Enroque venezolano

Posted on: enero 15th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

El Gobierno de Maduro debe medir las consecuencias de alejarse de la senda del diálogo

 
A pasos agigantados, Venezuela se aleja peligrosamente de la senda del diálogo que, aunque fuera tímidamente y de cara a la galería, había comenzado en diciembre entre el Gobierno de Nicolás Maduro y algunas fuerzas de la oposición. El nombramiento de Tareck El Aissami, un durodel chavismo, como vicepresidente —y por tanto el hombre que legalmente podría sustituir a Maduro en el cargo en el caso de que este cesara— y la puesta en marcha de un denominado “Comando Antigolpe” cuyo fin declarado es combatir “las pretensiones golpistas de la derecha” suponen un peligroso enroque del régimen de Maduro en un momento especialmente delicado para el país.

 

 

 
La casi inmediata actuación del citado Comando —formado, entre otros, por El Aissami y los ministros de Defensa, Exteriores e Interior—, que ha ordenado la detención del Gilber Cano, diputado opositor compañero de partido del preso político Leopoldo López, y el redoblado hostigamiento a Lilian Tintori hacen presagiar una nueva oleada de protestas.

 

 

 

Por su parte, la Asamblea Nacional, con mayoría opositora desde que esta se impusiera en las elecciones de 2015, ha anunciado por boca de su presidente, Julio Borges, su intención de destituir a Maduro como jefe del Estado. Un movimiento —anunciado en una tribuna publicada por este periódico— que, en el momento de iniciarse, cerrará cualquier cauce de negociación con el mandatario.

 

 

 

El pasado viernes, tras un parón de poco más de un mes, se debía de haber reanudado el diálogo entre el Gobierno chavista y oposición democrática bajo el auspicio del Vaticano. Desgraciadamente las posiciones están más alejadas que nunca. No se trata de una cuestión de equidistancia entre las partes, pero sí de hacerles ver que Venezuela necesita con urgencia una salida negociada y tranquila a la gravísima crisis que atraviesa.

 

 

Editorial de El País

 

Demasiada prudencia

Posted on: enero 11th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

Las políticas de apaciguamiento no servirán con Donald Trump

 

 

Uno de los componentes más apreciados del liderazgo en las relaciones internacionales es la previsibilidad. Importa que el comportamiento de los gobernantes de otros países sea favorable a nuestros intereses, pero importa mucho más, especialmente cuando hay conflictos o desavenencias de por medio, que estos tengan una coherencia y no sean erráticos. Otra condición apreciada es la prudencia. Esperar y ver suele resultar más acertado que actuar apresuradamente; también es cierto que la prudencia no puede servir de excusa para evitar actuar cuando están en juego intereses vitales o principios esenciales.

 

 

 
A estas alturas, parece claro que Donald Trump no va a formar parte del grupo de gobernantes previsibles. Sus salidas de tono constantes a golpe de Twitter —ya sea en política internacional, economía doméstica o, como ha pasado esta semana, para criticar a una actriz—, su caótica manera de llevar la transición presidencial o su desdén por las informaciones facilitadas por los servicios secretos de su propio país lo alejan de cualquier otro presidente electo de EE UU —republicano o demócrata— de las últimas décadas. Así es la personalidad de quien desde la semana que viene ocupará la Casa Blanca: no sirve de nada tratar de negar la realidad y cobijarse bajo la secreta esperanza de que Trump, una vez en el Despacho Oval, no va a llevar a cabo lo que ha prometido o insinuado durante la campaña y en el periodo de transición.

 

 

 
Eso es lo que puede desprenderse del ministro de Exteriores español, Alfonso Dastis, que, en una entrevista publicada por EL PAÍS el domingo, dio señales de contemporizar en exceso ante la nueva presidencia de EE UU.

 

 

 

La Administración de Trump, aislacionista en defensa y muy agresiva y proteccionista en comercio, puede perjudicar gravemente los intereses de España: el Gobierno debe estar preparado para afrontar esta circunstancia y mostrar la necesaria firmeza. Bastan dos ejemplos concretos. Si el nuevo presidente decide trasladar la Embajada estadounidense en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, desencadenará tensiones de una magnitud que sin duda serán aprovechadas por el radicalismo islámico que, recordemos, tiene a Europa entre sus objetivos directos. En cuanto al comercio, la política de hostigamiento que Trump ya practica contra México daña también a España y a los intereses de nuestro país allí. No se trata solo de salir en defensa de una nación con una especialísima relación con España, sino de defender nuestras empresas y el comercio internacional.

