El clima de angustia, incertidumbre y represión relampaguea a toda hora no solo en nuestro territorio sino en los países vecinos. Ayer la agencia Efe destacaba en uno de sus despachos que «el conflicto entre Colombia y Venezuela por el cierre de parte de la frontera y la deportación de colombianos desde el vecino país cobró una mayor trascendencia internacional en medio de llamamientos de las autoridades venezolanas a resolverlo en familia».
Esto no es ninguna sorpresa porque el gobierno de Maduro y su represivo entorno militar no hacen otra cosa que cometer torpezas que no sanan las heridas sino que las ahondan con el beneplácito del gobierno de Cuba y de Fidel Castro, que en los pocos momentos en que tiene algo de lucidez los dedica a lanzar gasolina en la hoguera que él mismo ha encendido.
Pero esta vez puede salir con las tablas en la cabeza porque hay demasiados intereses en juego y su cerebro deteriorado no da para tanto. Ya Venezuela es un país fragmentado por las ambiciones políticas, el odio que ha florecido y se ha extendido por todos los rincones, ha invadido familias, amistades y sitios de trabajo.
Hoy la represión tiene múltiples caras, como bien lo hemos denunciado en este diario. A los periodistas se nos tilda de provocadores, a los gremios profesionales de saboteadores, a la clase media le implantan a cada momento una imagen de gente cómoda y aprovechadora, los industriales son calificados de parásitos del sistema y los comerciantes son ladrones y acaparadores. A los habitantes de los barrios se les zahiere con la etiqueta de ladrones y bachaqueros y a los colombianos les cae siempre el estigma de narcotraficantes y paramilitares por ser pobres y extranjeros. No olvidemos que Fidel Castro inauguró esta modalidad cuando identificó a los cubanos que marchaban al exilio con el mote de «gusanos», es decir, que no llegaban a alcanzar la categoría de seres humanos.
De manera que la única forma de derrotar esta perversidad ideológica que obliga al ciudadano a la militancia en el partido rojo rojito para ser considerado un ser humano es luchar por el rescate de la diversidad y la libertad de escoger nuestro propio destino, nuestra identidad a partir de lo que realmente somos o deseamos ser, y no por la imposición de una etiqueta teñida de odio.
El mundo está pendiente de Venezuela porque los temores anunciados se están volviendo realidad a una velocidad sorprendente, una tempestad que lleva en sí misma la destrucción de todo aquello que pueda impedir el ejercicio del poder absoluto.
Ayer informaba la agencia Efe que el secretario general de la OEA, Luis Almagro, visitará «la zona colombiana donde se concentran los deportados y los que han abandonado Venezuela por su propia voluntad». Almagro fue invitado expresamente por el alcalde de Cúcuta a visitar esa ciudad «para conocer la situación de los deportados y retornados de Venezuela, que son cerca de 1.100 en el primer caso y como 10.000 en el segundo, según distintas fuentes».
Editorial de El Nacional