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El exilio hecho versos

Posted on: febrero 12th, 2024 by Super Confirmado No Comments

 

Un día, hablando con uno de mis alumnos, con toda sencillez me dijo: “Supongo que usted nunca imaginó que vendría a morir en Colombia”.

 

Tal frase me hizo considerar que, en efecto, esa circunstancia ni había estado ni estaba en mis cálculos personales.

 

Pero, como el fin de la vida terrena no depende de uno sino de Dios, reconociendo que podía darse mi deceso en el exilio, no pude menos que evocar –raíz hispánica– algunos sentimientos del forzado desarraigo español posterior a la Guerra Civil (1936-1939).

 

Me acordé de aquel “¡Aquí no ha muerto nadie!” de León Felipe ante los restos de Andrés Eloy Blanco, velados en el Panteón Español de Ciudad de México.

 

Recordé el “Canto a los hijos”: “Venezuela, / la del signo del éxodo, la madre de Bolívar/, y de Sucre y de Bello y de Urdaneta / y de Gual y de Vargas y del millón de grandes; / más poblada en la gloria que en la tierra; / la que algo tiene y nadie sabe dónde; / si en la leche, en la sangre o la placenta / que el hijo vil se le eterniza adentro / y el hijo grande se le muere afuera”.

 

Andrés Eloy recordó en sus versos que a la patria lejana (“más difícil que un pozo en el desierto / más bella que un amor en primavera”), a Venezuela, “inalcanzable y pura / sabemos ir por el ¡Bendita seas!”.

 

Y, con esperanza, suelo repetir su poema al Caribe:

 

“Como para decirlo de rodillas/ ¡Qué bien está que en nuestro mar me quieras! / ¡Qué bien supo nacer en tus riberas! / ¡Qué bien sabrá morir en tus orillas!/

 

¡Qué llano azul para sembrarle quillas!/ ¡Qué historia de vigilias costaneras!/ ¡Qué mar de ayer para inventar banderas coloradas, azules y amarillas.»

 

 

 

Encuentro Humanista: Tragedia, temor y poder

Posted on: junio 21st, 2022 by Laura Espinoza No Comments

 

 

En los días previos a los idus de marzo, aquel año 44 a. C., Casca relató a Cicerón que había visto el cielo ardiendo y también a un hombre con las manos en llamas, pero sin quemarse. Agregó que había observado a un león merodeando las cercanías del Capitolio; y resaltó que también un búho ululaba en el mercado. Por su parte, Calpurnia, al ver la tormenta de la víspera de los hechos, rogó a su marido que no fuese al Senado. Son detalles que preludian, en Julio César, de Shakespeare, la presentación del crimen contra quien detentaba el poder, con la acusación de que pretendía hacerse coronar como rey.

 

 

Un clima de temor y de angustia precede al asesinato. Cuando la muerte del poderoso es ya una realidad, los signos adquieren, en la obra shakespereana, dimensiones de advertencias, que algunos no entendieron y otros simplemente no les atribuyeron el sentido que realmente tenían. Tragedia y temor forman, en la obra, un dúo inescindible. Se teme lo que se percibe como trágico; o lo que anuncia, por su rango causal, que el hecho trágico está en vías de presentarse como realidad humana e histórica.

 

 

Shakespeare plasma en Julio César el drama anímico, visto a posteriori. El lector o el espectador distinguirán la variedad de alertas, haciéndose a la idea que las señales e indicios mostraban, sin duda alguna, que la hora de la verdad, la del destino trágico, estaba sonando para el militar capaz que había escrito la historia de sus victorias en La Guerra de las Galias. En ese escrito se recoge el triunfo de sus legiones, de las legiones de Roma, sobre el caudillo que no pocos franceses colocan como símbolo de la raíz misma de su conciencia nacional: Vercingetorix.

 

 

Del alea jacta est al veni, vidi, vici, va la gloria de los triunfos de Julio César. En los idus de marzo está el epílogo ensangrentado de su vida de guerrero. Logró imponerse a Pompeyo, militar como él y de gran prestigio y peso político. Pero, en cambio, no logró prevenir y derrotar la conjura senatorial que buscó y logró, a costa de su vida, poner fin a un mando que no parecía tener fecha inmediata de cese.

