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Libertad agridulce

Posted on: diciembre 25th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

 

Ayer Venezuela se alegraba con la libertad de algunos de los presos políticos, y es una alegría válida, más en Navidad y en estos tiempos difíciles, en los que la escasez ha afectado hasta a las buenas nuevas. Todo paso hacia la libertad es un buen paso, y aunque esta vez ha sido muy alto el precio que los liberados han tenido que pagar, siempre he sostenido, y aún no veo razones para cambiar de opinión, que mejor está un perseguido político en su casa, así sea limitado en su libertad y cumpliendo condiciones absurdas, que en las mazmorras de la indignidad, expuesto a abusos indecibles y a completa merced de sus captores.

 

 

Pero mientras registrábamos y verificábamos las liberaciones, algunas de las cuales llevaban ya meses, e incluso años, gestionándose, yo no podía dejar de recordar que hace poco menos de un año, el 31 de diciembre de 2016 para más señas, también nos alegrábamos con otra tanda de liberaciones (siete, en aquel momento) que fueron muy parecidas en sus características, su tenor y alcance a las que se dieron ayer.

 

 

Al igual que pasó con las liberaciones de ayer, en 2016 el gobierno también se empeñó en mostrar que las liberaciones se habían producido como un acto de supuesta buena voluntad, unilateral, del poder, uno en el que no tenían absolutamente nada que ver, en su decir, ni el continuo trabajo de los abogados defensores en cada causa, ni el hecho de que ha sido gracias a la denuncia constante, a cargo de las ONG de DDHH, de la grave situación de los presos y perseguidos, que el costo político de la prisión y de la persecución política para el gobierno de Maduro, nacional e internacional, se le ha elevado a niveles insostenibles.

Por su parte, tal y como ocurre ahora, algún sector de la oposición política en 2016 también buscó capitalizar aquellas liberaciones como si se tratase de logros en los que, de nuevo, solo unos cuantos habían tenido arte y parte, lo cual, al igual que ocurrirá ahora, quedó desvirtuado casi de inmediato, cuando la estrategia de la “puerta giratoria” a la que es tan afecto el gobierno de Maduro, no tardó ni 24 horas en volver a llenar con nuevos presos las siete celdas que habían quedado desocupadas en el SEBIN en Caracas. Sin ir más lejos, ayer, mientras se producían las liberaciones, se produjeron en paralelo varias detenciones. Ya lo adelantó Delcy Rodríguez al someter a los que iban a ser liberados a la ANC, cuando dijo que las declaraciones y testimonios que había recabado la “Comisión de la Verdad” demostraban la responsabilidad en los “hechos de violencia política” de 2014 al 2017 de varios “líderes de algún sector de la oposición”. En otras palabras, prácticamente nos dijo que lo que están haciendo, como lo han hecho antes, era liberar espacio para sustituir, más temprano que tarde, a estos presos políticos liberados por otros.

 

 

Las libertades que se concedieron en diciembre de 2016 fueron libertades bajo medidas cautelares, es decir, fueron libertades restringidas y limitadas que no implican, de ninguna manera, que la persecución contra los favorecidos con tales medidas haya cesado. Lo mismo ha ocurrido ahora, en la mayoría de los casos. Los liberados, los del 2016 y los de ayer, siguen sujetos a procesos penales injustos, que en cualquier momento pueden volver a llevarlos a la cárcel. En este sentido, pese a que, lo reitero, siempre es preferible enfrentar un proceso penal injusto en libertad, así sea limitada, que en la cárcel, lo cierto es que la persecución y el uso de los tribunales como armas de la intolerancia oficial, continúan. En este sentido, nada ha cambiado, por eso mantenemos que la única alternativa válida para acabar de raíz con el exilio, la persecución y con la prisión política en Venezuela es una amnistía amplia, sin sesgos y que no imponga condiciones inconstitucionales ni obtusas a los que resulten favorecidos por ella.

 

 

Lo que sí ha cambiado es que antes, en diciembre de 2016, no teníamos una ANC, y ahora sí la tenemos. El gobierno utiliza claramente la liberación de estos presos políticos de ahora para que le legitimen no solo a la misma ANC, sino a la “Comisión de la Verdad”. En lo que ha sido una constante desde que se enseñoreó la prisión y la persecución política en el país en estos últimos lustros, los presos políticos para el poder son “cosas”, no seres humanos, son “instrumentos” y “herramientas” que se utilizan para fines específicos. En este caso, ese objetivo es el de, con las liberaciones, legitimar lo que carece de toda legitimidad: A la ANC, y a su “hija”, la “Comisión de la Verdad”. En paralelo, se lava el gobierno la cara ante la comunidad internacional y baja un poco, aunque solo un poco, la presión a la que Maduro está sometido a causa de sus excesos.

Nótese que, para el gobierno, estas liberaciones recientes ni siquiera le sirven, ni tiene intenciones de que se así se vean, como resultado del “diálogo” que tiene montado con algún sector de la oposición en República Dominicana. Plantearlo así le concedería a la oposición que está participando en dicho diálogo una posición preponderante, un protagonismo, que el gobierno no va a tolerar ni, mucho menos, a promover. Pero además, Delcy Rodríguez fue enfática al respecto: Estas liberaciones tienen lugar porque así lo recomendó, tras meses de “análisis e investigaciones”, la “Comisión de la Verdad”, no porque así se hubiese negociado en República Dominicana. De hecho, el número de liberados (36 a las 8AM del 24 de diciembre, de los 268 que hasta ahora han sido acreditados y validados por la OEA) no se parece en nada al que se había “anunciado” como posible (114, decían) y los mismos participantes como asesores o negociantes en República Dominicana, fueron sorprendidos, porque ellos mismos habían dicho que aún no se habían alcanzado acuerdos en este tema, por esta maniobra del poder, al punto de que algunos de ellos reconocieron públicamente que ni siquiera sabían quiénes serían, en total, liberados, ni cuáles serían las condiciones que les impondrían tras su liberación.

 

 

Todo esto hace que las libertades de ayer y de hoy, vistas ya en frío y analizando la película completa, nos provoquen una alegría que, sin embargo, está como aquéllas, también condicionada y bajo cautelares.  Lo más duro, es el gusto agridulce que nos deja el saber que, al lado de la alegría válida y honesta de aquellos que por fin podrán volver a pasar la Navidad en sus casas, al lado de sus familias, corre en un caudal mucho más turbio y profundo la tristeza de los que se quedan en sus celdas sin que alguien pueda explicarles por qué unos salen, pero otros no. Los motivos legales para liberar a todos los presos políticos están allí, y son incuestionables, pero el poder saca los nombres del frasco y pone sus fichas sobre la mesa sin respetar ningún criterio racional o legal, sino tomando en cuenta solamente su propio interés. La alegría que sienten unos, hay que decirlo porque a nosotros nos toca lidiar con los que se quedan presos, y con sus familiares, es un fardo pesado sobre los hombros de los que, teniendo el mismo derecho a estar en sus hogares, permanecerán sin embargo y sin explicación alguna tras las rejas.

