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Zapatero, otro fracaso más

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Zapatero, otro fracaso más

 

 

Escoger a un espadachín de escasa habilidad, como Zapatero, para arreglar un problema tan complejo como el de la Venezuela chavista es no solo un error incorregible sino un atrevimiento propio de políticos aventureros y desvergonzados. Menudo tonto se han buscado para seguir engañando no solo a los venezolanos sino, ¡válgame Dios!, a toda Latinoamérica, a la Unión Europea, a Japón y Australia, por nombrar unos pocos.

 

 

Zapatero ha terminado, como era de esperarse, haciendo el ridículo mundial. Antes ocultaba sus fracasos en el ámbito de su país y de ciertos sectores de la Europa unida que, de todas maneras, lo miraba con desconfianza por ser un enano político que no terminaba ¡ay! de crecer, y que llevaba impresa en su envase una fecha de vencimiento que, para su desgracia por demás merecida, estaba destinada a cumplirse inexorablemente.

 

 

 

Era y sigue siendo tal su fragilidad política que ni siquiera supo defender su origen y su apellido (José Luis Rodríguez), que lo negó ante la exigencia de convertirse en alguien disfrazado de alguien, otro que no fuera él o que, al menos, no lo recordara. Necesitaba disfrazarse porque no era el famoso cantante venezolano sino un vulgar papanatas que buscaba engañar a los electores.

 

 

 

Deberíamos preguntarnos algo fundamental: ¿por qué? ¿Qué le obligó a quitarse la piel de serpiente y colocarse esa apariencia del pequeño y frágil ciervo de Disney, Bambi, que tanto nos emocionó cuando niños. Desde luego que el misterio, que no es tal, estriba en su escaso carisma, en su preterida conformación política, es su escasa valentía y en su innata capacidad para robarle a los náufragos sus salvavidas, en encaramarse en los pocos botes que exigen un carnet de canallas para desalojar a los más débiles y alojarse en la última oportunidad de salvar su propia vida.

 

 

 

En este sentido Zapatero es un náufrago que presume de valiente y España toda, públicamente o en silencio, lo sabe. Revisar su vida es un caminar por el desierto del Sahara en la búsqueda de una aguja en un pajar. Pensemos por ejemplo, por no dejar, qué hizo Zapatero con esa España desorientada y en las sombras que Felipe González supo levantar por encima de un país que estaba lleno de cicatrices, con heridas que no aceptaban ser cerradas y que Suárez remendó para bien y a veces a medias, para agradecimiento de España y de Europa.

 

 

 

 

Con esos antecedentes no había lugar para Zapatero, gris y cortesano, enterrador de una etapa del programa que su partido había conducido por la puerta grande. De la desgracia de su conducta, de sus vacilaciones, de sus tartamudeos políticos, de su desierto ideológico no podía esperarse nada más que el fracaso y su sustitución por una alternativa infinitamente contraria.

 

 

 

Zapatero desembarcó en estas tierras venezolanas a destiempo. Ya Monedero (qué apellido tan merecido) había pasado por aquí y arrasó con el santo y la limosna. Pero a Zapatero no le pareció inmoral viajar a Venezuela en un jet ejecutivo de Petróleos de Venezuela siendo un “mediador”, valga decir, alguien a quien se le exige una cierta prudencia ética y moral. Hoy llora lágrimas de cocodrilo porque ha quedado desempleado.

 

 

Editorial de El Nacional

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