Villasmil: Diálogo entre demócratas

Posted on: agosto 12th, 2023 by Lina Romero No Comments

Reafirmémoslo: La Venezuela democrática dio un paso gigante hacia la reconstrucción de nuestra sociedad con la convocatoria de la Elección Primaria en octubre. Lo claramente lamentable -pero ciertamente esperable-  ha sido la conducta de los oficialistas, empeñados en su desprecio por las formas civilizadas del debate democrático. Cada día que pasa avanza la profundización del desastre nacional, pero la principal prioridad del régimen es impedir como sea una solución electoral a la crisis.

 

 

La elección del jefe de Gobierno en una democracia verdadera es uno de los momentos en el que se realiza, con más naturalidad, el debate de ideas que nace del reconocimiento de la pluralidad de las expresiones políticas de una sociedad. Podría afirmarse, por ende, que una real democracia es un lugar donde el diálogo debe ser promovido, y florecer con total naturalidad.

 

 

Porque el debate de ideas sobre la sociedad, sus retos y problemas, si en verdad lo es no se posterga o evita, es una de las formas más normales y continuas del intercambio dialógico humano, y sin duda alguna siempre necesario en la política.

 

 

El debate entre demócratas debe ser asumido con seriedad, es decir, con respeto hacia el otro, hacia los acuerdos logrados, y tomando en cuenta una clara conciencia estratégica.

 

 

No hay institución que más odien los  enemigos de la libertad que el debate plural democrático. Todos los caudillos de la accidentada historia americana han despreciado el diálogo y el debate de ideas.

 

 

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Como ya ha sido recordado en anteriores ocasiones, el pensador francés Jean Lacroix insistía siempre en que los que no son seres de diálogo, dispuestos al debate de ideas, son fanáticos: “se desconocen tanto como desconocen a los otros. Sólo por mediación del diálogo se realiza uno y se conoce: al destruir el diálogo, se destruye uno a sí mismo y se destruye al otro.”

 

 

Fanatismo: enfermedad de moda que se transmite con facilidad pandémica especialmente en las redes sociales.

 

 

El diálogo real, el que practican ciudadanos autónomos y no fanáticos, nos permite identificarnos más allá de los límites de la política. Sirve para interrogarnos sobre nuestra cultura, nuestras instituciones, nuestros modos de convivencia (o carencia de ellos), nuestras formas de expresión artística, social, nuestra vida económica. El diálogo saca a flote la humanidad en cada individuo, ayudándolo decisivamente a convertirse en ciudadano.

 

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El diálogo democrático acepta las profundas diferencias existentes en temas complejos. Albert Camus fue un no creyente que no tuvo problema en debatir y dialogar con creyentes, desde  la perspectiva del respeto al pensamiento diverso, a la crítica, al pluralismo. El intelectual francés afirmó acertadamente en una conferencia pronunciada en 1948 ante un calificado grupo de padres dominicos,  al respecto de los horrores de los totalitarismos fascistas y marxistas: “lo que el mundo espera de los cristianos es que los cristianos hablen, con voz alta y clara, y que emitan la condena de tal manera que nunca la duda, nunca una sola duda pueda surgir en el corazón del hombre más simple.”

 

 

Es importante asumir, sobre todo en estos tiempos venezolanos, que un diálogo entre demócratas no es una mera declaración extemporánea, un repetirle al otro sus errores, obviando los propios.

 

 

El diálogo democrático, si es sincero, lleva en su ser una muestra de empatía hacia el contrario, al diverso, al distinto, buscando enriquecer a ambos. Y esto es así sobre todo cuando las diferencias se producen entre compañeros de una misma idea, de un mismo programa, con una visión de país que se comparte.

 

 

Ese diálogo lo esperamos de todos los precandidatos a la Primaria. Parte de la necesidad, asimismo, del hecho de que ninguno -líder, partido, institución, organización- podrá por sí mismo sacar al país del hoyo maléfico en que ha caído. Será necesario la unidad no solo electoral, o la programática, sino los esfuerzos conjuntos en una transición futura -como lo hicieron los políticos chilenos, o españoles y sus sociedades- para poder entre todos volver hacia sendas de progreso y de esperanza.

 

 

¿Se imagina el amigo lector los escollos históricos, los recuerdos negativos, los desencuentros existentes que tuvieron que superar los dirigentes de AD y de COPEI –el recuerdo del trienio adeco, 1945-48, los marcaba a todos- para llegar a ese hermoso ejemplo de diálogo constructivo que fue el pacto de Puntofijo? ¿O todo lo que tuvieron que tragar los socialistas, radicales, comunistas y democristianos chilenos mientras construían su forma particular de unidad, convertida en concertación democrática?

 

 

Respetando los particularismos, no creo que las diferencias que hay entre los precandidatos opositores y los movimientos que representan sean mayores, más serias, importantes o trascendentes que las que hubo en algún momento  entre Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba y Rafael Caldera, o entre los chilenos Patricio Aylwin, Ricardo Lagos y Clodomiro Almeyda. Sin embargo, estos lograron acuerdos vitales -por importantes y duraderos- para el futuro de sus países. Todos, venezolanos y chilenos, aprendieron las duras lecciones de la lucha contra dictaduras.

 

 

Los ciudadanos venezolanos no esperamos más, pero tampoco menos, de los demócratas criollos de hoy.

 

 

Cada día es ocasión para que los demócratas consolidemos la unidad. Porque sin unidad, nos hundimos todos.

 

 

Sigamos, los ciudadanos, con nuestras responsabilidades respectivas, sin caer en desesperanzas alimentadas por los autoritarios y sus cómplices, y ayudando a consolidar la unidad democrática para que por esa vía se logre la unidad de una nación que necesita una cada vez más urgente reconstrucción tanto material como moral.

 

Marcos Villasmil

¡Vamos a comer curry!

Posted on: noviembre 2nd, 2022 by Periodista dista No Comments

 

La política británica, hoy cuesta abajo en la rodada (según las sabias palabras del tango), está buscando desesperadamente un deshacedor de agravios, un cacique con todas las plumas completas. Y luego del fracaso de cuatro políticos conservadores de origen anglosajón -Cameron, May, Johnson, Truss- han tenido que rendirse ante los hechos de que la masa no está para bollos, y el recién estrenado rey ha tenido que darle el encargo de formar gobierno a un descendiente de padres indios (del Punjab), de religión hindú y, por primer vez en la historia británica, un Primer Ministro con más cobres que el rey: Rishi Sunak.

 

 

Leemos en ABC: “Su fortuna personal, incluidos los millonarios ingresos de su mujer Akshata Muthy, diseñadora de moda, inversora en ‘start ups’ y heredera del cofundador del gigante electrónico Infosys, crece exponencialmente cada año. El dominical ‘The Sunday Times’ la estimó en unos 840 millones de euros en 2022”.

 

 

Sunak, apenas nombrado, mandó un mensaje con dos destinatarios: al ala “johnsonista” del partido Conservador, y a la oposición socialista. A los primeros, que se olviden de un posible retorno del “Joker” Tory, y a los segundos que él pretende agotar la legislatura hasta la próxima fecha electoral: 2025. O sea: al pueblo ha llegado un nuevo Sheriff, y es el pistolero más rápido de la comarca.

 

 

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No puede negarse el simbolismo del nombramiento  porque es mucho más que eso; no se le ha prestado suficiente atención a la creciente  influencia de ciudadanos de la India en el mundo, comenzando por la ciencia y tecnología: un tercio de los ingenieros de Silicon Valley son de allá.

 

 

Todos pendientes de los chinos, y resulta que sus vecinos al suroeste, los indios, con quienes Xi Jinping y la nomenclatura comunista china no se llevan nada bien, ya se metieron por los palos.

 

 

La original complejidad de la India merece que mencionemos que allí se reconocen 22 lenguas oficiales en medio de una intersección lingüística de muchísimos dialectos. La constitución India reconoce estas: bengalí, hindi, maithili, nepalí, sánscrito, tamil, urdu, assamesse, dogri, kannada, gujarati, bodo, manipuri (también conocido como meitei), oriya, marathi, santali, telugu, punjabi, sindhi, malayalam, konkani y kashmiri.

 

 

Recuerdo haber leído alguna vez que si dos indios desconocidos se encontraran aleatoriamente en una calle solo habría un 36 % de posibilidades de que se entendieran entre ellos, dependiendo de su etnicidad o procedencia.

 

 

El inglés (“hinglish”), se utiliza como la lengua de los negocios, replicando en sectores muy lucrativos como la prestación de servicios de atención al cliente (los llamados call centers); un 67% de los negocios de “outsourcing” (externalización) en el mundo son indios. ¿Quién que haya tenido que comunicarse telefónicamente con una empresa norteamericana, por ejemplo, por una compra de algún producto amazónico (de Amazon), no le ha tocado lidiar con un muy correcto representante que seguramente estaba en una sala de operadores de llamadas en Delhi, Calcuta o Mumbai?

 

 

Agreguemos que en India viven más de 1200 millones de personas (en verdad “hay gente pa’ todo” como el viejo dicho español), y que la extensión entre India del norte e India del sur es comparable a la distancia que hay entre Canadá y México.