 

 

Por eso es que no hay que dejarse encandilar ni engañar. La lucha debe continuar, y la libertad plena y absoluta de todos los presos, perseguidos y exiliados debe ser nuestra exigencia y nuestra plegaria diaria.

 

 

Gonzalo Himiob Santomé

@HimiobSantome

¿Comisión de la verdad?

Posted on: agosto 20th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

El problema de tener una Asamblea Nacional Constituyente (ANC) que no es asamblea, no es nacional y tampoco es constituyente es que de ella solo pueden surgir adefesios que, llámense como se llamen, tampoco serán, ni en fondo ni en forma, lo que se supone que son. Este es el caso de la “Comisión de la Verdad, Justicia y Paz” que se instaló, a unilateral instancia de la ANC, el pasado miércoles que, pese a su nombre y como digna hija de su madre, tampoco es comisión, mucho menos de la verdad, ni servirá para lograr la justicia o la paz. Es un árbol que nació torcido, y todos sabemos ya como concluye el refrán.No, no es quien suscribe, identificado por los oficialistas como supuesto “furibundo opositor” al gobierno de Maduro, el que lo afirma. Es la ONU. Y no es que lo esté diciendo ahora, cuando ya el mundo entero tiene muy claro cuál es el verdadero talante de este gobierno y tiene más que sobradas razones para ver con suspicacia cualquier iniciativa de Maduro o, más recientemente, de la ANC. La manera, el momento en el que debe establecerse, los procedimientos y principios que debe seguir para cumplir a cabalidad con sus funciones, y la forma que debe tener una “Comisión de la Verdad” fueron exhaustivamente analizados, sobre la base del análisis de múltiples experiencias mundiales, por la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU en 2006, y sus conclusiones constan en la publicación llamada “Instrumentos del Estado de Derecho para Sociedades que han Salido de un Conflicto: Comisiones de la Verdad” (HR/PUB/06/1).

 

 

 

Más allá de los serios cuestionamientos sobre la legitimidad de origen y de desempeño de la ANC, suficientes por sí mismos en mi opinión para concluir que todos sus actos son materialmente nulos, como lo ordena la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela que sigue vigente, ya el simple título de la publicación de la ONU debería darnos una primera pista de por qué la “Comisión de la Verdad” instalada a instancias de la ANC nace con pies de barro. Es requisito previo indispensable para que podamos siquiera empezar a hablar de la Constitución de una “Comisión de la Verdad” que el conflicto que dio lugar a las graves situaciones que se pretende investigar ya haya cesado. La ONU lo planteó de esta manera, que cito textualmente: “¿Cuando está maduro un país para una comisión de la verdad? Deben estar presentes tres elementos críticos. En primer lugar, debe existir la voluntad política que permita y, preferiblemente, aliente o apoye activamente una investigación seria de los abusos cometidos en el pasado. En condiciones ideales, el gobierno mostrará su apoyo activo al proceso proporcionando financiación, acceso sin trabas a los archivos oficiales o instrucciones claras a los funcionarios públicos para que cooperen. En segundo lugar, el conflicto violento, la guerra o las prácticas represivas deben haber llegado a su fin. Es posible que la situación de seguridad de hecho aún no haya mejorado por completo, y las comisiones de la verdad a menudo trabajan en un entorno en el que tanto las víctimas como los testigos temen hablar públicamente o que se los vea cooperando con la comisión. Además, naturalmente, la propia comisión puede recibir amenazas durante sus tareas. Pero si hay una guerra o un conflicto violento activos en el país, es poco probable que se den las condiciones necesarias para llevar a cabo una investigación seria. En tercer lugar, debe haber interés por parte de las víctimas y los testigos en que se realice ese proceso de investigación y en cooperar con él”.

 

 

 

Empecemos entonces por ahí ¿Existe verdadera voluntad política para permitir, alentar o apoyar una investigación seria (y lo voy a repetir, seria) de los abusos cometidos en el pasado reciente? Todo parece indicar que no, y de hecho, la prueba más evidente de ello es que cuando la Fiscal General oficialista decidió no ser más una persecutora, y comenzó a ocuparse, como corresponde verdaderamente a sus funciones, de investigar no solo lo que el gobierno le ordenaba investigar, fuese delito o no, sino además aquello que pudiera comprometer la responsabilidad de los agentes del Estado en delitos o en graves violaciones a los DDHH, fue inmediatamente atacada desde sus mismas filas (por aquello de que muy mal paga el diablo a quien le sirve) y además luego fue sustituida de manera absolutamente ilegal e ilegítima por un órgano que, ni siquiera en el caso de que hubiese sido válidamente constituido, que no es el caso, tiene facultades para ello. Por otro lado, una mirada a quienes se decidió que la integraran, todos reconocidos partidarios del gobierno, nos demuestra que dicha comisión no está articulada para defender o indagar sobre la verdad de lo ocurrido en Venezuela desde 2014 hasta ahora, sino en todo caso para apuntalar, según se vea, o una visión sesgada de la verdad (o lo que es igual, una “media verdad” que, como tal, es una completa mentira) o, en todo caso, para sustentar solo una “verdad oficial” que, como ocurre históricamente con las “verdades oficiales” no terminará siendo más que una mentira inmensa vestida de institucionalidad. Todo esto demuestra que este primer requisito, el de la existencia de verdadera voluntad política para adelantar investigaciones serias (y por serias debemos entender objetivas, independientes e imparciales) sobre lo que nos ha sucedido en estos últimos años, no está presente en este caso.

 

 

 

Lo segundo que se exige para saber si un determinado país está listo para una “Comisión de la Verdad” es que el conflicto violento, la guerra (en caso de que de ella se trate) o las prácticas represivas, hayan ya cesado. Mientras escribo estas líneas, la ANC no solo se ha hecho de “potestades de persecución y de investigación” contra todo el que le huela a opositor, sino además ha convertido, de un plumazo, a la Asamblea Nacional, electa por catorce millones de votos soberanos, en un cascarón vacío. Mientras escribo estas líneas, según las cifras del Foro Penal Venezolano, 1047 personas siguen injustamente detenidas solo por el hecho de haber participado, o de haber estado cerca de ellas, en las manifestaciones masivas que desde abril de 2017 han tenido lugar en todo el país. Además de esto, 676 personas siguen privadas de su libertad (procesadas o condenadas) por órdenes judiciales que no tienen sustento jurídico, sino político, y más de 100 asesinados por actos de represión siguen esperando en sus tumbas por una justicia que no llega. Mientras escribo estas líneas, 404 civiles siguen privados de su libertad por órdenes de tribunales militares, y al menos 19 personas siguen detenidas pese a que ya, y en algunos casos desde hace casi un año, los tribunales ordenaron su libertad. Es más, mientras escribo estas líneas, lo hago con la plena certeza de que, al hacerlo, me expongo a ser encarcelado por expresar estas opiniones contra los actos de la ANC. Así las cosas, ¿es correcto, sensato o hasta prudente, afirmar que las prácticas represivas de este gobierno han cesado? Evidentemente, no. En estas condiciones, como lo destacó la ONU, “es poco probable que se den las condiciones necesarias para llevar a cabo una investigación seria”, y por eso es que es un requisito obligatorio que, para que se instale una “Comisión de la Verdad”, el conflicto que se supone deben abordar, y las prácticas represivas que las motivan, ya hayan cesado. Las “Comisiones de la Verdad” solo pueden ocuparse de hechos que ya sean parte del pasado, no de los que continúan ocurriendo, y me extraña (o no, dada su filiación política) que estando entre sus miembros personas que se supone que han estudiado y manejan estos temas, se hayan saltado este requisito tan a la torera, demostrando con ello que no es la verdad lo que en realidad interesa, sino la consolidación de una inmensa mentira: La de que acá, en nuestro país, no está pasando, hoy y ahora, nada.

