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Mucho más que un acuerdo nuclear, el diseño de otro mapa

Posted on: abril 3rd, 2015 by Laura Espinoza No Comments

Estados Unidos e Irán dieron ayer un paso colosal que construye, con estos enconados enemigos de los últimos 35 años, una, hasta hace poco, imprevista alianza que modificará el balance de poder en todo Oriente Medio. El calado del acuerdo marco anunciado ayer excede la retórica de la amenaza atómica que motivó estas negociaciones. Lo que lo hizo posible es que varió la agenda estratégica de Occidente. No se trata de que Irán cambió y se tornó más amigable, sino que sus intereses históricos coinciden ahora con esa mudanza.

 

Es sabido que la política internacional es el arte de establecer prioridades como sostiene Henry Kissinger. Irán necesitaba romper el aislamiento que ahogó su economía y que se profundizó durante los ocho largos años de gobierno del ultranacionalista Mahmud Ahmadinejad. Las sanciones occidentales sobre la teocracia persa aplastaron su economía relativizando su enorme riqueza petrolera y gasífera. En 2013, el producto iraní se redujo cinco por ciento. El desempleo superó el treinta por ciento al igual que la inflación. Según un estudio del departamento de investigación del Congreso de Estados Unidos, la economía iraní es hoy 20% más chica de lo que debería ser de no existir las sanciones. La llegada en 2013 al poder de un líder moderado, el religioso Hasan Rohani, es consecuencia de esa situación. Es la crisis económica la que explica el cambio político. El nuevo presidente inmediatamente desarmó el país oscurantista de su predecesor y abrió las puertas para un diálogo con Occidente.

 

El acuerdo pulveriza el programa nuclear persa, lo que le da una baza de negociación central a Washington y sus socios europeos y asiáticos en el Consejo de Seguridad de la ONU para defender el pacto. Ello, especialmente con Israel y Arabia Saudita, los aliados carnales de la Casa Blanca que se han venido oponiendo decididamente a estas conversaciones por el escenario que abren en su zona de influencia.

 

Con el alivio de las sanciones, Teherán logrará un impacto económico de inversiones que explica que ayer haya habido celebraciones en las calles de la capital persa. Y también un pragmatismo profundo de los persas para no perder la oportunidad del convenio. Esa urgencia de desarrollo se une con las necesidades de la agenda occidental para intentar serenar Oriente Medio. Irán, a partir de ahora, se irá constituyendo en una potencia inevitable en la región. Tiene conocimiento y poder para ocuparse de liberarle a Estados Unidos el peso de la guerra de Afganistán, la más extensa de la historia norteamericana y donde los dos países comparten el mismo enemigo Taliban. El patio trasero iraní se extiende también en Irak, Siria, Líbano y en gran medida en Yemen donde los sauditas intentan con la actual guerra contra la guerrilla huthi pro iraní, dar un ejemplo de hasta qué punto estan dispuestos a ser inflexibles.

 

El valor politico y estratégico inocultable iraní es el que calcuóa Barack Obama como el elemento central de aquellas prioridades que rigen la política interncional al convertir a Teherán de enemigo en socio. La furia de Israel contra estas conversaciones, repudiadas incluso en el Capitolio por el primer ministro Benjamín Netanyahu, no se debe al peligro nuclear de los persas. Es, en cambio, una reacción a esta evolución en el terreno. Estados Unidos busca, a despecho de los intereses de Tel Aviv o de Riad, que en la zona las potencias regionales se balanceen entre ellas: Arabia Saudita, Turquía, Israel, Irán y Egipto.

 

Es una apuesta riesgosa, por lo menos hasta que esa maquinaria se acomode porque es todo madera seca en un sitio donde el fuego nunca se ha apagado. Si hay una detente de este calibre entre Washington y Teherán, por ejemplo, entra en la zona de cuestiónamientos la negativa israelí a un cambio en las condiciones de los palestinos, sobre los cuales la Casa Blanca reclama una salida definitiva para un Estado nacional. Pero también el futuro se torna mucho más complejo para el puñado de coronas y teocracias medievales que han venido gobernando con puño de hierro durante décadas contra cualquier “insurrección” democratizadora. Ese camino lo anduvieron con el apoyo de Estados Unidos, un respaldo que no desaparecerá a partir de ahora y de estos cambios, pero que seguramente no tendrá las mismas condiciones que antes.

