Un nuevo 23 de enero
enero 22, 2017 9:55 am

 

 

Lo que todo ciudadano consciente de su amor por Venezuela debería colocar mañana, 23 de enero, como su máxima preocupación es la de sacar a su país de este basurero donde una camarilla de civiles y militares la ha hundido sin piedad. De lo que ocurrió aquella mañana de enero a lo tenemos hoy como república socialista hay una distancia tan grande que nadie, ni en sus momentos de mayor locura, pudo imaginar siquiera.

 

 

Los venezolanos salieron a la calle a luchar por la libertad, por la democracia y contra la corrupción militar y la tortura policial. El país que parecía encaminado hacia la consolidación de sus instituciones y el rescate de un futuro siempre incumplido, vio como sus ansias de libertad y de democracia eran decapitadas por un grupo de militares que pensaron que las Fuerzas Armadas podían gobernar Venezuela mejor que aquellas fuerzas civiles agrupadas en modernos partidos políticos.

 

 

Las corrientes desarrollistas en América Latina se instalaron entre los mandos militares porque atribuían el atraso de nuestros países a los sectores civiles que, en medio de sus luchas intestinas y sus batallas ideológicas y políticas, instalaban en el seno de sus organizaciones, y por ende en los gobiernos que instauraban a través del voto, una incoherencia organizativa que en nada ayudaba al esfuerzo inmenso y sostenido que se necesitaba para salir del atraso y de la decadencia.

 

 

Los militares hacían ver que solo con disciplina, orden y fuerza armada era posible no sólo impulsar un “plan país” coherente y sin fisuras, jerarquizado en la misma medida en que los mandos de las FAN se ataban unos a otros en la sucesión de sus promociones y en la meritocracia interna.

 

 

Pero ordenar un país no es hacerlo marchar disciplinadamente hacia el frente de batalla. Una sociedad que no guarde en sí misma la posibilidad y el derecho de revisarse y cuestionarse en sus actos públicos es poco menos que un cadáver, un cuerpo inerte, incapaz de inspirar otra vida.

 

 

Desde luego que aquellos oficiales de las Fuerzas Armadas, formados en la famosa escuela de Chorrillos, en Perú, instituto de élite por decir lo menos, no son parecidos ni de lejos a estos genios que llegaron donde están hoy apalancados en la amistad y el compañerismo.

 

 

Y no se trata de herir a estos señores sino de colocar sobre la mesa el desplome en la formación profesional de quienes eran capaces en el pasado de dirigir empresas que asombraban profesionalmente, ya sea como construcciones de todo tipo o la fundación de ciudades que acompañaban proyectos exitosísimos como la CVG, la represa de Guri, la autopista al Litoral, y no lo que se construye hoy, que no son nada más que imperios de corrupción.

 

 

Los de hoy no son capaces ni de reprimir el hampa en los barrios ni de asumir que cometieron una masacre en Barlovento o en Cariaco. No dan la cara, no renuncian, no parece importarles el honor de la Fuerza Armada.

 

 

Olvidan que cuando el 23 de Enero de 1958 el pueblo no rechazó ni persiguió a los militares con grado de coroneles, o comandantes o mayores, ni capitanes ni tenientes y menos aún suboficiales. El pueblo no atacó a la FAN, la glorificó, la amó y la recibió en sus brazos. Es tiempo de volver a querer a nuestros soldados, nuestros marinos y nuestros aviadores.

 

 

 

 Editorial de El Nacional