 

 

 

En tercer lugar. se requiere que las víctimas y los testigos de los eventuales procesos de investigación de una “Comisión de la Verdad” tengan interés en ser parte y en cooperar con ésta. Esto no solo abarca su disposición a intervenir, sino además que estén dadas las condiciones objetivas suficientes para que puedan hacerlo con seguridad y sin temor a represalias. Las personas que supuestamente son la voz de las víctimas en la mal llamada “Comisión de la Verdad” recientemente instalada no representan, ni de lejos, al grueso de personas que, con justas razones, pueden reclamar sin objeciones la cualidad de víctimas de la represión reciente del Estado venezolano, entre las que se incluyen no solo los familiares de los asesinados, sino también los injustamente encarcelados o condenados, los exiliados y los torturados, y aún si así fuera, visto que las prácticas represivas e intimidatorias del poder en Venezuela no han cesado, no están dadas las condiciones mínimas suficientes como para que su justo reclamo de justicia y de reparación no les acarree consecuencias negativas.

 

 

 

Sumado a todo lo anterior, la ONU ha establecido además una serie de principios básicos que deben respetarse para que, en su funcionamiento, las comisiones de la verdad puedan desempeñarse de manera cabal y puedan lograr objetivos creíbles que merezcan el respeto y el reconocimiento de la nación y de la comunidad internacional. Estos son: Decisión nacional, necesidad de una perspectiva global de la justicia de transición, modelo único y específico de país, voluntad política e independencia operacional y, por último, apoyo internacional. Analicemos entonces.

 

 

 

En primer lugar, en acatamiento al principio de “decisión nacional”, la decisión, valga la redundancia, sobre la instalación de una “Comisión de la Verdad”, debe tomarla la ciudadanía, tras un exhaustivo proceso de consultas “encaminado especialmente a obtener la opinión de las víctimas y los supervivientes”. En nuestro caso, no solo la ANC se instaló de espaldas a la voluntad popular, sino además no le consultó a nadie, mucho menos a las víctimas, sobre si estaban de acuerdo o no con una “Comisión de la Verdad” en los términos y bajo las condiciones en las que la actualmente activa fue planteada e instalada.

 

 

 

En segundo lugar, sobre la base de la consideración de la necesidad de una perspectiva global de la justicia de transición, cabe hacer los siguientes comentarios: Llama la atención, primero, que las “Comisiones de la Verdad” son uno, más no el único, de los instrumentos del Estado de Derecho en materia de justicia de transición. Si estamos instalando entonces una “Comisión de la Verdad”, estamos aceptando además que debemos complementarla con otros actos relativos a los procedimientos ya en curso, con procesos de revisión y depuración en la administración de justicia, y con otras iniciativas dirigidas a procurar la reparación a las víctimas y a garantizar la rendición de cuentas ya lograr las reformas que sean necesarias; pero más allá, también estamos aceptando que estamos en un proceso de transición. En nuestro caso, ninguna de las anteriores iniciativas que deben correr en paralelo se han instrumentado y, lo que es más importante, el gobierno jamás ha aceptado que ya estamos en un proceso de transición y que, en consecuencia, ya salió o está de salida. Las “Comisiones de la Verdad” son para procesos de transición, no para apuntalar en el poder a quienes quieren permanecer en éste “como sea”.

 

 

 

En tercer lugar, las “Comisiones de la Verdad” deben adecuarse, por acatamiento del principio de “modelo único y específico de país”, a nuestras particulares y muy específicas necesidades, tomando en cuenta las visiones, las necesidades y los anhelos no solo un lado de la moneda, como ocurre con la actual “Comisión de la Verdad”, sino los de todos los factores involucrados, incluso, y yo diría muy especialmente, los de quienes adversan al poder en funciones. De otra forma, la “Comisión de la Verdad” no es más que una morisqueta legitimadora, y no un instrumento para el esclarecimiento de la verdad y el logro de la justicia.

 

 

 

En cuarto lugar, como ya se destacó antes, debe haber verdadera voluntad política (no solo el ánimo de parecer justo, sino la vocación de serlo en realidad) en el poder para que la “Comisión de la Verdad” cumpla a cabalidad sus funciones, para lo cual además necesita de plena independencia operacional. La “Comisión de la Verdad” recientemente instalada en Venezuela no es independiente, pues su desempeño está sujeto a la írrita ANC, constituida como mecanismo inconstitucional de dominación de unos pocos sobre el grueso de la población, y de ello solo puede concluirse que no será en realidad independiente desde ningún punto de vista.

Por último, y esto es fundamental, las “Comisiones de la Verdad” deben contar con la participación, y el apoyo, de la comunidad internacional. No solo nuestra “Comisión de la Verdad” no ha recibido el apoyo o el aval de ningún país, mucho menos de los organismos internacionales que tradicionalmente colaboran con estos instrumentos de la justicia transicional, sino que su “madre”, la ANC, ha sido rechazada por más de 40 países y por múltiples organismos multilaterales e internacionales. Sobre estas bases, la “Comisión de la Verdad”, tal y como está planteada, sus actos y los resultados que arrojen, no encontrarán validación ni acatamiento en la comunidad internacional, por lo que al final, tras mucho nadar terminará en la misma orilla y solo será recordada como un despropósito y como un monumento al tiempo perdido.

 

 

 

Dios quiera que a ningún operador político de la oposición, ávido de figuración o con base en sus propios intereses, se le ocurra estar legitimando, con su participación en ella por aquella homilía de que “no hay que perder los espacios”, en esta “Comisión de la Verdad” que, como se ha visto, es de todo, menos eso.