 

 

Marcelo Cantelmi

Periodista, jefe de politica internacional del diario Clarín

Un Nobel de la Paz para un mundo obligado a negociar

Posted on: octubre 12th, 2013 by lina No Comments

 

Hay varias dimensiones que dan sentido al galardón que recibió ayer el organismo que desde hace tres lustros desarma los arsenales químicos diseminados por el mundo. Una de ellas es el acierto contra toda objeción de esta elección, que indica que el Comité del Nobel de la Paz va corrigiendo derrapes anteriores como el premio otorgado a Barack Obama en 2009 o el que le tocó a la Unión Europea en 2012.

 

Cuestionables, el primero porque recompensaba con el máximo símbolo del pacifismo a un recién llegado líder mundial involucrado en guerras presentes y futuras. Y el otro, por lo difuso de una distinción a una estructura multinacional que encalló en lo peor de la crisis económica.

 

Al revés de aquellos espejismos, el de la OPAQ (Organización para la Prohibición de las Armas Químicas) subraya una tarea objetiva y concreta en aras de la paz. Pero hay otra visión adicional. Es la que traduce este premio en un respaldo de alto nivel político a la tarea que la organización desarrolla hoy en Siria fulminando el armamento químico del régimen. Este apoyo, inevitablemente, se extiende al acuerdo que hizo posible una salida donde apenas semanas atrás la alternativa era un bombardeo con consecuencias imprevisibles por parte de EE.UU.

 

Este resultado actual nació de lo que cierta sencillez atribuyó a un error del canciller norteamericano John Kerry, cuando estimó en voz alta que podría revisarse la acción militar si Bashar Al Assad admitía la posibilidad de entregar sus arsenales.

 

Fuera de sus preferencias, Kerry hizo lo único posible. Con su gobierno aislado en la aventura militar, y por lo tanto impotente para concretarla, avanzó en lo que fue en verdad un retroceso desde la instancia del ataque a una negociación con participación de Rusia y posiblemente de Irán. Para EE.UU., ese giro constituyó una impactante dosis de realismo que desnudó lo que la potencia antes podía y ahora no.

 

No hace demasiado tiempo, recordemos, la Casa Blanca ignoró el fallo de otro equipo de sabios que recorrió Irak al mando del diplomático sueco Hans Blix, y arrasó con el país del Golfo donde no existían las armas que si están en Siria. Ese “todo vale” es lo que hoy no es posible.

 

La controvertida denuncia de agosto pasado contra Damasco sobre el uso contra civiles de armas químicas, fue el gatillo de una acción que inevitablemente hubiera seguido hasta descabezar al régimen, como sucedió en Bagdad. La remoción del gobierno de 42 años de la familia Assad, tenía, a su vez, al menos en los areneros, el sentido estratégico de reducir la influencia de Irán, reubicar en su tamaño y peso a Rusia y acabar con la guerra siria en los términos occidentales. Pero esa misión se tornó de destino imprevisible, y no sólo por el rechazo mundial a acompañarla, al revés de lo que sucedió en el Golfo. Agregaba, además, el costo doméstico del involucramiento de EE.UU. en una nueva guerra cuando busca desembarazarse de los fracasos en Irak y Afganistán.

 

Es así que en medio de todos estos tropiezos y quizá debido a ellos, parece haber surgido algo que con exageración podríamos llamar una “doctrina Kerry”. Realista, el canciller de Barack Obama provocó un acuerdo que razona que para evitar nuevos conflictos es preciso desarmar las condiciones que los hacen posibles.

