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«Marcha del millón”: la reinvención de Cambiemos

Posted on: octubre 20th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

 

 

La euforia de la marcha de ayer muy probablemente se compense con la derrota que ocurrirá el domingo que viene. En ese caso, la posibilidad de Cambiemos de volver al poder dependerá de muchas variantes

 

 

Ante una multitud, Mauricio Macri llamó a dar vuelta la elección (Thomas Khazki)

 

 

En la mitología kirchnerista de estos cuatro años figuró en un lugar central un episodio muy emotivo: el 9 de diciembre de 2015, los simpatizantes cristinistas llenaron la plaza de Mayo para despedir a su líder. En esa plaza se escuchó por primera vez el cantito “Vamos a Volver”, se vivó a los integrantes de 678 y sus seguidores escucharon con lágrimas en los ojos la despedida de CFK. En su libro reciente, Cristina dedica numerosas páginas, las primeras, a recordar ese acto. Tal vez por eso, algunos militantes kirchneristas se enojan cuando se los compara con las movilizaciones que rodean de multitudes a Mauricio Macri en los días previos a lo que muy probablemente sea su despedida del poder. Más allá de esos enojos, tan clásicos y previsibles, lo cierto es que hay numerosos puntos de contacto: son manifestaciones muy masivas -estas más aun que aquellas-, son expresiones de un espacio político que ha sido derrotado y, al mismo tiempo, reflejan la existencia de una identidad arraigada.

 

Con la sucesión de concentraciones que se realizaron en los últimos días, Macri ya logró “dar vuelta” algo. La paliza del 11 de agosto proyectó en las horas siguientes la imagen de un presidente derrotado y depresivo, que empezaba a alejarse del poder dejando tras de sí una fuerza política moribunda. Esa percepción fue revertida sorpresivamente en estas últimas semanas en las que Macri, en parte, se reinventó. Ya no hace actos en gimnasios cerrados, ni es protegido por vallas. Al contrario: convoca a su gente a ganar la calle y se mezcla entre ellos. Así fue, por ejemplo, la llegada de ayer al acto final de campaña, Ese acto no sumó un millón de personas, pero hubiera desbordado varias veces la plaza de Mayo. Hay que remontarse a las impresionantes caravanas de Carlos Menem en 1995 para encontrar actos proselitistas de esta magnitud. Con el fervor popular que la rodeó y la rodea, Cristina nunca convocó una multitud semejante.

 

 

Y todo esto se produjo en el marco de una crisis económica muy seria, que es el resultado más sensible de la gestión macrista, y luego de una derrota electoral en las primarias que fue un masazo para el ánimo de todos los simpatizantes de Cambiemos. Sin embargo, allí están: y son muchísimos los dispuestos a marchar detrás de Macri.
En ese marco, Macri, por primera vez, tarde quizás, logró cierta personalidad al arengar a una multitud. Su estilo de pastor evangélico ayer incorporó cierto contenido y, evidentemente, ese estilo significa algo para mucha gente. Carece del magnetismo que, en sus mejores momentos, tuvieron Raúl Alfonsín, Carlos Menem y la misma Cristina. Pero ya no es el novato que improvisa, titubea, imposta demasiado las emociones. Es bastante claro que se trata de un libreto pensado. Pero, ¿alguna vez no lo es?

 

 

En estos años, en el llano, mucha gente subestimó las movilizaciones kirchneristas calificandolas como “una minoría intensa”. La verdad es que la definición era acertada: era una minoría, era intensa, no alcanzaba para producir un triunfo electoral, pero allí estaba, a la espera de que cambiaran las condiciones y retomar el poder. La manifestación de ayer tiene los mismos rasgos: marcha una minoría intensa, recientemente derrotada pero expresa, como mínimo, a un tercio del país.

 

 

En esta dinámica se puede leer la principal diferencia entre las dos últimas elecciones y lo que ocurrió en 2007 y 2011, las dos veces en que triunfó CFK. En esas ocasiones, no solamente una de las opciones había triunfado por amplio margen -como posiblemente ocurrirá ahora- sino que además la oposición había sido desarticulada, en gran parte porque la debacle de Fernando de la Rúa le había quitado toda su base social al radicalismo. Por eso, en 2007 y 2011 parecía que el kirchnerismo podía soñar con quedarse con todo y por un largo tiempo. Había un solo partido político nacional: el resto era un archipiélago inconexo y minoritario. Eso dio origen a problemas muy serios.