 

 

¿Por qué Shakespeare fijó su atención en esa tragedia conclusiva de un hombre que con sus res gestae había acrecentado su auctoritas, como soporte de su poder político y militar? Pienso que no quiso escribir solamente un drama histórico. En los tiempos de la Grecia antigua la educación ciudadana se hacía a través de la tragedia, cuyos concursos se realizaban en el tiempo de las Fiestas Dioinisíacas. En las obras de Shakespeare, cargadas de tensión anímica y de hondura de perfiles psicológicos, existe siempre una finalidad pedagógica. En ellas no se persigue tanto la formación en la areté, el existir virtuoso, recto, dentro de la polis; como la comprensión de los vericuetos, enderezados o torcidos, del pensar y el actuar humano. Sus obras, ambientadas a menudo en personajes del devenir histórico inglés, muestran, cómo las normalidades y las virtudes, así como las patologías y los vicios, cuando marcan a sujetos de relieve en la vida pública, se reflejan, positiva o negativamente, en la vida social y política.

 

 

Algo trágico siempre rodea al poder. En éste afloran y se reflejan más las cosas malas que las buenas de quienes incursionan como protagonistas en el mar proceloso de la política. Quizá es la conjunción maligna de la soberbia, el egoísmo, el narcisismo, la egolatría, la proyección sine die del goce lujurioso del mando, y todo lo que se quiera añadir, lo que genera acciones y reacciones en una dialéctica perversa que gira considerando la búsqueda del imperium, como el motor auténtico de la historia y de la dinámica de la participación en la vida pública. En la tragedia histórica es frecuente que la invisibilidad del signo de los tiempos resulte del ayuntamiento perverso de la avaricia y la terquedad, fusionadas en la mente y en el alma de los brutos. Tragedia, temor y poder. La razón moral ignorada o negada como base imprescindible de la razón política.

 

 

Se ve así, no tanto desde el mundo antiguo greco-romano, sino desde que Maquiavelo plasmó el divorcio entre la ética y la política, marcando ésta última con la finalidad de la presencia en la discusión y gestión sobre los asuntos de todos, no ya en el afán de servicio y la búsqueda del bien común, sino en la pura y dura lucha por el poder, concentrado, según él, con rigor inhumano, en las manos del gobernante.

 

En El Príncipe, (obra envilecida por el prólogo-dedicatoria, adulante y rastrero, a Lorenzo de Medici, Lorenzo el Joven, quien ni siquiera leyó el texto), Maquiavelo hizo la apología de los profetas armados, cuyo paradigma veía en Cesare Borgia; y se burló, despectivamente, de los profetas desarmados, que ejemplificaba en el fraile Girolamo Savonarola. Cesare Borgia fue un condottiero sanguinario e inclemente. Savonarola, un predicador incansable contra la inmoralidad de la Florencia mediciana. Aquél fue temido. Éste, aunque admirado por muchos, terminó ahorcado, sus restos quemados y sus cenizas dispersas.

 

 

La crueldad y la fuerza de Cesare Borgia fueron, para Maquiavelo, señales evidentes del poder, en cuanto el Príncipe debía ser más temido que amado; y no debía vacilar en hacer de todo (desde mentir hasta asesinar) para obtener y mantener el poder. Del fraile, en cambio, hizo befa en El Príncipe (aunque al final de sus días le pidiera perdón en su Exhortación a la Penitencia). No consideró Maquiavelo un hecho patente: que Savonarola nunca buscó el poder, sino la conversión moral de una ciudad, controlada por una familia, los Medici, que había hecho de ella una urbe esplendorosa, pero donde campeaban la corrupción y la inmoralidad de las costumbres.

