En ocasiones, es muy difícil alcanzar metas si se quiere, pero aún más difícil es lograrlas, si esas metas involucran a otros que también quieren, pero no hacen nada para alcanzarlas. Con esta premisa me dirijo hoy a todas las mujeres venezolanas, en cada ciudad, cada pueblo, en cada rincón de nuestro país.
Es increíblemente angustiante para una madre, ver salir a sus hijos a diario para la escuela, la universidad, a trabajar e incluso salir a distraerse con sus amigos, con el continuo temor de saber si regresarán con bien a su hogar. La sensación de incertidumbre al llamarles insistentemente y no obtener respuesta hace divagar la mente en tantas situaciones fatídicas, que algunas madres terminan sufriendo de repetitivos episodios de pánico, insomnio y hasta dolores crónicos de cabeza por pensar en que tal vez no hoy, tal vez no mañana, pero que la sombra de la muerte pudiera estar acechando cerca y tocar su puerta en un tiempo menor a lo pensado.
Si bien mi mente no logra entender cómo hay madres que abandonan a sus pequeños recién nacidos en botes para basura, tampoco logro entender cómo hay madres que permiten que sus hijos les quiten la vida a los hijos de otras madres. Solo una madre puede entender lo que es no poder volver a hablar con su retoño, verlo crecer, desarrollarse y alcanzar sus metas; solo una madre puede sentirlo crecer en su vientre, y de allí ese lazo inexplicable de las madres hacia sus hijos.
Hoy quedé impactada al observar con asombro, como en una plaza de nuestra capital cientos de jóvenes se mantenían en una pacífica manifestación acompañados por tan solo 14 madres; y me pregunté: ¿Dónde están las madres de los demás jóvenes? Si bien los muchachos han cumplido su tarea de despertar al país, ¿Dónde están las mujeres que hoy por hoy son la muestra más contundente de fuerza que tiene este país?
Ejemplo de esas mujeres a las que me refiero está Marvinia Jiménez, quien tras ser brutalmente atacada por el inflexible e impune brazo de la ley, continúa la lucha por los que considera sus derechos; al igual que lo hace nuestra diputada María Corina Machado, que a pesar de haber sido vilmente golpeada, desprestigiada y antidemocráticamente retirada de su escaño en la Asamblea Nacional, ha puesto el nombre de Venezuela a sonar por todo el mundo, sin temor, con coraje y valentía. Otra mujer incansable es Rebeca González, cuyo hijo fue ultrajado, vejado y humillado por aquéllos quienes juraron defenderlos ante la imposición, la injusticia y por ende de la misma violencia.
Pero no solo a estas tres mujeres debo hacer referencia, debemos pensar que son más de veinticuatro mil los hijos de alguna madre que han caído por manos de la violencia, de la impunidad y por las ambiciones de poder de algunos cuantos que han colocado sus intereses personales, por delante del dolor y el sufrimiento de miles de hogares que se quedan sin un hijo, sin una fuente de sustento, sin un padre o una madre… sin un futuro. Es cuestionable como la justicia hace valer todos los recursos sobre aquéllos que en nuestro país levantan su voz para denunciar a vox pópuli la realidad de una nación que se hunde en la miseria, en la división entre hermanos, pero que con mucho mayor peso, cae sobre todo aquél que no tenga cómo pagar su libertad o gozar de los privilegios de una amnistía política.
Las mujeres ahora son perseguidas por un régimen que se ha quitado la careta al demostrar las intenciones de llevarnos a un comunismo o mejor dicho un cubanismo, porque defendemos los principios y valores éticos de la educación de nuestros niños, porque no queremos una ideologización partidista y mucho menos la adoración ideológica de una deidad que han impuesto y magnificado a la altura de nuestro Libertador y hasta del mismísimo Jesucristo.
Estimadas hermanas venezolanas, en muchas concentraciones, asambleas de ciudadanos y en la calle, me ven con empatía por ser la madre de Geraldín, y no hago lo que hago porque haya decidido por cuenta propia vivir esta realidad, pero sí estoy consciente que me tocó ser parte de la historia de este mi país, tu país, nuestro país; y al igual que lo quería para mi hija, también quiero para mí y para todos los que habitamos en esta tierra del sol amado, la paz, la libertad, la hermandad que existe y que se siente dentro de muchos corazones, pero que los mensajes egoístas y autoritarios cargados de odio y rencor han llevado hasta el límite la tensión que mantiene a este hilo de democracia a punto de quiebre.
Si bien nunca pasó por mi mente el tener que despedirme para siempre de mi hija, asumo la responsabilidad de velar porque otra madre no tenga que vivir lo que en los últimos 73 días de su partida he vivido yo, para que ninguna otra familia se vea devastada y enlutada por la impunidad y la anarquía de la que algunos venezolanos le quitan la vida a otros venezolanos. Estoy dispuesta a seguir luchando de la mano de todas las mujeres que desean ver crecer a sus hijos en un país con igualdad de oportunidades para todos, donde la justicia se aplique para cualquiera que se atreva a menospreciar los valores y principios morales, éticos y humanos de nuestro país, de nuestra Constitución, de nuestras familias y de nuestra historia.
Solo espero que nuestra Fiscal General de la República jamás tenga que enterrar a un hijo que haya sido víctima de esos excesos que ella misma permite y de los cuales es cómplice.
Exclusivo de Notitarde