverito. La población mejoró su salud y aumentó su promedio de vida hasta los 77 años, también su educación y sus modales: el Metro de Caracas fue ejemplo de ingeniería  y también de civilidad.

 

 

Después de haber derrotado política y militarmente a los enemigos de la democracia y de la libertad y precisamente la economía volvía al camino del crecimiento, 9,6% se incrementaba el PIB en febrero de 1992, cuando una partida de anacrónicos, ignorantes y resentidos utilizaron sus armas en contra de la República y de la institucionalidad. Reapareció el caudillo decimonónico, el asaltante de caminos encantador de jovencitas y cientos de demonios que suponíamos enterrados para siempre.

 

 

No solo se había dominado la malaria, sino que había desaparecido el sarampión, la fiebre amarilla, el tifus y eran muchos los avances contra las leishmaniasis y la vacuna de la lepra. Las muertes de recién nacidos por enfermedades gastrointestinales habían sido reducidas a estadísticas bien esperanzadoras. Pero nadie es feliz con lo que tiene.

 

 

Empezó  la cantaleta de la lucha contra la corrupción, que siempre hay y debe ser castigada, pero no se culpaba a sus perpetradores, a los ladrones de uno y otro partido, de esa y aquella empresa, sino a la democracia. La corrupción era una consecuencia de la democracia, no una víctima. Como esa “democracia” era corrupta, ofrecían cambiar la Constitución y establecer una democracia participativa y protagónica. No fueron pocos los que estaban convencidos de que iban a construir una “patria bonita”, pero, ay, resultó ser “democracia socialista”.

 

 

Primero vino el control de cambio y los empréstitos, después el control de precios con la excusa de frenar la inflación. Después la escasez y las compras de Pudreval. Después más escasez y los primeros escarceos del hambre. El bolívar pasó a no valer nada, igual que la gasolina y el trabajo. Desaparecieron las medicinas, muchos médicos se fueron y los hospitales públicos corrieron la misma suerte que las refinerías petroleras, la hidroeléctrica del Guri, el Viaducto 1 de la autopista Caracas-La Guaira y la Torre Oeste de Parque Central. Desidia y corrupción generalizada.

 

 

Ahora llegó el coronavirus y ha encontrado a las autoridades sanitarias jugando dominó y nadie quiere dejar la partida para otro día, además no hay gasolina ni equipo de protección, además esa es otra “rompehuesos”. Afuera, están los zombis con tapabocas, incrédulos con el hambre a la vista, esperando la caja CLAP, el bono del virus chino, pero Jorgito, como José Vicente antes de la quemazón, da clases de deontología médica, de ética cuántica y muestra su sonrisa de calavera, al rato sale la hermana y dice que no hay contagiados, que el distanciamiento social funciona, que los hospitales están suficientemente abastecidos, que todos los médicos están debidamente entrenados por los expertos cubanos. Hasta ahí. Lo poco que se cosecha se pierde porque no hay gasolina.  Es el preludio de la hambruna que no se aliviará con tortas, pero suenan tortazos y hay ruido de coñazos.

 

 

Fuera de la pantalla la vida dice otra cosa en el Metro, en el Mercado de Catia  y también en la Redoma de Petare. La plata no alcanza y pareciera  que no habrá pan ni arepas, tampoco tortas ni tortillas. Vendo receta para hacer empanadas de petróleo crudo y cafecito de gas licuado.

 

 

 Ramón Hernández

 

Temblores, temores y coronavirus

Posted on: abril 18th, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

Parecen médicos o enfermeros, pero son esbirros. Andan en pareja y en motos de alta cilindrada con el equipo de protección contra el coronavirus que compró el régimen a Rusia y a China. Es material descartable. Desde mascarillas hasta cubrezapatos. Recorren las calles de Caracas y de las principales ciudades del país en grupos de quince o más. No están espantando el SARS-CoV-2, sino atemorizando. Sembrando el miedo.

 

 

Venezuela aparece en las cifras oficiales como uno de los países con menos contagios y menos fallecidos con la pandemia. 204 contagiados, 111 recuperados y 9 fallecidos. La única protección de la población son unas mascarillas o tapabocas que cada quien se las ha ingeniado para obtener, la mayoría haciéndolas ellos mismos con cualquier pedazo de tela. No son desechables ni lavables. No hay agua y el jabón de pastilla o el detergente es inasequible. La electricidad falla y gas no hay. Es un país que atraviesa una crisis humanitaria, con niños que mueren desnutridos o víctimas de patologías gastrointestinales.

 

 

El régimen declaró una cuarentena general muy parecida a un toque de queda muy relajado. La condición para transitar es tener puesta la mascarilla, sin importar su condición higiénica. No tenerla significa estar a merced de los esbirros ­ ̶ policías, soldados, guardias, milicianos y paramilitares ̶  que utilizan su carnet, su uniforme y el arma de reglamento para extorsionar y buscarse la vida. Todas las noches se anuncia la nueva cantidad de infectados, siempre pocos, y de los recuperados, siempre muchos. Entre los últimos contagios aparecen cuatro «médicos» cubanos; entre los fallecidos, un chofer de ambulancia y un vigilante privado.