 

Como el poder coercitivo de EE.UU. está en sus peores niveles debido a su frente económico, habilitó una negociación histórica con Irán, el jugador regional con capacidad para reordenar ese espacio y poder para acabar con la guerra siria, provocando un relevo del régimen.

 

El desarme químico es un paso que puede intuirse en ese sentido. La factura de este nuevo paradigma de EE.UU.es el desmonte parcial de fidelidades antes de granito, con Israel por ejemplo, pero también con Arabia Saudita.

 

Es poco conocido que el enojo del califato de Riad con Washington llegó a extremo tal que por primera vez en la historia el canciller Saud al Faisal no participó de la Asamblea de la ONU al cabo de la cual Obama y el flamante mandatario moderado persa, Hassan Rohani, tuvieron una charla telefónica sin precedentes.

 

“La mayor pesadilla de los sauditas es un pacto de Washington con Teherán”, le dijo a Reuters el ex embajador de EE.UU.en Arabia Saudita, Robert Jordan, remarcando la vitalidad de la rivalidad entre estas potencias. Que la relación con Riad se ha trastocado en aras de nuevos intereses lo confirman otras señales. Washington acaba de anunciar el congelamiento de parte de la ayuda militar a Egipto y lo hizo apenas horas después, y pese a que el presidente interino de ese país, Adly Mansour, apareció en la tevé saudita de la mano del anciano rey Abdullah, quien respaldó el golpe militar que desplazó a los Hermanos Musulmanes y que califica como pura debilidad de Norteamerica no haber atacado a Siria.

 

Para la Casa Blanca, la parte llena del vaso es que el reciente descubrimiento y explotación de sus gigantescos yacimientos de petróleo y gas no convencional en Dakota lleva lentamente al país al autoabastecimiento.

 

Este setiembre, China desplazó a EE.UU. como el mayor importador mundial de crudo. Eso significa un cambio radical en la geopolítica global y de los intereses norteamericanos, atados históricamente a las necesidades del fluido de Oriente Medio. La noción del “intervencionismo permanente” debido a la sed de energía de EE.UU.

 

Esta encontrando, así, un límite inesperado.

 

La parte vacía del vaso, es la de un hegemón que no puede ya modelar el mundo a su antojo y se ve obligado a negociar cada uno de sus pasos con un concierto de potencias.

 

Zbigniew Brzezinski, sostuvo en un libro desafiante, “The grand chessboard”, que la clave de la potencia dominante del futuro será el dominio de ese espacio que va desde Rusia hasta las fronteras de China, llamado Eurasia y que concentra 75% de la población mundial, 60% de la riqueza y tres cuartas partes de las reservas energéticas del planeta.

 

El control de esa vasta area debía garantizarse a cualquier precio porque se trataba de una cuestión de sobrevivencia. Pero eso fue escrito hace 16 años cuando EE.UU. podía imponer las reglas.

 

Hoy China, Rusia e Irán son los otros jugadores en esa región.

 

No debería sorprender que sean los mismos países que aparecen en la larga mesa de esta etapa de obligado fervor negociador.

 

Marcelo Cantelmi

Venezuela: devaluación ortodoxa, retórica socialista

Posted on: abril 6th, 2013 by lina No Comments

En plena campaña electoral, el chavismo sigue apelando a un discurso de izquierda como ariete para justificar o escamotear las contradicciones severas y límites de su modelo.

 

Es la más precisa definición de la imagen de un cuchillo para su mismo cuello.

 

Venezuela ha devaluado desde hace menos de dos meses cerca de 80% la paridad de su moneda frente al dólar.

 

Es una medida de furiosa ortodoxia que se diluyó políticamente en las pasadas y actuales semanas de funerales y campaña, pero cuyos efectos económicos y de carestía han quedado con el vigor de quienes la imaginaron. Debe anotarse una dosis de no tan inesperado pragmatismo en la aplicación de ese tipo de fórmulas que, mejor que cualquier análisis, revelan la verdad de cómo están las cosas en la otrora rica Venezuela saudí. También hay en ello un anticipo del recetario que pondrá en marcha el próximo gobierno cuando logre el poder total para hacerlo.

