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Dejar la paz en paz

Posted on: agosto 11th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

El presidente Duque tiene una oportunidad de oro para recobrar su gobernabilidad prematuramente perdida: poner a la paz por encima de los partidos y liderar su construcción, esa segunda fase tan necesaria

 

 

Siempre se ha dicho que para lograr la paz se requieren dos fases. La primera es hacer la paz, hacer las paces, dejar de matarse. La segunda es construir la paz, lograr una verdadera reconciliación, dejar de odiarse. La segunda fase es más difícil y toma mucho más tiempo. Es como construir una catedral: hay que hacerlo con cuidado, ladrillo por ladrillo, hasta lograr el desarme de los espíritus. Sanar las heridas de una guerra de más de medio siglo requiere mucha paciencia, perseverancia y resiliencia.

 

La paz con las FARC en Colombia, considerada la guerrilla más antigua y poderosa de las Américas, después de seis años de negociaciones, cumplió la primera fase con mucho éxito, según los estándares internacionales. El Instituto Kroc de la Universidad de Notre Dame, encargado por las dos partes para verificar el cumplimiento de los acuerdos por ser la entidad con más información y experiencia en estos asuntos, así lo confirma. Ha dicho también que este acuerdo de paz ha sido el más completo y ambicioso que hasta ahora se haya negociado, y que los puntos fundamentales de la primera fase se han cumplido con más celeridad que en otros procesos.

 

El llamado DDR (desarme, desmovilización, reinserción) se ejecutó en tiempo récord. El desarme de la guerrilla se logró en nueve meses. Se entregaron más armas por guerrillero que en otros acuerdos y las armas se fundieron para convertirse en monumentos a la paz. Las FARC ya son un partido político y el número de guerrilleros desmovilizados que se han devuelto al monte es mínimo.

 

 

Este proceso ha generado mucho interés y un gran respaldo en la comunidad internacional porque es el primer acuerdo exitoso que se negoció bajo el paraguas del Estatuto de Roma, el primero en que las víctimas y sus derechos se colocaron en el centro de la solución del conflicto, el primero en que ambas partes acuerdan un sistema de justicia transicional al cual se someten, el primero que incluye un capítulo de género. Es, además, el acuerdo que ha producido más resoluciones unánimes de apoyo por parte del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas desde su creación en 1945.

 

 

¿Problemas? Por supuesto, y muchos. Nadie dijo que sería fácil ni que Colombia sería un paraíso al día siguiente de firmar la paz. Todo lo contrario. Se advirtió que el camino sería largo y culebrero, y que requeriría el concurso de todos porque construir la paz es una responsabilidad de todos. No es la paz de Santos como dicen algunos, es la paz de todos. El papa Francisco no quiso venir a Colombia durante las negociaciones; siempre me dijo que vendría cuando más lo íbamos a necesitar. Y así fue. Nos visitó cuando ya habíamos firmado la paz para empujarnos a “dar el primer paso hacia la reconciliación”: sabía que era lo más difícil.

 

 

Todo proceso de paz encuentra enemigos. Siempre habrá descontento de lado y lado pues, en el fondo, se trata de trazar una raya entre justicia y paz. Así ha sido en Irlanda del Norte, en Sudáfrica, en El Salvador, en el conflicto entre Israel y Palestina, en fin, en todos. El proceso colombiano no es la excepción. Una guerra de más de cincuenta años, atravesada por la flecha venenosa del narcotráfico, genera todo tipo de intereses macabros que se benefician con la violencia y el desorden. Y, por supuesto, a los intereses políticos que se nutren del miedo y de la guerra tampoco les interesa la normalidad. Necesitan enemigos. Por eso hicieron todo lo posible para que fracasara la paz y muchos siguen tratando de sabotearla. Por fortuna no han podido… ni podrán.