 

 

 

Gonzalo Himiob Santomé

@HimiobSantome

101 y contando

Posted on: octubre 9th, 2016 by Laura Espinoza No Comments

Nada indica que la represión o el uso del sistema de justicia como armas de intolerancia hayan disminuido. Las cifras de este año, ya al cerrar septiembre, no pueden ser más desalentadoras. Al momento de escribir esta entrega, ya eran 101 las personas que se mantienen privadas de su libertad por motivos políticos. Hasta mayo la cifra fluctuó, por aquello que llamamos el “efecto de puerta giratoria”, que ya explicaremos, entre los 80 y los 85 presos políticos. Hoy son, como se ve con facilidad, muchos más.El concepto de “efecto de puerta giratoria” fue desarrollado por Alfredo Romero. Es muy sencillo de entender si nos hacemos la imagen mental de una puerta giratoria en la que de la cárcel salen unos, ciertamente, pero en paralelo entran otros, en una suerte de ciclo perverso que no termina y que mantiene, o mantenía hasta hace poco, un número relativamente “estable”, si es que cabe el término, de personas tras las rejas por motivos políticos. En los últimos meses lo que ha ocurrido es que por esa puerta han entrado muchos más de los que han salido, por eso las cifras han ido en aumento. En enero nos fueron reportados 3 arrestos por motivos políticos, en febrero 4, en marzo 65, en abril 176; entre mayo y junio nos fueron reportados 1600 arrestos, entre los cuales destacan 948 personas que fueron detenidas en Lara por hacer cola en las noches ante farmacias y supermercados. En julio, el número descendió a 28, en agosto volvió a aumentar a 54 y septiembre culminó con 174 arrestos políticos.

 

 

 

Para entender bien el tema, y para comprender por qué a veces las cifras divulgadas por los factores políticos y las de las ONG que se ocupan con seriedad de estos temas no siempre coinciden, es importante analizar algunas situaciones fácticas que pueden siempre discernirse en estos casos y, también, algunos conceptos esenciales.

 

 

 

 

En primer lugar, debemos entender que la realidad de la persecución política es dinámica, varía continuamente. Por ejemplo, un día cualquiera puede que en Venezuela no se presente ningún arresto por motivos políticos, pero al día siguiente, como ha pasado a veces, pueden darse decenas de ellos, y cada caso debe ser analizado de manera individual. A veces, incluso, ocurre que en una determinada manifestación o protesta son arrestadas decenas de personas, pero por motivos que revelan que dicha acción fue arbitraria e ilegal, solo unas cuantas de ellas terminan siendo formalmente puestas a la orden de la fiscalía o de los tribunales. Un día cualquiera puede que algunos de los que ya son formalmente detenidos políticos sean liberados bajo medidas cautelares, pero a veces la orden del tribunal tarda en ser acatada, o sencillamente es flagrantemente desconocida por los cuerpos de seguridad. A veces incluso a los detenidos se les obliga a “admitir los hechos”, o lo que es igual, a confesar como propios crímenes que no han cometido para ser dejados en una precaria libertad que, además, sirve para apuntalar la narrativa oficial sobre el carácter delincuencial de las protestas en las que estos ciudadanos participan, siempre con el compromiso de “cerrar la boca” y de no hacer del conocimiento de nadie las condiciones en las que dicha “libertad”, así entre comillas, se logra. A ello hay que añadirle que cuando se trata de estos casos los operadores de justicia prefieren normalmente actuar “entre gallos y medianoche”, al margen del escrutinio público y de espaldas a los familiares y abogados de los detenidos, para evitar la crítica o para atribuirse ciertos logros como propios, para lavarse la cara.

 

 

 

 

Por otro lado, los conceptos a veces no son manejados de manera correcta, especialmente por quienes buscan más la notoriedad y el “impacto” en la opinión pública que la exactitud y la corrección en los términos. No es un tema fácil, pero las normas internacionales son muy estrictas en cuanto a qué puede ser considerado un arresto, una detención o la prisión por motivos políticos. No toda persona encarcelada, por notoria que sea, puede ser tenida como un preso o un detenido político. Tampoco, aunque es una grave violación a los DDHH, es necesariamente político cualquier caso en el que a una persona se la mantenga privada de su libertad en violación al Debido Proceso.

 

 

 

Aclaremos. Empecemos por el sustantivo, por el nombre. Esclarezcamos cuáles son las diferencias entre “arresto”, “detención” y “prisión” para desde allí entender cuándo se puede hablar de un arrestado, de un detenido o de un preso político. El “Conjunto de Principios para la Protección de Todas las Personas Sometidas a Cualquier Forma de detención o Prisión” (Res. 43/173 de la ONU, de fecha 9/12/1988) nos aclara los términos: “Arresto” es el acto de aprehender a una persona con motivo de la comisión de un delito o por un acto de autoridad; una “persona detenida” es aquella que está privada de su libertad personal, se entiende que formalmente y por parte de una autoridad judicial, siempre que no haya sido aún condenada; y por “persona presa” se entiende toda persona privada de su libertad personal como resultado de una condena. Trasladándolo a Venezuela, podemos valernos de un ejemplo para explicarlo. En mayo de 2014, casi 400 jóvenes fueron “arrestados” por diferentes cuerpos de seguridad en toda Caracas, por pernoctar en los que se llamaron los “Campamentos de la libertad”. De éstos, poco más de la mitad fueron formalmente puestos a la orden de la autoridad judicial, y de este total, al día de hoy, solo contra 5 sigue vigente la “privación preventiva de la libertad”. Ninguno de ellos ha aún condenado. Hubo entonces ese día centenas de “arrestos”, se mantienen 5 “detenciones” y hasta ahora ninguno ha sido formalmente condenado. En otros casos, como por ejemplo el de Leopoldo López y los de los comisarios Vivas, Forero y Simonovis y los PM, entre otros, sí hubo arresto, después detención y después prisión (merced su condena formal) entendida de la manera estricta que se maneja a nivel internacional.

 

 

 

 

Volviendo al ejemplo de los jóvenes de los campamentos, todos esos arrestos fueron ilegales, pues se ejecutaron de manera arbitraria, violando lo que establecen los Arts. 44 y 49 de nuestra Constitución, contra jóvenes que ni estaban cometiendo delito en ese momento ni tenían órdenes de captura pendientes, en el contexto de procedimientos policiales y de allanamientos que, además, no habían sido ordenados ni aprobados por ningún tribunal. Ya eso por sí mismo los convierte en “arrestos arbitrarios”, pero, ¿basta eso para considerarlos “políticos”? No, aún queda por ver si les calza tal “adjetivo” conforme a las reglas internacionales y los nuevos desarrollos que rigen la materia.