 

Es notable, sin embargo, que en la retórica de la nomenclatura bolivariana que niega por dogma la existencia del error, devaluar deja de ser una forma de ajuste clásico típico de los cuestionados años ‘90. Por el contrario, renace como un escudo socialista contra “los criminales especuladores y los saqueadores de las finanzas”, según ha dicho el gobierno que ahora preside el candidato presidencial Nicolás Maduro y bajo cuya supervisión se arremetió de ese modo contra la moneda nacional.

 

Del otro lado, en cambio, el opositor Henrique Capriles pasa a ser un abanderado del imperialismo y de la ultraderecha porque, entre otras cuestiones atrevidas, ha basado parte de su discurso de campaña en denunciar, como un oportunista de izquierdas montado en la situación, los efectos de ese “ajuste rojo rojito” que demolió en instantes el poder adquisitivo de los sectores más pobres de la población.

 

Las cosas, por cierto, no son como aparecen en esos extremos.

 

El chavismo es coherente, al menos, porque como fuerza populista nacionalista nunca vistió el traje socialista que proclamó sino que usó ese vocablo retórico benevolente como un ariete para justificar o escamotear contradicciones severas en su modelo y en la confusa ideología que lo ha sustentado.

 

Las devaluaciones no son las únicas perlas en ese collar.

 

La pobreza sigue siendo de las más altas del subcontinente y la gente está arrinconada por una inflación que sobrevuela 30% anual con el agravante de una escasez letal de alimentos y otros productos de la canasta básica. Todo depende de un asistencialismo que explica el quebranto del Estado, la parte clientelar del voto y la desesperación para hacer que los dolares reproduzcan cada vez más bolívares.

 

Quien denuncie esa ineptitud administrativa o los constantes cortes de la energía eléctrica, o la alucinante disparada de los mercados paralelos de divisas, es enrolado del lado de la derecha militar procesista enamorada de las dictaduras. Ese litigio entre buenos y malos, esbozado de un modo tan lineal, es lo que el régimen sostiene que se verá en el duelo de las urnas dentro de 15 días entre estos dos hombres, uno de los cuales -es presumible quién-, gobernará el país en su peor etapa contemporánea porque buena parte de la magia de la plata dulce se ha agotado.

 

La producción petrolera que explica más de 90% de todas las exportaciones venezolanas, ha venido cayendo a un promedio de 2% por año los últimos cuatro años, según datos nunca desmentidos de la calificadora franco norteamericana Fitch. De igual modo, y mientras bajaban esos ingresos, las importaciones, particularmente de alimentos, aumentaron 26,7% entre 2011 y el año pasado.

 

Sería bueno que los votantes supieran esos datos y lo que aventuran hacia el futuro, pero el modelo además de no aceptar la existencia del error suele visualizar al diablo en la autocrítica.

 

En Venezuela quizá mejor aun que en los modelos que han imitado a ese esquema, el relato es único y superador y opera como un vallado para impedir que se pueda debatir lo que de verdad sucede en los sótanos del país.

 

El desafío es que el lenguaje, lo que se dice y más aún, aquello que se nombra y del modo que se lo hace, es constituyente. Arma el sentido común. El lenguaje no es neutral. En gran medida la ética esta relacionada con el ejercicio de que lo que se dice tenga vinculación con lo que, efectivamente, ocurre.

 

Cuando se insiste en la trampa de burlarse de la realidad, todo el armado acaba por convertirse en una bomba de relojería, cada vez más delicada e imprevisible. Es decir que nada impediría que de un instante al otro los buenos acaben siendo los malos sobre todo ahora que el país carece de la figura arbitral del césar chavista. Es un terreno peligroso.

 

Hay un enorme lucro cesante en toda esa historia y la de otras comunidades que despilfarraron un momento único, y que menos tarde que temprano elevará su factura.

 

Maduro ordenó estas devaluaciones, demostrando que no tiene realmente límites pero que entiende que necesita sofocar a cualquier precio el descomunal deficit fiscal del Estado que gasta 15% más de lo que recauda.