 

 

Desde el principio se inició una campaña de descarada desinformación para desprestigiar el proceso

 

Desde el principio se inició una campaña de descarada desinformación para desprestigiar el proceso y a las personas que lo promovían. ¡Qué no se dijo y se sigue diciendo! Que éramos unos comunistas infiltrados en el establecimiento, a sueldo de Chávez y de los Castro, para entregarle el país a las FARC. Que los negociadores eran unos traidores vendidos al “castrochavismo” que secretamente habían acordado desmantelar el Ejército y convertir la guerrilla en la nueva policía para que se apropiara de todas las tierras. Son apenas algunos ejemplos del alud de insólitas calumnias que repetían todos los días sin sonrojarse ni vergüenza alguna. Ni hablar de las mentiras durante el plebiscito, confesadas luego por el propio gerente de la campaña del No.Hasta las iglesias cayeron en el engaño. El Brexit se quedó en pañales.

 

 

Semejantes estupideces no tendrían ninguna importancia si no se tradujera en muertos. Porque muchos de los líderes sociales que están matando, los están matando esos intereses macabros que se sienten amparados y muchas veces estimulados por los que siguen empeñados en desprestigiar el proceso a como de lugar. Un porcentaje importante de los líderes sociales asesinados eran reclamantes de tierras o promotores de la sustitución voluntaria de cultivos ilícitos. Los terratenientes que se hicieron a sus tierras desplazando a los campesinos a punta de fusil no quieren que se les siga devolviendo sus parcelas a los dueños originales. Por eso, están proponiendo en el Congreso que se frene la restitución. Y los narcotraficantes no quieren que tenga éxito la sustitución voluntaria de los cultivos de coca porque saben que es la forma más efectiva —tal vez la única— de acabar con su materia prima. También están asesinando a los ambientalistas que se oponen a que los acaparadores de tierras, la minería ilegal y los narcotraficantes sigan deforestando nuestra Amazonía.

 

 

En ciertas regiones se está viendo una campaña para impedir que se cumpla el primer punto del acuerdo, el de desarrollar una verdadera reforma rural integral que resuelva el problema del acceso y la productividad de la tierra, una aspiración de Colombia desde nuestra independencia; y el cuarto punto, el de darle a los campesinos cocaleros una alternativa digna para alimentar a sus familias y resolver el problema de la producción de coca. Porque es la única solución. La vía punitiva fracasó. Llevamos cuarenta años ensayándola. Me dirán que por qué no se resolvieron estos problemas en el Gobierno pasado. La respuesta es que se avanzó en el año y medio que tuvimos después de la firma —ahí está la evidencia: 99.000 familias registradas para la sustitución voluntaria y más de 30.000 hectáreas erradicadas con resiembra de solo el 0.6% según UNDOC, por ejemplo, o un millón cien mil hectáreas en manos de los jueces y 310.000 devueltas y tituladas a los campesinos—, pero se nos acabó el tiempo. Pensamos que el nuevo Gobierno construiría sobre lo construido, porque era lo pactado, lo correcto, y lo que a todos convenía y conviene.

 

 

La esperanza de los pueblos acaba derrotando el miedo. La reconciliación se acaba imponiendo sobre el odio

 

A nivel político continúan los intentos para cambiar los acuerdos. Por fortuna, el Congreso, la Corte Constitucional y la comunidad internacional lo han impedido, como debe ser. Y la campaña de desprestigio contra el acuerdo y sus defensores no cesa. Dicen que 5.000 guerrilleros de las FARC se devolvieron al monte (el propio secretario general de la ONU salió a desmentirlo; de más de 13.000 registrados solo 724 no aparecen —incluidos los dos negociadores que tanto desconcierto generaron—, según datos del propio Gobierno); que las campañas a favor de la paz y el plebiscito fueron financiadas por el narcotráfico o con sobornos de Odebrecht, Cemex e Impregilo; que engañamos a toda la comunidad internacional con la complicidad de la prensa extranjera; que compramos los periodistas del New York Times y del Economist; que nos robamos 375 millones de libras esterlinas con la complicidad del Papa, y que hasta compramos el Premio Nobel de Paz. En fin… “mentid, mentid, mentid, que de la calumnia algo queda”. Asesinar la reputación y la credibilidad de sus enemigos ha sido una táctica muy utilizada por la extrema derecha. Por eso nuestra consigna ha sido clara: mientras los perros ladren, hay que seguir cabalgando.

