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El futuro de Podemos

Posted on: marzo 28th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

La disputa entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón por el poder en el partido ha significado ya que se ha puesto en marcha un reloj que marcará, con no mucho tiempo por delante, el final de un proyecto político que estaba muy poco definido.

 

 

 

Se puede analizar el nacimiento y la evolución de formaciones políticas nuevas, entre las cuales la más potente ha sido Podemos, pero no la única (por ejemplo, las agrupaciones que han llevado a Colau y a Carmena a las alcaldías de Barcelona y Madrid). Del análisis surge una característica, que es la de que se trata de movimientos juveniles (no solo) fascinados con los experimentos de la democracia directa. El peso de los procedimientos ha sido superior a la ideología que los líderes han propuesto a sus numerosos militantes. Es decir, que el movimiento ha sido más importante que el contenido.

 

 

 

El enfrentamiento de Iglesias y Errejón ha tenido la virtud de sacar a flote la necesidad de que los proyectos políticos afloren. Y hemos podido ver cómo una propuesta de carácter abiertamente leninista se ha impuesto a otra de carácter socialdemócrata. La farsa a la que aludía Carlos Marx cuando hablaba de la repetición de la historia. Y justo en los procedimientos, la esencia de Podemos, es donde se ha producido la ruptura entre los dos proyectos. El modelo de partido leninista, curiosamente, se ha impuesto por una gran ventaja de votos en el seno de una masa compuesta por gente que rechazaba los modelos clásicos de partido. Y se han dado a sí mismos una organización dotada de una dirección poderosa que puede hacer exhibición de nepotismo sin ningún pudor.

 

 

 

Pablo Iglesias dirige ahora, como jefe de los bolcheviques, un partido comunista, eso sí, sin dependencias exteriores. Íñigo Errejón está abocado a encabezar la fracción menchevique, minoritaria, que se convertirá, o bien en un compañero de viaje del PSOE, o bien, y esto es más probable, en una nueva formación de izquierda moderada con algunos modales que pongan en cuestión formas de actuación de la izquierda clásica.

 

 

 

Lo que parece insostenible es la convivencia de las dos almas que han surgido de la crisis de Podemos. Cada votación en el Parlamento sobre asuntos cruciales va a llevar al partido a situaciones extremas. Y ningún partido puede aguantar ese tipo de divisiones públicas. El recuerdo de la mención a la cal viva, que hizo Iglesias hace pocos meses para rechazar el respaldo al PSOE de Pedro Sánchez, es suficiente ilustración de eso.

 

 

 

Las numerosas formaciones políticas que comparten con Podemos una visión de rechazo a lo establecido se ven cada día enfrentadas a problemas semejantes, aunque sea a escala municipal o autonómica. Este efecto se agrava cuando la simpatía natural que se produce entre los militantes de Podemos y de organizaciones anticapitalistas o libertarias se manifiesta en propuestas políticas. En Podemos, la postura de los anticapitalistas, gente que viene casi en su totalidad de movimientos libertarios, ha sido de evidente rechazo a las propuestas centralistas de Iglesias.

 

 

No es muy arriesgado apostar por una crisis muy próxima, que afectará a Podemos, igual que a las demás alianzas de electores que se reparten por todo el país.

 

 

Pero una visión así no debería servir a los partidos tradicionales como un consuelo. La aparición de todos estos movimientos ha sido más que un aviso: hay mucha gente, de todas la edades y condiciones, que se niega a seguir haciendo política de la misma manera.

 

 

El PSOE está en el centro de todos estos problemas que se pueden presentar a la hora de encarar los nuevos tiempos. Por supuesto, el PSOE más tradicional, fundado sobre las agrupaciones que cada vez parecen más locales municipales de la tercera edad. Pero también el PSOE que se ha visto obligado a luchar en condiciones extremas contra distintos problemas (la violencia en el País Vasco, el desempleo en Andalucía…). Es muy difícil ya captar un solo militante cuando no se puede ofrecer ni un sueldo ni la capacidad de remover de su cargo a un político, o de llevar adelante una propuesta rompedora. ¿Por qué no se puede? La respuesta está en el aparato de los partidos, que deberían ser algo más que oficinas de empleo para algunos militantes, a cambio de obediencia ciega.

 

 

Podemos se puede desmembrar, no sabemos si para ser distinto o para beneficiar a otros.

 

 

 

 

Jorge M. Reverte es escritor y periodista. Ha publicado recientemente con Mario Martínez Zauner De Madrid al Ebro. Las grandes batallas de la Guerra Civil (Galaxia Gutenberg).

 

 

Jorge M. Reverte El País

Justicia para López

Posted on: septiembre 14th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

Apoyar a Maduro y su gente es apoyar una variante del fascismo.

Hay países con los que la historia tiende a ensañarse de mala manera, como Venezuela, donde la tiranía está envuelta en un ropaje de inmaculada democracia. En Venezuela se cumple el primer requisito de la limpieza política, y es que los procesos electorales se desarrollan de manera muy pulcra: se vota y se cumple el mandato de las urnas.