 

 

 

Tiene razón Dastis en que Trump ha sido elegido de manera legítima. Pero por la misma razón, los líderes europeos no pueden olvidar que han sido elegidos para defender valores e intereses que están en las antípodas de aquellos que sostiene Trump. La canciller alemana, Angela Merkel, ha dejado muy claro su deseo de defender los valores que han cimentado durante décadas la alianza transatlántica. España y sus socios europeos no tienen ni que mostrarse hostiles de antemano con la nueva Administración estadounidense ni prometer a Trump un camino de rosas esperando apaciguar sus instintos. Deben ser firmes y coherentes con sus principios y previsibles en sus actuaciones.

 

Alfonso Dastis, ministro de Asuntos Exteriores, en su despacho en el Palacio de Santa Cruz.

Alfonso Dastis, ministro de Asuntos Exteriores, en su despacho en el Palacio de Santa Cruz. SAMUEL SÁNCHEZ EL PAÍS

 

 

Editorial de El País

Trump amedrenta y se impone

Posted on: enero 6th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

Urge limitar el riesgo de una ola de proteccionismo global

 

 
Una vez más a golpe de tuit. Y una vez más antes de poner los pies en la Casa Blanca. Ya lo logró en diciembre, al forzar a la empresa de refrigeración Carrier a cancelar sus planes de expansión en México. Lo anunció triunfalmente entonces y lo ha vuelto a proclamar ahora: se acabó el tiempo en el que las empresas estadounidenses podrían trasladarse al exterior sin unas “consecuencias” que cifró en aranceles del 35%.

 

 
Ahora la víctima es nada menos que Ford, la empresa pionera de una de las industrias más importantes del mundo, que también se ha doblegado a las presiones del presidente electo al anunciar que cancelará una inversión de 1.600 millones de dólares que tenía prevista en México. Sostienen los ejecutivos de Ford que han revisado a la baja las previsiones sobre la demanda de vehículos compactos baratos que tenían planeado fabricar en la factoria mexicana de San Luis Potosí, y que a cambio han decidido reforzar la producción de vehículos eléctricos fabricados en EE UU. Pero todo indica que esta última explicación es solo una manera de dignificar una decisión que busca congraciarse con un presidente que está a pocos días de tomar posesión y que, para confirmar que sus extemporáneos tuits van en serio, ha nombrado un equipo (Robert Lightizer como negociador de Tratados, Wilbur Ross como secretario de Comercio y Peter Navarro como principal consejero en temas de comercio) que deja claro que en materias de comercio no improvisa en absoluto ni piensa hacerlo.

 

 
Pese a las incertidumbres que rodean la presidencia de Trump se está dibujando con toda nitidez un mandato presidido por fuertes enfrentamientos con México, China y cuantos osen oponerse a sus amenazas y bravuconadas, dentro o fuera de EE UU. Olvida o, peor aún, desconoce Trump que EE UU es el principal beneficiario de un orden internacional abierto y que la apertura de una dinámica proteccionista que llevara a otros países a imponer aranceles a las exportaciones estadounidenses perjudicaría notablemente a EE UU. Urge antes de que sea demasiado tarde una acción internacional concertada para marcar el camino a Trump y limitar el riesgo de una ola de proteccionismo global.

 

 

 

Editorial de El País

Caos en Venezuela

Posted on: diciembre 20th, 2016 by Laura Espinoza No Comments

Urge que Maduro dé un paso al lado y abra un proceso de transición

 

 

 

Cada día que pasa, el Gobierno de Venezuela da un paso más hacia el abismo. No se trata ya solo del fanatismo ideológico de Nicolás Maduro y sus adláteres, que ha logrado dividir y enfrentar a los venezolanos entre sí, destruir su aparato productivo y mandar a la cárcel a los principales opositores mediante juicios fraudulentos basados en pruebas amañadas. Se trata, además, de la incompetencia manifiesta del Gobierno a la hora de gestionar siquiera aquellos aspectos de la realidad que todavía permanecen, al menos teóricamente, bajo su control.

