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“El periodismo no tiene tanto poder como el populismo cree”

Posted on: enero 29th, 2016 by Laura Espinoza No Comments

Jorge Lanata tiene 55 años, 40 de ellos dedicados al periodismo, suficientes como para haber vivido numerosos episodios de frustración con el trabajo. “A veces no pasaba nada”, asume el periodista argentino sobre esos trabajos en los que uno, él, puso fe creyendo que podría cambiar equis dinámica y todo siguió igual. “Pero el mundo va hacia delante”, celebra, “al final el chico besa a la chica, se hace justicia. Lo que viene siempre es un poco mejor”, prosigue con una cadencia que sorprende, y en cierta manera parece incomodar, a Miguel Henrique Otero, director del diario venezolano El Nacional. Ese escenario le resulta utópico.

 

 

Se sentaron a hablar en el Hay Festival Otero y Latana de ‘El periodismo en tiempos de cólera’, una conversación pensada cuando los dos sufrían los ataques del poder en sus países. Esta calurosa tarde cartagenera sobre el estrado, sin embargo, había dos estados de ánimo dialogando sobre la misma profesión. La mirada atrás de quien celebra el paso del tren que casi le lleva por delante y la desolación de quien aún sufre los golpes del autoritarismo.

 

 

Lanata, azote de Néstor y Cristina Kirchner, respira aliviado con la llegada de Macri, no lo oculta, pero aún falta tiempo para que este torbellino de la oratoria se instale en el optimismo. “Los argentinos haríamos bien en preguntarnos qué tenemos de kirchneristas. Si no, no se explica que hayan estado en el poder 15 años”, se arranca Lanata, autocrítico frente a la postura de Otero, instalado en la crítica furibunda al Gobierno que hace meses lo exilió y pone a su diario todas las trabas posibles para salir a diario a la calle. Siquiera la mención al triunfo opositor en las elecciones del pasado diciembre parece convincente. No, al menos, en una mejora de la situación de los medios. Los medios tradicionales, se entiende, pues a las redes sociales, y los portales de investigación que han crecido en 17 años de chavismo, poco le pueden poner freno.

 

 

La moderación de Lanata, un oxímoron para muchos, la argumenta el comunicador de la siguiente manera: “Si nos tomamos las cosas en serio, Argentina cambiará en 20 años. En 5 habrá algo mejor, porque al menos Macri no considera a los periodistas sus enemigos. En América Latina los cambios son lentos y no los relacionamos al trabajo, creemos que se dan por inercia. Pero si no hacemos nada para que las cosas cambien, ¿por qué van a hacerlo?”.

 

 

Los tiempos de cólera, los que reza el título de la convocatoria, no terminan de convencer a Otero. “En América Latina siempre hemos vivido así, lo que pasa que primero ocurría con las dictaduras bananeras y ahora con las populistas”. Un populismo, opina Lanata, que sobredimensiona el poder del periodismo. “Utilizan a los medios para subir al poder, pero el periodismo no tienen tanto poder como el populismo cree”, sentencia el presentador de Periodismo para todos.

 

 

El director de El Nacional, que no regresa desde hace meses a Venezuela por miedo a las represalias que puedan adoptar contra él, no cree en lo que algunos consideran “periodismo de oposición”, pero tampoco niega que él, y mucha gente en Venezuela defiende claramente unos postulados. Algo que Lanata se apresura a matizar, se trate del país que sea: “Una cosa es tomar partido sobre lo que ocurre y otra inventar o distorsionar noticias dependiendo a quién vote el periodista en cuestión”, una reflexión que deriva en otra sobre la militancia de algunos periodistas. O de algunas personas que dicen serlo. “El militante está siempre más cerca de los religiosos o de los políticos, por eso está lejos del periodismo. La militancia tiene un plan, pero un periodista no puede ser un funcionario, no puede ser un militante de nada”, zanja Lanata, no sin antes lanzar un nuevo dardo: “Es imposible compatibilizar una revolución con el periodismo”.

 

 

Jorge La Nata/ Daniel Mordzinski

Lanata: «Soy útil, pero también un error en el sistema»

Posted on: marzo 14th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

 

En una larga charla con María Laura Santillán, el periodista de 54 años habla del país, su salud, el amor y las mujeres de su vida.

 

Convivir con mujeres. “Están completamente dementes. Son gente proclive a creer que cualquier cosa puede pasar. Yo admiro en las minas la capacidad de soñar”.

