No había ninguna otro escenario factible a lo que terminó sucediendo. El régimen, actuando de acuerdo con su naturaleza, impuso a los titulares del poder moral utilizando su mayoría. Y lo mismo hará con los rectores del CNE, pero a través de la decisión del TSJ, una variación de la misma realidad: que ellos son la fuerza, que la ejercen sin pudor y que no les importa para nada lo que al respecto diga la Constitución, porque ellos hace mucho tiempo que no respetan su espíritu y propósito, simplemente la utilizan a su conveniencia, siempre en contra del interés ciudadano. Así tenía que ser, y así terminó siendo.
Pero hay varios aspectos que no han sido debidamente aclarados. El primero de todos por qué la alternativa democrática sigue padeciendo de esa ingenuidad que raya en estupidez. Cuando asumieron que un resultado equitativo y ponderado podía ser logrado en el marco del diálogo parlamentario olvidaron que precisamente esa Asamblea tiene un patrón de resultados que tienen en común el irrespeto y la mansalva. ¿Por qué ahora iba a ser diferente? Cuando dejaron las negociaciones en manos de los que la asumieron, ¿por qué iba a lograrse otra cosa que el mismo status quo que les garantiza a ellos cuantas jugadas quieran, subsumidos como están en el destino manifiesto de la revolución socialista? ¿Por qué ahora iba a ser diferente? ¿Por qué siguen en la misma línea que garantiza este tipo de resultados aparatosos?
Pero hay algo más que nadie hasta ahora ha explicado. ¿Cómo es que aparecen en las ternas y listas esos “flamantes representantes” de la alternativa democrática? ¿Quién los designó? ¿Cuáles son sus credenciales? ¿También es el resultado del uso de “mayorías simples”? ¿Cómo es que llegaron hasta allí? En otras palabras ¿cuáles tipos de negociación se realizaron –al margen de la opinión pública- para colear (y de paso legitimar el proceso) a esos personajes que terminarán siendo parte de los poderes públicos? ¿Cómo es que exigimos primarias para diputados y nos entuban un representante ante el CNE y dos o tres magistrados del TSJ sin que sepamos nada, absolutamente nada de sus compromisos, sus ideologías, sus realizaciones, sus formas de ver la política? ¿Quién va a asumir la responsabilidad por esta forma opaca, poco transparente, no democrática y poco alentadora de asumir toda esta trama? En suma, ¿quién está al mando de todas estas equivocaciones?
Los partidos políticos democráticos y su principal instancia de coordinación y formulación de políticas tienen que reinventarse. Deben asumir el desafío de la relegitimación. Tienen que dialogar más con sus bases –lo que es muy diferente a esas caminatas sudorosas, a esos apretones de mano que no dejan nada- y deben también resolver sus fracturas emocionales. Cada vez que alguien pide algo similar siempre sale alguien diciendo que la MUD no es una instancia política sino de acuerdos electorales. La verdad es que esa es una mala excusa, y un síntoma trágico de la evasión de responsabilidades. Son elecciones y son también formulación de estrategias y políticas. Y son caras que deben asumir la responsabilidad por estos desvaríos y esta falta de seriedad que encarga a segundos y terceros niveles la negociación de los poderes públicos. Los partidos no pueden seguir siendo este certamen disonante de zancadillas ausentes de solidaridad y grandeza –cuando nadie los está viendo- y declaraciones altisonantes y espurias al frente de las cámaras. Tienen que reencontrarse con la nobleza y encarar esta realidad con la urgencia que demanda.
Esos partidos políticos tienen que explicarnos cómo se colearon estos representantes. A quienes responden esos representantes. Y qué conexiones tenían con esa comisión que negoció esos “acuerdos”. Y cómo seguimos tratando como honorable a un interlocutor que persigue, apresa, extorsiona, golpea, desafora y pone presos a nuestros líderes. Cómo cohonestamos sus decisiones y los legitimamos cada vez que negociamos sin condiciones y los tratamos como lo que no son: honorables y demócratas. Alguien tiene que responder a los ciudadanos todas estas interrogantes porque hay una hedentina a rebatiña y golilleo que resulta peligrosamente insoportable.
Sun Tzu comienza su libro, El Arte de la Guerra, advirtiendo que la guerra –o la política- hay que tomársela en serio. Es un asunto de vida o muerte. Por eso es que resulta duro de entender esta levedad con la que nuestros dirigentes asumen este momento del país, descuidando la influencia moral que deberían tener los líderes, desatendiendo el clima político, despreciando el marco institucional, menospreciando el mando y la delegación –colocando a cualquiera en tareas cruciales- y olvidando la doctrina. Algunos líderes están envenenados de cinismo, creen que todo es posible y que de lo que se trata es de sobrevivir. Advierto que así no es. Hay que sobrevivir pero manteniendo la dignidad y siendo capaces de presentarse como alternativa. No es en el marco del negociado y del “vivalapepismo”. No es la ética del vivo la que puede salvarnos. Ni la ética del “muerto de hambre”. Es otra la que pide el país, que está hambriento y sediento de decencia.
Víctor Maldonado
@vjmc