 

 

Como ha mostrado el caos generado por la decisión de sustituir los billetes de 100 bolívares por otros de 500, la capacidad del régimen de Maduro de infligir sufrimiento a los venezolanos no parece tener fin, mientras vuelve a responsabilizar a otros de un caos que solo él y su incompetencia han generado.

 

 

 

Venezuela es hoy un completo desastre económico, político y de seguridad donde la criminalidad, la corrupción, el contrabando y los saqueos están a la orden del día. Los venezolanos no se merecen un Gobierno como el de Maduro, que además de cercenar sus libertades políticas y civiles, ha destruido su economía y provocado un doble desabastecimiento, alimentario y sanitario, que dibuja una inmensa paradoja: la de un país rico en recursos petrolíferos sumido en una gravísima crisis social y política.

 

 

 

Lester Toledo, uno de los fundadores de Voluntad Popular, afirma hoy en EL PAÍS que “la comunidad internacional no puede seguir creyendo que Venezuela es un país normal”. Urge por ello que el Gobierno reconozca que la capacidad de sufrimiento de la población se ha agotado y que, con la ayuda de los mediadores internacionales, el Vaticano incluido, dé un paso al lado y abra un proceso de transición que devuelva ya a los venezolanos los alimentos, las medicinas, la seguridad y la libertad.

 

 

 

 

Editorial de El País

Los negocios de Trump

Posted on: diciembre 2nd, 2016 by Laura Espinoza No Comments

EE UU no puede convertirse en un negocio más del nuevo presidente

 

 

Donald Trump, en el Club Internacional de Golf Trump en Bedminster (Estados Unidos). PETER FOLEYEFE

 
La presidencia de Estados Unidos es la tarea más importante”. Así lo ha asegurado Donald Trump en una serie de tuits mediante los cuales ha anunciado que dejará la gestión de sus numerosos negocios privados para dedicarse a la tarea de gobernar la superpotencia, cuya presidencia asumirá el próximo 20 de enero. Es una medida loable pero llega de un modo y con unas formas que, como mínimo, son criticables, y sobre la que es razonable albergar serias dudas.

 
En primer lugar, Trump debería ser consciente de que aunque no haya jurado todavía el cargo, desde que ganó las elecciones es presidente electo de EE UU. Sus decisiones demandan explicaciones y argumentos elaborados. Anunciarlas a golpe de los 140 caracteres de Twitter —y desde una cuenta que, traducida al español, se llama “el auténtico Donald Trump”— no es lo más adecuado y, desde luego, deja muchos interrogantes abiertos. El que un hombre con multitud de empresas e intereses económicos —en Estados Unidos y en todo el mundo— diga que piensa dejar la gestión ¿significa también que renuncia a la propiedad, aunque sea formal y temporalmente? En caso contrario, ¿seguirá obteniendo beneficios económicos en su calidad de propietario? ¿Su familia —la misma que aparece ahora en entrevistas con líderes extranjeros— manejará esos negocios? Las posibilidades que se abren para diversos conflictos de intereses son enormes.

 
La forma en que Trump está llevando a cabo la transición ya indica una peligrosa confusión entre lo público y lo privado. Aunque sea simbólico, los representantes de Gobiernos extranjeros que se alojan en sus hoteles, al pagar la cuenta están beneficiando económicamente al que va a ser inquilino de la Casa Blanca. Trump debe ser el primer servidor de la ley; su obligación es conocerla o, al menos, dejarse asesorar por quien la conozca. EE UU no puede convertirse en un negocio más.

 

 

Editorial de El País

Un futuro para Cuba

Posted on: noviembre 27th, 2016 by Laura Espinoza No Comments

La muerte de Castro debería despejar el camino hacia la democracia

 

 

 

Conocida la muerte de Fidel Castro, y dadas la relevancia del personaje y la enorme huella que ha dejado, es inevitable abrir una conversación sobre el valor y significado de su figura. Nadie puede entender el siglo XX de forma adecuada sin hacer referencia a Sierra Maestra, la crisis de los misiles cubanos y la resistencia numantina ofrecida por la Cuba de Fidel Castro ante las presiones de EE UU.