T: María Laura Santillán

 

Es difícil resumir en dos páginas un reportaje que debería durar diez.

 

Si uno sigue tu largo recorrido, siempre dijiste lo que pensabas, publicaste lo que pensabas, te vestiste a tu manera, no le tuviste miedo a la radio ni a la tele, ni siquiera a las malas palabras cuando nadie las decía. Mostrás una gran desinhibición. A esta altura, ¿qué te da vergüenza?
Todo me da vergüenza. Por eso hago eso, me sobrepongo a mi vergüenza. Yo no soy un tipo seguro. Soy un tipo tímido y bastante inseguro. Yo no voy a reuniones, no estoy con mucha gente. Me da vergüenza que todo el mundo me mire cuando entro a un lugar. Sobre decir lo que pienso, fui creciendo. Me obsesionaba ganar libertad. Este laburo te quita libertad todo el tiempo. Llegué a fantasear con irme del aire. En Uruguay lo hice: me fui del aire y fue liberador, me hinché las pelotas y me fui. Los tipos pusieron un concierto de la sinfónica de Uruguay. Y dijeron que manos anónimas habían boicoteado la transmisión.

 

Te estabas despidiendo de ese lugar. Necesitás sentir la libertad para entrar y salir.
Sí. Yo no me siento un tipo de la televisión. Yo soy un tipo de la gráfica, yo escribo. Lo que no puedo dejar de hacer es escribir. Televisión puedo dejar de hacer. La radio es mi vida, empecé a los 14. Es estar en mi casa. Y la tele a mí me sale. Si yo me sintiera un tipo de la televisión, termino saltando embolsado en un programa de sorteos. Es la lógica de la televisión. Si pensás que tenés que estar ahí, cagaste, te termina comiendo. A lo mejor uno hace el ridículo y no se entera. Si alguien me dice que no hable de tal cosa porque no conviene en ese momento, yo lo racionalizo. Pero llego ahí: se prende la luz y lo primero que digo es lo que no tengo que decir. Me sale así. Y es una pelea conmigo.

 

¿Es contraproducente, decís, que te adviertan?

 

Es algo loco del sistema. Vos estás donde estás porque sos vos, te llaman porque sos vos. Pero cuando te ponen ahí, te piden todo el tiempo que no seas más vos. Esto puede sonar muy hippie como discurso, pero es cierto: uno tiene que ser uno.

 

¿Si no te acomodás un poco, no quedás afuera?

 

Depende. Porque si te necesitan, te buscan. Yo soy útil, pero tambien tengo la sensación de que soy un error en el sistema. Me echaron tres veces de la televisión. Cuando realmente jodí, me echaron. Y si volviera a pasar, seguramente me echarían. Son las reglas y las acepto. Esta no es una historia de amor, es un trabajo y un negocio para mucha gente. En televisión cualquier cosa puede pasar. Es como el poder desnudo. No hay nada tan popular. En ningún otro medio llegás a tanta cantidad de gente de una manera tan increíble. Yo estuve ocho años afuera de la televisión. Si lo que le das a la gente sirve, no se olvida. Tenés que tener equilibrio. Es muy fácil creértela. Sos Gardel de un día para el otro, pero también sos el demonio. Todo a la vez.

 

¿No creérsela tiene que ver con la devolución de la calle, que te endiosa mientras estás siendo funcional a lo que pide?

 

Y con el adentro. Hay mucha corte en la televisión. Yo gracias a Dios nunca tuve corte, no laburo con gente que habla bien de mí. Al contrario, yo discuto con todos. Siempre mis equipos son un quilombo.

 

La radio es un ámbito más familiar.

 

Como una redacción, que es un lugar parecido en todos lados. Yo sé que son las dos de la mañana y siempre hay gente queriendo hacer algo. Y siempre están peleando contra todo, contra el sistema y contra tu propio medio.

 

En las redacciones pasa el tiempo y es disfrute puro…

 

Yo estoy siempre con periodistas. Nosotros vivimos de la letra propia.

 

Hoy atravesás momentos de salud muy difíciles. ¿Te arrepentís de algo? ¿De fumar, por ejemplo?

 

No, porque no me jodió tanto como pensaba. Yo hablo con libertad de las enfermedades porque una enfermedad es azarosa. Yo conviví con la enfermedad por lo de mi mamá. Tenía un tumor cerebral, tenía todo el cuerpo paralizado de un lado y una lesión en el centro del habla. Ella no podía formar palabras. Entendía, pero estaba en una silla. Estuvo así 45 años.