 

El problema es que este tipo de medidas empinan el ingreso y descargan la crisis entre la mayoría de la población al cercenarle su capacidad adquisitiva. Esa forma de distribución de los costos hacia abajo, es, valga el ejemplo, una marca del presente europeo donde a nadie por lo menos hasta ahora, se le ha ocurrido buscarle una oculta pata socialista.

 

Venezuela devaluó 32% el bolivar a 6,3 por dólar en la primera quincena de febrero, cuando se afirmaba que aún Hugo Chávez estaba vivo y que había dispuesto esa medida desde su lecho de enfermo. Hace pocos días se instauró un sistema de subastas semanales de divisas para empresas importadoras que regula el gobierno y fija un valor promedio entre las puntas por arriba o por abajo de la oferta. El valor resultante es un secreto que el Banco Central oculta por razones obvias. Pero el mercado tiene la boca floja.

 

En los medios que aún desafían el entusiasmo censurador del régimen, la cifra que circuló fue superior a 10 bolívares y el promedio final fue de un piso de 12,5 y un techo de 14. Sólo el primer número implica un aumento del dolar de 98,5%, o una devaluación de 49,6% que se adiciona al 32% de febrero.

 

Ese mundo del revés donde las cosas son distintas a lo que parecen o lo que se declara, recuerda por momentos escenas del realismo mágico del Señor Presidente del guatemalteco Miguel Angel Asturias.

 

En especial, por la incapacidad que las criaturas de esa tremenda novela sufrían para distinguir entre realidad y sueño

 

Marcelo Cantelmi

 

 

 

 

Venezuela: entre el mesianismo y la impericia

Posted on: marzo 23rd, 2013 by lina No Comments

Las elecciones para elegir al sucesor de Chávez vienen pavimentadas por el efecto anímico de la desaparición del líder, pero condicionadas por una situación económica desastrosa.

 

Una sensación de fin de época acosa a Venezuela a partir de la muerte de Hugo Chávez. No se trata sólo de una consecuencia hasta obvia de la desaparición del creador y líder excluyente del experimento bolivariano, autocelebrado con el rótulo de socialista

 

Esa muerte dejo al país sin su timonel más autorizado, es cierto. Pero antes de esa desgracia ya venía creciendo un proceso de descomposición que ahora se acelera con una inflación desatada, la estampida del dólar paralelo, y la deuda nacional en escalada.

 

El modelo económico chavista, con el cual se edificó su propuesta política, parece tener un destino inverso al que sus apóstoles enarbolan.

 

Y constituye un espejo inquietante para los esquemas que imitaron total o parcialmente esa aventura. Este diagnóstico no surge de un debate ideológico; es lo que indican los números secos y fríos.

 

Algo simplemente no se ha hecho bien. La ideología, en todo caso, anda trabada en un punto indefinido entre el mesianismo y la impericia, usando a l primero para ocultar a la segunda que es de lo que se trata el relato.

 

No debería sorprender que esa ilusión aún sea efectiva. Nicolás Maduro, el heredero de Chávez, ni en las peores pesadillas podría temer por su casi segura victoria en las elecciones del 14 de abril. La campaña electoral del oficialista viene pavimentada por el efecto anímico de la pérdida del líder que le dio a los pobres por primera vez un lugar en la historia.

 

La oposición unificada, que recortó la diferencia con el chavismo desde 26% en 2006 a 11% en las presidenciales de octubre pasado, difícilmente pueda romper el escudo emocional que tutela a su adversario.

 

Pero lo que hoy sobrevuela ominoso no es lo que pueda suceder en las urnas, sino en el corto plazo posterior. A lo largo de los 14 años del chavismo, Venezuela se encerró en su carácter mono-productor de petróleo.

 

El crudo significa 90% de todo el balance exportador nacional. Sobre esa riqueza se montó el programa de gobierno y por su carácter excluyente, no se desarrolló ningún área económica alternativa.