 

 

Paradójicamente, Leopoldo López ha sido condenado a 13 años de cárcel, en la sentencia más injusta que se ha dado en América en muchos años. El juez que la ha dictado ha aplicado un año más de los que pedía el fiscal. Nadie en Venezuela ignora que es una sentencia que va contra la justicia, los que están a favor de ella y los que están en contra de esa monstruosidad.

 

 

Por una vez, en España, el stablishment y la mayoría de la oposición coinciden en su postura al respecto. La postura de Margallo y la de Felipe González resumen a la perfección lo que piensa el 90% del Parlamento. No nos importa lo que piensen los radicales nacionalistas vascos. Lo que importa en lo referente a lo sucedido cuando apoyan al Gobierno de Maduro y sus jueces domesticados es que estén ahí los que han votado una supuesta alternativa radical y progresista, como es Podemos y formaciones similares. Apoyar a Maduro y su gente es apoyar una variante del fascismo. Una variante que en este caso tiene una característica muy peculiar: da respaldo a una presunta democracia basada en el derecho colectivo. En Venezuela, la tendencia es esa. No se trata de los derechos individuales, sino de los derechos de los ciudadanos como pueblo. Porque, según Maduro, según Chávez en su momento, de lo que se trata es de defender la revolución bolivariana, y ya sabemos que la revolución se come casi siempre a sus presuntos beneficiarios. Leopoldo López es un demócrata, pero un obstáculo para la revolución. Entonces, se acaba con él, aunque sea pisoteando la justicia y la cabeza de López.

 

 

En una España atribulada por la puesta en cuestión de su propia existencia, la situación de López no preocupa, por supuesto, a Iglesias y compañía. Tampoco a los demás ensimismados en la identidad. De eso nos sobra en este país (o estos países).

 

Jorge  M Reverte

América

Posted on: mayo 4th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

Hace ya muchos años que España debería haber tenido un ministerio específico para las relaciones con América Latina. Nada que ver con el pasado imperial, mejor dicho, con el talante imperial, y todo que ver con unos países con los que nos une mucho más que coyunturas políticas más o menos favorables. Lo del pasado común, lo de la lengua común, lo de tantas y tantas historias comunes, no hace falta contarlo mucho porque basta con estar un poquito de paseo por cualquiera de los países latinoamericanos para darse cuenta de ello. Ahora, y desde hace casi cuarenta años, las razones se han multiplicado, porque esa relación especial se tiene que producir sobre una base muy clara: las normas de la democracia.

 

Con Venezuela vivimos un momento tan delicado como posiblemente creativo en la actualidad. Desde que Chávez comenzó a incendiar las tribunas públicas, desde que el rey Juan Carlos soltó aquel celebrado “por qué no te callas”, las relaciones han estado basadas en una disputa que no es la normal entre dos países no sólo soberanos, sino unidos por demasiadas cosas como para que las rompa un político de mal humor.

 

Nadie en Venezuela con algo de democracia en sus venas puede acusar al expresidente de intromisión
Entre los opositores a Maduro hay muchas personas de origen español, tantas como las que le apoyan. A muchos les sorprenderá saber que una buena cantidad de familiares de exiliados republicanos están en la oposición en Venezuela. Y ellos no son ni mucho menos unos fascistas, sino por el contrario, grandes defensores de las libertades públicas. De estos ciudadanos se ha nutrido en gran manera la inmigración de “vuelta” de venezolanos a España que se ha producido en estos años.

 

Felipe González ha tomado partido. Un espléndido partido, al aceptar participar en la defensa de opositores encarcelados. Maduro no le ha regateado piropos, y la fiscal general venezolana ha explicado que no puede actuar como defensor. Pero Felipe sí puede actuar como asesor de la defensa. Y mucho más que eso, puede actuar como un representante legítimo de los demócratas españoles, con un título que le hace tener una representatividad superior a la que tendría cualquier otro político europeo. Por suerte, esta vez hemos tenido una diplomacia inteligente, y el ministro Margallo ha decidido apoyar la gestión de González.

 

Felipe ha conseguido que se rompiera el falso discurso que identificaba a Maduro con la izquierda. La izquierda en Venezuela y en España sólo puede identificarse con la democracia y sus normas. Los demócratas venezolanos tienen que ser apoyados desde ese punto de vista.

 

Esta vez, y esperamos que sirva de precedente, se está haciendo política de Estado.

 

Nadie con dos centímetros cúbicos de democracia en sus venas puede en Venezuela ahora acusar a Felipe de intromisión. Ni a España. No va allí a defender intereses petroleros, sino los intereses comunes de los demócratas venezolanos, americanos y españoles. La presunta izquierda española que no lo ha asumido, tendrá que hacerlo. La venezolana ya lo ha hecho hace tiempo. Felipe no es un extranjero en América. Y Maduro lo sabe.

 

Jorge M Reverte

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