 

Le pusiste palabras a su boca callada.

 

De alguna manera, sí. Lo que te quiero decir es que ella no se quiso agarrar de eso, le pasó. Y a mí me agarró lo del riñón. No sé el motivo. Dejás de ser inmortal, tenés que empezar a pensar en lo que te queda. Eso te pasa igual aunque estés sano a los 50. Por un lado, empezás a aprovechar mejor el tiempo y sabés que tenés que boludear menos. Y también transmite debilidad, pero uno se puede sobreponer. La diálisis te deja muy cansado. Yo soy el único de todos los tipos que se hacen diálisis en Favaloro que después labura. No quiero que me gane. ¿Me entendés? Yo podría tener una máquina para dializar acá en casa, tengo la plata para comprarla. Prefiero que me rompa las pelotas ir a dializarme y después no ir más. Pero no quiero acostumbrarme a la enfermedad.

 

¿Cuánto tiempo hace que te dializás?

 

Tres años. Hubo un tiempo que paré. Voy tres veces por semana, cuatro horas por cada vez.

 

¿En qué pensás cuando te dializás?

 

Mira, primero pensás que vas a usar el tiempo para algo útil y después no te concentrás. Yo tengo acá en el pecho un coso que te conectan, estás en un sillón, a veces te baja la presión. Estás con una enfermera al lado. Veo los programas de la tarde, a Mariana Fabbiani y Listorti. Y, a veces, leo. No te da la concentración para laburar ni escribir. No te da. Estas ahí.

 

Das un mensaje fortalecedor. Siempre estás transmitiendo que se puede, que hay que ir para adelante.

 

Es que yo soy así. Si no, no hubiera hecho todo lo que hice.

 

¿Quién te escuchó y te escucha el malestar?

 

Me escuchan amigos, como Martín Caparros. Yo me opero en pocos días, menos de un mes. Vamos a hacer una cosa que nunca se hizo en la Argentina y que va a servir como jurisprudencia. Lo voy a contar después de la operación. (N. de la R.: su mujer donará un riñón y un familiar de quien necesita ese riñón de Sara, se lo donará a Jorge, ya están los donantes compatibles) O sea que le va a servir a un montón de gente.

 

¿Pero quién te contiene a vos en todo esto?

 

No soy de hablar mucho de esas cosas. A la diálisis la adapté a mi vida. En general, voy solo. Hablo con la enfermera.

¿Cómo te vas a cuidar después del trasplante?

 

Estaré una semana internado. Y después, durante un mes, te inmunodeprimen. La reacción natural del cuerpo es rechazar el órgano ajeno. Entonces te bajan las defensas para que el cuerpo se haga el boludo y no entienda. Si al mes zafaste del rechazo, por lo general, estás bien. Después hay que cuidar el riñón.

 

¿Y Sara?

 

Ella va a estar internada tres días. Lo raro es que me agregan un riñón (risas). Voy a tener tres.

 

¿Es cierto que te gustaría vivir en Estados Unidos?

 

Un tiempo, sí. Me iría a hacer un proyecto. La gente vive esas situaciones como si fueran para siempre. Nunca nada es para siempre. Estoy pensando un proyecto para Internet que se puede hacer desde afuera. Y podría hacerse en Estados Unidos.

 

¿Es una conveniencia de trabajo o para cambiar un poco de aire?

 

Hay momentos en que esto te agota y te dan ganas de salir. Estos años fueron difíciles para todos. Yo no veo que esto vaya a cambiar mucho el año que viene, gane quien gane. Me parece que las enfermedades fundamentales de Argentina van a seguir siendo las mismas. No estaría mal salir de acá un par de años. Profesionalmente, todo es nuevo de vuelta. Después de la invención de la imprenta, Internet es el invento más grande de la humanidad. Y todos los medios electrónicos van a converger ahí. Es un momento de transición. Yo estoy desarrollando una página web y todavía la pensamos desde la gráfica. Estamos equivocados, tenemos que pensarla desde otro lugar.

 

¿Cuánto te rejuvenecen las mujeres? Tus hijas son mujeres, tu mujer es más joven.