 

La consecuencia fue un modelo rentista plagado de distorsiones. El diario Tal Cual del ex guerrillero Teodoro Petkoff, sintetizó esas realidades en un párrafo reciente, que visto desde Argentina, resuena como una noticia local: “Las distorsiones más relevantes son déficit fiscal insostenible; alta y persistente inflación; escasez y racionamiento de bienes y servicios; elevada y creciente dependencia de las importaciones; caída de las reservas internacionales; fuga de capitales; una brecha creciente entre el precio del dólar oficial y el paralelo; alta tasa de desempleo encubierto y un ambiente hostil a las inversiones nacionales y extranjeras”.

 

El gobierno venezolano discute, en estas horas tensas pre electorales, cómo aliviar esas variables. Uno de los mayores desafíos es cómo reducir esa brecha de cuatro veces del valor de la divisa norteamericana (de 6,3 a 24 bolívares) con efectos inevitables en los precios de la economía.

 

El cepo cambiario rige en el país desde hace una década, de modo que desactivarlo soltando esas fuerzas, es un riesgo que el régimen demorará en tomar. Por ahora, la semana pasada, anunció un sistema de subasta de los dólares para los importadores, una devaluación encubierta de niveles aún no precisados que se agrega al ajuste de 32% impuesto hace apenas cinco semanas.

 

Con las devaluaciones, el gobierno busca aumentar su caja. Si se mueve con prudencia, parte de esos fondos adicionales le servirían para aliviar el impacto social del ajuste actual y los que vendrán.

 

Pero la capacidad de maniobra del régimen es reducida.

 

El año pasado, el gasto publico venezolano creció 50% y el gobierno lo financió con una espectacular inyección de liquidez de casi 60% del PBI (en Argentina nos alarmamos porque la emisión esta en torno al 37%).

 

La excusa para el exceso fueron las elecciones. Esa enorme masa de dinero produjo una ilusión monetaria y de riqueza entre los votantes efectivamente, pero fijó un piso de inflación para este año de 30% que ni el gobierno discute.

 

También potenció el alza frenética de la divisa norteamericana debido a la huida de la gente a una moneda dura para preservar los ahorros. En medio de ese carnaval, el déficit fiscal trepó a la friolera de 16% del Producto.

 

Esa es la diferencia entre lo que el Estado recauda y lo que gasta y que financia, de nuevo, emitiendo o con la inversión del único producto que exporta, un recurso que se ha adelgazado por los gastos añadidos al Estado debido a las nacionalizaciones y la caída de la producción de la estatal PDVSA.

 

Tal como ahora se anuncia en Argentina, para intentar frenar la inflación, el liderazgo bolivariano habilitó un flujo de importaciones crecientes que apenas bajaron el costo de vida pero arrasaron con las pocas alternativas de producción nacional e impulsaron el dólar hacia arriba.

 

¿Pero cómo lo hicieron? Pues endeudando masivamente al Estado para conseguir vía bonos los dólares a los importadores que no podían adquirirlos debido a que el mercado está intervenido.

 

Notable desastre auto inflingido.

 

Así las cosas, en 2012 las compras al exterior que incluyen gran parte de la canasta familiar, desde alimentos y pañales a papel higiénico, llegaron a US$50 mil millones.

 

Es todo un dato para el museo de las curiosidades que la cuenta de compras a EE.UU., blanco permanente de los ataques retóricos del régimen bolivariano, creció ese periodo nada menos que 43% respecto a 2011.

 

No se requiere de talentos especiales para advertir que este amontonamiento de cifras negativas anticipa un colapso de consecuencias difíciles de mensurar porque ataca desde todos los costados, incluyendo una extraordinaria deuda que ahora ronda los US$ 200 mil millones.

 

El mexicano Carlos Fuentes solía describir a Chávez como un “Mussolini tropical”. Pero se ve claro que el autoritarismo no ha sido el único gran defecto que estos modelos han dejado como un pesado legado.

 

 

Marcelo Cantelmi

(Twitter: @tatacantelmi)

 

 

 

 

 

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