 

 

Porque el tren de la paz no se detiene: ya pasó el punto de no retorno y los intentos de descarrilarlo seguirán fracasando. La esperanza de los pueblos acaba derrotando el miedo. La reconciliación, por más difícil que sea, se acaba imponiendo sobre el odio. En este caso con mayor razón porque, tal como lo reiteraron el presidente y el vicepresidente del Consejo de Seguridad de la ONU en su reciente visita a los espacios de capacitación y reincorporación de excombatientes de las FARC, el acuerdo que logramos en Colombia es un ejemplo luminoso para el resto del mundo.

 

 

El presidente Duque tiene una oportunidad de oro para recobrar su gobernabilidad prematuramente perdida: poner a la paz por encima de los partidos y liderar su construcción, esa segunda fase tan necesaria. Si se compromete a una acción efectiva para detener los asesinatos de líderes sociales, si abandona la insistencia en cambiar los acuerdos, y si traduce en acciones concretas y medibles, respaldadas con los recursos necesarios, sus reiteradas manifestaciones de querer implementar lo pactado, la gran mayoría del país y del Congreso lo respaldaría.

 

 

Un paso firme y convincente en esa dirección podría generar la suficiente fuerza centrífuga —así funciona la política— para lograr otros acuerdos que permitan mantener la tendencia positiva de los indicadores sociales y económicos registrada en esta década, que los organismos internacionales no han dejado de elogiar. Algunos avances, como el de mantener la tasa de desempleo en un solo dígito, han comenzado a revertirse, pero todo tiene solución, todo puede lograrse, si se deja la paz en paz.

 

 

El País

Juan Manuel Santos fue presidente de Colombia entre 2010 y 2018.

Lloramos por ti, Venezuela

Posted on: agosto 17th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

 

La cuna del Libertador; el país con las mayores reservas petroleras del mundo; una nación libre, rica, con gente maravillosa; el destino durante décadas de millones de migrantes colombianos que huían de la violencia y buscaban una mejor vida, hoy por desgracia se desmorona en lo económico, en lo social y en lo político.

 

 

 

Colombia es el país que más tiene que ganar o perder con lo que suceda en nuestra hermana república. Nos unen todos los lazos que pueden unir a dos naciones: la historia, la cultura, la geografía, la economía, más de 2.200 kilómetros de frontera viva… Por eso siempre hemos deseado que a Venezuela le vaya bien. En estos últimos tiempos hemos hecho hasta lo imposible, al igual que el propio Vaticano y tantos otros Estados y líderes del mundo, para acercar al Gobierno y a la oposición alrededor de una salida digna a la grave encrucijada en que se encuentran.

 

 

 

Cuando Hugo Chávez fue elegido, con el apoyo de buena parte del empresariado, pocos lo confrontaron. Desde mi modesta tribuna periodística, fui uno de esos pocos. Me convertí en uno de sus más duros críticos desde Colombia, hasta cuando fui elegido presidente de los colombianos. Tomar las riendas de una nación produce algo parecido a cuando se tiene el primer hijo: se afina el sentido de la responsabilidad. Arreglar la situación con los vecinos (con Ecuador tampoco teníamos relaciones diplomáticas ni comerciales) era lo que más le convenía al interés nacional. Además, era una condición necesaria para lograr un gran sueño de los colombianos: la paz después de medio siglo de guerra con las FARC, la más antigua y numerosa guerrilla del continente.

 

 

 

Arreglar la situación con Chávez no quería decir que tuviéramos que estar de acuerdo en la forma como cada cual pensaba o manejaba su respectivo país. Eso era imposible. Nuestras visiones eran como el agua y el aceite. Simplemente teníamos que respetarnos las diferencias y trabajar sobre lo que les convenía a los dos pueblos. Así fue.

 

 

 

La cuna del Libertador; el país con las mayores reservas petroleras del mundo; una nación libre, rica, con gente maravillosa; el destino durante décadas de millones de migrantes colombianos que huían de la violencia y buscaban una mejor vida, hoy por desgracia se desmorona en lo económico, en lo social y en lo político.

