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Una broma muy suprema

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Una broma muy suprema

 

Hay de todo en el sancocho de pescuezos de zamuros del madurismo o, quizás, de decena de cuervos sin ojos de la maledetta revolución militar. Asistimos a una orgía en la cual danzan las venganzas como cuchillos en el aire, como falsos fuegos artificiales que en verdad son ráfagas de ametralladoras de una guerra que, hasta hace poco, era una guerrilla clandestina. Ahora adquiere ribetes internacionales que, por las barbas de Satanás, nadie sabe los truenos devastadores que esa tormenta trae entre sus relámpagos y sus negros nubarrones.

 

 

 

¿Quién habrá sido el supremo imbécil que se atrevió a abrir esa caja de los truenos? ¿Delcy? ¿El psiquiatra loco? ¿El rollizo capitán o el musulmán supuesto dueño de kioscos de café y socio de una cadena internacional de hoteles que, todo hay que decirlo, ha mejorado sustancialmente las andrajosas y arruinadas “pensiones de medio pelo” de la antigua Conahotu? Misterio de las mil y una noches.

 

 

 

Pero vamos por parte. Hasta ayer al mediodía las peleas entre Ramírez, zar del petróleo y confianzudo operador financiero de Hugo Chávez y de la revolución bolivariana, y la señora fiscal general Luisa Ortega Díaz contra los maduristas se mantuvo en simples niveles de intrigas, represalias burocráticas, ruedas de prensa, escritos en las redes sociales, algunas entrevistas cada cierto tiempo, es decir, una guerra de baja intensidad.

 

 

 

Un juego de sombras como aquella recordada película del “cine negro” en que, cuando las cosas se ponen duras, los gánster le propinan una paliza en un callejón a un sospechoso y la cámara acompaña la secuencia del salvaje acto de violencia con una toma hacia una ventana donde un músico baterista descarga su furia creativa contra sus tambores.

 

 

 

Con esto queremos decir que, desde ahora en adelante, Ramírez no se tomará ninguna delicadeza en revisar sus archivos y dejar para la historia de Venezuela una ristra de documentos que los periodistas de aquí y de afuera no desperdiciarán. Dicen que la rabia nubla la razón y exalta la venganza pero, según Ramírez, no se justifica que se le persiga con tanta saña y se le acuse y se le exija al gobierno de Colombia que apruebe la solicitud de extradición en su contra. Y que lo hagan, para mayor cinismo, aquellos que hasta hace poco recibían sus favores en dinero.

 

 

 

Extraoficialmente, los allegados a Ramírez han dejado colar que a él le da la risa cuando el peticionario judicial (TSJ) garantiza que no lo someterán a la pena de muerte (que no existe en Venezuela, pero que la practican a diario las fuerza especiales de la Policía Nacional Bolivariana), que la condena no sobrepasará los 30 años de cárcel (límite claramente establecido desde el siglo pasado) y que garantizan su integridad física y el buen trato. Pues que se lo pregunten a Requesens (que está vivo de milagro) o al salvador de Hugo Chávez, el general en jefe Raúl Baduel, enterrado en una cueva sin derecho de recibir luz natural o con visitas esporádicas de sus familiares.

 

 

 

Se trata de un juego arriesgado que no ayuda a Maduro sino que lo hunde más en aguas peligrosas. Su entorno le siembra enemigos por todas partes con la intención de hacer escándalo y distraer la opinión pública. ¿Y si sucediera lo contrario, que el tiro le salga por la culata?

 

 

Editorial de El Nacional

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