 

 

En 2015 estuvo claro desde el principio de que la alternancia tenía chances muy razonables de suceder. Y ahora pareciera que también, y no solo por la dimensión de las marchas o por la existencia de una oposición articulada: también porque ya se sabe que ni siquiera ganar 54 a 17 alcanzó para obtener la suma del poder.

 

 

La euforia de la marcha de ayer muy probablemente se compense con la derrota que ocurrirá el domingo que viene. En ese caso, la posibilidad de Cambiemos de volver al poder dependerá de muchas variantes. En el corto plazo, será definitorio el desempeño de Alberto Fernández en su eventual presidencia. Luego, será clave la capacidad de articulación entre los distintos sectores de la alianza, y sus principales dirigentes.

 

Alberto Fernández, candidato del Frente de Todos (Gustavo Gavotti)

Alberto Fernández, candidato del Frente de Todos (Gustavo Gavotti)

 

Si Mauricio Macri emerge con la convicción de que su liderazgo fortalece al espacio, correrá el riesgo de producir el mismo efecto que este año, cuando arrastró a una situación más complicada de lo necesario a Horacio Rodriguez Larreta y hundió a María Eugenia Vidal. Los gobernadores que desdoblaron, es decir, que se lo sacaron de encima, ganaron. Los que no tuvieron más remedio que aceptar sus órdenes, no.

 

 

En los últimos días, la Casa Rosada difundió datos para demostrar que, en muchas provincias que desdoblaron, Macri obtuvo más votos que algunos candidatos de Cambiemos. Son estadísticas amañadas pero que ofrecen evidencia de que Macri está decidido a priorizar una vez más su liderazgo antes que la posibilidad de recrear la oposición.
En esa dinámica, Macri tiene intereses distintos a los de los líderes regionales de Cambiemos. Los gobernadores de la oposición, entre ellos Horacio Rodriguez Larreta, tendrán necesidad de dialogar con el gobierno de Alberto Fernández. Macri, en cambio, querrá demostrar que el gobierno de Fernandez es peor que el suyo.
Para Cambiemos, después del 10 de diciembre, puede ser importante empezar a presentarse como una propuesta diferente a la que acaba de fracasar, especialmente en el área económica: reinventarse. Macri es un símbolo de ese fracaso, y lo será mucho más si pretende demostrar que las cosas que ocurrieron no ocurrieron.
Pero, al mismo tiempo, tiene todo el derecho del mundo a reclamar lo suyo. ¿O no fue él quien fundó Cambiemos? ¿O no fue quien lo llevó al poder? ¿O no es él quien convoca multitudes como la de ayer?

“Mi compromiso con la provincia no termina en una elección”. dijo Vidal en el Coloquio de IDEA (Christian Heit)

“Mi compromiso con la provincia no termina en una elección”. dijo Vidal en el Coloquio de IDEA (Christian Heit)

 

En dos años, será la primera prueba electoral para el nuevo gobierno. El miércoles, en el Coloquio de IDEA, María Eugenia Vidal dejó una clave sobre lo que será esa batalla. Vidal explicó: “Mi compromiso con la provincia no termina en una elección”. Eso quiere decir que, probablemente, en dos años será quien encabece la lista de diputados nacionales en la provincia de Buenos Aires. Si el domingo obtiene alrededor del 35 por ciento, en estas condiciones económicas y con la dificultad de llevar a Macri en la boleta, ¿cuanto obtendrá en dos años? Si le va bien en provincia, y gana en Capital y Mendoza, y el peronismo oficialista pierde en Córdoba, todo se abrirá de nuevo para las siguientes presidenciales.
Macri cierra su mandato muy distinto al que asumió el 10 de diciembre de 2015. Por entonces, creía que era fácil derrotar la inflación y que, por ende, la pobreza bajaría en el país, que era posible atraer una lluvia de inversiones con solo correr a Cristina del poder, que su equipo estaba integrado por personalidades de excepción. Era un líder que se había ido corriendo progresivamente hacia el laicismo e insinuaba un discurso desarrollista. Es difícil saber qué es lo que aprendió sobre sus limitaciones, que se demostraron mucho más serias de lo que él creía. Es, al mismo tiempo, el jefe de un gobierno que fracasó en su desafío principal, pero un líder político capaz de seguir peleando en las condiciones más adversas. ¿Quien hubiera dicho hace solo un lustro que una multitud semejante iba a concurrir a uno de sus actos?
En algún sentido, es positivo para la Argentina que los presidentes, aun los derrotados, sean despedidos por multitudes. Sería bueno, además, que la herencia que dejan sea menos dolorosas.

