El mito

Posted on: marzo 9th, 2013 by lina 1 Comment

Los mitos en nuestras sociedades abiertas, irreverentes, inquisitivas, son flores de un día

 

Luego que Amadeus de Milos Forman obtuviera el Oscar en 1984, la Fundación Mozarteum se quejó de que la película tenía distorsiones tan poderosas y generalizadas de la historia real y los personajes, que tal vez sería imposible remontarlas y se harían «verdades». Wolfgang ni siquiera se llamaba Amadeus («amado por Dios» en latín) sino Cristóforos y más bien el apodo se lo encasquetó el Emperador Austríaco como gesto de admiración.

 

Escandalosamente falsa la rivalidad del compositor italiano Antonio Salieri con él, y muchísimo más su participación en «el asesinato» de Mozart con el plan de apropiarse del Requiem y presentarlo en las exequias de la propia víctima como su homenaje.

 

El mito es una de las formaciones básicas de la cultura y la más cercana al origen de la civilización, de cuando era la única explicación que los hombres podían dar a fenómenos obscuros entonces, como el trueno, la lluvia, el mar, el origen.

 

En la sociedad contemporánea difícilmente el mito se mantiene mucho tiempo. Durante la premodernidad casi todo era mítico, cosmogonías, teogonías y antropogonías. Una poética versión del mundo antes del triunfo del pensamiento racional. Max Muller se pregunta…

 

«¿Cómo podemos entender esta fase de la mente humana que dio origen a los extraordinarios relatos de dioses y héroes, de gorgonas y quimeras, de cosas que el ojo humano no había visto nunca?».

 

En la actualidad ciertas personalidades pueden investirse de un carácter mítico y sobre ellas circulan todo tipo de leyendas y anécdotas inverificables. Así ocurre con algunos políticos, deportistas, artistas y estrellas de cine. Pero para que la leyenda perviva tienen que soportar los embates de la cibersociedad.

 

Nietzsche escribió que «la ciencia era un cúmulo de mentiras que nos ayudan a vivir». Morse, por ejemplo, no inventó el telégrafo. Fue Joseph Henry, aunque el alfabeto Morse si es obra de aquél.

 

Tampoco Graham Bell el teléfono sino el insigne patriota italiano, Antonio Meucci, que debió huir de Florencia a EEUU de la persecución política, por su compromiso con la revolución del ressorgimiento. Se supo todo.

 

Tampoco Wats aportó a la Humanidad la máquina de vapor, sino Thomas Newcomen en 1712, un instrumento que servía solamente para transportar las materias primas de las minas británicas. Lo que sí hizo fue perfeccionarla y tanto la invención de Newcomen como el aporte de Wats ocupan su lugar en la historia. También en materia de vaporones, Robert Fulton no inventó el barco de vapor que encogió las distancias en el río Hudson, porque dos décadas antes lo había hecho John Fitch en Filadelfia, pero su empresa quebró y el ganador quiso escribir la historia. Lo sabemos.

 

La libertad de información en la democracia permite equivocaciones en unos casos o patrañas en otros, pero también que las derrote el tiempo, la investigación y el debate. Se puede engañar alguien todo el tiempo y a todos un rato, pero el flujo de informaciones y opiniones impide que existan criterios indestructibles, mentiras eternas.

 

En toda comunidad humana existen la falsedad y el error, -que no son lo mismo-, pero en la sociedad democrática los mentirosos la pagan, como Nixon y Clinton

 

No así en las autocracias. En ellas la mentira es la forma única de información porque los medios son de los comisarios políticos. Saddam convenció a los iraquíes, después de la primera guerra del golfo, «que habían ganado». Kim Il Sum, muerto hace décadas, es en la Constitución «el presidente» de Norcorea y sus sucesores, vicepresidentes.

 

¿Son hoy Stalin, Mao, Hitler, Castro «mitos» o simples encarnaciones del horror, licántropos que, como nos enteramos hasta la saciedad, destazaron a sus pueblos?

 

El «padrecito» Stalin fue un mito para los soviéticos hasta que Nikita Kruschev en el XX Congreso del PCUS de 1955, denunció el reino del horror que había creado. La viuda de Mao terminó en un calabozo enjuiciada con «la banda de los 4» y hoy estamos enterados, gracias a los chinos, que el provecto dormía como un mandarín, con impúberes de ambos sexos.

 

Cuando llegue la democracia a Cuba se sabrán al detalle los monstruosos crímenes de Fidel y su pandilla, especialmente una bestia desalmada como el Che.

 

Los mitos en nuestras sociedades abiertas, irreverentes, inquisitivas, son flores de un día. Sobreviven en pequeñas sectas de adoradores, como los de María Lionza o el Negro Felipe. No queda nada de Getulio Vargas, Velasco Alvarado, Rojas Pinilla, Omar Torrijos. Se hundieron por el peso de sus malas obras. Todo se sabe.