 

 

 

Pero cuando el tiempo de la reflexión deje paso al de la acción, solo quedará una pregunta relevante en el aire: ¿Qué va a ser de Cuba? Desde 1959, Cuba ha representado una anomalía en la geografía política del continente americano. Mientras los vecinos latinoamericanos transitaban de forma turbulenta y zigzagueante entre la democracia liberal, el autoritarismo conservador, el populismo de izquierdas y de vuelta a la democracia, Cuba consolidó un modelo de partido único, economía colectivizada y alianzas internacionales tan inédito como irrepetible.

 

 

 

Desde entonces, los entusiastas del castrismo y la revolución cubana se han servido de esa anomalía para denunciar la falsedad de las promesas del orden liberal-democrático. Para los críticos, sin embargo, Cuba ha epitomizado todos los errores de los que ha sido capaz una ideología, el comunismo, que allá donde se ha impuesto ha convertido la utopía marxista de una sociedad igualitaria en una inmensa prisión a cielo abierto caracterizada por la represión de las libertades y una inmensa escasez material.

 

 

 

Pero más allá del juicio histórico y moral, que inevitablemente dibujará sus matices de acuerdo con la perspectiva y marco de referencia que se adopte, lo importante ahora es poner fin a una segunda anomalía, si cabe aún más excepcional: la que ha supuesto la prolongación del castrismo, un régimen establecido en el cruce entre la Guerra Fría y los movimientos de descolonización de la segunda mitad del siglo pasado, hasta bien entrado el siglo XXI. Porque la mayor crítica que se puede elevar al régimen castrista es la de haber hecho tanto por fosilizarse y tan poco por adelantarse a un futuro que, claramente, se sabía inevitable.

 

 

 

Como muestran los casos de China o Vietnam, una vez terminada la Guerra Fría, los regímenes comunistas han demostrado poder generar líderes capaces de leer las demandas de cambio provenientes de sus sociedades y combinarlas con las oportunidades ofrecidas por un entorno internacional cambiante. Cuba, sin embargo, ha decidido, también en este tema, constituirse en excepción, anteponiendo el régimen castrista sus prejuicios ideológicos a las necesidades de su población y mostrando, además del continuado rechazo a abrir espacios para el pluralismo político, una completa incapacidad de proveer siquiera unos mínimos de bienestar material.

 

 

 

Fidel Castro supo exprimir al máximo el conflicto con EE UU para garantizarse el apoyo diplomático y económico de los enemigos de Washington, pasando, sucesivamente, de los brazos de la URSS a los de China y, por último, a los de la Venezuela de Chávez. Pero en ese camino de dependencia, Cuba ha construido una economía inviable y un régimen tan galvanizado por el conflicto y cerrado al cambio que son dos obstáculos formidables para un cambio pacífico. Por eso, el juicio más severo que hay que hacer sobre Fidel Castro y su figura no debería centrarse tanto en su pasado como en su incapacidad de anticipar el futuro. Castro deja una sombra tan alargada que se teme que se pueda proyectar sobre el horizonte, bloqueando o trastocando las demandas de la población de un cambio pacífico y democrático.

 

 

 

La sociedad cubana anhela hoy un cambio, pero los mimbres con los que convertir esos anhelos en realidad son muy rudimentarios. Es cierto que desde que en 2006 Fidel Castro se apartara del poder y lo dejara en manos de su hermano Raúl, se han producido algunos avances importantes. Pero han sido y son muy lentos e insuficientes. La normalización de las relaciones con EE UU y el cambio en la política económica y migratoria son sin duda un buen punto de partida, que esperemos que Trump sepa respetar. Como lo es la decisión de la Unión Europea de poner fin a la política de sanciones y promover un acercamiento crítico sobre la base de un nuevo acuerdo de cooperación económica y comercial.

 

 

 

La muerte de Fidel Castro debería ofrecer una oportunidad para un nuevo comienzo en Cuba, la posibilidad de poner el reloj en hora con el siglo XXI y permitir que los cubanos puedan transitar de forma rápida y pacífica hacia una democracia representativa y una economía abierta. Y España, que por el empecinamiento del Gobierno de José María Aznar en congraciarse con EE UU a costa de una política de innecesaria dureza con Cuba, ha quedado descolocada y sin capacidad de influencia, siendo adelantado por otros socios europeos, tiene ahora una oportunidad de acompañar y apoyar un proceso de apertura que, además de inevitable, debe ser pactado e incluyente.