 

 

Ernesto Tenembaum

Infobae

La rarísima y, a la vez, extraordinaria metamorfosis de Mauricio Macri

Posted on: octubre 13th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Todos los seres humanos, sin ser necesariamente conscientes de ello, nos movemos en base a una serie de supuestos sobre cómo funciona el mundo que nos rodea. Los ojos mandan señales al cerebro que ordena arriba lo que está arriba, abajo lo que está abajo, y lo mismo a derecha y a izquierda. Eso nos permite, por ejemplo, movernos sin chocar con todo o no caer por las escaleras. Hay una afección que se llama laberintitis, que desordena todo eso. Un pequeño pero certero golpe cerca del oído puede causar que, en cuestión de minutos, todas esas referencias se pierdan y al afectado solo le quede el recurso de gatear hasta una cama o quedarse quieto mientras todo gira alrededor. El mundo da vueltas. Es aterrador. Por suerte, también es curable.

 

 

Mauricio Macri sufrió en este último año y medio algo parecido a una laberintitis. No es solo que se le desbarrancó la economía y recibió una derrota tremenda en las primarias. Es algo más profundo. Él pensaba que el mundo funcionaba de una manera, que la economía se regía por ciertas reglas, que podía confiar en la inteligencia y la sabiduría de algunas personas y en otras no, que la sociedad, pese a todo, lo acompañaba. De repente, en pocos meses, todos los parámetros, los supuestos que lo guiaban en su vida, se derrumbaron. Arriba no era arriba, abajo no era abajo, ni la derecha ni la izquierda estaban donde él creía. ¿Cómo se recompone alguien en ese contexto? ¿Qué sale de esa situación dónde todo da vueltas sin ton ni son? Las respuestas a estas preguntas, en el caso de Macri, se están viendo en estos días: aparece alguien distinto.

 

Una pequeña anécdota tal vez sirva para entender el proceso que sufrió este hombre. En febrero de 2017, su Gobierno atravesaba una de sus múltiples crisis, desatada en ese caso por la denuncia de un acuerdo espurio con la empresa familiar propietaria del Correo y por el golpe al consumo que había significado la eliminación del plan Ahora 12. Macri recibió a un grupo de periodistas con despreocupación. “Hoy no se ve en las encuestas. Pero la gente le tiene tanta bronca a Cristina que en octubre nos va a votar a nosotros. Para entonces, gran parte del ajuste va a estar hecho. Cada año, entonces, habrá un poco menos de ajuste, un poco menos de inflación y un poco más de crecimiento. Este es el segundo peor año de mi gobierno y terminará con un triunfo. Después todo será más fácil”. En octubre de 2017, todo parecía confirmar sus pronósticos. No habría 2019 para el peronismo. Arriba estaba arriba, abajo estaba abajo, era fácil moverse.

 

Una de las tantas presentaciones de

Una de las tantas presentaciones de «Sinceramente», el libro de Cristina Kirchner (Lihueel Althabe)

 