 

 

 

Colombia es el país que más tiene que ganar o perder con lo que suceda en nuestra hermana república. Nos unen todos los lazos que pueden unir a dos naciones: la historia, la cultura, la geografía, la economía, más de 2.200 kilómetros de frontera viva… Por eso siempre hemos deseado que a Venezuela le vaya bien. En estos últimos tiempos hemos hecho hasta lo imposible, al igual que el propio Vaticano y tantos otros Estados y líderes del mundo, para acercar al Gobierno y a la oposición alrededor de una salida digna a la grave encrucijada en que se encuentran.

 

 

 

Cuando Hugo Chávez fue elegido, con el apoyo de buena parte del empresariado, pocos lo confrontaron. Desde mi modesta tribuna periodística, fui uno de esos pocos. Me convertí en uno de sus más duros críticos desde Colombia, hasta cuando fui elegido presidente de los colombianos. Tomar las riendas de una nación produce algo parecido a cuando se tiene el primer hijo: se afina el sentido de la responsabilidad. Arreglar la situación con los vecinos (con Ecuador tampoco teníamos relaciones diplomáticas ni comerciales) era lo que más le convenía al interés nacional. Además, era una condición necesaria para lograr un gran sueño de los colombianos: la paz después de medio siglo de guerra con las FARC, la más antigua y numerosa guerrilla del continente.

 

 

 

Arreglar la situación con Chávez no quería decir que tuviéramos que estar de acuerdo en la forma como cada cual pensaba o manejaba su respectivo país. Eso era imposible. Nuestras visiones eran como el agua y el aceite. Simplemente teníamos que respetarnos las diferencias y trabajar sobre lo que les convenía a los dos pueblos. Así fue.

 

 

 

Colombia es el país que más tiene que ganar o perder con lo que suceda en la hermana república

 

 

 

¿Cómo pasamos en lo personal de la agresividad a la cordialidad? Con el humor… y la historia, tan útiles en las relaciones entre las personas y en la diplomacia. Le propuse lo mismo que Reagan a Gorbachov cuando se reunieron por primera vez para discutir la disminución del arsenal nuclear. Reagan le dijo a su colega soviético que ni él se iba a volver un comunista ni esperaba que Gorbachov abrazara el capitalismo, pero que podían trabajar juntos por un objetivo superior como era salvar al mundo de un desastre nuclear. Tampoco yo me iba a volver un revolucionario bolivariano, ni Chávez un demócrata liberal. En nuestro caso el objetivo superior era la paz de Colombia con sus altos beneficios para toda la región. En ambos casos funcionó.

 

 

 

Con humor rompimos el hielo y con humor mantuvimos una relación cordial hasta su último día, a pesar de nuestras profundas diferencias. Chávez tenía un gran sentido del humor. Nos tomábamos permanentemente del pelo sobre nuestras diferencias. Yo le repetía que su revolución bolivariana iba a dejar muy mal a Bolívar porque iba a fracasar. Él me decía que Santander, el otro gran héroe de nuestra independencia, era un oligarca neoliberal igual que yo. Pero, tal como lo hicieron Reagan y Gorbachov, nos propusimos no criticar nuestros respectivos modelos (el socialismo siglo XXI versus la tercera vía), para dejar que la historia rindiera el veredicto final. Pues bien, los hechos son tozudos: la historia se pronunció.

 

 

 

El veredicto es contundente. Solo menciono algunos de sus apartes: mientras Colombia en estos últimos años ha crecido muy por encima del promedio latinoamericano, tiene una inflación por debajo del 4%, es campeona en la región en reducción de la pobreza, en nivel de inversión y en generación de empleo, obtuvo y mantuvo grado de inversión, ha modernizado su infraestructura y ha fortalecido la educación como nunca antes, para solo citar algunos datos relevantes, Venezuela se convirtió en el país más endeudado y con la inflación más alta del mundo, la pobreza supera el 82%, la contracción de la economía es cercana al 40%, la inseguridad se disparó, la muerte de pacientes en los hospitales se multiplicó por 10 y de recién nacidos, por 100. Y, como si fuera poco, hay escasez crónica de divisas, de medicinas y de alimentos. La gente se está adelgazando por física hambre y emigrando en busca de una mejor vida.