 

 

Asimismo, ríase usted de Hollywood y su industria cinematográfica; “Bollywood”, la centenaria industria del cine de la India, produce más de mil filmes anuales, en la diversidad de lenguas del país.

 

 

¿Algo más? El 10% de los directores generales (CEOs) de empresas de alta tecnología del mundo son indios. Y las industrias de alta tecnología de ese país están valuadas en más de $150 mil millones.

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Rishi Sunak

 

La llegada de Rishi Sunak representa más que un recambio político. Su nombramiento no hace sino recordarnos que la verdadera revancha de la gran colonia asiática con la metrópolis isleña ya se estaba dando desde hacía mucho tiempo.

 

 

Jawaharlal Nehru, la primera persona en ocupar el cargo de primer ministro de la India al producirse la independencia del país, el 15 de agosto de 1947, afirmó irónicamente “soy el último virrey de la India”. Lo dijo en un perfecto inglés “posh”; se había educado en Inglaterra, graduándose en Harrow y en la Universidad de Cambridge. No hay que olvidar, asimismo, que Mahatma Gandhi se graduó de abogado en Londres.

 

 

Y es que asimismo se fue dando progresivamente un cambio cualitativo en las costumbres británicas, como sucedió con la gastronomía. En Londres y demás ciudades importantes de la isla hay hoy más ventas de comida de la India que areperas en Venezuela.

 

 

Así como “would you like a cup of tea?” (¿Desea(s) una taza de té?) es la frase más dicha en el cine británico -lo recordaba jocosamente el director Stephen Frears en una animada charla con otros colegas británicos-, no se queda muy atrás esta otra, que puede ser dicha, por ejemplo, por el marido recién llegado a su casa un viernes por la noche: “Darling, let’s have a curry”. Amorcito, en lugar de que cocines, ¿por qué no vamos a comer curry? (o sea, vamos a un restaurante indio).

 

 

Quienes hemos conocido esa peculiar idiosincracia sabemos que en Londres, Manchester o Birmingham, no hay “restaurantes de la India, punto”; hay restaurantes con especialidades del norte y de los otros tres puntos cardinales. Por ejemplo, si usted coloca en Google las palabras “Indian restaurants in London”, consigue innumerables resultados.

 

 

He sido testigo de un reciente intercambio en Twitter sobre el tema de la influencia india en el mundo. Una frase que merece repetirse es: “si no se entiende la trascendencia histórica de un Primer Ministro británico de ascendencia india, no se entiende nada”.

 

 

Un dato musical: Freddie Mercury, el legendario cantante del grupo Queen, tenía origen indio (nombre original: Farrokh Bulsara).

 

 

Finalmente: ¿Es que acaso alguien se imagina a un descendiente chino alcanzando el mismo cargo? Recordando otro dicho hispano ante la creciente tirria que el señor Xi Jinping y “su” partido comunista provocan en el mundo, “eso no puede ser, y además es imposible”.

 

 

Marcos Villasmil

Villasmil: Derechos sí, pero seriamente humanos (II)

Posted on: junio 5th, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

 

“La Nación tiene o ha tenido un suelo, una tierra, lo cual no quiere decir –como quiere decir para el Estado- un área territorial de poder y de administración, sino una cuna de vida, de trabajo, de sufrimiento y de sueños”.

 

Jacques Maritain

 

 

I

Estas palabras del filósofo y humanista cristiano francés Jacques Maritain –mencionado en nota anterior como uno de los que más influencia tuvo en la elaboración de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en 1948- resumen en buena parte lo que un ciudadano  –mexicano, español, suizo, alemán, argentino, neozelandés, cubano, venezolano, nicaragüense, colombiano, etc.- siente del suelo nativo, de esa cuna vital: solo desea que se le den las oportunidades y posibilidades para realizar su vida, su trabajo, y sus sueños, y que todos ellos prevalezcan sobre el sufrimiento que inevitablemente acompaña la condición humana.

 

 

La antigua palabra latina populus originariamente implicaba un llamamiento a filas. Los habitantes del mundo hemos estado estos últimos meses ante un llamamiento general a filas, en defensa de la salud personal y comunitaria; cuando el virus remita, y podamos a volver de alguna manera a vivir al descubierto, sin temores ni resquemores frente a nuestros conciudadanos, habremos de actuar, no quedarnos pasivos, para defender nuestros espacios de convivencia, de libertad, de democracia, de lo decente –entre tanto cambalache actual-, de lo que nos define más allá de las diferencias.

 

 

Deberemos ser razonables (DRAE: “adecuado, conforme a razón”) y exigir -y realizar con el ejemplo- diálogo y convivencia, y demandar lo mismo de quienes ejercen los diversos liderazgos en la política, la economía, la sociedad. Ese llamado es a que, como afirma Jorge Luis Borges, hombres “de diversas estirpes (…), que hablan diversos idiomas, tomaran la extraña solución de ser razonables: que resuelvan olvidar sus diferencias y acentúen sus afinidades.”

 

II

Retomando el tema de los derechos humanos mencionado en la nota anterior, hagamos énfasis en los sistemas económicos y su capacidad o no de impulsar una vida de calidad para sus ciudadanos. Durante la llamada Guerra Fría se contrastaban dos visiones del mundo, incluyendo diferentes versiones de la economía. Con la caída del Muro de Berlín las tesis económicas del socialismo autodenominado originalmente como revolucionario, también se derrumbaron; ya buena parte de la vertiente socialdemócrata (el viejo SPD en Alemania, por ejemplo) había dejado a un lado las tesis económicas marxistas, y el mundo profundizaba una revolución tecnológica –la globalización, esa palabra tan de moda, esa ampliación cuantitativa y cualitativa del espacio y de las comunicaciones humanas- bajo las premisas del modelo económico triunfante, denominado, grosso modo, capitalista.

 

 

Se comete entonces el error de creer que lo económico es lo fundamental; «It’s the economy, stupid» es una frase de la campaña de Bill Clinton en 1992 que coge fuerza y se pone de moda. Pero el mercado, como destaca en nota reciente Sadio Garavini di Turno, «es un verdadero y necesario motor de la historia, promotor del cambio y la innovación tecnológica, pero como todo mecanismo es ciego, crea riqueza pero la reparte con indiferencia, produciendo zonas y sectores de abundancia y de miseria. Además el mercado es inestable. Es sacudido por recurrentes crisis, desastres financieros y quiebras».

 

 

Se produce entonces una paradoja: luego de más de treinta años de un orden mundial sin alternativas económicas reales al predominio del capitalismo, hoy en día el capitalismo más exitoso en términos de resultados cuantitativos pero más salvajemente triunfante, más inhumano, se está dando en una nación comunista, China.

 

 

Vale mencionar que como un signo claro del nuevo  pragmatismo chino los escritos de Milton Friedman (Premio Nobel de Economía de 1976, y defensor del libre mercado) adquirieron popularidad entre los intelectuales, estudiantes y funcionarios gubernamentales. Friedman visitó China para dar una muy publicitada gira de conferencias en los años ochenta, prodigando elogios a sus nuevos discípulos chinos. El profesor probablemente no sabía que sus teorías serían «adaptadas» para servir confortablemente a  los verdaderos intereses de sus nuevos lectores asiáticos.

 

 

Centenares de análisis, de ensayos y de artículos se han escrito sobre los fabulosos resultados chinos medidos en esas categorías tan al gusto de economistas preocupados por curvas, por estadísticas y por tablas, pero no tanto por la calidad de vida de los ciudadanos. Lo cierto es que más allá de números, y como pueden atestiguar por estos días coronavíricos los muy luchadores pero cada día más amenazados ciudadanos de Hong Kong, las garras del nuevo emperador chino, Xi Jinpin, quieren destruir los espacios de libertad de la otrora colonia británica, así como de la China continental.

 

 

China es el ejemplo perfecto de que puede haber capitalismo sin democracia. Su modelo capitalista, rigurosamente planificado por regiones, donde una libertad económica sui generis existe para las grandes empresas que inviertan sin importarle mucho los derechos humanos de los ciudadanos de ese país, cumple una meta fundamental: generar riqueza y divisas que permitan en primer lugar consolidar un asfixiante control político y social del partido Comunista sobre la sociedad, y en segundo lugar, exportar urbi et orbi las ansias de poder de la cúpula comunista. El paradigma chino: la esclavitud, modelo siglo XXI.

 

 

III

 

 

Libertad sí, para los actores económicos fundamentales, parece ser la divisa prevaleciente en lo que va de siglo XXI. Para colmo, esta realidad ha significado la degradación alarmante del medio ambiente tanto por actores autoritarios como demócratas, con consecuencias ya visibles para todos. Antiguamente, se responsabilizaba a la naturaleza por todo aquello que no entendíamos; hoy entendemos mucho más gracias a la ciencia, y sin embargo no nos importa vejar y vejar a nuestro planeta. En esto, China está también entre los principales agresores.

 

 

Los que deseamos que el futuro inmediato post virus chino (algunos, erróneamente, lo llaman “nueva normalidad”, olvidando que si es nuevo no puede ser normal, porque al momento de normalizarse, ya será viejo) traiga cambios cuantitativos y cualitativos visibles no podemos exigir perfección a la labor humana, pero sí el deseo de perfectibilidad, de romper con las inercias, de promover la creatividad y la innovación. Con liderazgos que unan imaginación creativa, junto a valores humanos indispensables, además de con capacidad y vocación estratégica (para evitar voluntarismos), a fin de prepararse para imprevistos y desastres como la actual pandemia.