 

 

Mientras el SARS-CoV-2 se propaga y aparecen algunos de los integrantes de la camarilla ejecutiva del régimen en los boletines de prensa recibiendo material sanitario proveniente de China, Irán, Rusia y Corea del Norte, en las estaciones de servicio no hay gasolina ni gasoil, diésel, y los pocos litros son preferentemente suministrados a la alta burocracia, la oficialidad militar y si queda algo para los médicos con salvoconducto. El resto de la población queda a la deriva. Debe pasar la noche y buena parte del día esperando tener suerte y que le vendan los 20 litros que le tocan, pero antes debe “bajarse de la mula” y entregarle 20 dólares al guardia, al policía o al soldado que pone orden en la fila.

 

 

De gran exportador de gasolina, hasta 1,1 millones de barriles diarios vendía en la costa este de Estados Unidos, con una de las refinerías con mayor capacidad de procesamiento del mundo, Venezuela después de 17 años de la Misión Barrio Adentro no tiene posibilidad alguna de autoabastecerse. Todas las instalaciones son un montón de chatarra. Se han incendiado y han explotado por falta de mantenimiento y mal manejo técnico, pero también porque han sido desvalijadas y canibalizadas. Cada quien se ha llevado lo que necesitaba, estaba “mal puesto”.

 

 

Desde que se conoció el brote de virus de Wuhan florecieron los chistes y la tomadura de pelo. Imaginaban que era otra gripecita u otra “alarma” de los laboratorios para disparar las ventas de antivirales u otro escándalo de mal entretenidos en las redes sociales. Como el gobierno chino ocultaba las cifras y la verdadera dimensión y peligrosidad del brote, todos se creían preparados para derrotar el virus. Hasta que llegó a Italia y la emergencia se salió de madre y en pocos días los muertos se multiplicaban a pesar de la atención médica y de las restricciones de movilidad. Todavía no han controlado los contagios.

 

 

En España, que presumía de tener el mejor sistema sanitario y que sus expertos anunciaban que sería fácilmente controlable, todavía aumentan los muertos diarios. Solo en Madrid tuvieron que habilitar un centro ferial en hospital de urgencias y dos pistas de hielo en morgues porque no había capacidad para guardar los cadáveres. En Estados Unidos, que no cuenta con un servicio público de salud, pero se vanagloria de sus adelantos médicos, científicos y tecnológicos, no les ha sido fácil dominar la COVID-19. Los más optimistas calculan que habrá 300.000 fallecimientos, y no necesariamente serán los más viejos las víctimas. El coronavirus no respeta fama, rangos militares, sabiduría ni función pública.

 

 

En Venezuela, después del tsunami que dio su primer disparo en febrero de 1992 y ha venido descargando sus cañones sin prisa y sin pausa desde 1999, el panorama luce de terror. Ni las mentes más prodigiosas de Hollywood habrían imaginado que pudieran concurrir tantas calamidades, tanto desdén, tanta mala fe, tanta ignorancia, tanta crueldad, además de tanta hambre, tanta corrupción y tanta violación de derechos humanos. Los grandes hospitales públicos que fueron pioneros en América Latina en trasplantes de corazón y riñones, con las unidades de la medicina de la mano más renombradas y con unidades de quemados que hacían milagros hoy carecen de lo más elemental, empezando por el agua, el alcohol y los antibióticos y terminando en todo lo demás.

 

 

La población entera está indefensa y cada minuto que pasa es más vulnerable. Son menos las medicinas, pero también los médicos y enfermeras: emigran a otros países. Con la epidemia también se expandió la escasez de gasolina. La irregularidad que se convirtió en normal en el interior del país, llegó a Caracas cuando más se le necesitaba por razones sanitarias y las obvias.

 

 

La medidas del gobierno se han limitado a ordenar el cierre de las actividades económicas, solo pueden abrir mercados, farmacias y centros de salud, y salvo el “bono coronavirus” por unos cuantos dólares, que recibirán los poseedores del carnet de la patria, los demás quedan a la intemperie, a la buena de Dios. Mientras, los funcionarios recorren los centros de salud con sus trajes de astronauta y sus camarógrafos, con sus esbirros con mejores mascarillas que los médicos y con guantes quirúrgicos de colores más a la moda. Nada que vender, presto libro de oraciones con su sujeto y predicado.

