|

El fin de un pobre argumento

Posted on: marzo 15th, 2014 by lina No Comments

Mutatis Mutandis

 

Las turbulentas protestas que se han registrado en casi todo el país durante los últimos 30 días, han producido, entre otras bajas, el fin definitivo de un argumento, convertido con los años en una especie de versículo: el de la presunta responsabilidad de los medios de comunicación social en la promoción de la conflictividad.

 

Esta circunstancia se hizo presente entre nosotros sin que nos diéramos cuenta y sin que nadie llevara nota de la inflexión. Rangel, Istúriz, Villegas, Arreaza, Maduro, secundando al propio Chávez, en todas las crisis de polarización política del pasado, insistían una y otra vez que en el país había un conflicto que constituía, en sí mismo, un artificio, provocado por los «dueños de los medios», particularmente los dueños de televisoras.

 

Eran ellos, de acuerdo a la leyenda chavista, los directores de orquesta de un sofisticado aparato de odio que se había instalado en el ánimo de la clase media y media alta. La «matriz», argumentaban, permanecía completamente desgajada de la realidad social del país: el pueblo bolivariano llevaba adelante entusiasta la democracia protagónica mientras los poderes fácticos inventaban argumentos y fantasmas y llevaban a la pantalla una puesta en escena manipulada.

 

No es necesario que cavemos muy hondo para constatar lo que afirmo. En una entrevista que le concediera a Leonardo Padrón en sus Imposibles, José Vicente Rangel le atribuía toda la responsabilidad del ambiente insurreccional del 11 de abril de 2002, incluyendo su desenlace, al comportamiento de las televisoras.

 

Una interminable secuencia de reflexiones, entrevistas y letanías emanaron a continuación del chavismo y el filochavismo en torno al significado de la verdad en democracia, el costo de la rectitud en el proceder y el alcance de la ética como entidad ontológica del periodismo. Una especie de euforia pedagógica se apropió entonces de algunos voceros universitarios.

 

Observatorios de medios, de manos de puntillosos académicos de rostro imperturbable, periodistas y humoristas, nos explicaban los alcances de la hiperrealidad, el discurso paralelo, las agendas secretas y «los intereses trasnacionales» que privaban sobre el oficio de informar en este edén petrolero. Si algo se puso de moda en este país en el sector público hacia el año 2005 era hacer «análisis de contenido» de la prensa burguesa.

 

La crisis del 12 de febrero, estimulada por la escasez de bienes elementales, el desborde delictivo, la quiebra nacional, la corrupción y la anarquía, se hizo presente entre nosotros sin que mediara entre ellos mandato previo. Parece mentira que lo estemos diciendo: aquí nadie necesita a las televisoras para saber qué está pasando en la calle. La realidad ha desbordado por completo ese fetiche convertido en argumento perezoso y multiuso. No hemos vuelto a saber nada, a la fecha, de los flamantes hallazgos de estos prestigiosos investigadores amantes de la metodología en torno a las imposturas de los medios de la derecha.

 

La razón es muy sencilla: «los medios de la derecha», muy especialmente un canal de televisión en particular, al cual iban destinadas todas las invectivas y las sospechas del alto gobierno, están tomados por un muy conocido atajo de amantes del equilibrismo y vendedores de baratijas en el terreno probabilístico. Mientras le prometen a la audiencia mantenerla informada a cualquier costo, trabajan junto a las autoridades, de forma silenciosa, pero sostenida, para que aquello que está sucediendo en la calle no se sepa, o se sepa lo menos posible.

 

Estudiantes asesinados de tiros en la cabeza; paramilitares motorizados, organizados por el gobierno, disparando a edificios junto a la Guardia Nacional; bombas lacrimógenas invadiendo residencias en las cuales viven niños y ancianos, torturas y tratos degradantes a estudiantes.

 

El saldo de la represión ejercida por el chavismo en todo este trance es espantoso; pero en esta ocasión persisten notables puntos ciegos en torno sus verdaderas causas.

 

Muchas personas que tienen acceso a las redes y usan los pocos medios independientes disponibles pueden enterarse de lo que sucede en Venezuela. Persiste, sin embargo, un amplísimo sector de la población, habitantes de entidades federales medianas y pequeñas, en municipios apartados del país, en este momento impedidos de apreciar la panorámica completa de esta crisis gracias a la sórdida componenda entre los tributarios de Miraflores y algunos repentinos amantes del diálogo, para quienes, al parecer, la censura y la indecencia son máculas que debemos digerir con serenidad para que los miembros del alto gobierno puedan dormir tranquilos.

 

Los venezolanos de estas regiones apartadas, que son muchos, son espectadores lejanos de los disturbios y la represión. Con extremada frecuencia el único lente disponible que tienen para aproximarse a la realidad es el de Venezolana de Televisión. De manera por demás perversa y miserable, mientras tanto, un puñado de funcionarios sin escrúpulos tiene completamente maniatados a los canales de la televisión comercial, ejerciendo una fortísima presión para que no cumplan con su deber. De boca de ellos nadie deberá saber lo que pasa en Venezuela. Las felicitaciones dirigidas a los motorizados y colectivos armados que formularan Maduro y Arreaza tienen como destinatario esa audiencia: la de la Venezuela profunda.