El primer golpe ocurrió en abril de 2018, cuando se produjo el sudden stop que describió en su momento Guillermo Calvo. Hasta ahí, Macri seguía una ruta sencilla. Nicolás Dujovne le explicaba que si se ajustaba tanto por año, cada vez sería necesario menos deuda hasta que la economía despegue de verdad. Pero los acreedores huyeron despavoridos. La idea de que Macri generaba confianza se evaporó de un día al otro. Sucedía todo lo contrario. La Argentina de Macri había pasado a ser el país menos confiable del mundo.
Los mejores economistas argentinos, cuando pasa algo así, saben que hay un menú de herramientas que pueden utilizar ante la emergencia, para salvar la gangrena: control de cambios, acuerdo de precios, reperfilamiento de deuda, aumento de retenciones.
Pero eso hubiera sido registrar que los parámetros habían cambiado, Macri, tras el primer golpe, prefirió aferrarse a los criterios que no funcionaron. Esa demora de adaptación provocó que el Presidente se arrastrara semana a semana, mes a mes, hacia un final que fue terrible, para él y para mucha gente más.
El 11 de agosto, Macri recibió un segundo golpazo cerca del oído: se enteró de que la sociedad lo rechazaba. La idea de que, pese a todo lo que había pasado, tenía alguna chance, se evaporó. Sus economistas de confianza no sabían un pepino. Las mejores encuestadoras no pudieron percibir lo que ocurría. Y así las cosas, el 12 de agosto, Mauricio Macri dio un discurso alucinado, donde la culpa de todo la tenían los votantes que no lo elegía. Era un hombre confundido, caminando hacia un desastre peor aun que el que estaba viviendo y arrastrando, una vez más al país con él.

 

¿Qué hacer? ¿En quien confiar? Todo lo que él creía que servía -desde Federico Sturzenegger hasta Jaime Durán Barba- había sido un espejismo.

 

Jaime Durán Barba (Franco Fafasuli)

Jaime Durán Barba (Franco Fafasuli)

 

De esos golpes surgió otro Macri, enérgico, explosivo, por momentos audaz, por momentos bizarro. Uno de los elementos más llamativos de esa metamorfosis son las referencias religiosas. El Presidente ahora invoca a Dios a cada paso y a los gritos. La escena con reminiscencias papales del beso en el pie de una señora en Tucumán es la más contundente: solo los fans pueden evitar preguntarse si ese episodio no revela un problema. Macri recorre el país besando pañuelos celestes, y gritando el nombre de Dios allí donde va. Con Dios a todos lados, dice. Las decenas de miles de personas que lo reciben en cada lado deliran de emoción. Es difícil recordar desde 1983 un candidato a presidente con tantas apelaciones metafísicas.

 

El segundo elemento es que el mensaje se volvió más extremo. La frase de Axel Kicillof sobre que algunos jóvenes ingresan al narcotráfico como consecuencia de la situación social puede ser discutible, inoportuna, poco atinada. Pero como contraparte, el candidato a vicepresidente de Macri proponé “explotar por el aire” los barrios donde se venden droga. Macri respalda a Pichetto, cuando grita, a cada paso: “¡¡¡No queremos droga!!! ¡¡¡No queremos la droga en nuestras familias!!!”. A todo este menjunje se le agrega un componente anticomunista con terminología pre caída del muro de Berlín, cuando integrantes de su equipo denuncian la existencia de agentes cubanos y venezolanos en el Frente de Todos, sin datos que lo fundamenten, o cuando algún otro recuerda el pasado comunista de sus contrincantes.

 

Y todo eso sucede en una caravana de actos notables, especialmente por la cantidad de gente que concurre, en un contexto económico tan malo.

 

El masivo acto que Macri encabezó en Belgrano (Lihueel Althabe)

El masivo acto que Macri encabezó en Belgrano (Lihueel Althabe)

 

Macri llegó al poder porque logró convencer a un sector importante de la sociedad de que era diferente a los líderes de centro derecha que lo precedieron: él no eliminaría la Asignación por Hijo, apoyaría la unión civil como paso previo al matrimonio igualitario, impulsaría el debate sobre el aborto sin incidir en él, no liberaría a los militares detenidos por violaciones a los derechos humanos. La manera en que llegó al poder fue un aporte para la democracia argentina: un sector de centro derecha moderado, por las buenas maneras, accedía a la Casa Rosada por primera vez. Los sucesivos golpe que recibió, la manera en que eso cambió sus parámetros, lo alejan paulatinamente del Macri triunfador del 2015 y alumbran, de a poco, a otro Macri que incorpora rasgos de otros líderes de la región con los que alineó su política exterior: Donald Trump, Jair Bolsonaro. No ha sido, por suerte, como ellos, pero algo de ellos empieza a atraerlo.