 

 

Los Medici fueron desplazados, por presencia militar francesa, del poder de Florencia. Dirigió la Signoria, a raíz de ese hecho, durante 15 años, el Consejo de los 10. Fue el tiempo en el cual Maquiavelo tuvo altas responsabilidades en la diplomacia y en la defensa de la ciudad. Pero, corsi e ricorsi, los Medici volvieron. Y los que habían estado en el poder en su ausencia fueron perseguidos. Entre ellos estuvo Maquiavelo. Confinado en una pequeña propiedad rural y con prohibición expresa de acercarse a Florencia, escribió entonces dos de sus obras más destacadas: El Príncipe y los Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio. Solo serían publicadas después de su muerte.

 

 

Quienes piensan que su poder temporal no posee límites y no tendrá nunca fin, buscarán, sin duda, ser más temidos que amados. Buscarán ser émulos de Cesare Borgia y se burlarán de cuanto Girolamo Savonarola se cruce en su camino. Y considerarán que el poder les da, como la propiedad quiritaria romana, el derecho al uso, disfrute y abuso de todo y de todos.

 

 

Pero, de pronto, inesperadamente, pudieran darse tormentas, y visionarios de imágenes con las manos como teas que corren hacia ellos sin quemarse, y búhos ululantes, y leones hambrientos de paseo, y Calpurnias temerosas rogando a sus cónyuges el cambio de las tareas previstas en el calendario. Y todo podrá será visto con sonrisas irónicas y gestos de desprecio. No captarán, ni ellos ni su entorno, que la tragedia está cercana. Y no habrá ningún Shakespeare que refleje con grandeza (porque la grandeza estará ausente) el quejido agónico de César: E tu quoque Brute filii mei!, al ver la daga de Brutus que también le atravesaba, al igual que aquellas de los demás conjurados del Senado.

 

 

Más que imitadores de César, en este tiempo menguado de la agonía de la postmodernidad, abundan los bárbaros, que, considerándose alumnos distinguidos de Maquiavelo, le superan en su amoralidad, pero no en su agudeza; se gozan en su cinismo, pero tiene alergia visceral al humanismo y a la historia. Más que dictadores, en el sentido romano del término, son vulgares tiranos, cebados en la humillación de su pueblo y en la destrucción de sus instituciones. Tienen como lema, en la ebriedad del poder, carpe diem; pero, con ignorancia non docta, presumen que para ellos nunca existirán los idus de marzo.

 

 

Pero el poder, todo poder, tiene sus ciclos vitales. Y la propia anomia, generada por el vacío anarcoide de reglas de juego y de instancias sólidas de referencia, constituye la cuna en donde nacerá la tragedia. Al principio surgirán de ella leves vagidos, como de criatura recién nacida. Y luego el llanto se convertirá en rugido. Y el niño postergado se verá ya en su madurez robusta y justiciera. Y sonará en el reloj de la historia la hora de la justicia. Y nadie podrá escabullirse para dejar de rendir cuentas. Todos, incluidos los que intentan el goce monopólico del poder, tendrán que enfrentar sin escape el resultado de sus ejecutorias. Deberán ver, en la balanza de los premios y castigos, reflejadas sus obras. En la hora de la verdad, aparecerán sin afeites las secuelas miserables de los sepultureros de la libertad.

 

 

Con Julio César, apuñalado en el Senado el 15 de marzo del año 44 a, C., culminó, trágicamente, el ciclo del primer triunvirato y la historia de la República. Del segundo triunvirato emergerá Octaviano, y con él, el comienzo del Imperio, con los años de la Pax Octaviana.

 

 

Todo tiene su inicio. Todo tiene su fin. Calpurnias angustiadas. Señales celestes. Leones sueltos. Búhos ululantes. Algún Shakespeare como cronista de tragedias inevitables, reflejando la ceguera y la terquedad de los humanos. La rueda del tiempo no carece de sentido. En el tiempo lo potencial logra su actualidad, si actores responsables actúan con madurez y oportunamente. Porque la historia es humana. Profundamente humana. La escriben los hombres que no abdican de su libertad.