 

Yo agradezco haber tenido hijas mujeres. A mí el fútbol no me interesa nada, entonces no sabría qué hacer con un hijo varón. No lo llevaría a la cancha, terminaría siendo un pobre pibe. Las mujeres son increíbles. Están completamente dementes. Son gente proclive a creer que cualquier cosa puede pasar. Yo admiro en las minas la capacidad de soñar. Yo sé cómo es eso cuando generás una idea. Yo puedo hacer que la gente participe en un proyecto y lo lleve adelante. Y eso es muy fuerte en la mujer. Es completamente irracional y me encanta. Es más valiente, más mandada. Eso tiene que ver con mi teoría del champú: no existen cremas de enjuague, es todo lo mismo. Y se lo venden a las minas y ellas creen que sirven para algo. Son geniales. Son divinas (risas). Hay cosas también que me molestan de las minas. Cuando quieren afeitar al Che Guevara, es terrible.

 

¿Las mujeres te quieren cambiar?

 

Todas las minas piensan que vas a ser distinto con ellas. Eso es así. Es típico. La otra vez estaba viendo una película de la época de los romanos. Estaba un gladiador romano famoso. Entonces él va y se agarra una mina y van a la cama. Y al otro día, lo primero que ella hace, es decirle que deje de pelear. (Risas). ¡Qué hija de puta! Lo conociste siendo gladiador, el tipo quería ser eso, a vos te encantó que fuera gladiador, te acostaste con el tipo, ¿y ahora querés que deje de pelear?

¿Lo de Sara fanática del running cada vez más podrá ser un mensaje hacia vos?

 

Lo de Sara es increíble. Es completamente ridículo que corra. ¿Vos decís que se está escapando de mí?

 

Si hay algo que previene todas las enfermedades es el ejercicio físico.

 

A mí me parece absolutamente admirable que ella corra, no 42 km, sino un km. Yo soy incapaz de hacerlo. Lo poco o mucho que me cuido tiene que ver con ella, que me rompe las pelotas. Eso también es típico: romper las pelotas.

 

Yo lo veo como una reacción vital a todos tus problemas de salud.

 

Puede ser. No lo había visto así.

 

Para una convivencia larga, ¿qué hay que evitar?

 

Esta es la convivencia más larga que tuve. De cinco años pasamos a dieciséis. Yo te diría que la respuesta es que no buscás más. Hay un momento donde te das cuenta de que es ahí, y te quedás. Encontrás el lugar.

 

No importa nada si ronca.

 

No, porque la respuesta es el calor. Y está todo bien. También la quiero matar y ella me quiere matar. Y nos queremos matar los dos. Pero nos queremos. Es así.

 

¿Qué es lo más difícil?

 

Es querer al otro por lo que es, no por lo que puede ser. Es difícil. Pero también es muy argentino. Confundimos lo que somos con lo que queremos ser. Y actuamos como si fuéramos algo que no somos. Actuamos como ricos y no somos ricos. Lo mejor con las pequeñas cosas que molestan es hablarlas antes de que crezcan. Yo prefiero hablar boludeces antes de que se transformen en algo importante.

 

Quedan preguntas siempre con Lanata, un personaje que nunca para ni parará de hacer.

 

 

Fuente: Clarim.com

Entrevista a JorgeLaNata

Maria Laura Santillán

Videla murió, pero no se acabó la cultura autoritaria

Posted on: mayo 18th, 2013 by lina No Comments

Muerto el perro, ¿se acabó la rabia? Sostienen las enciclopedias que el sentido de este refrán español tiene que ver con la causa y el efecto: “Se aplica a un enemigo que ya no puede hacer más daño porque está muerto o, en sentido general, a cualquier persona que está causando perjuicio”. El sentido intrínseco no es sólo español, sino mundial. “Rabies end with the death of a dog”, la traducción literal al inglés no tiene mucha lógica. Ellos dirían: “The best way to solve a problem is to attack the cause”. Pero y entonces, ¿el efecto termina cuando la causa muere?

 

No termina; el refrán es una falacia. La mejor manera de librarnos de nuestras responsabilidades individuales es transformarlas en símbolos colectivos.

 

Ayer murió un símbolo de la dictadura de 1976, quizás el mayor, un integrista católico que se creyó predestinado, un militar completamente argentino que encabezó la masacre de miles de personas. Pero recordar hoy la última dictadura militar como un plato volador que aterrizó para sojuzgar a millones de argentinos honrados y pluralistas es mentira. Videla fue un asesino, pero un asesino emergente de su época, su cultura y su país.