 

 

Frente al predominio del lenguaje tecnocrático oscuro, y de la visión estrictamente economicista y burocrática, hay que reivindicar que en una verdadera democracia ninguna fría cifra macroeconómica puede ser más importante que la construcción de ciudadanía y la protección de la vida humana. Y, en respuesta a los neomarxistas como Zizek, que revolotean hablando de un nuevo modelo de comunismo, la defensa de la vida humana solo puede ser hecha desde la libertad, la categoría política fundamental, en palabras de Hannah Arendt.

 

 

Como consecuencia de los desarrollos señalados, son visibles en todas las latitudes las evidentes carencias, fallas y errores de una economía que no solo no resuelve los problemas de sus ciudadanos, sino que incluso promueve un sistema de relaciones sociales fundamentalmente injusto; un trato humano como un mero intercambio de mercancías; un ciudadano visto como consumidor siempre, como votante en época de elecciones. Luego del virus chino en muchas sociedades solo se ofrece un porvenir que luce incierto e incluso agotado, sobre todo para los que siempre están jodidos; hay demasiados jefes de Gobierno que si bien no lo afirman, piensan lo que al parecer dijo cierto presidente guatemalteco: “estamos jodidos todos ustedes”.

 

 

¿Hay acaso en la experiencia humana actual algún modelo que, sin ser ni mucho menos perfecto, haya podido desde la libertad generar bienestar y riqueza por mucho tiempo a sus ciudadanos? Ciertamente; es un modelo impulsado en los años cincuenta, y que fue herramienta decisiva en el logro del llamado “milagro económico alemán”: la Economía Social y Ecológica de Mercado (ESEM). Fue promulgada para una sociedad que comenzaba a rescatar la libertad, con muchas heridas en el pasado reciente, pero que necesitaba un proyecto fundamentado en “valores que promovieran la iniciativa de las personas” (Ludwig Erhard, Ministro de Economía de la República Federal de Alemania entre 1949 y 1963), para superar la pobreza y generar riqueza, tomando como pilar la colaboración entre las instituciones privadas y el Estado democrático bajo dos conceptos fundamentales: la solidaridad y la subsidiariedad. Solidaridad con los más débiles y necesitados, y subsidiariedad en tanto el Estado no debe realizar actividades que pueden ser efectuadas por los ciudadanos, en forma individual o colectiva, dentro de un modelo descentralizado, federal.

 

 

Ludwig Erhard y Alfred Müller-Armack

 

 

Uno de sus principales creadores fue el economista Alfred Müller-Armack, quien presentó en 1947 el esquema teórico de una “tercera forma”, aparte de la tradicional economía de mercado liberal (fundamentalmente anglosajona) y la economía planificada socialista. Para él un futuro orden económico en la Alemania destruida por la guerra requería que el mercado fuera la columna vertebral de una economía dirigida por criterios sociales, centrados no en asistencialismo o paternalismo, sino en ayudar a las personas a valerse por sí mismas, a convertirse en ciudadanos responsables, con derechos, pero también con deberes.

 

 

Después de la Segunda Guerra Mundial el pueblo alemán se dio en 1949 un nuevo orden estatal, político y social aprobando una Ley Fundamental que al comienzo de su artículo primero señala de forma tajante: “la dignidad humana es intangible.  El pueblo alemán, por ello, reconoce los derechos humanos inviolables e inalienables como fundamento de toda comunidad humana, de la paz y de la justicia en el mundo». Una dignidad que respeta tanto la esfera personal como la comunitaria, ya que necesita de ambas para poder realizarse plenamente. Desde esta perspectiva, la ESEM fue ampliando su base política, desde su origen demócrata-cristiano, hasta que la sociedad alemana la adoptó sin problemas, y luego poco a poco fue expandiéndose a otros países, empezando por la vecina Austria, y luego, con matices propios, a diversos países de Europa del Norte. Los resultados económicos y sociales están a la vista. Así como actualmente en el combate al virus chino.

 

 

Hay que derrotar al escepticismo, exigiendo que crezcan aún más los “liderazgos razonables, que olviden diferencias y acentúen afinidades” mencionados por Borges; no es una utopía, los alemanes lo lograron con su reconstrucción. Lo hemos dicho en notas anteriores; no es un asunto de azar o suerte. Alemania no se “consiguió” a Angela Merkel, o Nueva Zelanda a Jacinda Ardern; ambas son fruto de sociedades libres, donde el mercado funciona con un Estado meritocrático y regulador, con una fuerte dosis de solidaridad y de intuición social, y donde, dentro de las fallas y límites propios de la condición humana, la vida se respeta y dignifica.

 

 

Marcos Villasmil

Villasmil: Derechos sí, pero seriamente humanos (I)

Posted on: junio 2nd, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

Comienzan a abundar manifiestos, artículos, ensayos y llamados en muchos de los cuales se siente una verdadera y sincera angustia por lo que nos deparará eso que algunos denominan “nueva normalidad”, a darse en el mundo post-virus chino, sin que tengamos claro si estamos hablando de meses o de años.

 

 

Lamentablemente, aquí hay que recordar que las buenas intenciones no bastan, que el camino de ladrillos amarillos puede conducir a más de un infierno, o como se decía antes, que el remedio puede ser peor que la enfermedad. ¿Hay acaso algún político, de cualquier denominación, que no afirme que actúa pensando en esas dos palabras cada día más vaciadas de significado sustantivo, el “bien común”? Hablemos entonces primero de los teóricamente bien intencionados, luego lo haremos de los pillos de siempre.

 

 

Arranquemos con una afirmación que creo que puede llevar la aprobación de todos: o los líderes económicos, políticos y sociales encuentran maneras de empatizar con las mayorías en sus países y regiones y hacer del modelo socio-económico prevalente no una fuente de desigualdad creciente entre las minorías que navegan confortablemente en los mares de la globalización y las mayorías abandonadas a su suerte en botes salvavidas averiados, o la ira ciudadana, una auténtica arrechera viral, seguirá creciendo y llevándose todo a su paso.

 

 

¿Qué es lo mínimo a exigir? En palabras del imprescindible Albert Camus: “se trata de conciliar justicia y libertad. La meta a la que debemos aspirar es que la vida sea libre para cada uno y justa para todos”.

 

 

Esa palabra huidiza, y que tantos dolores de cabeza da a economistas, sociólogos, politólogos y filósofos, “desigualdad”, nos lleva a los diversos menús de discusión actual, en especial cuando se cae en el debate de escoger entre “salud” o “economía”; el cual, debe afirmarse, no es exacto: una cosa es escoger, otra distinta priorizar; no hay una buena política sanitaria sin un sistema económico próspero y saludable, con instituciones plurales y que se contrapesen. O dicho en cristiano: la economía debe ofrecer diversas alternativas de calidad de vida y de servicios que permitan generar ciudadanos sanos.

 

 

En palabras recientes de Abdón Vivas Terán: “No puede existir duda alguna en que la prioridad de los gobiernos, los ciudadanos y la economía debe ser proteger y salvar vidas. Este noble propósito halla su asidero directo en el principio de la dignidad de cada persona la que, a su vez, es la sustancia esencial de la libertad y de la libre determinación que caracteriza a cada ser humano”.

 

II

 

 

Entran al escenario, para el segundo acto, dos palabras que resumen todos los valores que nos han llevado a intentar construir sociedades un poco más justas, con conquistas y logros a pesar de muchas heridas que todavía no cierran, o de injusticias que no terminan de erradicarse: derechos humanos.

 

 

Nos recuerda el filósofo polaco Leszek Kolakowski (1927-2009) que los derechos humanos poseen estas tres características fundamentales: “son válidos por la inherente dignidad del ser humano, y forman parte del orden natural, no son establecidos por leyes o decretos positivos; segundo, que este orden es inmutablemente válido doquiera que haya seres humanos interactuando y conviviendo; y tercero, estos derechos son individuales, y solo individuales, no pertenecen a grupos sociales, razas, clases, profesiones, naciones u otras entidades”.

 

 

Es el momento de hablar entonces de los malos de la película. En especial, de su desprecio por los derechos humanos.

 

 

La vigente Declaración Universal de los Derechos Humanos fue aprobada el 10 de diciembre de 1948; su redacción fue plural, con variadas influencias en el borrador final, entre las cuales destacó la del filósofo y pensador humanista francés Jacques Maritain. ¿Quiénes fueron sus principales críticos, sus opositores desde el inicio? Los países del llamado “bloque soviético”, o sea comunista, encabezados por la Unión Soviética, bajo el argumento de que se ignoraban los derechos soberanos de los Gobiernos democráticos, y de que predominaba la defensa de los derechos individuales sobre los colectivos. Para los estalinistas, y sus seguidores en las diversas familias socialistas, los derechos individuales no existen por sí mismos, son concesiones coyunturales del Estado. Está visto y demostrado que para ellos, asumir en todo su valor los derechos humanos es negarse a sí mismos.