 

 

Los integrantes del gobierno florentino del Consejo de los 10 (Maquiavelo entre ellos) pensaron, respecto a los Medici, ¡no volverán! Pero volvieron. En política, según muestra la historia, sean buenos, regulares o malos los protagonistas, ni los goces son para siempre, ni las desdichas perpetuas. Y, también, muestra que el acomplejamiento destructivo lleva, en sí mismo, el germen de su propia destrucción. No hay empeño negativo omnipotente. La furia nihilista puede y debe ser detenida, derrotada y extirpada.

 

 

Como todo concluye su ciclo, los Medici fueron, de nuevo, separados del gobierno de Florencia. Maquiavelo intento, entonces, otra vez, figuración pública. Siendo del conocimiento de todos que, a pesar de haber sido perseguido, había procurado abajarse, buscando, con su humillación personal, los favores del poder, (colaboracionismo mendicante, pensando inútil luchar contra el poder establecido) en esa nueva ocasión no estuvo entre los designados. Entonces, se murió. (Para su fortuna, bien atendido espiritualmente por Fray Mateo, según dejó constancia epistolar su hijo).

 

 

La lucha por el bien común supone, a menudo, evitar la cohabitación y el colaboracionismo con aquellos que, maquiavélicamente, solo piensan en gozar del poder, destruyendo las instituciones y encarnando la anti Patria.

 

 

Todo gobernante debería meditar a menudo la conveniencia de ver las cosas (incluido su mando) sub specie aeternitatis. La razón es clara: deberá dar cuenta de sus actos a sus semejantes y también a Dios. Si ve todo solamente sub specie humanitatis, terminará reduciendo su tránsito terreno al gozo de la utilidad efímera de lo intrascendente, quedándose con la esquiva tranquilidad de lo momentáneo y pasajero, por más largo que parezca a sus ojos el tiempo superior a dos décadas y cercano al cuarto de siglo. Su vaciedad existencial será la fuente de su soledad; y la pequeñez degradada de sus obras y el daño inmenso de sus arbitrariedades y felonías, el motivo colectivo de su censura y desprecio por parte de las generaciones del porvenir.

 

 

 

José Rodríguez Iturbe

Los partidos

Posted on: mayo 27th, 2016 by Laura Espinoza No Comments

 

 

“El poder sin autoridad es tiranía”

Jacques Maritain

 

 

 

 

José Rodríguez Iturbe es un venezolano ejemplar, y un político demócrata-cristiano de amplia y meritoria biografía al servicio de su país; por ello para el Grupo Maritain * es un auténtico honor poder compartir este texto que ofrecemos a continuación de su obra más reciente, “TOCQUEVILLE Y SU TIEMPO – Elementos para su relectura” (Universidad de La Sabana – Editorial Temis, Bogotá, 2015). Un excelente análisis de la vida y obra del gran pensador francés, defensor leal de la democracia, y enemigo de todo autoritarismo y caudillismo.

 

 

“Pensar a fondo para orientar la acción política implica un planteamiento a la vez filosófico, histórico y sociológico, unidos a una experiencia de gobierno. Todos esos elementos -aunque en diferente medida, como muestra el libro- se encuentran en ALEXIS DE TOCQUEVILLE y por tal razón nadie mejor que él para servir de apoyo en esa tarea, que es la de RODRÍGUEZ ITURBE. Él es un político venezolano de renombre y con larga experiencia nacional e internacional, un destacado profesor universitario de Filosofía del Derecho, hombre de vastos conocimientos humanísticos y amplia formación cultural. Es, sobre todo ello, una persona de enorme integridad y de juicio profundo, sereno y certero.”

 

 

 

(Del prólogo del libro, escrito por RAfAEL ALVIRA DOMÍNGUEZ, Profesor emérito de la Universidad de Navarra.)