 

 

 

Maduro ha querido culpar a Colombia por su debacle económica. Se molestó mucho porque mencioné que le había advertido hace siete años a Chávez de este fracaso. ¿Es que acaso no ha sido un estrepitoso fracaso?

 

 

 

Lo más grave, sin embargo, es que, a la par de la economía, a la democracia también la han destruido. Infortunadamente, la corrupción se convirtió en la voz cantante del régimen y el respeto por los derechos humanos dejó de existir.

 

 

 

Hasta cuando murió Chávez las formas democráticas se mantuvieron. Incluso durante Maduro, se reconoció a regañadientes la mayoría que obtuvo la oposición en las últimas elecciones legislativas. Pero, a partir de ese momento, le han propinado golpe tras golpe a la institucionalidad democrática hasta llegar al tiro de gracia: una Asamblea Constituyente ilegítima. “El poder constituyente está por encima de todos los demás poderes constituidos”, manifestó el régimen.

 

 

 

Nuestra posición, como la de la mayoría del continente, ha sido la de ayudar a buscar una salida negociada, democrática y pacífica a la encrucijada venezolana. Últimamente las posiciones se han endurecido en la medida en que se iba destruyendo la democracia. Y ahora, frente a la dictadura, hay que endurecerlas más.

 

 

 

Maduro me tilda de traidor porque Colombia ha protestado y se ha opuesto a las crecientes violaciones de los derechos humanos y democráticos en su país. Tal vez pensaba que, por habernos ayudado en el proceso de paz, nos íbamos a tapar los ojos y a ser cómplices de sus arbitrariedades. El necesario pragmatismo en las relaciones internacionales no da para tanto. A Chávez y al propio Maduro nunca dejaré de agradecerles su aporte a la paz de mi país. Pero nunca podré estar de acuerdo con la supresión de las libertades y la violación de los derechos ciudadanos en Venezuela… o en cualquier lugar del mundo.

 

 

 

Los países de la región y de la comunidad internacional que defienden los valores de la paz y la libertad deben seguir presionando, cada vez con más fuerza y con acciones efectivas, por un rápido restablecimiento, ojalá pacífico, de la democracia en esa gran nación que llevamos en nuestros corazones. No puede entronizarse y perpetuarse una dictadura en el centro de América Latina. Sería nefasto para el continente recién declarado el continente de la paz. Mientras tanto, lloramos por ti, Venezuela.

 

 

 

Juan Manuel Santos es presidente de la República de Colombia.

Publicado originalmente en El País (España)

Volver posible lo imposible

Posted on: diciembre 15th, 2016 by Laura Espinoza No Comments

La implementación rápida del acuerdo con las FARC es decisiva para que la paz se consolide

 
Luego de más de 50 años de conflicto armado, luego de más de 34 años de intentar sin éxito alcanzar la paz, muchos colombianos perdieron la esperanza y creyeron que la paz sería inalcanzable. Un imposible. Hoy, después de seis años de largas, difíciles y complejas negociaciones, podemos decir que los colombianos logramos volver posible lo imposible. Convertimos el sueño de la paz en realidad.

 

 

El camino no ha sido fácil. La derrota del plebiscito, aun por tan estrecho margen, sorprendió a Colombia y al mundo entero. Pero la voluntad de paz, el anhelo de paz de los colombianos nunca desfalleció.

 

 

Por eso inicié un gran diálogo nacional para escuchar y recoger las preocupaciones y las propuestas de los que promovieron el no y también de los defensores del sí. Esas propuestas las acogimos e hicimos nuestras para llevarlas a la mesa de negociaciones con las FARC.

 

 

 

De allí surgió un nuevo acuerdo, enriquecido, ajustado y modificado con la inmensa mayoría de las iniciativas y alternativas sugeridas por los más diversos sectores de la sociedad. Así lo han reconocido las víctimas, las comunidades indígenas y afrodescendientes, la Iglesia, los empresarios, los gremios, las Altas Cortes, los gobernantes locales.

