Al recibir el Premio Sájarov, la oposición venezolana redobla su compromiso por democratizar el país
Soldados participan en un acto militar del ministerio de Defensa de Venezuela. MIGUEL GUTIÉRREZ EFE
En el discurso del Premio Nobel de la Paz 1975 del disidente soviético Andrei Sájarov, pronunciado por su esposa Yelena Bonner, manifestó: “Es insoportable considerar que en este momento en que estamos reunidos en esta sala en esta ocasión festiva, cientos y miles de presos de conciencia están sufriendo de desnutrición”. Cuando el Parlamento Europeo honra a la Oposición Democrática venezolana, y a todos los presos políticos del país, con el Premio Sájarov 2017 a la Libertad de Pensamiento, hoy podríamos pronunciar estas mismas palabras.
Al recibir este prestigioso honor nuestra alegría es agridulce. Mientras que el reconocimiento de nuestra lucha y esta muestra de solidaridad nos anima, sabemos que este premio es producto de una gran tragedia. Hoy en Venezuela, hay más de 300 presos políticos que ejercen lo que Sájarov llamó “la lucha incesante por su dignidad humana”. Están sujetos a actos crueles, degradantes y tortura; están encerrados en celdas sin ventanas, uno de esos sitios apodado la Tumba, algunos han sido amenazados con ser quemados a menos que confiesen crímenes que no cometieron. Los crímenes actuales de los detenidos incluyen: enviar un tweet crítico contra el Gobierno, usar un megáfono para llamar a la libertad y criticar al Gobierno. Estos presos, en su lucha por la dignidad, encarnan el coraje de nuestra gente; a pesar de conocer las atrocidades de las que es capaz el régimen, han exigido incansablemente la libertad de nuestro pueblo, en paz y de conformidad con nuestros derechos constitucionales.
Este maltrato hacia los presos políticos es solo parte de un patrón más amplio de supresión de los derechos básicos y de someter a la población a condiciones de privación para tratar de debilitar a la disidencia. La actual crisis humanitaria en Venezuela es la materialización de nuestras peores pesadillas. Nuestros hospitales carecen del 85% de los medicamentos y los supermercados no tienen comida. Tres cuartas partes de los venezolanos han perdido en promedio 9 kilogramos. Actualmente, 300,000 niños están en riesgo de morir por desnutrición —en los últimos cuarenta días, 11 niños han muerto— y en 2017 han resurgido enfermedades del siglo pasado que estaban erradicadas como la malaria y la difteria. Pero el Gobierno venezolano se niega a aceptar cualquier ayuda humanitaria. ¿Qué tipo de Gobierno decide dejar morir de hambre a sus propios niños?
Hace casi cuatro años, mi esposo Leopoldo López, uno de los presos políticos a quien se honra hoy, comenzó su protesta contra esta injusticia. Indignado por el arresto de nuestros jóvenes estudiantes, y anticipando el desastre humanitario que se avecinaba, pidió a los venezolanos que salieran a la calle pacíficamente para comenzar esta lucha. Tras tres años y diez meses de injusto encarcelamiento la mayoría del tiempo en una prisión militar, continúa su detención arbitraria bajo arresto domiciliario. Si bien ahora podemos proteger mejor su integridad física en el hogar con su familia, la censura a la que está sometida es aún más fuerte. Incluso con un monitor de tobillo para rastrear cada uno de sus movimientos, los guardias de seguridad le toman una foto cuatro veces al día. Tiene prohibido hablar públicamente.
Aunque el régimen trata desesperadamente de silenciarnos, ya no pueden ocultar este desastre. Los líderes del mundo democrático han sido enfáticos en sus demandas para exigir la restauración plena de la democracia en Venezuela. Y el Secretario General de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro tuvo la iniciativa de llamar a una comisión especial para remitir potencialmente a funcionarios venezolanos a la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad. Aquí en Venezuela, estamos trabajando para apoyar este esfuerzo, hemos organizado audiencias públicas donde las víctimas de los abusos del gobierno pudiesen dar sus testimonios para documentar con rigor estas violaciones. Sabemos que no podemos vencer a esta dictadura solos, por ello estamos agradecidos por el trabajo de nuestros aliados en todo el mundo.
La adjudicación del premio debería llamar a la reflexión. La mayoría de los que merecen este premio en lugar de asistir a esta ceremonia, pasarán la noche en una celda de prisión húmeda. El Premio Sájarov es una de las más altas distinciones en la lucha por los derechos humanos; sin embargo, no debemos pensar que la lucha cesa aquí. El ganador del Premio 2002, Oswaldo Payá, nunca llegó a ver una Cuba libre. Este premio hoy debería alentar a todos nuestros aliados a permanecer firmes en apoyo a nuestra lucha. Específicamente, la Unión Europea debe garantizar que el Gobierno venezolano acepte la demanda de la oposición para liberar a todos los presos políticos. Además, necesitamos la ayuda de la comunidad internacional para lograr nuestras tres demandas principales, que acompañan la liberación de los presos políticos: la restauración de un Consejo Nacional Electoral independiente, la apertura de un canal humanitario bajo los auspicios de las Naciones Unidas y el restablecimiento pleno de la autonomía de la Asamblea Nacional democráticamente elegida.
Al igual que Sájarov y su discurso de 1975, escribo estas palabras lejos de la ceremonia en Estrasburgo. Si bien el gobierno venezolano me ha prohibido abandonar el país, no impedirán que me escuchen. A pesar de lo difícil de esta lucha, estoy más inspirada que nunca. Tengo ocho meses de mi embarazo, la gente me pregunta cómo se siente acerca traer un hijo al mundo bajo estas circunstancias. Temo por mis hijos, como lo haría cualquier madre, pero más fuerte que ello es mi fe en el futuro de mi país. Y mientras veo a los innumerables valientes venezolanos salir a la calle todos los días y ondear nuestra bandera en alto, sé que vamos a rescatar a Venezuela.
Lilian Tintori es activista de derechos humanos y esposa del líder opositor venezolano Leopoldo López.