 

 

 

Tradicionalmente, un caso era considerado “político” cuando los delitos que se atribuían a los que se veían involucrados en éste eran los que la doctrina penal conservadora reconocía como “delitos políticos”, tales como la rebelión, el complot político, la traición a la patria, y otros similares. Hoy por hoy, hemos visto cómo una de las más perversas maniobras de los persecutores de nuevo cuño es la de “disfrazar” de persecución judicial ordinaria lo que es, definitivamente, una persecución por motivos políticos, atribuyéndole a los perseguidos delitos que no son necesariamente de los que se califican tradicionalmente como “delitos políticos”. Se ha pasado entonces de la simple, y hasta cierto punto ingenua, consideración de los delitos imputados, que en definitiva no depende sino del mismo persecutor, hacia consideraciones mucho más elaboradas que han hecho crecer el espectro de situaciones en las que una persecución judicial puede ser tenida como “política”.

 

 

 

 

En Venezuela, el tema se trabajó con mucha exhaustividad no solo por el Foro Penal Venezolano, durante lo que fue la preparación y propuesta de la Amnistía que se sometió a consideración de la AN en diciembre de 2015, sino por un importante grupo de catedráticos, venezolanos y extranjeros, que colaboraron con la ONG en ese cometido. Tras ese trabajo, sumado a los estudios sobre el tema que adelantó Alfredo Romero en Harvard sobre tales conceptos, se llegó a la conclusión de que en Venezuela prevalecen tres tipos específicos de presos (es decir, de detenidos y condenados) por motivos políticos.

 

 

 

 

En primer lugar, vemos que se han armado procedimientos penales absurdos y arbitrarios contra personas que, por su liderazgo y sus características individuales, resultan incómodos o “peligrosos” para el poder. Se trata de personas que son vistas por el gobierno como “enemigas”, por lo que se recurre a la vía judicial para su neutralización como factor social o político de relevancia. Estos son quizás los más conspicuos, los más notorios, los más fáciles de identificar. Allí están, Leopoldo López, Antonio Ledezma, Manuel Rosales, Daniel Ceballos y otros tantos que resultan “peligrosos” para el gobierno, a título individual, y por lo que representan como líderes. En todos estos casos, estos detenidos y presos lo son, efectivamente, por motivos políticos.

 

 

 

 

En segundo lugar, están los que no son, como individuos, de particular relevancia ni especialmente “peligrosos” en sí mismos para el poder, pero sí forman parte de un grupo social o político que al poder le interesa intimidar o controlar. Se trata de estudiantes, de comunicadores sociales, de humoristas, de caricaturistas, de militares críticos y hasta de jueces (el caso de María Lourdes Afiuni es paradigmático de esta tipología) que son perseguidos no solo para ser neutralizados a título individual, que no es en estos casos lo que más interesa al poder, sino más específicamente para generar en los demás, en los que son parte del grupo al cual pertenecen, en aquellos que como colectivo el poder necesita controlar, un efecto intimidatorio o disuasivo. En estos casos, la persecución también puede ser calificada como “política”.

 

 

 

 

En tercer lugar, está una categoría distinta, en la que la persona es neutralizada judicialmente, a través de su prisión o de su persecución judicial injusta, como parte de la propaganda oficial, para que sirva de herramienta, de chivo expiatorio, para consolidar sobre cualquier tema o aspecto de la vida nacional la narrativa oficial, normalmente ajena a la verdad, sobre determinadas circunstancias de interés público. También busca, en un doble efecto particularmente negativo, procurar la impunidad de quienes sí sean los verdaderos responsables de los hechos que se pretende manipular. Así hemos visto como se ha perseguido, arrestado y detenido, e incluso a veces condenado, a dueños de automercados, de farmacias, a gerentes de casas de bolsa, a constructores y hasta a directivos de licorerías todo para, distrayendo la atención de los verdaderos responsables, “culparlos” de la inflación, del desabastecimiento o de la supuesta “guerra económica” que pregona el poder como excusa de sus fracasos. También ocurrió lo mismo con los sucesos del 11 de abril de 2002, de los que derivó la condena injusta de los PM y de los comisarios, y la absolución también injusta de los “Pistoleros de Puente Llaguno”, solo porque al gobierno le interesaba consolidar su “verdad oficial” sobre tales sucesos a despecho de lo que la verdad real, conocida por todos, señalaba. En estos casos está claro que la persecución no tiene bases jurídicas (cualquier análisis objetivo de esas causas lo demuestra) sino claras intenciones políticas.

 

 

 

 

Como se ve, es un tema sutil y complejo, pero que no admite equívocos, abusos ni tergiversaciones oportunistas. Con estas cosas, sobre todo de cara a la realidad que se refleja en los primeros párrafos de este artículo, no se juega, y flaco favor se les hace a los exiliados, a los perseguidos y a los presos políticos cuando, por las razones que sea, se les mete en un mismo saco con quienes no deben ni pueden ser tenidos como tales.

 

 

 

 

@HimiobSantome

No hay sorpresas

Posted on: septiembre 13th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

La condena a Leopoldo, Christian, Ángel y Demián, y todo lo que ha pasado y pasará en las causas penales seguidas a tantas personas por motivos políticos no puede sorprender a nadie. Así será hasta que nos animemos a cambiar las cosas en paz, pero con hechos, que vayan más allá de un “tuitazo” o de la simple y cómoda empatía “desde lejos”

 

 

Confieso que fui ave de mal agüero. El pasado jueves, ya faltando muy poco para que el país conociera el fallo de Susana Barreiros en el que injustamente condenó a Leopoldo López, Christian Holdack, Demián Martín y Ángel González, una cadena internacional me entrevistó sobre las posibilidades del caso y tuve que decir lo que mi experiencia de ya casi quince años en casos como estos me ha enseñado: Más allá de las alternativas legales, de las diferentes posibilidades que tenían cabida jurídica, no había razón alguna para ser optimistas, y la sentencia, como en efecto lo fue, sería definitivamente condenatoria.

 
No es que uno sea un oráculo ni mucho menos, ni tampoco que a uno le guste tener este tipo de oscuras certezas. Créanme que no solo en este caso, sino en muchos otros, me hubiera gustado echarle en cara a mi sombría intuición judicial alguna victoria sorpresiva de mi indoblegable, pero ingenuo, optimismo; pero son ya demasiadas las marcas que injustos hachazos similares han dejado en mi alma como para creer en pájaros preñados. En este país de despropósitos y de perversiones institucionales, no había forma de que la sentencia contra estos cuatro venezolanos fuera diferente. Tampoco hay, por el momento, posibilidad de justicia verdadera en ninguno de los demás casos en los que el sistema judicial es utilizado el arma de la intolerancia oficial, y estamos hablando aún de cerca de ochenta presos y de más de dos mil personas sometidas a investigaciones penales por motivos políticos. No es poca cosa.
Esto obedece a muchas razones, de las cuales quizás la más importante es que el gobierno, acorralado como está a nivel internacional por su evidente irrespeto a los derechos más elementales de la ciudadanía, de toda la ciudadanía, pero especialmente de la que se le opone, necesita símbolos, como el de esta condena, que a lo interno y a lo externo apuntalen su “verdad oficial” (así, entre comillas) sobre los eventos que signaron nuestra historia todo el año pasado. Que esto funcione o no, que al final eso no sirva más que para ratificarle al mundo que la represión y la persecución política en Venezuela son verdad, es ya otro tema, el punto es que es así… por ahora.