 

 

Queriendo destacar apenas algunos puntos fundamentales de su biografía, nuestro querido y fraterno Pepe es abogado egresado de la Universidad Central de Venezuela. Doctor en Derecho Canónico de la Universidad de Navarra, Pamplona, España, Doctor en Derecho (especialidad en Filosofía del Derecho) de la Universidad de Navarra.
Ha sido profesor de Filosofía del Derecho e Introducción al Derecho en la Universidad Central de Venezuela y de Filosofía del Derecho e Historia de las Ideas (Occidente) en la Universidad Monteávila, Caracas, Venezuela. Fue Decano de Derecho de la Universidad Monteávila, Caracas, Venezuela. En la actualidad es profesor de Introducción al Derecho e Historia de las Ideas en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Sabana, Chía, Colombia y Director del Instituto de Humanidades de dicha Universidad.
De larga trayectoria en la vida pública de su Venezuela, fue diputado durante seis congresos consecutivos representando siempre al estado Zulia. Presidió las comisiones de Política Exterior y de Defensa y fue presidente de la Cámara de Diputados durante tres años (1987-1990), así como presidente de la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores (CARE). En la Unión Inter-Parlamentaria presidió la Comisión de Derechos Humanos (Tercera Comisión). Ejerció la Secretaría General de la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA).

 

 

Entre sus textos más relevantes se deben mencionar asimismo: “Crónica de la Década Militar – 1948-1958” (1984); “Maquiavelo y el maquiavelismo” (2011); “Trótsky y el trotskysmo original” (2011); “Tucídides – Orden y Desorden” (2012); y el ya mencionado “Tocqueville y su tiempo – Elementos para su relectura” (2015).

 

 

 

Por muchos años fue asimismo director de la revista de análisis histórico, político y social ”Nueva Política”, y ha sido colaborador de diversos medios de comunicación venezolanos y extranjeros.

 

 

 

*El Grupo Maritain está formado por un grupo de ciudadanos venezolanos, comprometidos con el pensamiento demócrata-cristiano y con las causas de la libertad y la democracia plenas. Sus miembros son: Oswaldo Álvarez Paz, Julio César Moreno León, Sadio Garavini di Turno, Haroldo Romero, Marcos Villasmil y Abdón Vivas Terán.

 

 

 

A continuación, el texto mencionado:

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LOS PARTIDOS 

 
Texto tomado de TOCQUEVILLE Y SU TIEMPO – Elementos para su relectura – José Rodríguez Iturbe, (Universidad de La Sabana – Editorial Temis, Bogotá, 2015). páginas 149-152.

 

 

Si la naturaleza de la persona humana es social, toda sociedad requiere la política. Y pretender el desarrollo perfectivo de los individuos ciudadanos, aislándolos, con pretendida asepsia, del quehacer por y para lo público, creyendo que así se contribuye a la salud moral de aquellos a quienes se quiere bien, no pasa de ser un desatino, una fuga hacia la irrealidad. Porque no contribuye al desarrollo perfectivo personal un ambiente social público enrarecido o corrompido. Y esas “ausencias”, buscadas y proclamadas, solo facilitan el tránsito y el “éxito” de los que tienen su brújula existencial imantada por la inmoralidad o la amoralidad. Así, por la alergia a lo público, se termina por dejar el campo libre a los deshonestos y se facilita la consideración de la política como algo en sí perverso, que provoca, en quien se acerca a ella, un efecto necesariamente degradador. Entonces la política, como artesanía de la libertad, tiene, en una sociedad dada, sus días contados, porque los partidos sin principios terminan por ser partidos sin política; y, como dijera GUSTAVO PITTALUGA en Diálogos sobre el destino, cuando existen partidos sin política termina por haber una política sin partidos [19].

 

tocqueville

Alexis de Tocqueville

 

 

TOCQUEVILLE no habla de los partidos como lo harían un siglo después LENIN [20], MICHELS [21] o DUVERGER [22]. No intenta hacer, en efecto, ni una teoría del partido (LENIN), ni una categorización formal de ellos (DUVERGER), ni un estudio fenomenológico de su dinámica interna y de sus perversiones oligárquicas (MICHELS). Habla de los partidos en función de su naturaleza instrumental en la búsqueda del poder, pero proyectando, en su consideración y juicio sobre ellos, la visión eticista sobre la cual realiza su esfuerzo de comprensión de los actores de los espacios públicos.

