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Zurda Konducta: televisión detritus

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Zurda Konducta: televisión detritus

Zurda Konducta, el programa que forma parte de la programación de Venezolana de Televisión, no es un fenómeno aislado. No es, como sostienen miembros del PSUV, periodistas que trabajan en el sistema bolivariano de comunicación e información e, incluso, miembros del gabinete, “una lamentable excepción” (la frase es de un diplomático en funciones). Es justo lo contrario: una síntesis del envilecimiento del poder venezolano. La escenificación impúdica de la degradación, del nada-me-importa, del hago-lo-que-me-da-la-gana, del no-tengo-límites, del estoy-autorizado-a-despreciar-al-televidente-porque-gozo-de-escoltas-y-padrinos. Zurda Konducta es el espacio donde la impunidad se manifiesta y alardea.

 

 

Es, quiero enfatizar esto, un producto del poder. Pero no de un poder legítimo ni investido de formas, con alguna capacidad de autorregulación o de consideración hacia los televidentes. Ni tampoco un poder que se plantee preguntas, como, por ejemplo, sobre la función social de la televisión pública. No se trata solo de que Venezolana de Televisión liquidó el derecho que tienen los ciudadanos, las familias y la sociedad, a una televisión de Estado, que programe y desarrolle sus contenidos bajo el principio de la inclusión. Zurda Konducta es la expresión negadora y extrema, el salto al vacío, del desmantelamiento de las instituciones y el Estado de Derecho.

 

 

 

La impunidad de la que hablo define el tono y contenido del espacio. Es su punto de partida. Ello explica que el núcleo de su discurso es el desafío, la frase provocadora, el aquí-estoy-yo-y-nadie-me-mueve. Semejantes a guapetones, no disimulan. No necesitan hacerlo. No están obligados a ninguna contención. Son los hijos predilectos del poder violento y militarista. Son el gruñido, el zarpazo, el descaro del poder.

 

 

 

Guapetones en su taberna: insultan, miran a la cámara con actitud amenazante, manotean a diestra y siniestra, intercalan comentarios o anécdotas de carácter personal, transmiten videos –ya me referiré a ellos–, vuelven a amenazar, vuelven a manotear, insisten en referirse a episodios ajenos al interés público, ponen otro video, manotean, desafían, insultan y así: omnipotentes, no necesitan reciclarse ni innovar ni preguntarse por la calidad. Se repiten. Nada los amenaza: gozan de la protección y del patrocinio del poder.

 

 

 

Cada tanto, se transmiten videos cuya función es facilitar más injurias, burlas y desmanes. El repertorio es de bajos fondos: “No tienes bolas”; recurrentemente homófobo: “Tienen un tic tac anal”, “le soplaba el bistec a Leopoldo López”; denigrador en todos los sentidos: de la realidad, de las personas (“¿Qué se fumó usted, compadre, coleto con Colgate?”), y hasta en el modo como se mancilla el uso de la lengua y la dicción. Zurda Konducta es el programa de “las cajas Clá”, del “comen bulda”, de “la regûelta” y del “ha rompido”. Es el programa que, de forma simultánea a la degradación del idioma, despliega una gestualidad circense, grotesca y henchida de sí misma.

 

 

 

Quien busque los antecedentes de la televisión detritus no tardará en dar con algunos programas radiales de la Italia bajo Mussolini. En algunas de las transmisiones de una emisora, que era parte de la entidad responsable de las “audiciones radiofónicas”, los fascistas usaban los micrófonos para fines semejantes: retaban a los opositores al régimen, los amenazaban, les anunciaban la visita de los “camisas pardas”, les ponían motes, les acusaban de cornudos y homosexuales, hacían falsos anuncios, inventaban conspiraciones, decían que estos o aquellos dirigentes eran enemigos del pueblo. Están documentados centenares de casos: uno o dos días después de proferidas las amenazas, los maleantes al servicio de Mussolini atacaban y hasta asesinaban a los previamente injuriados.

 

 

 

Este espacio patógeno, campo de acción para la coprolalia, goza de una patente de corso: están autorizados por el poder para hacer añicos la realidad, despojar la sustancia de los hechos, torcer la verdad hasta hacerla irreconocible, reducir la complejidad del proceso social venezolano al maniqueo resultado de conspiraciones, guerra económica, acción imperial encabezada por Trump, operaciones psicológicas y un múltiple engranaje de mentiras, del que el poder de Maduro y su banda, paradójicamente, sería una víctima.

 

 

 

De esto se trata: el pueblo no es el pueblo, el hambre es fantasía, la enfermedad es pura ficción, la inflación no es sino el producto de la avaricia, la delincuencia solo existe en las películas, los presos políticos son unos malandros, nadie se ha robado un peso y los sufrimientos carecen de sustento real porque son dispositivos de guerra creados por el imperialismo y sus lacayos venezolanos.

 

 

 

Dicho todo lo anterior, es prudente preguntarse a quién le habla Zurda Konducta. Quién puede sentirse representado por una escenificación semejante. Zurda Konducta es la plasmación del odio. Summum de resentimiento. De ignorancia orgullosa de sí misma. De momentos en los cuales la ira se hace gesto y palabra difamatoria. Pero, insisto, no es un subproducto ni un apéndice ni un error ni una concesión a la ultraizquierda. Es la joya de la corona. La idea de cómo se ha concebido el ejercicio del poder. La metáfora más acabada de la pudrición, de la fábrica de detritus que es la revolución bolivariana.

 

 

Editorial de El Nacional

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