 

 

Víctimas de la persecución oficial

 

 

Con respecto a las protestas del año pasado, desde el primer día el poder se afanó en la imposición de una narrativa oficial que distorsionara y tergiversara toda la verdad de lo ocurrido y que, por supuesto, pusiera exclusivamente en los “otros”, en los demás, en los opuestos, el disfraz de “culpables”, dejando de lado cualquier otra consideración, especialmente las legales ¿Nos sorprende? Si es así, desconocemos que esto no es nuevo, y que desde el primer momento, incluso sin haber investigado ni un segundo, la “versión oficial” sobre cualquier cosa grave que ocurre en el país, casi siempre, por no decir siempre, está dirigida a procurar la impunidad de los verdaderos responsables de cualquier abuso o exceso del poder colocando a los opositores, indefectiblemente, como los “malos de la partida”.

 
Recordemos a Simonovis, Forero, Vivas y a los PM; a los exgerentes y trabajadores de PDVSA, recordemos a Usón, a Gebauer, a Ortega, a Poggioli, a los Guevara, a los banqueros presos y perseguidos y a los gerentes de Econoinvest; también a los Baduel, padre e hijo, y a Tirado; a los twitteros, a los estudiantes, a los comunicadores y a tantas, tantas otras víctimas de la persecución oficial de los últimos quince años. Nos cayeran bien o no los mencionados, estuviésemos o no de acuerdo con ellos o con sus métodos, en todos estos casos la verdad y la justicia están del lado de los justiciables, en todos estos casos lo “jurídico”, lo “legal”, lo “correcto”, hubiera sido absolverles de toda culpa y reconocerles su inocencia; ninguno de ellos debió ser investigado ni criminalizado, mucho menos condenado, por delitos que nunca les fueron probados. Conozco de primera mano los expedientes, he estado allí como abogado defensor y sé, como lo sabe también ahora Juan Carlos Gutiérrez, defensor de Leopoldo, de lo que hablo, pero al final en todos estos casos, como acaba de ocurrir el jueves que pasó, la necesidad del poder de hacer de estas personas ejemplo y punto de honor, y el ansia de convertirlas en argumento del miedo y de hegemonía, pasando en el lance por encima de la verdad, de la Constitución y de la ley, también prevalecieron.

 

 

Régimen busca hacer difusa la verdad

 

 

Es un plan de actuación y de respuesta continuo, sistemático y premeditado, que además incluye una “estrategia de simetría” o “de espejo”, propia del ajedrez, en la que, a expensas de la verdad, que a todos nos interesa, y del erario público, que a todos nos duele, a toda iniciativa u organización les nace de la nada un “reflejo oscuro”, un “gemelo malvado”, una antítesis cuyo único propósito es defender al gobierno. A las “Víctimas del 11A” se les opuso la “Asociación de Víctimas del Golpe de Estado”, a la “Gente del Petróleo” se le opuso la “Asociación de Víctimas del Paro Petrolero”, y más recientemente, a las víctimas de los abusos y excesos del año pasado se les opuso la “Asociación de Víctimas de la Guarimba y del Golpe Continuado”, y así… Es un patrón de respuesta del gobierno, casi automático y hasta chambón, que tiene por objeto sembrar dudas, y en última instancia, relativizar y hacer difusa la verdad, al mejor estilo postmoderno… lo malo es que a veces, y en algunos escenarios, les funciona.

 
Es más, también forma parte de la jugada el logro injusto, pero formalizado, de la impunidad de quienes defiendan la “revolución”. Allí están las absolutorias, por ejemplo, de los “pistoleros de Puente Llaguno”, en su momento; la absoluta falta de investigación y condena a tanto funcionario o personaje violento, asesino o torturador de los últimos lustros y hasta los innumerables discursos oficiales en los que el poder califica de antemano como “héroes” o como “verdaderos patriotas” a desadaptados y antisociales que no merecen más que estar tras la rejas por haber servido de colmillos en las fauces de la violencia y de la intolerancia política.

 

 

Ir más allá de un “tuitazo”…

 

 

Sabiendo todo esto, la condena a Leopoldo, Christian, Ángel y Demián, y todo lo que ha pasado y pasará en las causas penales seguidas a tantas personas por motivos políticos no puede sorprender a nadie. Así será hasta que nos animemos a cambiar las cosas en paz, pero con hechos, que vayan más allá de un “tuitazo” o de la simple y cómoda empatía “desde lejos”. El de la ingenuidad, al parecer, es un himen que en nuestro pueblo renace siempre, y por eso cada nuevo golpe sabe a dolorosa “primera vez”. Lo malo es que lo nutre el olvido, lo que nos condena a vivir de irrealidades y a añorar, crédulos, sorpresas indoloras, buenas y hasta festivas nuevas, que al final nunca son. Lo malo es que vivir así, de falsas expectativas, nos aleja de la comprensión verdadera del tamaño real, la perversidad y la ignominia totales del monstruo contra el que se lucha… y así, no hay manera de vencerlo.

 
CONTRAVOZ
Gonzalo Himiob Santomé

Una semana cualquiera

Posted on: abril 19th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

En Chacaíto, donde tomaba la camionetica cada vez que venía, habían matado a un muchacho que estaba justo delante de ella en la cola…

 
Irene estaba muy asustada. La mantenían acurrucada en el suelo de su camioneta. Sentía, eso sí, que iban a muy alta velocidad. Los tipos que la habían secuestrado hablaban entre ellos, pero Irene, hecha un manojo de nervios y de miedo, poco les entendía. Eran tres, todos armados

 

Se había traído a la muerte con ella

 

La señora Luisa no llegaba. Era raro, siempre era puntual. Tampoco respondía las llamadas. Al cabo de tres horas de espera, cuando ya creíamos que no vendría, apareció. Estaba muy nerviosa. Allá en Chacaíto, donde tomaba la camionetica cada vez que venía, habían matado a un muchacho que estaba justo delante de ella en la cola. Sin mediar palabra, frente a todo el mundo, y a breves metros de un par de policías que reaccionaron “como en cámara lenta” –así lo relató Luisa- tres balazos le dieron en la cabeza un par de sujetos que iban en una moto de la que ni se bajaron… Luego siguieron como si nada. Nadie los persiguió, nadie pudo hacer más.

 

Luisa nos cuenta que apenas escaparon los homicidas, entre la confusión, la sangre en el piso y los gritos, llegó el “por puesto” que estaban esperando. Todos los que estaban en la cola se montaron en él, como autómatas, y allí se quedaron. Un par de personas comentaban lo sucedido, pero todos los demás guardaban silencio. Los policías, ahora sí “veloces”, les pidieron a todos sus documentos y se marcharon a verificar vaya usted a saber qué. Justo antes de bajar de la buseta, se volvieron para advertirles que apagaran sus celulares hasta que ellos regresaran. Nadie protestó.