 

Claro que hubo víctimas, y muchas, pero hubo también silencio cómplice, abulia y desinterés. Nadie mata a decenas de miles de personas en un país que no lo consiente por acción u omisión. Aunque no es cierto que “cada país tiene lo que se merece”, es fácil depositar la culpa en el otro y nivelar todas las responsabilidades. En un país del Tercer Mundo donde un tercio de la población está aún debajo de los niveles de pobreza, hay gente que no tiene lo que se merece, tan sólo tiene lo que le dan, lo que le toca.

 

Y hay, después, niveles de responsabilidad. Hubo, ayer, quienes se alegraron de la muerte: algunos recordaron el “Obituario con hurras”, d e Mario Benedetti, el mayor de los poetas menores del Uruguay. Circuló con profusión por Internet luego de la muerte de Reagan, aunque el mismo Benedetti aclaró que había sido escrito en 1963 “y se refería a cierto crápula doméstico”.

 

“Se acabó el monstruo prócer, / se acabó para siempre, / vamos a festejarlo, / a no ponernos tibios, / a no creer que éste / es un muerto cualquiera” , dice el Obituario.

 

“Vamos a festejarlo, / a no ponernos flojos, / a no olvidar que éste / es un muerto de mierda” .

 

Videla fue la expresión más acabada del Partido Militar, de aquellos nacionalistas que tomaban por asalto el poder para nombrar luego a ministros de Economía liberales. Pero el Partido Militar contó con el apoyo de toda la clase política local: según las épocas, ya los radicales, comunistas, socialistas como los mismos peronistas llamaron con pasión a la puerta de los cuarteles.

 

Hasta la propia guerrilla lo hizo, en la convicción de que una dictadura sangrienta haría que el pueblo apoyara los “ejércitos populares”. Mientras los Kirchner remataban departamentos en Santa Cruz, el Partido Comunista local sufría una división interna: estaban los que creían que “matando a diez mil” esto se arreglaba, y estaban los que decían que “eran necesarios cien mil al menos”. El apoyo de Moscú a la dictadura fue general: las diferencias estaban entre apoyar a Videla o a Massera y Viola. Esto suena tan extraño a la cultura de esta época como recordar a aquel tipo que durante el Juicio a las Juntas –yo estaba ahí– relató que lo liberaron de la ESMA cuando presentó el carnet del partido.

 

Ahora que pasaron casi cuarenta años y murió Videla, tal vez valga la pena preguntarse qué queda de Videla en nosotros, qué cosas de la dictadura militar sobreviven en una democracia autoritaria, la de un gobierno que completó e impulsó los juicios a los genocidas pero, a la vez, se preocupó más por los derechos humanos pasados que por respetar los presentes. ¿Son tan distintos los militares que se pensaban anteriores a la Nación que el grupo que sostiene el monopolio de lo nacional y popular? ¿Y las fantasías del poder eterno? ¿El sueño de Onganía de gobernar veinte años difiere en sustancia de la reelección indefinida? Se dirá que ahora, afortunadamente, el pueblo vota. Es obvio, ¿pero no se mantiene la lógica amigo-enemigo? ¿No hay, también hoy, quienes tienen el copyright de la verdad? El proyecto Equis o el infiltrado de la Policía en la agencia Rodolfo Walsh evocan los mismos fantasmas del pasado, como lo evoca la censura a los índices de precios de las consultoras o el acoso a los medios independientes.

 

“Hay dos modelos de periodistas: el liberal dependiente y el de la causa nacional”, dijo esta semana Carlos Kunkel, copropietario de la causa nacional. ¿No hay en ese pensamiento un hálito de Videla?

 

Las dictaduras de las mayorías o de las minorías no son tan distintas: ambas necesitan que el Otro desaparezca y ambas se sostienen en la convicción de que son los únicos representantes del Pueblo, la Verdad y la Nación. Por eso son personalistas, autoritarias y necesitan inventarse un pasado y un presente; por eso siempre son “fundacionales” y tienen un único interés: mantenerse en el poder a costa de lo que sea.

 

Videla murió ayer, pero la cultura autoritaria del Partido Militar aún sobrevive y atraviesa la historia argentina del siglo XX y el actual. Falta que pase mucha agua bajo el puente hasta que Videla esté definitivamente muerto.

 

Jorge Lanata

 

 

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