 

Lo curioso es que, todo esto, algún resultado le está dando. Muchos analistas se sorprenden por la conmoción que genera Cristina Kirchner allí donde aparece. Con Macri ha comenzado a suceder lo mismo. Son miles y miles los que lo rodean en cada lugar. El 9 de diciembre de 2015, Cristina convocó a una multitud para despedirse en Plaza de Mayo. Fue una plaza de la derrota. Pero también una afirmación de identidad, una demostración de que no sería fácil derrotarla. ¿No hay algo parecido en las plazas de Macri que, seguramente, terminarán con una concentración impresionante en la 9 de julio? ¿No hay allí una identidad, un componente de la sociedad argentina que permanecerá fuera del poder a partir del 10 de diciembre, pero no necesariamente fuera del horizonte?

 

En cualquier caso, un boxeador aturdido por dos sucesivos golpes, deambula, aun sobre sus pies, en el ring. Está a punto de recibir otro golpe. Él lo sabe. Espera desesperado el final del ultimo round: perder por puntos a esta altura no sería tan grave. Tal vez sea Al Pacino en la última escena de Scarface: “Vengan por mí. ¡Soy Dios!”. Quizás esté gateando hacia un lugar seguro. O, quién dice, su vínculo con Dios provoque una resurrección, y, en poco tiempo, suceda que sus fieles lo lleven en andas, de nuevo, hacia lo más alto. La resurrección no es un hecho muy habitual, pero tampoco sería la primera vez que ocurre semejante milagro en la historia humana.

 

 

Ernesto Tenembaum

Infobae

América Latina: cómo mueren las democracias

Posted on: febrero 1st, 2018 by Laura Espinoza No Comments

La sencilla idea de que la democracia es un sistema en el que los contendientes no se tratan como enemigos se rompió hace mucho tiempo en Venezuela

 

 

El mundo de las ciencias políticas está agitado en estos días por la aparición de un libro titulado How democracies die, (Cómo mueren las democracias) de los profesores de Harvard Steven Levitzky y Daniel Zibilat. En una nota publicada esta semana en The New York Times, los autores definen la norma implícita, el acuerdo básico sin el cual la democracia difícilmente existiría. Se trata de una idea sencilla pero que, en ciertos lugares, parece en extinción: la tolerancia recíproca. «Cuando la tolerancia recíproca existe, reconocemos a nuestros rivales como ciudadanos leales que aman a nuestro país tanto como nosotros», explican.

 

 

Si ese criterio no es el dominante, se producen efectos en cascada que amenazan con derrumbar el sistema. La segunda norma no escrita de la democracia es la autocontención de sus líderes. Es un concepto novedoso según el cual los líderes deberían abstenerse de aplicar todas las facultades que les concede la ley. Los autores ayudan a entender la idea con dos ejemplos. Los presidentes están facultados a indultar a todos los condenados, o –si tienen mayoría parlamentaria– a ampliar la cantidad de miembros de la Corte Suprema para construir una mayoría automática. Sin embargo, casi ninguno lo hace.

 

 

Cuando el primero de los principios no se cumple y los adversarios políticos comienzan a considerarse como enemigos, entonces se corren serios riesgos de que tampoco se cumpla el segundo: con un adversario se negocia, se acuerda, se compite, se discute; a un enemigo, en cambio, se le aplica cualquier método. Esa situación puede gatillar una escalada que, finalmente, ponga en riesgo a la democracia misma.

 

 

How democracies die es un libro escrito bajo la tensión que ha introducido el fenómeno Donald Trump en Estados Unidos. Sin embargo, sus ideas son perfectamente aplicables a las nuevas democracias de America del Sur, cuyo destino se volvió muy incierto a partir de dos hechos coincidentes: los principales líderes opositores no se pueden presentar a elecciones en Venezuela y Brasil, dos de los tres países más importantes de la región.