 

 

 

¿Cómo podría alguien cuestionar la legitimidad del poder legislativo? Allí se reúnen las voces de todos los departamentos y regiones y todas las opciones políticas
Este nuevo acuerdo fue también debatido y refrendado por el Congreso de la República, tanto en el Senado como en la Cámara de Representantes. ¿Cómo podría alguien cuestionar la legitimidad del poder legislativo? Allí se reúnen las voces de todos los departamentos y regiones, todas las opciones políticas están representadas. Es en su seno, por mandato expreso de nuestra Constitución, como lo es en toda democracia, donde reside la representación popular. Así lo ha señalado también el Consejo de Estado, la alta Corte más antigua y que señala al Gobierno lo que puede y no puede hacer.

 

 

 

Es el foro natural y legítimo para la discusión y aprobación de las normas que rigen la nación, y no podría haber tema más importante que el de la paz y el fin del conflicto. En la gran mayoría de las democracias es el Congreso quien autoriza al Ejecutivo a declarar la guerra (en Colombia así lo señala el artículo 212 de la Constitución Nacional).

 

 

 

El acuerdo de paz alcanzado es una oportunidad histórica para Colombia. Pero como todas las oportunidades, hay que actuar de manera decidida y eficaz, para no perderla.

 

 

 

Consolidar la paz alcanzada necesita que el acuerdo firmado con las FARC se lleve a la práctica a la brevedad, sin dilaciones ni demoras. El éxito de todo acuerdo está directamente ligado a su rápida implementación. No hacerlo promueve la desconfianza entre los actores, mina el buen entendimiento y termina por poner en riesgo el acuerdo mismo.

 

 

 

La construcción de la paz es un largo y difícil camino que requerirá de la participación, el compromiso y el trabajo de todos los colombianos. La paz no es de un presidente, ni de un Gobierno. Es del país entero. Esta es una ocasión única en la historia de la República.

 

 

 

La comunidad internacional entera ha respaldado de manera unánime y contundente la negociación y el acuerdo de paz de Colombia. En ello la Unión Europea y España han jugado un papel fundamental. Ahora, frente el reto de la construcción de la paz, los países de la Unión Europea siguen al lado de Colombia y nos apoyan en esta tarea transformadora. Así quedó plasmado con la creación del Fondo Fiduciario para el Posconflicto, que moviliza 590 millones de euros. A Europa, a España, va nuestro más profundo y sincero agradecimiento.

 

 

 

Estoy convencido, así lo he dicho y lo reitero, que es posible alcanzar un acuerdo nacional para la implementación del acuerdo. No tendremos que ponernos de acuerdo en todo. Pero estoy seguro que es posible encontrar puntos esenciales alrededor de los cuales podemos unirnos todos los colombianos.

 

 

 

Unidos como nación, haremos de Colombia un lugar mejor, donde la violencia no reine, donde las diferencias se tramiten con respeto por el otro, donde el progreso y el bienestar no sigan frenados por el conflicto. En esa Colombia tolerante y diversa podrán aflorar nuestros talentos, podrá desarrollarse plenamente nuestro potencial y hacer de nuestro país el país que queremos y nos merecemos todos.

 

 

El País

Juan Manuel Santos es presidente de Colombia.

Ungass: una oportunidad que no podemos perder

Posted on: abril 17th, 2016 by Laura Espinoza No Comments

 

¿Cómo explicarle a un campesino colombiano que puede ir a la cárcel por cultivar marihuana, mientras un joven en el estado de Colorado en Estados Unidos abre su segunda tienda de venta legal de marihuana recreacional y disfruta de sus crecientes ganancias?

 

 

 

Esta es una de las paradojas del actual debate internacional en torno a la llamada Guerra contra las Drogas. Una guerra que, desde cualquier ángulo que se mire, muestra un balance desalentador frente a la cantidad de tiempo, vidas y recursos que ha costado. Después de medio siglo de esfuerzos, el negocio del narcotráfico en el mundo está activo y sigue generando ingentes utilidades.