 

 

III

 

Acto tercero: En estos días vemos una creciente y muy activa postura de defensa de la responsabilidad y presencia del Estado en la sociedad post virus chino; no puede negarse que sin duda alguna las instituciones estatales tienen importantes roles que jugar, tanto regulatorios como ejecutivos, pero nunca deben invadir territorios que en una democracia centrada en la libertad son exclusivos de los ciudadanos. Los autoritarismos, en diversas esferas geográficas, quieren usar el virus chino y sus consecuencias para impulsar su agenda negadora de los derechos ciudadanos.

 

 

Una vez más, como en la primera hora intentaran hacer los soviéticos y sus satélites, se busca darle predominio a lo colectivo, bajo control estatal, sobre lo individual. Veamos un reciente ejemplo chileno: Sergio Micco, Director del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), en una difundida entrevista al diario El Mercurio, había señalado que “no hemos hecho lo suficiente para comunicar una de nuestras verdades: no hay derechos sin deberes”. Suena lógico ¿verdad? No para ciertos representantes de la capilla totalitaria socialista, quienes prácticamente pidieron la cabeza –y el resto del cuerpo- de Micco, dispuestos a quemarlo en un auto de fe marxista. Al reconocer solo derechos, sin deberes, se busca un individuo egoísta, centrado en sí mismo, negado a cualquier fortalecimiento de los valores comunitarios. Su vida se centra en una relación dependiente y paternalista con el Estado.

 

 

Pero, ¿y qué decía el patriarca Marx al respecto? No hay derechos, solo deberes frente al Estado. Volvamos a Kolakowski: “Para Marx, todos los derechos son productos de unas determinadas relaciones de producción; los conceptos de libertad y derechos humanos son expresiones de una sociedad burguesa que está a punto de colapsar”. Pablo Iglesias, de Podemos, vicepresidente del actual Gobierno español, no lo diría más claramente.

 

 

Marx no se imaginó que el modelo de sociedad que promulgaba produciría los campos de concentración más grandes de la historia; pero diversos críticos, incluso en vida de Marx y antes de la llegada del “socialismo real” con el leninismo, ya habían afirmado que si el programa marxista se concretaba, haría de cada ciudadano un mero objeto propiedad del todopoderoso Estado. Como los médicos cubanos hoy, esclavos generadores de ingresos para el siempre quebrado régimen castrista.

 

 

Históricamente se ha demostrado que solo en sociedades con instituciones económicas libres, eso sí, bajo claras regulaciones gubernamentales que controlen excesos, con un Estado al mismo tiempo solidario y subsidiario, se puede dar el progreso necesario, la generación de riqueza personal y social que favorezca el desarrollo de personas -no meros individuos aislados- participantes en un rico y plural abanico de comunidades intermedias de carácter económico, cultural, social. Ciudadanos, que no esclavos. A los ejemplos me remito, citando países que han dado las mejores respuestas ante el virus chino, con apoyo unitario de sus ciudadanos, y con servicios de salud adecuadamente preparados: Alemania, Costa Rica, Nueva Zelanda, Uruguay, Islandia, Noruega, Finlandia, Taiwán.

 

 

Regresando a Camus: “se trata de estar al servicio de la dignidad del hombre con métodos que sigan siendo dignos en medio de una historia que no lo es”.

 

 

En mi siguiente nota haré referencia a una de las alternativas a los diversos modelos económicos autoritarios, que no sirven ni siquiera para administrar la pobreza que generan.

 

 

Marcos Villasmil

Trump, los republicanos y las elecciones en 2020

Posted on: julio 28th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

 

Ante las elecciones del año próximo, el partido Republicano enfrenta un problema contrario al de su rival Demócrata, que sufre una hemorragia candidatural. Hasta ahora solo tienen a Donald Trump. Bueno, hay un exgobernador de Massachusetts, William Weld, que estaría “explorando” la posibilidad de enfrentarse a Trump; nadie lo toma en serio.

 

 

Claro, esa es la tradición; el presidente en funciones es prácticamente aclamado por su partido como candidato automático a la reelección, y si no vence en ella, le sale irse al retiro a escribir sus memorias, si le provoca. De hecho, en toda la historia solo un presidente fue reelecto en periodos no consecutivos, Grover Cleveland (1885-1889 y 1893-1897), primer presidente proveniente del partido Demócrata desde la Guerra de Secesión (1861-1865).

 

 

El lanzamiento oficial de la campaña del actual presidente fue en Florida, estado fundamental para poder volver a ganar; sitio repleto de cubanos, venezolanos o nicaragüenses, a quienes Trump tiene tiempo haciendo carantoñas y promesas de libertad. Hasta ahora se ha quedado en puro verbalismo, mucho ruido y pocas nueces, que diría Shakespeare.

 

 

La realidad es que la política no es para Trump lo que para un político de militancia tradicional; así, puede afirmarse que su campaña para la reelección comenzó el día que se juramentó como presidente. Su estilo desconcertó a tirios y troyanos en 2016, y ya va siendo hora de que sus rivales aprendan sus mañas. Hillary Clinton y sus seguidores todavía se quejan de que sacaron tres millones más de votos populares que Trump, qué injusticia, etc. Podrían haberse molestado en averiguar cómo funciona el sistema electoral gringo, donde el ganador es quien recibe al menos 270 votos para el llamado Colegio Electoral, los que obtiene un candidato al sumar sus victorias en diversos estados (California tiene 55 votos, Texas 38, New York y Florida 29, Illinois y Pennsylvania 20, etc.). El voto popular es un dato importante, pero no es el definitivo. Los republicanos tienen claro que las elecciones se ganan o se pierden fundamentalmente en Wisconsin, Michigan, Ohio, Pennsylvania, Nevada y Florida. Los Demócratas saben que sin la mayoría de ellos, sus probabilidades son nulas.

 

 

Las encuestas más recientes muestran que en las elecciones del año que viene aumentará la participación ciudadana en comparación con las elecciones parlamentarias de 2018. Y también indican que ello podría favorecer a Trump. ¿Por qué? El aumento del voto republicano se deberá a votantes que votaron por Trump en 2016, y que decidieron quedarse en casa el año pasado; los demócratas al parecer necesitan una mayor participación de votantes que no lo hicieron ni en 2016 ni en 2018. Además, esos aumentos variarán de estado a estado. No es mucho consuelo para los Demócratas un crecimiento significativo de votantes en  California o Nueva York. Y en los estados del Medio Oeste, vitales para la victoria, no se hace presente de manera significativa una fortaleza Demócrata: la diversidad étnica.

 

 

Hace tres años Trump se concentró en ganar el Colegio Electoral; el año que viene aplicará la misma medicina. Los latinoamericanos arriba mencionados deben asumir que para el republicano su destino solo será importante si le sirve para repetir la presidencia.

 

 

Por otra parte, la relación con México la ha manejado Trump con maestría; cuando Trump se vio abajo en las encuestas, varias semanas después de lanzar su campaña, el presidente amenazó a ese país con aplicar un 5% de aranceles a la mayoría de sus productos, si no era capaz de contener la migración que llega a los Estados Unidos (ello, a pesar de que históricamente los Republicanos han sido enemigos de los aranceles; hasta ese punto tiene domesticado Trump al GOP.) La respuesta del presidente mexicano, una cuasi rendición, le vino perfecta a Trump, quien eliminó la medida arancelaria y quedó con un héroe ante sus votantes.

 

 

Aunque la participación de votantes latinos fue decepcionante en las presidenciales de 2016, los Demócratas tendrán una ventaja en el 2020 con dichos votantes, porque “Donald Trump ya no es una amenaza teórica. Ya tiene un historial real”, como afirmara uno de los precandidatos,  Julián Castro. “Ha sido un terrible fracaso en lo que hace a la comunidad latina”. Según una encuesta reciente de Univisión, casi el 63 por ciento de los votantes hispanos a nivel nacional planean votar por quien sea elegido como el candidato Demócrata, mientras que solo el 18.6 por ciento piensa votar por Trump, y el 18.7 por ciento permanece indeciso.

 

 

Cualquier elección presidencial donde participa un presidente en funciones es un referendo sobre su gestión, y  usualmente lo gana. (El último presidente en perder una reelección fue George H. W. Bush, en 1992).

 

 

Los medios han sido informados de que la estrategia central republicana será impulsar el voto de su base (una de las modas más usadas últimamente en muchas partes); la misma se relaciona con otro concepto muy de moda: la polarización. Pero resulta que eso no fue lo que pasó en 2016; su éxito se debió a la capacidad de persuasión sobre el alto porcentaje de indecisos que había en el día electoral. Y lo mismo pasó con la victoria Demócrata para la Cámara de Representantes el pasado mes de noviembre: los independientes y los “swing voters” fueron los que impulsaron dichos triunfos. El voto duro es muy necesario, pero no suficiente.

 

 

Una ventaja para el aspirante a la reelección es que hoy el aparato político y mediático Republicano está enteramente al servicio de cualquier universo alternativo que el empresario impulse. La frase vigente en la mente de (casi) todos es: “culto a la personalidad” (del actual presidente).

