Un incesante golpe de Estado
diciembre 19, 2019 7:01 am


 
 Años atrás, en una entrevista exclusiva concedida a este diario por el finado presidente Hugo Chávez (antes de pelearse definitivamente con El Nacional), al periodista que sufría el encargo de oírlo hablar se le ocurrió iniciar la contienda tomando la iniciativa de preguntarle –sin que mediara una atmósfera agresiva, innecesaria por lo demás– sobre la razón de sus éxitos civiles y el por qué de su derrota en la única acción militar que había preparado con tanta astucia, secreto y tesón.

 

 

«¿Cuál derrota?», preguntó con aire de sorpresa, como si nadie se hubiera enterado de que, precisamente, él había comandado un intento de golpe de Estado que terminó en un clamoroso fracaso, con muertos y heridos, un asalto a La Casona, la residencia presidencial donde una sensata y serena primera dama trataba de salvarse ya no de un magnicidio (su marido, el presidente Pérez, no estaba allí) sino del primer feminicidio de la moderna democracia venezolana.

 

 

Corrió con suerte el histórico golpista porque una cosa era capturar a Carlos Andrés Pérez y pasarlo por las armas, y otra, muy diferente y bochornosa, acabar con la vida de una mujer pacífica y benéfica, como era la esposa del presidente. Menuda humillación para unos cuerpos de élite entrenados para rematar al enemigo imperialista.

 

 

Corrió el comandante con suerte porque el honor de la Fuerza Armada hubiera quedado por los suelos, o quizás más abajo. Atacar una residencia poblada por mujeres y escasos soldados, que se batieron como leones, obligaba a una investigación rigurosa del fracaso.

 
 

Contaba el periodista que el jefe de la revolución respondió a su pregunta sobre su derrota militar diciendo “¡Eso no es cierto!”, y que aquel día más bien se había “iniciado un proceso histórico”. Negaba el hecho a pesar de que en cada acción militar la derrota es una posibilidad inevitable. Y mucho más cuando se atenta contra la democracia, como ocurrió en Perú con Alberto Fujimori, preso, desmejorado y humillado ante la historia.

 

 

Pero pasado todo este tiempo de represión y desgracia, de hambre y de corrupción, del nacimiento de una burocracia civil y militar que se escuda tras la imagen de una valla publicitaria y una cara que solo funciona para escudar a quien no tiene el valor de aparecer pero sí para acumular riquezas y pervertir las instituciones del Estado; valdría la pena preguntarse si aquel intento de golpe de Estado no se ha detenido, o sigue vivo y apenas acierta a detenerse para respirar o ganar tiempo cuando a sus pulmones les llega el aire enrarecido de la ira del pueblo.

 

 

Hoy vuelve el Tribunal Supremo a contradecir aquella voluntad expresada un diciembre democrático –sin presión y argucia alguna–, a decir que los votos son inservibles, que son pañuelos de papel para limpiarse la nariz y tirarse a la basura, a perseguir diputados elegidos por el pueblo.

 

 

Y es que el golpe militar iniciado aquel desgraciado febrero no se ha detenido nunca. Continuará hasta que, como siempre sucede y lo enseña la historia, la dictadura se desplome. Nadie dura tanto, nada escapa a su inevitable deterioro.

 

Editorial de El Nacional

 
 


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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