 

 

La sencilla idea de que la democracia es un sistema en el que los contendientes no se tratan como enemigos se rompió hace mucho tiempo en Venezuela. Cada una de las partes hará su relato sobre por qué ocurrió lo que ocurrió. El chavismo dirá que todo empezó con un intento de golpe de estado en el 2002, impulsado por la oposición y respaldado por los Estados Unidos. La oposición dirá que, desde el principio, el proyecto de Hugo Chavez era el de construir una dictadura. Sea como fuere, veinte años después de la llegada del chavismo al poder, más de cien personas han sido masacradas recientemente en manifestaciones opositoras, hay cientos de presos políticos, millones de expatriados, censura a los medios de comunicación, y el parlamento está cerrado. El Gobierno manipula como le place el calendario electoral y llama a comicios con los principales líderes de la oposición –Leopoldo Lopez, Henrique Capriles, Antonio Ledezma– encarcelados, exiliados o inhabilitados por decisión de jueces designados por el régimen.

 

 

En Brasil, la principal democracia de Sudamérica, las cosas son más suaves pero igualmente inquietantes. Luis Ignacio «Lula» Da Silva es, por lejos, el líder más popular del país. En todas las encuestas supera ampliamente a cualquier otro dirigente, cuyo consenso social, en comparación, es raquítico. Sin embargo, al igual que los líderes opositores venezolanos, no podrá competir porque la Justicia decidió que era culpable de corrupción. Muchas personas en Brasil sostienen que les parece sano que un ladrón pague sus cuentas aun cuando sea muy popular. Argumentan que en la cárcel hay empresarios, líderes de la oposición y miembros del entorno de Lula, cuyos actos corruptos ya nadie discute. Sostienen que dos de los tres jueces que lo condenaron fueron designados por el gobierno del PT, cuyo líder es precisamente Lula. Es decir, que todo el proceso obedece a las reglas de la democracia: los jueces evaluan la conducta de las personas y, si cometieron delitos, las condenan. Los partidarios de Lula argumentan que se trata de una persecución política de la derecha y que existen dirigentes políticos cuya corrupción está mucho más probada y no tienen esos problemas: el presidente Michel Temer, por ejemplo.

 

 

Sea como fuere, una democracia es un sistema donde los líderes de la oposición se presentan libremente a elecciones, y eso no ocurre ni en Venezuela ni en Brasil, donde los unos y los otros –gobierno y oposición– desearían que su contraparte literalmente desapareciera.

 

 

En la Argentina, el otro de los tres países grandes de la región, la democracia se desenvuelve con más elegancia. Hace poco más de dos años, el opositor Mauricio Macri triunfó en elecciones libres y el Gobierno le entregó el poder. Hace apenas cuatro meses, la ex presidenta Cristina Kirchner se presentó a elecciones legislativas. Fue derrotada y admitió el resultado sin problemas. El próximo año, podrá ser candidata a presidenta si lo desea. Una media docena de miembros del entorno de su está detenida por causas de corrupción. Eso abrió un debate sobre si se trata de presos políticos o de políticos presos. Pero la magnitud de este episodio es incomparable con lo que ocurre en Venezuela o en Brasil.

 

 

 

Sin embargo, si se observa con atención el funcionamiento del sistema argentino, se percibirán los síntomas que le preocupan a los autores de How democracy dies. Macri y Kirchner, y, mucho más aun, macristas y kirchneristas, se consideran enemigos acérrimos. Kirchner se negó a entregarle el bastón presidencial a su sucesor y no pasa un día sin que alguno de sus partidarios califique a Macri de dictador o desee que su gobierno caiga del poder antes del fin del mandato. Por otra parte, las referencias del Gobierno a la principal oposición son igualmente hirientes y peyorativas: apenas se trata de un grupo de ladrones y golpistas. Macro y Kirchner no se dirigen la palabra. Solo se refieren al otro para insultarlo. Se consideran enemigos, y así rompen la norma implícita que garantiza la supervivencia de las democracias.

 

 

No necesariamente los sistemas polarizados terminan en dictaduras. Pero el clima político en el continente empieza a adquirir rasgos que lo acercan, peligrosamente, al panorama que Levitzky y Zibilat describen en How democracy dies. Costó mucho recuperar la libertad en Sudamérica. Curiosamente, demasiadas personalidadess andan por ahí enfermas de poder, jugando con fuego, incapaces de volver a poner las cosas en su lugar.

 

 

ERNESTO TENEMBAUM

 

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