 

 

Una gran incógnita es, sin duda, el impacto que tendrán los recientes ataques racistas de Trump a las noveles representantes demócratas  Ayanna Pressley (Mass.), Rashida Tlaib (Mich.), Alexandria Ocasio-Cortez (N.Y.) e Ilhan Omar (Minn.); ataques luego condenados por la mayoría Demócrata en la Cámara Baja.  El presidente afirmó que lo hizo porque “ellas odian a los EEUU”, y si se sienten infelices, deberían irse; al parecer, el centro de la estrategia trumpiana es decretar una guerra civil racial. Increíble. Los comentarios de Trump, que dominaron los medios por días, quizá son un abreboca del tipo de campaña que impulsará el empresario: abiertamente desafiante, incitando al choque racial, en un esfuerzo por excitar a su base ultra-derechista.

 

 

Mientras, en marzo pasado el llamado “war chest” (el arca financiera para la guerra) trumpiana tenía $41 millones. Para el final de la campaña eso será una minucia, algo así como dinero de caja chica. Un dato interesante: Clinton superó claramente al candidato Republicano en gastos de campaña (el total, de ambos, fue de $2.4 mil millones); pero lo que recibió Trump gratis de los medios de comunicación –al informar u opinar de forma obsesiva, a veces desbocada, sobre las acciones y declaraciones del muy exótico candidato- fue gigantesco, se calcula que alcanzó los $5 mil millones.

 

 

Los gastos de campaña en los EEUU no tienen límites reales (a diferencia de otras democracias), ya que se considera que en época electoral el dar dinero a la política es promover la libertad de expresión. El problema es que, si el dinero es expresión, quien contribuye con un candidato perdedor termina simplemente dando gritos al vacío. Así quedaron millones de simpatizantes Demócratas en 2016; ¿se repetirá la historia en 2020?

 

 

Marcos Villasmil

Frente al «patria o muerte» castro-chavista, el «ahora o nunca» democrático

Posted on: mayo 27th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

 

Después de 21 años –toda una mayoría de edad, por donde se le vea- puede afirmarse sin vacilar que el chavismo es, esencialmente, una crisis. Perenne. Un cataclismo social y antropológico que, en los tiempos de la historia puede parecer un mero suspiro, pero que para los ciudadanos venezolanos luce una eternidad. Para entender el porqué quizá baste mencionar lo señalado al comienzo de una reciente nota del New York Times: “El colapso de Zimbabue con Robert Mugabe. La caída de la Unión Soviética. La desastrosa crisis de Cuba en la década de los noventa. El desplome de la economía de Venezuela ha superado todos esos desastres”.

 

 

El no reconocimiento, la negación de dicha crisis se expresa en una patología que afecta a sus actores y autores principales (Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Diosdado Cabello, Jorge Rodríguez, Tarek El Aissami, entre los más reconocibles por sus abultados prontuarios criminales), a sus seguidores internos –lo que queda del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), última excusa organizativa para pretender darle visos democráticos y participativos al temperamento esencialmente caudillista y autoritario de Chávez- y externos –toda una izquierda de diversas recetas y sabores, repartida especialmente por el Cono Sur y la Europa meridional, más una variada gama de sanguijuelas internacionales (como los ya desocupados tomistas de la sede de la embajada venezolana en Washington) que vieron en Hugo Chávez y su olímpicamente atrabiliario ego la forma de solucionar sus problemas materiales-. Mención especial merece el actor hollywoodense Danny Glover, quien visitó varias veces a Chávez y a Maduro en búsqueda de fondos para un proyecto fílmico, nunca iniciado o completado (como casi toda obra chavista), sobre la vida de Toussaint-Louverture, personaje fundamental de la independencia haitiana. Se afirma que el avispadísimo actor (protagonista de las diversas entregas de “Arma letal”) ya ha recibido al menos 18 millones de los verdes.

Danny Glover y Hugo Chávez

 

 

Para el chavismo en sus tiempos felices, contradiciendo a Rubén Blades y su Pedro Navaja- la vida no daba sorpresas. Todo estaba calculado, medido, domesticado de acuerdo a una rutina centrada en satisfacer las apetencias y deseos de sus líderes –internos y foráneos, como los hermanos Castro-. Su ejercicio de gobierno era asimismo un paulatino proceso de anulación y persecución de toda crítica; solo el elogio a la figura del comandante, el jolgorio adulador a sus planes faraónicos, eran aceptables. Hasta que su Titanic particular se topó con el iceberg de la realidad.

 

 

Por eso no deja de causar risa que hace un par de semanas Nicolás Maduro convocara a lo que queda de sus huestes a un ejercicio de autocrítica, una jornada de diálogo y rectificación del chavismo, frente a la crisis que ellos mismos han cuidadosamente incubado y producido. Un supuesto debate “socialista”, que se dio casi en la clandestinidad, ante el total desinterés y desdén de los millones de ciudadanos venezolanos. Los delegados eran recibidos en el salón de reuniones del hotel Alba Caracas por un cuadro del “comandante eterno” cuya eternidad apenas llegó a los 58 años.

 

 

Todos, sin necesidad de que nadie les preguntara, jurando lealtad eterna a Nicolás Maduro; tanta insistencia hace recordar un viejo dicho: dime de qué presumes y te diré de qué careces.

 

 

La pregunta a responder aparentemente era ¿cómo renovar la acción fundamental, el “patria o muerte” castro-chavista? Para Tania Díaz, vicepresidente de la ilegal constituyente chavista, “hay que seguir el mensaje de Chávez, profundizar la revolución” (que es lo que seguramente está haciendo Maduro, profundizando la represión, la tortura y la persecución). Dispuestos todos a ofrendar la vida…de los indefensos ciudadanos venezolanos, claro. Hubo incluso ingenuos que exigieron un firme combate “contra la corrupción, la burocratización y el autoritarismo”. Eso es como pedirle a un escorpión que abandone su aguijón.

 

 

Las jornadas ofrecieron como nuevos los mismos viejos recados voluntaristas, tan vacíos como los tanques de gasolina del sufrido parque automotor criollo. Asimismo, alguna palabrería conciliatoria – cuando el chavismo habla de diálogo es que el semáforo vital les muestra la luz roja -; pero a pesar de las sonrisas nerviosas y la retórica triunfalista, no pueden quitarse de encima los hedores autoritarios, de podredumbre sin remedio proveniente de las cloacas chavistas. Es lo que sucede con todos los cadáveres.

 

 

Estas tristes jornadas más justificativas que reflexivas, no añadieron nada nuevo al considerable bagaje de lugares comunes y sandeces seudo-ideológicas y económicas que el chavismo y su socialismo del siglo XXI, que nacieran muertos como concepción de sociedad futura y alternativa, han generado siempre. Solo quedan las ruinas de un régimen que sobrevive gracias al corrupto apoyo de Vladimir Putin y Raúl Castro, esos autócratas que planean como zamuros sobre las diversas posturas ideológicas convencionales porque las confrontan y superan, al representar en buena medida lo que Umberto Eco llamaba el “fascismo eterno”.

Juan Guaidó, presidente interino de Venezuela

 

Frente a la insistencia de la mentira, del odio y del apartheid, del mensaje de muerte característico del chavismo, contrastan las palabras de esperanza y de vida, de futuro y libertad, del “ahora o nunca” encabezado por Juan Guaidó y sus tres premisas fundamentales: fin de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres. Mensaje que sigue difundiendo por toda la geografía criolla, reuniendo multitudes, ciudadanos entusiasmados por oír a su presidente. Mientras, los emisarios de la muerte se esconden en sus cuevas/bunkers, con un Maduro que solo aparece en sitios públicos fuertemente custodiado –el susto de los drones no se le debe haber pasado- y rodeado siempre de militares.

 

 

El “patria o muerte”, al igual que en Cuba, languidece y fallece. Mientras que el “ahora o nunca” democrático está más vivo y desafiante, porque posee –en palabras de Albert Camus sobre la lucha de su patria contra el nazismo- la obstinación de las primaveras.

 

 

Las verdaderas preguntas que deberían haberse planteado los socialistas criollos es por qué y cómo Juan Guaidó, en apenas varios meses, ha alcanzado un grado de respeto y de apoyo entre los ciudadanos que no alcanzó jamás Hugo Chávez Frías.

 

 

Marcos Villasmil

Una violencia sin límites

Posted on: marzo 14th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

 

Los venezolanos, recordando al escritor inglés Charles Dickens, pareciéramos estar viviendo el mejor de los tiempos (gracias a la aparición de una luz de esperanza bajo la guía de Juan Guaidó, nuestro presidente interino por mandato constitucional y con amplio apoyo popular), y el peor de los tiempos, luego de 20 años de destrucción de la república civil venezolana, de la violencia cada vez más intensa contra todo y contra todos, bajo el mando primero de Hugo Chávez, y luego de su heredero, Nicolás Maduro. Una crisis que pareciera estar llegando a un momento terminal. Y precisamente por ello la violencia del gobierno no cesa, más bien se intensifica.

 

 

 

No uso la palabra violencia a la ligera. Primero, atendamos a las cuestiones terminológicas, que deben ser cuidadas en estos tiempos confusos e inciertos.

 

 

 

Conversando con un amigo, llegamos a la conclusión de que conviene en esta hora recordar a Hannah Arendt, en su diferenciación del mundo institucional romano, según el aforismo latino de Cicerón,“Cum potestas in populo auctoritas in senatu sit” y que significa: “Mientras el poder reside en el pueblo, la autoridad descansa en el senado”.