 

Caracas, Valencia, San Cristóbal, Ureña, Rubio, Margarita, Mérida, Maracay, Barquisimeto, Maracaibo, Puerto Ordaz, Upata, Acarigua, entre tanto, prosiguen en la agenda de la protesta. Si algo hay en Venezuela es indignación. Los secuestros, los asesinatos, la escasez de medicinas, el desastre hospitalario, la corrupción a manos llenas, el imparable proceso de descomposición nacional: eso es lo que las alimenta. No quedan acá «montajes mediáticos» que glosar. De nada de eso hablarán ya, en virtud de que nada hay que hablar, las firmas que le montan matrices al gobierno ni los doctos que enjuician el comportamiento mediático.

 

Alonso Moleiro

Hampa, la última década

Posted on: enero 19th, 2014 by lina No Comments

Afirmar que la violencia en Venezuela es hija del capitalismo constituye un argumento precario Y una falta de respeto a la inteligencia de los venezolanos. Tienen años las denuncias de Rocío San Miguel sobre la existencia de armas ilegales en Venezuela en medio del silencio del gobierno

 

Afirmar que la violencia en Venezuela es hija del capitalismo constituye un argumento especialmente precario. Una falta de respeto a la inteligencia de los venezolanos. Naciones latinoamericanas que viven en capitalismo, como Panamá, Costa Rica o Uruguay son muchísimo menos violentas que Venezuela.

 

Como lo son, con sobrada holgura, emporios capitalistas demonizados por la tosca propaganda comunista, presuntamente por ser pobladas por autómatas sin sensibilidad y obsesionados con ganar dinero, como Nueva York o Berlín.

 

El agravamiento del hampa en Caracas tiene insumos propios, elementos objetivos incuestionables, vinculados directamente con decisiones políticas o administrativas específicas.

 

El gobierno hace todo lo que puede por no asumirlas, afirmando que este es un problema de todos, y la oposición ha hecho muy poco por colocar al gobierno contra la pared para que pague por sus omisiones y su responsabilidad.

 

No sólo se trata del evidente desinterés y de la ausencia de foco que tuvo el propio Hugo Chávez al aproximarse al problema.

 

Hasta la llegada de Soraya el Ackhar, Chávez y sus colaboradores se pararon mucho tiempo pensando que la sola promoción de programas sociales y transferencia de recursos constituía prueba incontestable de combate al crímen: el ilícito en Venezuela, se pensaba, era hijo directo de las desigualdades sociales; corregir esos desequilibrios con recursos y programas haría lo necesario sin tener que pasar por el costoso trámite de tomar medidas con costo.

 

«Aquí lo único que queda es rezar»: eso le dijo El Achkar a Contrabando, la revista de periodismo que dirigí durante unos años, cuando nos tocaba evaluar el nombramiento de Pedro Carreño en el Ministerio del Interior y de Justicia y la nueva posposición del programa de la Comisión Nacional de la Reforma Policial, en definitiva el único paso digno de tomar en cuenta por el oficialismo para erradicar los asesinatos en Venezuela.

 

El proyecto de Policía Nacional había sido de nuevo alejado de las manos de Chávez para improvisar de nuevo operativos irrelevantes, mientras, promovida por sectores autónomos del chavismo, ingresaron al país un peligroso número de armas y motos, se deterioraron más las cárceles y continuó la ruina tribunalicia y la interminable decadencia institucional de este país.

 

Tienen años las denuncias de Rocío San Miguel sobre la existencia de armas ilegales en Venezuela en medio del silencio del gobierno.

 

Parte de cierto chavismo militante de la clase media se ha pasado mucho tiempo intentando culpar de tal situación a alcaldes y gobernadores de la oposición.

 

La lenidad, el desorden, la irresponsabilidad, la improvisación, pero sobre todo, la existencia de una concepción equivocada sobre la responsabilidad ciudadana, el hecho criminal y el combate a la pobreza, hizo que ya fuera imposible disimular.

 

Todavía existen desencaminados voceros del chavismo radical proponiendo que esperemos un poco más: resulta que cuando el socialismo nos vuelva todos buenos, y quedan abolidas las clases sociales, será que se haga patente el fin de las tensiones sociales y la delincuencia termine de evaporarse por cuenta propia.

 

Entretanto, incluso, dicen que no hay problema ni contradicción alguna con la existencia de personas y colectivos armados hasta los dientes.

 

Pienso, además, que esa responsabilidad trasciende la comprobadamente mediocre gestión chavista en el tema. Casi todas las ramificaciones sociales, funcionales e intelectuales del chavismo se han pasado estos años metida en una farragosa secuencia de consignas y abstracciones de carácter evasivo, que les han permitido estar totalmente ausentes del diagnóstico y la probable solución al problema del hampa.

 

Jamás, ni en el asesinato de los Faddoul, el de Filipo Sindoni o de los miles de trabajadores venezolanos que se ganan la vida escoltando ministros, la gravedad del problema del hampa, la impunidad en el crimen, la consolidación de una atmósfera asesina asfixiante en Venezuela, se puso adelante por cuenta propia alguna reflexión, algún debate televisado, alguna manifestación o expresión de inconformidad que obrara por cuenta propia y que no tuviera el permiso expreso del Comandante eterno.

 

No se ha producido un solo debate en la Asamblea Nacional que permita una discusión sobre los alcances y el combate del delito. No parece haber verdadero interés sobre el tema.

 

Los venezolanos no estamos debatiendo ni reflexionando nada, o en todo caso muy poco, en torno a nuestro más grave problema en décadas, en parte por la actitud escrupulosa, maquilladora, cómplice y cobarde de buena parte de las sociedad civil chavista, empeñadaza vanamente en evadir o minimizar el tema para no tener que asumir sus consecuencias. Claro: como todos sabemos, afirman, Nueva York es más peligrosa que Caracas.

 

 Alonso Moleiro

|