 

 

 

Editorial de El País

La noche cae sobre Washington

Posted on: noviembre 9th, 2016 by Laura Espinoza No Comments

La victoria del candidato republicano Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos representa una pésima noticia para todos los demócratas del mundo. Y se convierte, al mismo tiempo, en una fuente de satisfacción y oportunidades para los enemigos de la democracia.

 

 

 

El demoledor resultado de un demagogo, impredecible y, por lo tanto, peligroso líder en su carrera a la Casa Blanca sume al mundo en la más completa incertidumbre, con repercusiones económicas y geopolíticas inmediatas. La conmoción sufrida por los votantes demócratas en Estados Unidos es paralela a la que viven en las capitales europeas, que corren el riesgo de verse abandonadas por Washington en un momento histórico particularmente complicado por la conjunción de amenazas externas y una importante crisis de identidad interna. Tras el Brexit, el resultado de Trump podría representar la puntilla al proyecto europeo, que EE UU siempre ha inspirado y protegido.

 

 

Washington tiene que seguir apoyando la normalización de relaciones con Cuba

 

 
El electorado estadounidense ha demostrado que ninguna sociedad, por próspera que sea y por más tradición democrática que tenga a sus espaldas, es inmune a la demagogia, que promete soluciones rápidas y sencillas a problemas complicados —como los efectos de la crisis económica o la gestión de la inmigración— a la vez que apunta su discurso de odio hacia cualquier minoría o colectivo que pueda servir de chivo expiatorio. Da igual que sean los mexicanos, rebajados a la categoría de violadores y traficantes de droga, las mujeres, tachadas de intelectualmente inferiores, o los musulmanes, catalogados sin excepción como terroristas. Esperemos que, como ha ocurrido en el Reino Unido, las minorías no sean las primeras víctimas de esta ola de fanatismo racista.

 

 

 

El voto emitido augura un negro futuro de inestabilidad económica e incertidumbre política, máxime si Trump pone en marcha de forma inmediata la agenda proteccionista con la que ha seducido a sus votantes. Con su voto de ayer, los estadounidenses han decidido qué papel desempeñará su país en el mundo, y este no tiene nada que ver con lo que Estados Unidos ha logrado y representado durante los últimos 100 años. Millones de ciudadanos del país que ganó dos guerras mundiales en defensa de la libertad y contra el totalitarismo y que durante medio siglo empleó una ingente cantidad de recursos para proteger a las democracias aliadas han dado su confianza a un hombre que considera que la seguridad de EE UU depende de desentenderse de lo que sucede en el mundo y de sus aliados históricos.

 

 

 

Un auténtico y peligroso infantilismo aplicado a las relaciones internacionales con el que Rusia y China se estarán frotando las manos. Pero no se puede decir que no haya habido señales claras. Por primera vez en mucho tiempo ha habido sobre la mesa dos opciones no solo diferenciadas, sino claramente antagónicas; la internacionalista y multilateral defendida por Hillary Clinton frente a la aislacionista de Donald Trump. Y ambas han sido claramente explicadas durante la campaña.

 

 

 

La lucha contra el narcotráfico debe ir mucho más allá de la persecución penal

 

 

 
Ayer se consumó una brutal sacudida a los pilares sobre los que descansa el orden internacional, ya sea el comercio o la seguridad plasmada en la alianza entre las democracias. Y Europa es la gran perjudicada de este terremoto político en al menos tres asuntos de vital importancia: el primero es la consecución del Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP), que formaba parte fundamental de la estrategia europea para reforzar el vínculo político con Estados Unidos. El segundo es la amenaza yihadista, frente a la cual Washington ha colaborado hasta ahora con sus servicios de inteligencia y con un despliegue militar en el sur de Europa. El tercero es la urgente necesidad europea de un respaldo inequívoco estadounidense en la crisis político-militar con Rusia. El presidente Vladímir Putin ha realizado movimientos impensables durante la Guerra Fría convencido de que Europa es débil para responder. Y ahora puede contar además con la reticencia de EE UU a intervenir. La UE tiene pues sobrados motivos para estar más que preocupada por la deriva que pueda adoptar quien ha sido su aliado más fiable.