 

 

 

En la correcta comprensión de estos dos conceptos, la auctoritas y la potestas, descansaba el equilibrio del Estado Romano; expresiones genuinas de una auténtica visión plural de las instituciones que conforman el gobierno de una sociedad. Ostenta la auctoritas aquella personalidad o institución que tiene capacidad moral para emitir una opinión cualificada sobre una decisión.  La Auctoritas no la concede ni siquiera la ley, mucho menos la fuerza física, se gana demostrando a los demás, a través de las acciones, que se es digno de respeto.

 

 

 

Aplicado al actual caso venezolano, Hugo Chávez nunca mostró ni demostró real interés alguno en expresar ética o moralmente sus razones para el ejercicio del gobierno; sus palabras eran cortinas de humo que ocultaban su deseo sincero de llevar a los venezolanos al “mar de la felicidad” de la tiranía castrista. Y la ya raída y gastada careta democrática de la tiranía, cae definitivamente al ser abrumadoramente derrotada en las elecciones de noviembre de 2015, cuando la oposición, en las últimas elecciones con algún rasgo mínimo de legitimidad, logra conquistar 2/3 de la Asamblea Nacional. Ese cuerpo parlamentario, hoy el único poder público que se ha negado a someterse a la autocracia, vale decir a La Habana, es la única institución con auctoritas. Y ese mismo día, en esa misma elección, perdió el “proceso” la potestas, ya que el pueblo con su acción a pesar de los groseros ventajismos y trampas, de un Registro Electoral que solo en régimen y sus actores fundamentales conoce, le dio la espalda, definitivamente, al socialismo del siglo XXI, a sus mentiras y abusos. Bueno, en verdad, al socialismo, sin adjetivos calificativos.

 

 

 

Conviene recordar que no es la primera vez: en la década de los sesenta el castrismo tuvo como uno de sus objetivos centrales la conquista del petróleo venezolano y fue derrotado militar, social y culturalmente por una sociedad democrática y sus instituciones, bajo los gobiernos de Rómulo Betancourt, Raúl Leoni y Rafael Caldera. Algo que hoy omiten los incondicionales de La Habana, obsesionados con el tema de que “los gringos quieren apoderarse del petróleo venezolano”. Nunca tuvieron necesidad; Venezuela siempre fue un socio comercial confiable, dentro de reglas económicas del mercado. Los gringos pagaban y nosotros les vendíamos. Incluso no se opusieron a la nacionalización petrolera, hace más de cuarenta años.

 

 

 

¿Qué le queda al chavismo entonces, sin poder y sin auctoritas? Solo tiene en sus manos su opuesto, la violencia. Eso es lo único que los sostiene.

 

 

Ahora bien, la violencia chavista posee características especiales. Max Weber nos definía al Estado como un órgano que posee el monopolio de la violencia física legítima. La dictadura chavista es original en el hecho de que no tiene ni su monopolio ni genera algún modelo de seguridad ciudadana o institucional. Ha apostado siempre por la anarquía, la anomia, la crisis.

 

 

La violencia chavista es multifocal y multidireccional. Se diversifica según sea necesario para golpear a sus adversarios, que ya somos todos los venezolanos, pero a la larga, al quedarse sola, sin autoridad ni poder que la legitimen, y ante el derrumbe progresivo de las bases sociales esenciales del régimen, se ha vuelto entrópica. Como se pudo ver el 23 y 24 de febrero en la frontera, la conforman actores diversos, como integrantes de la fuerza armada, de la guerrilla colombiana, de miembros del ejército cubano, del hampa común, de los grupos paramilitares financiados desde tiempos de Chávez por el gobierno.

 

 

 

Su objetivo es uno solo: mantenerse el mayor tiempo posible en el control del gobierno, según las instrucciones del amo castrista. Por ello su violencia no tiene límites, en realidad nunca los ha tenido, desde el 4 de febrero de 1992, cuando intentaron llegar al poder por la violencia de un golpe de Estado fracasado.

 

 

Durante 20 años le han aplicado violencia a todas las instituciones, a todos los intentos de diálogo, a todos los mecanismos posibles de solución electoral.

 

 

 

La violencia chavista, nunca fue un medio, siempre fue un fin en sí mismo. Los venezolanos tardamos mucho en asumir esa realidad, por inhumana, por imposible de evaluar según criterios éticos o morales mínimos, o según la legislación convencional. Su inhumanidad los ha desnudado frente al mundo como genocidas.

 

 

 

Por ello al chavismo, y su fracaso en el ejercicio del gobierno, no se le puede juzgar según meros criterios administrativos, de políticas públicas, incluso de su monstruosa corrupción, jamás vista en América Latina. Su núcleo definidor es el desprecio por la dignidad humana, su mensaje de odio, de destrucción y el menosprecio a todo aquello que se oponga a sus designios de control total –totalitario- de los procesos sociales, culturales, educativos, económicos. Por su intento de reducir al ser humano a un mero robot unidimensional, a un supuesto “hombre nuevo” que, como en todos los experimentos socialistas previos, terminó en un obsceno e inhumano fracaso.

 

 

 

Marcos Villasmil

 

Trump vs. las mujeres, Hollywood y Harvard

Posted on: noviembre 15th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

Son varios los temas que surgen luego de las elecciones en Estados Unidos realizadas el pasado 6 de noviembre.

 

 

Los últimos cuatro presidentes han perdido elecciones a mitad de periodo. Bill Clinton perdió el control de ambas cámaras en 1994; George W. Bush y los republicanos en 2006; los Demócratas y Barack Obama perdieron la Cámara de Representantes en 2010 y el Senado en 2014. Para Donald Trump mantener el Senado tiene una importancia basada, ente otros asuntos, en la capacidad que seguirá teniendo de que le aprueben sus candidatos a los cargos judiciales, como la Corte Suprema. Por esa vía busca dejar su impronta cultural incluso cuando haya dejado el cargo, en su particular batalla por cambiar el alma y los valores de la nación del Norte, y devolverla a los tiempos del Ku Klux Klan y la xenofobia, así como del antisemitismo y del racismo más feroces.

 

 

 

Sin olvidar otras ganancias obtenidas y menos publicitadas de los Demócratas en 2018, como varias legislaturas estadales, ellos obtuvieron asimismo varias “trifectas”:ganaron la gobernación y las dos cámaras legislativas estadales en Nueva York, Illinois, Nuevo México, Colorado, Maine y Nevada, y acabaron con las trifectas republicanas en Michigan, New Hampshire, Kansas y Wisconsin.

 

 

 

Recordemos asimismo que una vez más Donald Trump (quien insistió que esta elección era un referendo sobre su persona) pierde el voto popular, al igual que en 2016, estas vez por mayor diferencia; las consecuencias pueden verse nítidamente en el resultado victorioso para los Demócratas en la Cámara de Representantes: Una elección nacional, con resultados que a nivel de votos emitidos pueden contabilizarse no solo en lo local, sino asimismo nacionalmente.

 

 

 

La victoria republicana en el Senado, en cambio, refleja resultados parciales en unas elecciones que solo incluían 35 (33, más dos elecciones especiales para llenar vacantes) de los 100 senadores. Un hecho fundamental: eran muchos más los senadores demócratas que se candidateaban para la reelección que republicanos (además, 10 senadores Demócratas buscaban ser reelectos en estados ganados por Trump en 2016). Por ello se consideraba muy difícil que los Demócratas recuperaran el control de la cámara alta. Además, está la peculiaridad del sistema senatorial, que le da 2 senadores a cada estado, independientemente de su población. Así, un estado más conservador y pequeño como Dakota del Norte elige un senador con aproximadamente 170.000 votos, mientras que en el más cosmopolita y grande California, se necesitan 3.4 millones.

 

 

 

Estas cosas suceden cuando el sistema electoral tiene una cámara legislativa basada en la población, mientras que la otra se centra en el territorio.

 

 

 

Otros hechos preocupantes: hace 10 años 17 estados tenían un senador Demócrata y otro Republicano. A partir de enero de 2019 solo serán 7. Asimismo, Minnesota será el único estado con una cámara legislativa controlada por un partido y la otra por su rival. La última vez que ello ocurrió fue en 1914.

 

 

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Marcos Villasmil

Un editorial del New York Times

Posted on: septiembre 21st, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Hay ocasiones en que pareciera que lo que se necesita para ser antinorteamericano es ser otro norteamericano. Eso es lo que trasluce un reciente editorial del New York Times titulado “Presidente Trump: no interfiera en Venezuela”. A continuación, como oración inicial, sigue lo siguiente: “Estados Unidos no debe involucrarse en golpes de Estado, punto.

 

 

Ya desde el comienzo se le ven las costuras a las intenciones del diario neoyorquino: afirmar que cualquier acción militar –interna o externa, o combinación de ambas- para sacar del poder a la actual camarilla venezolana es un “golpe de Estado” de alguna manera le da aires de legitimidad al régimen (aunque líneas más abajo afirman que “ha sido electo de manera ilegítima”), casi como considerarlos merecedores de aceptación.