 

A Luisa, para colmo de males, le tocó el puesto de la ventana justo al lado del sitio en el que el cadáver del joven desconocido yacía. Durante el tiempo que permaneció en tan macabra compañía, a pocos centímetros de ese charco rojo oscuro que, llegado un momento, no creció más, rezó como tenía tiempo que no lo hacía. Que la muerte lance uno de sus violentos hachazos tan cerca de ti no es cosa fácil ¿Y si una de esas tres balas hubiese errado el blanco y la hubiese matado a ella? ¿Qué sería de su hijo y de su madre, que dependían de ella? Luego de que les dejaron partir, siguió pensando en eso durante todo el trayecto.

 

Nos contó que su primer impulso, al darse cuenta de lo que había pasado, fue correr a su casa, pero que estaba tan nerviosa que se dejó llevar por el reflejo, al ver llegar inmediatamente el “por puesto”, de subirse en él para salir de allí. Sus palabras sonaban descoordinadas y temblorosas.

 

Tratamos de calmarla como pudimos, pero cuando ya empezaba a respirar con normalidad, estalló en llanto. Una mirada hacia abajo le había revelado lo que nosotros ya habíamos visto: Su zapato derecho, ella no lo había notado, había pisado al subirse al autobús la sangre que bañaba el piso… Se había traído a la muerte con ella.

 

La bala le dio en la cabeza

 

María estaba cansada. Le había tocado guardia desde el día anterior y no había dormido. El calor era insoportable, el uniforme se le pegaba al cuerpo y el ruido del tráfico matutino la ponía de mal humor. Le había tocado, justo ya antes de irse, hacer patrullaje a pie en la concurrida avenida. Cuando el Jefe de Guardia se lo había ordenado, ella había estado a punto de protestar, pero órdenes eran órdenes, y obedecer era más fácil que recibir un regaño. Estaba embotada, la falta de efectivos policiales y las difíciles condiciones en las que trabajaban le habían pasado factura. Sus horas de trabajo eran largas e ingratas, y su sueldo no compensaba, ni por asomo, sus sacrificios y esfuerzos. Menos ahora, que todo está por las nubes.

 

Empezó a recorrer la avenida, con su compañero, tratando ambos de estar pendientes de lo que pasaba a su alrededor y contando los minutos para que terminasen sus turnos. Todo parecía normal, conocían la zona y no veían nada extraño. Llegaron entonces a una esquina y allí se detuvieron.

 

Lo último que vio María fue a los dos sujetos que, adelantándose a los vehículos que esperaban que cambiase la luz del semáforo, se pusieron justo frente a ella y a su compañero y les dispararon. La bala le dio en la cabeza, y desde ese momento todo fue nada y oscuridad.

 

Tras perseguir al compañero de María, al que no lograron matar, los tipos se llevaron sus armas de reglamento y se fueron de allí tan rápidamente como habían llegado. Habían logrado su cometido.

 

Nunca había tenido tanto miedo en toda su vida

 

Irene estaba muy asustada. La mantenían acurrucada en el suelo de su camioneta. Sentía, eso sí, que iban a muy alta velocidad. Los tipos que la habían secuestrado hablaban entre ellos, pero Irene, hecha un manojo de nervios y de miedo, poco les entendía. Eran tres, todos armados. En su mente, más que sus rostros o sus facciones, lo que había quedado grabado era el hueco negro y circular de la pistola que le habían puesto frente a los ojos cuando la sometieron.

 

Al cabo de unos minutos, o de unas horas, o de unos segundos –Irene había perdido, como es usual en estos casos, toda noción del tiempo que pasaba- uno de los delincuentes le había dicho que si se quedaba tranquila no le pasaría nada. Primero, darían una vuelta por algunos cajeros electrónicos y sacarían de ellos, con sus tarjetas y sus claves, todo lo que se pudiera sacar. Varias veces le preguntaron si en su casa tenía caja fuerte y la amenazaron para que les dijera, pese a que trató de explicarles varias veces que ella no tenía, “dónde escondía los dólares”. También, tras hacerle mil preguntas sobre su situación económica, sobre el lugar en el que vivía, sobre su familia y sobre muchas otras cosas, le dijeron que irían hasta su casa a montar en la camioneta todo lo que pudieran llevarse.

 

Eso la asustó. Era posible que en su casa estuviese su papá, y ante lo que le estaba pasando nadie sabía cómo podría reaccionar. Les rogó que se llevaran todo lo que quisieran, que le quitaran a ella lo que les diera la gana, pero que no fueran a su casa porque su papá era un señor mayor y podría hasta morirse de un infarto.

 

“Nosotros somos serios -le dijo uno de los delincuentes entonces, jugando al “bueno” de la partida- si sacamos mínimo veinte palos de tus cuentas, rapidito eso sí, te dejamos tranquila mamita”. También se llevarían su celular, su camioneta y sus joyas, pero si no sacaban al menos esa plata en efectivo, tendrían que ir, la amenazaron, a “darle piso” al viejo.

 

El periplo fue eterno, al menos para Irene, pero tras ir de un lado a otro logró sacar, siempre acompañada por uno de los choros que le recordaba que si se “ponía cómica” la “quebraba de una”, 15.000 bolívares con su tarjeta de débito y con sus dos tarjetas de crédito.

 

El peor momento fue al final. La llevaron lejos, a un terreno baldío por allá en Guarenas, y la bajaron del carro. Tras un instante de silencio, le ordenaron que no volteara y que caminara alejándose de la camioneta. Quizás solo pasaron unos segundos, pero durante cada uno de ellos Irene estuvo completamente segura de que la iban a matar.

 

Solo al cabo de unos minutos, cuando el silencio se hizo insoportable, tuvo el coraje de volverse hacia el sitio en el que la habían dejado. Estaba sola, se había salvado, pero nunca había tenido tanto miedo en toda su vida.

 

Mientras el poder habla y se ocupa de todo, menos de Venezuela y de nuestro pueblo, así transcurren nuestras horas y nuestros días. Así se vive en nuestra nación una semana cualquiera.

 

CONTRAVOZ

Gonzalo Himiob Santomé / Twitter: @himiobsantome

Oraciones!!!

Posted on: diciembre 21st, 2014 by Laura Espinoza No Comments

Llegó a su casa cansado. Había tenido que dar muchas vueltas buscando los regalos que sus hijos le habían pedido al Niño Jesús. No los había encontrado todos, y los que halló estaban tan caros que solo pudo comprar unos pocos de los de su lista. Entre esos gastos y los demás del mes se le habían ido la quincena y las utilidades. Cuando consultó el saldo de su cuenta, se sintió desesperado. A duras penas llegaría a enero, y eso si se apretaba el cinturón aún mucho más de lo que ya lo había hecho. Elevó su mirada al cielo, y creyéndose solo, rezó:
“Dios, te agradezco de corazón todas las bondades que me concedes, el amor de mis hijos, de mi esposa, de mi familia y de mis amigos. Te agradezco la salud que nos has concedido, así como sus sonrisas y sus alegrías.