 

 

 

 

El sistema democrático estadounidense ha demostrado funcionar con total limpieza y transparencia y ser accesible a candidatos, como Trump, que niegan ambas características al sistema y que anunciaban de antemano que no reconocerían su derrota. Gracias a las previsiones de los padres fundadores, que siempre tuvieron en mente la idea de que alguien como Trump pudiera llegar a la Casa Blanca, la Constitución dispone de un elaborado sistema de contrapesos destinado a evitar un Gobierno despótico basado en la tiranía de la mayoría. Seguramente dichos mecanismos tendrán que emplearse a fondo con Trump, que como cualquier populista debe aprender que los votos no lo justifican todo y que, en democracia siempre prevalece la ley, la libertad y los derechos individuales.

 

 

 

Editoriial de El País

 

Un sí a Clinton

Posted on: noviembre 8th, 2016 by Laura Espinoza No Comments

La candidata demócrata acumula sobrados méritos para ganar

 

 

 

Hillary Clinton merece por sus propios méritos ser elegida hoy por los estadounidenses como la nueva presidenta de EE UU.

 

 

 
La candidata demócrata no solo tiene un sólido pasado político sino que además encarna una visión de su propio país y del mundo basada en un optimismo realista y en la sensatez proporcionada por la experiencia. Estas dos circunstancias ya hacen de la exsenadora y exsecretaria de Estado una candidata muy difícil de igualar, independientemente de quien fuera su rival. La actriz Susan Sarandon afirmó que no votaría por Clinton por el mero hecho de ser mujer y que por tanto prefería a un candidato independiente ecologista. Se equivoca Sarandon, porque efectivamente Clinton merece ocupar la Casa Blanca no en razón de su sexo, sino por su sobrada preparación respecto a los demás candidatos en liza para ocupar el cargo.

 

 

Pero además ha coincidido que en estas elecciones la aspirante demócrata tiene enfrente no a alguien que representa un proyecto serio del que se pueda discrepar —con todo el enconamiento que sea necesario— ideológicamente, sino a un candidato que se ha aprovechado del descontento popular y el desconcierto existente entre las filas republicanas para optar a la Casa Blanca con un destructivo mensaje que en el nombre de los valores americanos desprecia profundamente los valores en los que la sociedad estadounidense está basada y que forman parte de su exitosa historia como nación: la integración, la apertura, la igualdad de oportunidades y el respeto a la diversidad.

 

 

 

No puede extrañar, pues, que Clinton haya recibido apoyos no solo desde el espectro progresista de la política estadounidense. Políticos, medios de comunicación y personalidades conservadoras estadounidenses también han hecho pública su preferencia por la candidata demócrata. Lejos de verlo como una traición a sus propios principios, estos republicanos interpretan —acertadamente— que la democracia estadounidense no puede permitirse el lujo de caer en manos de un demagogo que ha mostrado reiteradamente su desprecio por ella. Para estos conservadores lo que se dirime hoy en las urnas no son dos visiones diferentes, pero profundamente estadounidenses, sobre su país, sino la opción de votar al histórico rival por lealtad antes que colocar el Gobierno en manos de un aventurero indigno de figurar en las mismas filas que, por ejemplo, Abraham Lincoln.

 

 

 

Hillary Clinton ha convertido su carrera política en décadas de lucha constante contra montajes, conspiraciones y críticas disparatadas ante las que ha colocado su trabajo tenaz, sacrificado y eficaz. Los votantes estadounidenses lo saben pero falta que lo ratifiquen en las urnas, que son quienes de verdad mandan en EE UU.

 

 

 

Editorial de El País

 

Más que una elección

Posted on: noviembre 7th, 2016 by Laura Espinoza No Comments

En 48 horas, millones de estadounidenses decidirán quién será la persona que ejercerá el puesto político más importante del planeta durante los próximos cuatro años. Y aunque el resultado de unas elecciones en EE UU siempre influye en el curso de la historia, las de pasado mañana se presentan como un punto de inflexión dramático sobre el modo de concebir la política y el gobierno en la mayor potencia democrática mundial.