 

 

 

En materia de golpes de Estado ¿no podría el periódico más bien haber recordado el que durante casi 20 años viene propiciando, sin prisa pero sin pausa, el chavismo? Pero no vayamos tan atrás: basta considerar las acciones de Nicolás Maduro desde diciembre de 2015, cuando el pueblo venezolano se expresó contundentemente a favor de la democracia y en contra del socialismo del siglo XXI –totalitarismo a la cubana, en realidad- al darle a la oposición dos tercios de la Asamblea Nacional.

 

 

 

Podría también tomarse en cuenta que la exigencia de salida del régimen y su consideración como una tiranía son demandas no solo de los opositores internos, sino de la gran mayoría de las democracias de América y Europa, así como de organismos multilaterales y regionales como la OEA o la Unión Europea.

 

 

 

He usado, no por casualidad, la palabra tiranía, diversa y de menos uso, al menos en estas tierras, que las más comunes ¨dictadura¨ o “autoritarismo”. Pero es que hay razones para diferenciar: dictadores y autoritarios fueron Gómez y Pérez Jiménez en Venezuela, así como el amplio y horroroso listado de autócratas que gobernaron por demasiado tiempo en el Caribe, en Centroamérica, en el Cono Sur, en los países andinos. Pero en su específica cualidad de tiranos sobresalen especialmente los hermanos Castro en Cuba y Hugo Chávez y Maduro en Venezuela. No olvidemos, asimismo, porque es de la misma familia, al monstruo Ortega en Nicaragua.

 

 

Nos recuerda Hannah Arendt que la diferencia entre un gobierno autoritario y uno tiránico es que el primero, si bien se puede expresar mediante controles fuertes en ámbitos tanto políticos como privados, debe responder en alguna medida a un orden legal más o menos vigente. La voz del dictador está presente, pero en muchas áreas de la actividad social y personal el autoritarismo no se muestra. En la tiranía, en cambio, la voz del tirano es ley siempre en todo el espectro social, público o privado: no hay orden jurídico que valga, y su capricho puede decidir incluso milimétricamente sobre cómo llevan la vida todos los ciudadanos; se busca ahogar la humanidad y la autonomía en todos sus ámbitos de actividad. Ese ha sido el caso de la Cuba castrista, y hacia ese orden inhumano han ido los deseos y pareceres de Hugo Chávez y Nicolás Maduro.

 

 

 

Pero sigamos con el editorial, que es todo un espectáculo ver a la prensa liberal gringa asumiendo el papel de “realpolitik progresista”. A continuación intenta el periódico trazar un paralelo exacto entre lo que ocurriera en el siglo XX con la política estadounidense hacia América Latina, llena de errores y desgracias, y lo que sucede hoy con el chavismo. Por ello afirman que ayudar al derrocamiento de Maduro “atizaría los resentimientos y sospechas regionales hacia Washington. Las noticias de las reuniones [con opositores] le han servido como propaganda a Maduro, quien desde hace tiempo intenta, ridículamente, culpar a Estados Unidos de los problemas de Venezuela”.

 

 

 

Con perdón de los editorialistas, los únicos que a esta altura pueden creerle a Maduro forman parte de la irrescatable cáfila de la progresía mundial que se denomina todavía de izquierda (usemos esa palabreja que, como su opuesta ideológicamente, derecha, ya ha perdido uso, valor y significado; a fin de cuentas, hoy en día, las formas de irreflexión cruzan y mezclan todos los lindes políticos). El senador por Florida Marco Rubio no es precisamente santo de mi devoción, pero le dio en la mera torre al argumento señalado en Twitter: “Se necesita un impresionante nivel de estupidez para afirmar que apoyar una rebelión que remueva una tiranía ilegítima hace que sea más difícil a los EEUU defender con credibilidad la democracia. ¡Den las gracias que @nytopinion no estaba presente en 1776, para defender el mismo argumento!”.

 

 

 

No se ve, a lo largo del editorial, un reconocimiento de la real magnitud de la tragedia venezolana. ¿Es acaso un autoritarismo más? No, no se trata de luchar contra un dictador tradicional; estamos hablando de los autores de la mayor tragedia humanitaria en la historia de las Américas, que ya ha desbordado las fronteras nacionales y se está expandiendo por toda la región, e incluso a países europeos. Como recuerda Luis Alberto Moreno, presidente del BID, en una nota reciente del Washington Post: “Mientras que las Naciones Unidas estiman que 1.8 millones de inmigrantes han llegado a Europa por mar desde 2014, más de 2.5 millones de venezolanos han abandonado su patria en ese mismo periodo. Una quinta parte ha ido a Europa, Estados Unidos y Canadá. Casi todo el resto –aproximadamente dos millones de personas- han ido a países latinoamericanos y del Caribe. Solo Colombia ha recibido a casi un millón, y Perú, Ecuador, Chile, Brasil y Argentina, en orden decreciente, han absorbido la mayor parte del resto”.

 

 

 

Pocas insensateces como las de la progresía mundial a la hora de juzgar el fenómeno chavista. Todavía hoy ejemplares importantes del zoológico socialdemócrata europeo, como Jeremy Corbyn (del partido Laborista británico) y el señor Sánchez del PSOE español, siguen promoviendo las tonadas del diálogo eterno, suponemos que con el señor Zapatero como mediador perenne y muy útil ganador de tiempo para el régimen; recuérdese que el “time factor” es algo que conocen muy bien los Castro, Maduro y Ortega; y claro, Zapatero y Sánchez. ¿Lo entiende el NYTimes? ¿o leyeron acaso sus editorialistas las recientes declaraciones de Zapatero, donde afirma que la culpa de la crisis migratoria venezolana la tiene Estados Unidos?

 

 

 

Insiste el periódico: “Hay una buena manera de presionar al régimen venezolano: Trump y otros líderes no deben dejar de promover una transición negociada a través del endurecimiento de sanciones enfocadas en Maduro y sus secuaces”. ¿Pero cómo negociar con quienes se niegan a hacerlo? ¿Cómo negociar con quienes no son otra, una más entre tantas, casta política o militar corrupta, sino criminales liderando un narcoestado petrolero con ramificaciones con el terrorismo islámico, con la guerrilla colombiana, con la tiranía castrista, o con autocracias como la bielorrusa, la china o la rusa, estas últimas dándole apoyo material al régimen?

 

 

 

¿Por qué no toma en cuenta el Times las palabras más recientes, el pasado día 14 de septiembre, del Secretario General de la OEA, el uruguayo Luis Almagro? “No habíamos visto nunca una régimen más inmoral como el de Venezuela que niega ayuda humanitaria para su gente en momentos de la peor crisis que ha visto las Américas. La comunidad internacional no puede permitir una dictadura. Necesitamos acciones y respuestas.”

 

 

 

El editorial claramente busca oponerse una vez más a las acciones de Donald Trump. Muchas, muchas de ellas han sin duda alguna justificado la alarma y preocupación que hoy existen en muchas secciones de la sociedad norteamericana, pero no es ocasión de celebración que con motivo de atacar a Donald Trump se oculte la verdad de lo que ocurre en Venezuela considerándolo un “autoritarismo más”, similar a los del siglo pasado. La demanda de justicia para los venezolanos sobrepasa los deseos del Times de atacar a Trump. No se combate una injusticia con otra injusticia.

 

 

 

El Times podría asimismo asumir, con más contundencia y frecuencia, la defensa de sus colegas venezolanos. De una nota reciente en el diario digital “El Estímulo”: “Desde que Hugo Chávez llegó a la presidencia de Venezuela 211 periodistas, en promedio, fueron agredidos cada año; otros perdieron sus puestos de trabajo y algunos más resultaron asesinados. Desde el poder se implementó una política sistemática de acoso a la libertad de expresión que terminó señalando a la prensa como enemigo principal de la revolución”.

 

 

 

Una revolución que jamás negocia, o dialoga, que tiene sometida a la población venezolana a una política económica y social de destrucción, de persecución y de sometimiento. Negándose no solo a aceptar ayuda humanitaria, sino además a reconocer la existencia de la crisis, el chavismo practica, con orientación castrista, la eliminación sistemática de un grupo humano por razones diversas, entre otras la política. La última vez que revisé el DRAE, esa es la definición de genocidio.

 

 

 

Marcos Villasmil

 

Villasmil: Daniel Ortega, el socialista

Posted on: agosto 9th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

Un buen amigo comparaba hace poco a la tiranía nicaragüense, comandada por esa pareja siniestra que conforman Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo, con esa otra pareja socialista que subyugó su pueblo por décadas, el matrimonio Ceauşescu en Rumania. Una comparación que, observando las evidentes diferencias que existen entre ambos países, sus historias y culturas, sin embargo es fácil de entender desde la perspectiva que más interesa a un demócrata: la de la defensa de los intereses y derechos de un pueblo concreto frente a la masacre humana que desde el poder se perpetra contra sus propios ciudadanos.

 

 

 

Ambas parejas -los Ceauşescu, hasta su fusilamiento en 1989- y los Ortega -él entre los líderes históricos de la lucha contra la dictadura somocista- siempre han estado vinculadas con las ideas socialistas. Ceausescu gobernó su país por 22 años a partir de 1967 y fue secretario general del Partido Comunista Rumano en el periodo 1965-1989. Su gobierno fue derrocado durante la llamada “revolución de diciembre 1989”, en la que él y su esposa Elena fueron juzgados por un tribunal militar acusados de genocidio, subversión del estado mediante acción armada contra el pueblo, destrucción de la economía y del patrimonio nacional y desfalco.