 

 

 

 

En este lapso, Colombia ha perdido muchos de sus mejores líderes políticos, policías, soldados, jueces, fiscales y periodistas, en una persistente lucha contra las organizaciones del narcotráfico. Hemos desmantelado los grandes carteles y combatido los cultivos ilícitos. Pero nuestros logros también han desplazado la amenaza del narcotráfico a otros países. Los narcotraficantes cambian y se adaptan.

 

 

 

En este contexto, cobra especial importancia el acuerdo de paz que nos encontramos cerca de concluir con las FARC. En una Colombia sin conflicto armado, las FARC pasarán de ser uno de los grandes obstáculos para la efectiva acción del Estado contra las drogas, a un aliado en la erradicación y sustitución de cultivos ilícitos, el desminado y la identificación de centros de producción y rutas de transporte. Un giro histórico en nuestra lucha contra las drogas.

 

 

 

Pero no se trata del esfuerzo de una sola nación, sino de lo que podemos lograr como comunidad internacional. Un país como Colombia, que ha soportado la carga más pesada en la lucha global contra las drogas, tiene la autoridad moral para decir que ha llegado el momento de que el mundo adopte un nuevo enfoque en esta política.

 

 

 

Este no es un llamado a la legalización. Es un llamado a reconocer que entre la guerra total y la legalización hay toda una gama de opciones que podemos explorar para mejorar la prevención del abuso de drogas, dar un tratamiento más humano a los consumidores, incrementar la colaboración para combatir el crimen organizado, y brindar alternativas económicas a campesinos y otras comunidades vulnerables presas del negocio del narcotráfico.

 

 

 

Desde el año 2012, en la Cumbre de las Américas de Cartagena, propuse realizar una revisión objetiva y científica, alejada de ideologías y prejuicios, de la estrategia global contra las drogas. Un año después, la Organización de Estados Americanos produjo un informe con enfoques alternativos para abordar el problema, varios de cuyos elementos se incorporaron en una resolución aprobada por una Asamblea Extraordinaria de la OEA en Guatemala en 2014.

 

 

 

Sin embargo, la respuesta debe ser global, no solo hemisférica. Por eso propusimos, junto con México y Guatemala, la realización de la Sesión Especial sobre Drogas de la Asamblea General de las Naciones Unidas (Ungass 2016) que se reúne esta semana en Nueva York.

 

 

 

¿Qué propuestas hemos llevado Colombia y un importante número de países del mundo a esta reunión?

 

 

 

Primero: las convenciones de drogas se deben aplicar en consonancia con el respeto a los derechos humanos. Esto supondría, por ejemplo, la abolición de la pena de muerte para delitos relacionados con drogas.

 

 

 

Segundo: debe haber flexibilidad en cada país para adoptar políticas nacionales frente a las drogas que, respetando el marco de las convenciones internacionales, se ajusten a sus circunstancias particulares.

 

 

 

Tercero: hay que pasar de una política principalmente represiva a un enfoque más amplio que trate el consumo de drogas como un tema de salud pública; con medidas alternativas a la cárcel para delitos no violentos relacionados con drogas, y oportunidades económicas y sociales para los pequeños cultivadores.

 

 

 

Y cuarto: debemos perseverar en el combate al crimen organizado; enfocarnos en las mafias, en los lavadores de activos, para quitarles esos recursos exorbitantes que generan tanta corrupción y violencia. Hay que golpearlas donde más les duele, que es en sus ganancias.

 

 

 

Tenemos, entonces, que ser más innovadores y más prácticos. Hay que intentar soluciones imaginativas y, sobre todo, hay que tener la audacia para tomar decisiones políticas difíciles, incluso impopulares, si queremos mejorar los resultados en esta guerra contra las drogas de más de medio siglo, que no hemos ganado.

 

 

 

Juan Manuel Santos

Colombia hacia la paz y el Pacífico

Posted on: noviembre 15th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

Llevábamos un cuarto de siglo golpeando la puerta de APEC y hoy es una realidad el acercamiento al Pacífico como una forma de hacer presencia en la región

Hace 25 años, el Ministerio de Comercio Exterior de Colombia cabía en un maletín. Mi maletín, básicamente. Esa era mi oficina, recién posesionado como el primer ministro que ese sector tuvo en la historia de nuestro país.