 

 

 Ramón Hernández

@ramonhernandezg

Revolución sin gasolina ni fuelle

Posted on: abril 11th, 2020 by Laura Espinoza No Comments

La refinería de petróleo más importante y grande del mundo era el Complejo Refinador de Paraguaná. Su capacidad instalada permitía procesar hasta 940.000 barriles diarios de hidrocarburos. La Guardia Nacional se encargaba de su custodia. A veces con sus propios planes, otras con algún cuerpo de seguridad e inteligencia del Estado y muchas con la gente de la Gerencia de Prevención y Control de Pérdidas de Petróleo de Venezuela, con el color azul como distintivo

 

 

Era el componente de las Fuerzas Armadas que se encargaba de la custodia de los bienes nacionales, públicos o privados, que tenían un interés estratégico, fuese de servicio público o de infraestructura. A nadie le extrañaba que oficiales de las Fuerzas Armadas de Cooperación fuesen comandantes de cuerpos policiales como la Policía Municipal de Caracas, la Policía Metropolitana, ni que la Guardia Nacional vigilara los túneles de la autopista Caracas-La Guaira, o de La Cabrera en Carabobo, la represa del Guri y la entrada e instalaciones del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicos en los Altos de Pipe. También estaban en las puertas de los ministerios y eran los encargados de la vigilancia y protección del edificio en el que funcionaba el Ministerio de Relaciones  Interiores en la esquina de Carmelitas. Pero también en el aeropuerto de Maiquetía, en el puerto de La Guaira y en los galpones del Correo en Caño Amarillo, diagonal a la estatua de Carlos Gardel.

 

 

Todos tenían un amigo que era guardia, un compañero de bachillerato que había ingresado a la Efofac, la Escuela de Formación de Oficiales de las Fuerzas Armadas de Cooperación o en la escuela de suboficiales, que no eran menos considerados por la población. Atentos a sus responsabilidades institucionales no era un cuerpo represivo en su esencia ni tareas. Brigadas de orden.

 

 

La democracia venezolana que nunca supo convencer a los militares de que debían ser obedientes al poder civil, y no deliberantes; y que tenía muchas razones para temer alzamientos, tirada de paradas y madrugonazos, supuso que una manera de mantenerlos tranquilos era crear puestos en la administración pública para que fuesen ocupados por militares. Así las FAC podían manejar la Dirección de Fronteras del MRE,  la Dirección de  Parques del Ministerio del Ambiente o el Instituto de Tránsito Terrestre. Una cuota de poder.

 

 

Después de muchas crisis, escándalos y fracasos relevantes del sector político –como el entramado que llevó al Viernes Negro en 1983 y a la mejor negociación de la deuda externa con la que banqueros y economistas engañaron a Jaime Lusinchi– fueron los militares, los curas y, un poco más atrás, los medios de comunicación las instituciones con más credibilidad en la opinión pública. Lo sospechoso es que los militares eran los primeros envueltos en escándalos como el de la “Chatarra de Oro” y la repotenciación de los tanques AMX30, por nombrar dos, pero fueron tantos como podía la capacidad de intriga y manipulación de José Vicente Rangel con su cara de santón que no rompe un plato.

 

 

No es público el motivo por el cual el Coba criollo tan pronto se posesionó de Miraflores y del teléfono interministerial empezó una guerra de desprestigio contra la Guardia Nacional. Hasta habló de su eliminación. Lo más probable es que, siendo un personaje de rencor perpetuo, este relacionado con cualquier pleito del capitán Chávez con los rurales de Barinas y Apure, alguna avionetica extraviada. Pero del escarnio público dio un salto cualitativo de honda repercusión. Por orden suya la Guardia Nacional empezó  a conducir  los metrobuses y tan pronto como parpadea un mono loco le cambió el nombre a Guardia Nacional Bolivariana, para que se supiera que estaba bajo su absoluto control, que le era obediente y no deliberante. No solo creó el Conas, el Comando Nacional Antiextorsión y Secuestro, que solapaba las responsabilidades de la policía judicial, sino que desde el Paseo de los Próceres presentó, como lo habría hecho su ídolo Mao Tse-tung, la Guardia del Pueblo, con funciones puramente represivas, algunas delictivas.

 

 

Las peores violaciones de los derechos humanos en Venezuela las ha cometido la GNB, aunque en los últimos tiempos la FAES de la Policía Nacional Bolivariana ha hecho méritos equiparables. Ha sido el brazo armado para “disolver” manifestaciones, para disparar bombazos al pecho de los estudiantes o descargar perdigones en la cara de las muchachas que piden libertad. El equipamiento antimotines de la GNB le cuesta más al Estado que 10 escuelas de Medicina y 10 facultades de Ingeniería, y lo usan sin contemplaciones y con crueldad superlativa. Esos no son mil ancianos, son la versión tropical de las brigadas Quds de Irán y así han sido percibidos por la población. Hasta que llegó la escasez de gasolina.

 

 

Destruido el Complejo Refinador de Paraguaná y vueltas chatarra las instalaciones de El Palito, Puerto La Cruz, El Tablazo y Jose, sin capacidad para surtir de gasolina, gasoil y lubricantes al parque automotor, la GNB reapareció en las estaciones de servicio para “poner orden en las kilométricas colas”. Ahí extorsionan, piden dólares, para permitir echar unos litros de gasolina, como antes lo hacían en la cola de la harina, del pan y de los jojotos, como hacen en las alcabalas que se quedan con lo mejor  de lo que cada quien lleva en su maleta, y en los aeropuertos que quitan los zarcillos de oro y cuanto se les ocurra. Pero, no hay mal que sea eterno. Ya aparecen los videos con gente de pueblo correteándolos y ofreciéndoles nalgadas, por ahora. Vendo charretera y un par de botas sin lustrar.

 

 

 Ramón Hernández