 

 

 

La temática y el enfoque que da TOCQUEVILLE a la política de partidos encierran una enseñanza de gran importancia. Tanto los partidos sin política como la política sin partidos resultan, repito, expresiones de una patología ciudadana, de una pérdida del sentido del servicio en la presencia en los espacios públicos, y, más aún, de la corrupción de la política que la hace rodar por los barrancos sin fin de la politiquería. Tal circunstancia potencia el auge de los individualismos narcisistas y de las prepotencias caudillistas. Ello es grave, porque la política no debe ser campo del estilismo individual. Todo político requiere para la eficacia y continuidad de su acción política, del apoyo institucional de un grupo organizado, como han sido en la modernidad los llamadospartidos, como expresión de un sector en el contexto del todo social.

 

 

 

La política es una actividad que se conjuga en plural porque su dimensión es estrictamente comunitaria. Todo trabajo político debe ser, en su esencia, un trabajo cultural; y ello no ocurre cuando no existen (o se ignoran) principios que transmitir o valores que informen la existencia, que eleven la dimensión humana de los sujetos singulares y del conjunto social. TOCQUEVILLE agrega, sentencioso, que los políticos degradados “no tienen principios y son incapaces o indignos de tener un partido”. Porque la autorreferencia de esos tales los lleva a ver siempre la comunidad en su conjunto en función de su narcisismo egolátrico. Es un seudocaudillismo que aniquila el sentido auténtico y profundo de la militancia. Fue JORGE LUIS BORGES quien dijo, en uno de sus poemas, que ‘nadie es la Patria / pero todos lo somos”[23]. Igual puede decir todo militante de las organizaciones partidistas que de veras merecen el nombre de tales, que no deben confundirse con dóciles rebaños humanos para el uso de caudillos: nadie es el partido, pero todos lo somos.

 

 

 

La adhesión militante a un partido supone una disposición al trabajo conjunto por ideales compartidos. Como tal, vivida con rectitud, merece todo respeto. La militancia partidista no es para todos. Es para quienes hacen de ese compromiso parte de su vida, un eje no secundario de su existencia. Es la base anímica de la solidaridad y el cauce concreto del servicio comunitario, social y político. Solo quien tiene o ha tenido la experiencia militante sabe la carga afectiva, de hermandad en la idea, de compromiso en la lucha, que suponen los términos compañero o camarada; es la otredad cercana, el vínculo que supone el esfuerzo común por ideales que nunca se sabe si se verán hechos realidad. La militancia es una decisión personal, libre, pero que entraña siempre no solo un vivir con otros y por otros, sino, sobre todo, un vivir para otros. La vida militante es (y debe ser) una vida sacrificada donde se conjuga el nosotros más que el yo, donde se comparten victorias y derrotas, alegrías y tristezas, sueños y desengaños. La militancia supone pertenencia a una familia política. Y la afirmación de esa familia política no es –en el caso de realidades y mentalidades democráticas y, por tanto, pluralistas- la negación de las otras familias políticas que pueden y deben existir como opciones abiertas a la libre elección de cada quien. La pluralidad de opciones militantes resulta, en el marco de las sociedades democráticas, la garantía contra el cáncer totalitario delpensamiento único. La militancia no da (no debe dar) un sentido de clan cerrado, unamentalidad de ghetto. Es, sí, vía apasionada y compartida para llegar, en la presencia combativa en los espacios públicos, a la empatía ciudadana, buscando que tal empatía sea el cauce de cristalización de las mayorías políticas que todo proyecto de futuro, en su construcción histórica, reclama. El militante (y con mayor razón si es dirigente) no puede decir como el zorro en El Principito de ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY (1900-1944),“Admírame, a pesar de todo”, sino como El Principito: “Busco amigos” [24]. La militancia, como opción, está en la dimensión de apertura, no en la de clausura, de toda personalidad. Supone la conciencia de que cada quien requiere de los demás para perfeccionarse y que debe dar lo mejor en búsqueda del bien común. La militancia no es, por ello, solo un compromiso político; es, sobre todo, un compromiso moral, una respuesta a una ética exigencia histórica. Por eso, la militancia impone el juicio crítico de radicalidad ética sobre las conductas derivadas del vínculo político.