 

 

En esa época era un sueño tener una economía cada vez más abierta al mundo, con cifras históricas de inversión e índices de crecimiento que superan con creces el promedio regional, como las que tenemos hoy.

 

 

El país luchaba entonces por dos objetivos que hoy –finalmente– están cerca de convertirse en realidad: la conquista de la paz y el pleno desarrollo de una economía conectada globalmente con los mercados de Norteamérica, Europa y Asia.

 

 

Hago estas reflexiones ahora que Colombia se dispone a participar como país invitado a la cumbre de la APEC en Filipinas.

 

 

Llevábamos un cuarto de siglo golpeando la puerta de APEC y hoy es una realidad el acercamiento al Pacífico como una forma de exportar más, de hacer presencia en la región del mundo en la que más está creciendo la economía.

 

 

De alguna manera, los caminos hacia la paz y hacia el Pacífico han evolucionado juntos. Desde cuando decidimos trazar una hoja de ruta identificando los mercados más importantes –a los cuales necesitábamos acceso preferencial–, teníamos claro que la prosperidad de una economía abierta al mundo contribuiría a construir un país con más oportunidades, menos desigual y menos violento.

 

 

Hoy en día –después de casi ser considerados como un Estado fallido a principios del siglo– Colombia se ha convertido en un país que se acerca al logro de una paz estable y que, gracias a políticas macroeconómicas exitosas, se consolida como un actor internacional con enorme potencial.

 

 

Comenzamos construyendo nuestro camino hacia Estados Unidos a través del G-3 con México y Venezuela. Y al principio solo podíamos soñar con Europa y Asia, porque llegar a ellos parecía imposible cuando tocábamos sus puertas. Pero luego, la aprobación de los tratados de libre comercio con Estados Unidos y la Unión Europea, durante mi gobierno, se convirtieron en hitos que reflejaron la positiva transformación de Colombia.

 

 

Entretanto, la estrategia militar que llevé a cabo como Ministro de Defensa arrojó resultados excepcionales y le dio al Estado colombiano la fortaleza suficiente para proponer una negociación seria con la guerrilla de las FARC y avanzar hacia la terminación de un conflicto armado que nos ha desangrado durante más de 50 años.

 

 

Eso hice cuando llegué a la Presidencia –hace un poco más de cinco años–: iniciar un proceso para la consecución de la paz y, al tiempo, tender puentes con los mercados asiáticos.

 

 

Un manejo responsable de la economía, sumado a un mejoramiento significativo de los índices de seguridad y la posibilidad de acabar la guerra, nos ha permitido recobrar la esperanza y la confianza de los inversionistas.

 

 

Colombia está de moda y, según se dice, eso nos ha dado la credibilidad suficiente para seguir en la conquista de más mercados internacionales.

 

 

Ya nos embarcamos en el proceso de adhesión a la OCDE y creamos –con Chile, México y Perú– la Alianza del Pacífico, un mecanismo de integración profunda que tiene como pilares la libre movilidad de bienes, servicios, personas y capitales. Nuestras economías representan el 36 por ciento del PIB de América Latina –y sumadas equivalen a la octava economía del mundo, por encima de la India y Brasil.

 

 

La Alianza del Pacífico se ha convertido en la más dinámica plataforma económica y comercial de nuestra región, proyectada al mundo y en particular al Asia-Pacífico. Tanto así, que ya cuenta con 42 países observadores.

 

 

Esta semana, Colombia será el único país no miembro de APEC que hará presencia en la cumbre de Filipinas. Y esperamos que el año entrante, cuando la cumbre se realice en Perú, se levante la moratoria que existe para el ingreso de nuevos miembros y Colombia ingrese por fin a este foro.

 

 

Para entonces, esperamos haber firmado el acuerdo que ponga fin al conflicto armado en nuestro país. Será la culminación ideal de ese camino que emprendimos hace un cuarto de siglo hacia la paz y hacia el Pacífico.

 

 

Juan Manuel Santos es el presidente de Colombia

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