 

 

 

¿No son acaso estos cargos similares a los que podrían levantarse contra Daniel Ortega?

 

 

 

Otra similitud se hace presente en el hecho de que durante la Guerra Fría el presidente rumano presidió uno de los cultos a la personalidad más extremos dentro del por entonces llamado Bloque del Este. Inspirado por la veneración que rodeaba a Mao Zedong y a Kim Il-sung en Corea del Norte (y que se mantiene hoy en día con su nieto, el supuesto amigo coreano de Donald Trump) se afincó en una rígida ideología nacionalista.

 

 

 

Inicialmente, dicho culto a la personalidad estaba enfocado en Ceauşescu. A principios de la década de 1980, sin embargo, su esposa se subió en el pedestal de los héroes de la patria como el socialismo acostumbra practicar.

 

 

 

¿No han intentado acaso Daniel y Rosario construir su propia idolatría, su invocación a que el bienestar y felicidad de la patria comienza y termina con ellos y sus acciones, que supuestamente son siempre favorables al pueblo?

 

 

 

Si Ceauşescu militó en la forma extrema del socialismo, el comunismo, Ortega (José Daniel Ortega Saavedra, irónicamente nacido en un pueblo llamado La Libertad, en 1945) desde joven participó en el sandinismo. En 1967 es detenido por un asalto a un banco siendo acusado de robo con intimidación, pasando 7 años en la cárcel.

 

 

 

El llamado Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) fue fundado como una organización política y militar de izquierda en 1961 por Carlos Fonseca Amador, Santos López, Tomás Borge y Silvio Mayorga, entre otros.

 

 

 

Hoy, y desde hace años, su máximo líder es Daniel Ortega.

 

 

 

Que Ortega ha traicionado las ideas y los principios que llevaron a la lucha armada al sandinismo, la herencia de las ideas y del legado nacionalista de Augusto César Sandino, es un hecho obvio. Como lo es que el FSLN, que desde sus orígenes se proclamó marxista-leninista, es miembro desde hace muchos años de la Internacional Socialista,  y por ello debería identificarse con las fuerzas socialdemócratas, laboristas y socialistas democráticas en el mundo.

 

 

 

Hagamos énfasis en la palabra “democráticas”. Si usted va a una reunión de la Internacional Socialista se encontrará con líderes políticos como el actual presidente de gobierno español, Pedro Sánchez, y su partido el PSOE; con dirigentes de tres de los partidos que conformaron el gobierno de Michelle Bachelet en Chile; Liberación Nacional de Costa Rica; el laborismo británico (su líder actual, Jeremy Corbyn, es un apologista del chavismo); el PRI y el PRD de México; el APRA peruano, el partido Liberal colombiano, los alicaídos partidos socialistas francés e italiano, y el muy histórico partido socialdemócrata alemán, de los más antiguos del mundo. Por Venezuela la cosa es muy pluralista, con cuatro miembros en la IS: Acción Democrática -el partido que creara Rómulo Betancourt- Voluntad Popular (el de Leopoldo López), el Movimiento al Socialismo (MAS), que fundaran entre otros Teodoro Petkoff y Pompeyo Márquez, hoy convertido en franquicia en alquiler a quien ofrezca más, y Un Nuevo Tiempo.

 

 

 

En la Declaración de Principios de la IS puede leerse lo siguiente: “Los derechos del individuo son fundamentales para los valores del socialismo. La democracia y los derechos humanos son también la esencia misma del poder popular, el mecanismo indispensable para que el pueblo pueda controlar las estructuras económicas a las que durante tanto tiempo ha estado sometido. El carácter dictatorial de un gobierno no puede ocultarse con políticas sociales sin democracia”. (…) “La libertad respecto a formas de gobierno arbitrarias o dictatoriales es algo fundamental”.

 

 

 

Decíamos arriba que Ortega y su partido son miembros de tan reconocida corporación, con presencia en todo el mundo. Ahora bien, ¿qué piensan en la casa matriz socialista de los desmanes de su camarada Ortega, iniciados desde prácticamente el día uno de su gestión?

 

 

 

El 23 de abril la IS emitió un comunicado donde se criticaba “la muerte de cerca de 30 ciudadanos nicaragüenses como resultado de la represión de la Policía Nacional y otros grupos armados a las protestas que han tenido lugar en ese país los últimos días frente al anuncio del Gobierno de reformas al sistema de Seguro Social, no puede en ningún caso, ser justificada y es absolutamente inaceptable”.

 

 

 

Agregaban que “estas pérdidas de vida y la deplorable violencia utilizada en contra de los manifestantes han producido una profunda consternación en la Internacional Socialista”. Finalmente la Internacional Socialista llamaba al régimen de Daniel Ortega “a encauzar de inmediato un proceso de respuestas efectivas a las demandas de sus ciudadanos en un espíritu de inclusión y de justicia, del restablecimiento de la paz social a través de iniciativas que permitan al conjunto de la población nicaragüense recuperar el camino de la convivencia, en el marco de la democracia”.

 

 

 

Es muy evidente cuál fue la respuesta del tirano Ortega, de cuál manera siguió los consejos de sus compañeros de ideología.

 

 

 

Entonces, uno pensaría que después del alarmante aumento de los asesinatos cometidos por las bandas armadas del gobierno, la IS habría tomado una posición de crítica mucho más profunda -incluso de revisión de su membresía- frente al régimen tiránico sandinista. Y es que antes de las protestas sociales ciudadanas iniciadas el pasado abril existían múltiples razones para ello. ¿O no era obvia, para los ojos del socialismo democrático mundial la deriva autoritaria, desde hace años, de su camarada Daniel Ortega?

 

 

 

En la reunión más reciente del Consejo de la IS, el 26 y 27 de junio, en Ginebra, si bien condenan de nuevo los actos de violencia (“y la creciente polarización del país”), debido al excesivo uso de la fuerza por la policía y grupos parapoliciales –hasta allí van bien- “tomamos nota de los esfuerzos realizados por el gobierno de Nicaragua, el FSLN y las partes enfrascadas en el Diálogo Nacional e instamos para que redoblen sus esfuerzos logrando conseguir una solución negociada a la mayor brevedad posible, alejada de la violencia, permanente y duradera, asegurando la seguridad ciudadana y justicia plena”.

 

 

 

¿Deben extrañarnos entonces las declaraciones del nuevo canciller español, el señor Borrell, cuando prácticamente declara el abandono del nuevo gobierno del partido socialista de ese país a apoyar con firmeza a la oposición nicaragüense y a la venezolana frente a las atrocidades cometidas por sus gobiernos? Textualmente: “España no va a abanderar la línea dura de las sanciones cada vez que haya un problema en Latinoamérica”. Acercándose a las tesis de su compañero de partido José Luis Rodríguez Zapatero, de clara vinculación y fraternidad con el madurismo, afirma Borrell que ‘nuestro papel es exigir diálogo”.

 

 

 

Pedir diálogo sin más, en estos tiempos, ante estas nuevas formas de tiranía del siglo XXI, es una fórmula cínica para correr la arruga diplomática, de hacerse los locos, de darle largas al asunto, así el tirano se consolide con ello.

 

 

 

Nicaragua, desde hace más de tres meses, vive en estado de rebelión. Todo el planeta está enterado, salvo al parecer la Internacional Socialista y algunos de sus líderes y gobiernos (entre los pocos que les quedan).

 

 

 

En estos más de 100 días el saldo de muertos ya supera largamente los 400, con un número mucho más grande de heridos, maltratados, torturados y detenidos. Como los dictadores del pasado nica, las manos de la pareja Ortega están llenas de sangre. Razón tiene el pueblo al usar la consigna “¡Ortega y Somoza son la misma cosa!”. Una obviedad para todos menos para la socialdemocracia. Me atrevo a lanzar una hipótesis del porqué: porque Ortega no es de derecha. Si lo fuera, otros gallos cantarían en los gobiernos y organizaciones socialdemócratas.

 

 

 

Porque supuestamente Ortega es socialista, la mayoría de los socialistas no ha producido una sola palabra de condena definitiva, con propuestas y medidas drásticas contra Ortega. Ni en Madrid ni en Ginebra ni en casi ninguna otra parte. Una lavada de manos olímpica, que habría hecho enrojecer a Poncio Pilatos.

 

 

 

Si Daniel Ortega no fuera de izquierda, la IS habría escuchado hace años las denuncias de su hijastra, acusándolo de violación; la IS y sus partidos habría prestado atención a las acusaciones en su contra por corrupción, por fraude electoral, por la sistemática destrucción del pluralismo institucional. Y no hay duda de que habría sido expulsado hace mucho tiempo de la IS.

 

 

 

Y luego se preguntan por qué los ciudadanos europeos y latinoamericanos están abandonando en masa a los partidos socialistas, que sufren hoy la crisis más importante desde su creación. No es solo una crisis de votos, no señor. Es una crisis de valores; sencillamente la traición a los mismos.

 

 

Marcos Villasmil