 

 

 

La militancia, en efecto, no es, para seguir con las comparaciones literarias, como la masificada inercia que provoca embelecos absurdos, masificación zoológica, como en la leyenda del final del tiempo plenomedieval del Flautista de Hamelin, inmortalizada en la pluma de los Hermanos Grimm [25]. El sentido de la militancia no es el gregarismo instintivo; es el del compromiso en una causa común tendente al fin social. Así, el que adhiere a un partido, más allá de las reacciones pasionales de un momento, lo hace con libertad, sumándose –con su razón y su voluntad- a los demás militantes. La adhesión militante es resultado de una decisión moral que lleva al compromiso político. Compromiso en el empeño de contribuir a la búsqueda del bien de todos, no de una persona o de un grupo. El militante, si lo es como debe ser, no solo sigue personas: sigue, sobre todo, principios, valores, ideas y programas. Por ello, sigue a personas en cuanto considera que, en un determinado momento y en un pueblo preciso, esas personas encarnan mejor que otras los principios e ideas que constituyen el faro rector de su existencia. Cuando las banderas de un partido reflejan esos principios e ideas en sus manifiestos programáticos, el partido político será verdaderamente una comunidad de conciencia con conciencia de comunidad.

 

 

 

Se desdibuja la naturaleza de un partido político cuando se califica de tal a agrupaciones que son simplemente reflejos del atractivo de caudillos o vulgares comanditas de intereses. La affectio societatis termina, en esos casos, con la elipse del caudillo o con la evaporación de los intereses que constituían el único factor de amalgama de un conjunto humano pintoresco (por decir lo menos). En realidad, semejantes conjuntos humanos no son partidos, sino conjuntos potencialmente fanatizados o gangsteriles, porque la sumatoria de voluntades no se hace en función del empeño sacrificado por el bien común, sino para la búsqueda obscena del beneficio de los agrupados; obscena, digo, en cuanto subordina –en la teoría y en la praxis– al cálculo y objetivo particular de minúsculas cúpulas dirigentes carentes de salud moral toda la dimensión del fin social, reduciendo este, cuando no degradándolo, por una visión absolutamente egoísta.

 

 

[19] Cfr. GUSTAVO PITTALUGA (1876-1956), Diálogos sobre el destino. La Habana, Cámara Cubana del Libro, 1954.

 

 

[20] Cfr. VLADIMIR ILICH LENIN (ULIANOV) (1870-1924), “¿Qué hacer?”, en Obras Completas, tomo 6 (trad. Del Instituto de Marxismo-Leninismo adjunto al Comité Central del Partido Comunistas de la Unión Soviética), Moscú, Ed. Progreso, 1981, págs. 1-203.

 

 

[21] ROBERT MICHELS (1876-1936), Les partis politiques. Essai sur les tendances oligarchiques des démocraties (trad. del alemán por Sophie Kankélevich (1953), Bruxelles, Ed. De l’Université de Bruxelles, 2009.

 

 

[22] MAURICE DUVERGER (1917-2014), Los partidos políticos (trad. De Enrique González Pedrero (1930), México, Fondo de Cultura Económica (FCE), 1965.

 

 

[23] Cfr. JORGE LUIS BORGES (1899-1986), en su poema “Obra escrita en 1966”, en El otro, el mismo, en Obras Completas, Buenos Aires, Emecé, 1974, pág. 939.

 

 

[24] Cfr. ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY (1900-1944), Le Petit Prince (1943), París, Gallimard, 1950, cap. XXI.

 

 

[25] Cfr. JACOB GRIMM (1785-1863) y WILHELM (1786-1859), El flaut

 

 

Autor: José Rodríguez Iturbe – Los Partidos categoría:Democracia, Ensayo, Historia, Política27 May 16

 

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