 

Te agradezco con humildad todas y cada una de tus bendiciones, incluso aquellas que me ofreces y haces mías bajo la forma de duras pruebas y graves aprendizajes. Te pido perdón por mis fallas, por mis debilidades, por mis pecados, y te ruego que me ayudes a convertirme cada día en un mejor padre, un mejor esposo, un mejor hombre. Sé que no nos hablamos tan a menudo como deberíamos, pero hoy quiero pedirte fuerza y luces para sobrellevar la dura carga que nos impone esta inclemente realidad que padecemos. Te pido que ilumines nuestro camino y nos permitas, a todos, ver la luz al final de este túnel. Que no nos falte el pan, el coraje ni la Fe, y que pronto superemos las diferencias y las dificultades para que llegue a nuestra nación la aurora que tanto necesitamos. Amén”.

 

-Papá –lo sorprendió entonces la voz del más pequeño de sus hijos, que había escuchado en silencio su plegaria desde un rincón de la sala- ¿Con quién hablas?
-Con Dios hijito –le respondió.
-¿Él está aquí? –le preguntó de nuevo, llena su mirada de asombro e inocencia.
Lo cargó y lo abrazó. Besó su frente, y más para sí mismo que para su muchachito, buscando en la respuesta y en sus palabras la fuerza por la que había implorado, le respondió:
-Sí, Dios está en todas partes… y nunca nos abandona.
II
Había terminado la visita. Su familia, así como las de todos los que le acompañaban en su injusta prisión, le había llevado pan de jamón, algunas hallacas y otros confites, para simular, así fuera en la oscuridad de ese ergástulo, un almuerzo navideño. Su abuela, aún a sus casi noventa años, había mandado para él, especialmente, una generosa porción de esa ensalada de gallina de ella que tanto le gustaba desde pequeño. Ya todos se habían marchado, y estaba de nuevo en su celda. Desde allí, como lo hacía todos los días, volvió a hablar con Dios.
“Padre Eterno, bendice a mi familia y a mis seres amados. Protégelos de todo mal, y hazles leves las cargas de mi encierro. Que mi prisión no oscurezca sus ánimos en estos días, y que aún en mi ausencia puedan encontrar, en paz, motivos para la alegría.

 

Bendice a todos mis compañeros presos injustamente y concédenos a todos, te lo ruego, la llama viva de la esperanza y la entereza que necesitamos para superar esta prueba sin caer en las tentaciones de la mezquindad y del egoísmo. Aleja de nosotros la desesperación y líbranos de aquellos que ven en nuestras causas no un motivo para luchar por la justicia perdida en este país desencajado, sino un trampolín para hacerse notorios y creerse importantes. Te pido también, con humildad y sinceridad, por nuestros captores, por quienes injustamente nos han confinado en estas cuatro paredes creyendo, equivocados, que con nuestros cuerpos encarcelarían a la vez nuestros ideales, nuestros sueños y nuestros anhelos. Ilumínalos, para que más temprano que tarde comprendan que, a pesar de nuestras diferencias, no somos criminales, sino jóvenes que luchamos por una mejor Venezuela, para todos, también para ellos y para sus hijos. Amén”.

 

III
Se acostó a dormir. Pero no en soledad. Esa noche Dios le regaló un sueño en el que unas caras pequeñitas, risueñas y traviesas –las que serían las de sus hijos aún no nacidos- le decían entre juegos y abrazos, bajo un cielo luminoso y despejado, lo orgullosos que estaban de él y de sus sacrificios. Para ellos –así le decían- siempre sería un honor llamarle “padre”. Gracias a él, y a tantos que lo dieron todo por su nación cuando así fue necesario, Venezuela había cambiado, para bien y para siempre.
Fue un sueño hermoso. Se parecía mucho a la realidad que vendrá.
Ella llegó a su casa, también cansada, y empezó a quitarse la ropa para darse un baño. Lo necesitaba. Dejó la franela roja y sus consignas forzadas colgadas en una silla de su pequeña, pero limpia y bien cuidada, habitación. A diferencia de otras oportunidades, esta vez eso de salir a protestar, obligada además, para defender las visas americanas y los dólares de unos pocos, unos que no sufrían sus mismas carencias ni pasaban sus duras penurias a diario, le había resultado incómodo y hasta hipócrita. Le molestaba además -no era pendeja- que se empeñaran en hacerle creer que la vuelta de cara del mundo hacia la realidad venezolana se la quisieran disfrazar desde el poder de “ataques contra la Patria”, cuando lo cierto era que no se cuestionaba al país, sino a los pocos que habían hecho con el dinero de todos, y con los derechos de todos, lo que les había venido en gana. Estaba cansada de ser usada y abusada, estaba cansada de tener que cuidar su puesto en el ministerio callando sus cuitas y jurando lealtades que ya no sentía. Estaba cansada de tener miedo de salir a la calle por las noches y de tener que rebuscarse para estirar su quincena hasta lo indecible cada mes. Estaba cansada del odio y del resentimiento.

 
Su mirada entonces se topó con la estampita de la Virgen de Coromoto, su virgencita, que tenía pegada a su espejo.

 
“Virgen Santa, Patrona de Venezuela, mi Patria Grande, te pido con toda humildad que nos protejas de la ceguera de estos que hoy, en el poder, solo velan por sí mismos y le han dado la espalda al pueblo. Te pido que cuides a mis hijos, a mi familia, a mis amigos, y que permitas que nuestros caminos, los de todos, vuelvan a ser un mismo camino, una única esperanza. Te pido que ilumines a quienes dirigen nuestros destinos, a los pocos buenos y decentes que aún existen, para que tomen las riendas de la nación y nos demuestren que el sueño de una Venezuela unida y próspera, libre y justa, es posible. Ilumínanos a todos, ayúdanos a recuperar los sueños perdidos. Amén”.

 
Al terminar su plegaria, sus ojos dieron con la imagen de Chávez que también guardaba siempre con ella. Su lealtad y su cariño por él se mantenían intactos, pese a las adversidades recientes, y jamás se le hubiera ocurrido criticarlo, pero estaba cargada y decepcionada. La dura realidad que se vive es muy diferente de la que Maduro les dibujaba en la TV, y la estamos sufriendo todos, sin distinciones.

 

Lo miró, y en el tono íntimo y familiar con el que siempre le hablaba a la imagen, en un impulso, le soltó:

 
-¡Tronco e’vaina que nos echaste, Comandante!
CONTRAVOZ
Gonzalo Himiob Santomé

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