 

Carlos Raúl Hernández

@carlosraulher

el triunfo del odio

Posted on: marzo 2nd, 2013 by lina No Comments

El 27 y 28 de febrero de 1989 en Venezuela, se asocian con una monstruosidad, una ignominia, como muchas otras similares en diversos países, cuando se han cruzado las mismas condiciones.

 

Ver el inconsciente instintivo de las clases medias y los sectores populares correr por las calles, saquear, quemar, violar y golpear, no tiene nada que ver con hambre, pobreza, desabastecimiento o corrupción. Si así fuera, el país viviría así permanentemente.

 

Lo de aquí no ha sido el único caso de esos desbordes de salvajismo hooligans, como tantos finales de partidos de fútbol europeos.

 

 

En muchos lugares, sociedades de alto desarrollo, los seres humanos también han perdido el miedo a la sanción, las barreras civilizatorias caen y hay un regreso a la condición de manadas de cromagnones.

 

Eso ocurre exactamente cuando ante alteraciones significativas del orden público, el Estado no responde o lo hace de manera inadecuada.

 

En Inglaterra a mediados de 2011, hubo situaciones parecidas. Por un mal procedimiento, la policía de Birmingham dio muerte al pandillero y narcotraficante Mark Duggan y quedó en shock por el hecho, estatua.

 

De inmediato las pandillas ciberconectadas, sin que eso inculpe la tecnología, -los gangs de Chicago funcionaban bien sin BBM- se amotinaron y produjeron pérdidas humanas y enormes daños a la ciudad.

 

De inmediato Cameron y Milliband, jefes del gobierno y la oposición, la Iglesia, los empresarios y la sociedad civil en general, repudiaron los actos, la policía reaccionó y todo volvió a la normalidad.

 

En octubre de 1969 la policía se declara en huelga en la paradisíaca Montreal. Saqueos, incendios, destrucción y asaltos a bancos, hasta que intervinieron el ejército y la policía montada. En 1977 el gran apagón de Nueva York desorganizó cualquier respuesta de esa policía de eficiencia legendaria. 1.600 saqueos y más de mil incendios, además de violaciones e incontables atracos. En 1992 turbas de la población negra pudieron acabar con Los Ángeles.

 

Rodney King, un delincuente en libertad condicional, convertido después en héroe, no acata un alto de las autoridades y protagoniza una persecución a 190 kms/h. Una brutal e imperdonable golpiza que le donaron 4 policías, propalada en un video aficionado por las cadenas de televisión, produjo ira colectiva, la policía se acuarteló y dejó las calles en manos de los tumultos.

 

Más de 60 muertos y 2.000 heridos, 3.600 incendios, 1.100 edificios destruidos y pérdidas mayores a 1.000 millones de dólares en tres días.

 

En todos esos acontecimientos los líderes sociales y políticos responsables y las organizaciones importantes reprobaron con dureza los hechos que vertieron sangre y dañaron el producto del trabajo de gente inocente.

 

Se educó a la ciudadanía con una intensa campaña de declaraciones, artículos de prensa y programas en los medios.

 

Lo ocurrido el 27 y 28-F obedeció a los mismos factores. Revueltas en los terminales de Guarenas, Guatire, La Guaira y el Nuevo Circo por un alza abrupta del precio pasaje un día 27 que los trabajadores no habían cobrado su salario.

 

Freddy Bernal, jefe de los Zeta, un grupo de élite había promovido una huelga de brazos caídos en la Policía Metropolitana. La ciudad estaba inerme.

 

Y el enjambre al verse impune a través de los medios que hacía su trabajo, arreció los saqueos que se generalizaron.

 

Pero ahí la babiecada sin precedentes de autodestrucción, el escarnio al sentido común: los sectores dirigentes: intelectuales, políticos, eclesiásticos, empresarios, sindicalistas, glorificaron los vándalos y culparon la democracia, los partidos, «el FMI», «los ricos», «la corrupción», «el egoísmo».

 

Por obra de semejante tergiversación, la gente pacífica, de trabajo que cumplía la ley, aterrada en sus casas esperando que llegara la barbarie, era la culpable de los males, y las turbas representaban la justicia y el bien.

 

Allí creció la idea retorcida de que «los buenos» eran aquellos que quería acabar con las instituciones, mientras los grupos dirigentes se suicidaban sin darse cuenta con aquella prédica irresponsable.

 

Lo que causó el grave daño a la nación no fueron los acontecimientos de febrero, sino la reacción de una élite incompetente.

 

Qué tiene de extraño que el movimiento antisocial y totalitario que hoy gobierna quiera hacerse protagonista de un hecho horrendo que el propio sistema democrático entendió sublime. Dante condena en el infierno a los líderes incapaces para prevenir males futuros. El demonio les voltea el cuello para que siempre vean hacia atrás. Por eso «las lágrimas les corren entre las nalgas».

 

@carlosraulher

Carlos Raúl Hernández