 

 

 

 

La irrupción del populismo descarnado de Donald Trump en la carrera electoral ha distorsionado por completo un proceso transparente y participativo de elección de candidatos. Y tendrá efectos importantes y duraderos independientemente de quien sea el vencedor. Su exitoso salto a la política supone la constatación de que ningún sistema está a salvo del populismo.

 

 
Ni siquiera Estados Unidos, la democracia más sólida del mundo, la que más oportunidades ofrece a cada individuo, la que mejor integra a los inmigrantes y la que más se beneficia de la globalización, ha podido blindarse ante el éxito de un rico y sin escrúpulos hombre de negocios que pretende hablar en nombre de los humildes a la vez que alardea de no pagar los impuestos con los que se pagan los programas sociales que benefician a los más humildes. Como si los simpatizantes de Hillary, sean afroamericanos, latinos, mujeres o personas sin recursos, fueran la élite que gobierna en EE UU, y Trump, de una familia acomodada, fuera un humilde representante del pueblo llano.

 

 

 

Gane o pierda Trump, el republicanismo —uno de los dos grandes pilares del sistema político de EE UU— ha sufrido un golpe gravísimo del que tardará mucho en recuperarse. No se puede caer en el error de creer que el populismo es una creación exclusiva de Trump. Viene de mucho antes, cuando los sectores más conservadores e intransigentes del Partido Republicano decidieron dar alas al movimiento ultraconservador del Tea Party, que considera corrupta e ineficaz en su conjunto a toda la clase política presente en Washington.

 

 

 

Es cierto que Hillary Clinton no es una candidata que pueda equiparar su carisma con el de Obama. Pero, al contrario que Trump, que no cumple ni uno de los requisitos que se necesitan para ser presidente, a Hillary le sobran cualidades, experiencia y criterio para ser presidenta de EE UU. Y muchas de las dificultades que está sufriendo tienen que ver con el doble e injusto rasero que todavía se aplica a las mujeres que compiten en política: se les exige más y se les perdona menos, por ejemplo, la ambición, que en los hombres es una virtud y en ellas se critica como un defecto. Hillary merece ganar y Trump merece perder contra una mujer demócrata.

 
Editorial El País de España

Asfixia a la oposición

Posted on: octubre 29th, 2016 by Laura Espinoza No Comments

Maduro amenaza a los empresarios con confiscarles sus bienes si secundan la huelga general

 
El régimen de Nicolás Maduro sigue empeñado en una peligrosa y cínica huida hacia delante: mientras que por un lado se reúne con el Papa y, supuestamente, acepta un proceso de mediación, por otro incrementa hasta la asfixia el hostigamiento a la oposición.

 
Sus últimas amenazas, en este caso de confiscación de sus bienes a los empresarios que secunden la huelga general convocada ayer por la oposición, marcan un nuevo hito en la aberrante deriva autoritaria que el régimen ha emprendido desde que perdiera las elecciones legislativas celebradas en diciembre del año pasado.

 
Paso a paso, Maduro ha destruido la escasa institucionalidad que había en el país, vaciando de contenido el término democracia; ha ignorado al Parlamento, al que ha despojado de sus poderes, y se ha apoyado en un Tribunal Supremo de Justicia diseñado a su medida para que valide cuantas trampas necesite hacer para sostenerse en el poder. Y, para colmo, ha cegado la única vía constitucional que le quedaba a la oposición para lograr su salida: el referéndum revocatorio, un instrumento diseñado por el propio Chávez que ahora Maduro ha bloqueado gracias a las artimañas del Consejo Nacional Electoral, también sometido a sus designios.

 

 

 

El último instrumento a disposición de la oposición es el proceso de destitución del presidente, también previsto en la Constitución, que sin duda Maduro también bloqueará, cegando toda posibilidad de cambio y abriendo peligrosamente, en ausencia de una mediación fructuosa, las puertas a una confrontación.

 

 

 

Oponerse al régimen de Maduro no es fácil: se paga con la cárcel, la detención arbitraria, la intimidación física o la confiscación de la propiedad. Pero cada día que pasa las razones de la oposición son más fuertes, los argumentos del régimen más débiles y su apoyo internacional más escaso. Si sigue unida, la oposición sin duda triunfará.

 

 

Editorial de El País