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Un diccionario útil y necesario

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Un diccionario útil y necesario

Relatoría Especial para la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos instó a Venezuela a derogar la Ley contra el odio aprobada esta semana, por considerar que puede conducir a una grave afectación del derecho a la libertad de expresión en el país.

 

 

 

No le falta razón a esta instancia de la CIDH cuando alerta sobre las consecuencias inmediatas de esta ley que, a los pocos días de sancionada, ya ha incentivado el odio contra ella en sí misma. Menudo boomerang ha lanzado al aire el señor Maduro y su “constituyente inconstitucional”, por decir lo menos.

 

 

 

Aparte de otros peligros, la amenazadora ley nos promete un castigo de 20 años en la cárcel por escribir, pronunciar o cantar una frase que no le guste al señor Maduro. Y no es cuestión de risa porque entre los periodistas hay algunos como Ramón Hernández o Pablo Antillano, lenguas viperinas si las hay, que pueden terminar sus días tras las rejas porque son septuagenarios reconocidos.

 

 

 

Lo cierto es que no se trata de un chiste cruel sino de una realidad que está al cruzar la esquina. ¿Cuántas veces los poetas, los humoristas y los caricaturistas terminaron presos o exiliados por una frase de doble sentido durante la dictadura gomecista? Y qué decir de Job Pim al que los copeyanos le dieron soberana paliza por sus certeras e incesantes puyas contra el partido de orientación católica recién fundado. El hecho nunca fue olvidado, como pasará con esta ley madurista.

 

 

 

Encima de eso y por ser domingo no vale la pena amargarse la vida. Por ejemplo, cuando los adecos después del golpe del año 1945 avasallaban en el Congreso era costumbre que Andrés Eloy Blanco, gran poeta, además de poseer un fino y popular humorismo, le dijera a Luis Beltrán Prieto refiriéndose a su físico: “Todo el mundo tiene derecho de ser feo, pero tú, Luis Beltrán, realmente abusas”. Si en este momento un articulista dijera lo mismo de cierto personaje femenino que lleva la voz cantante en cuanto puesto le asignan, pues se armaría la sampablera a no dudarlo. O si uno de los tantos alborotadores de costumbre exclamara en público: ¡Aquí se va a armar la gorda!, pues no les quepa la menor duda de que el gobierno creerá que está ofendiendo a una señora de tendencias irreversibles.

 

 

 

A este periódico le han dado latigazos y carcelazos siempre, pero hay un episodio sucedido durante la dictadura militar de Pérez Jiménez que es ejemplar. Alguien colocó en una edición de este matutino una frase por lo demás jocosa referida a una manteca de cochino, muy usada en esa época, cuya marca era Los Tres Cochinitos. Da la casualidad que el ingenio popular denominaba así a los tres integrantes de la Junta Militar de la dictadura. Y de ahí a mandar la policía a la sede de El Nacional no pasó mucho tiempo. Está más que comprobado que a los dictadores no les viene bien un poco de humor y que lo reprimen tan duramente como pueden.

 

 

 

De manera que lo más aconsejable es solicitar al señor Maduro y su constituyente que nos haga el favor de anexar a la fulana ley un diccionario de las palabras prohibidas y de las permitidas, que también valen lo suyo.

 

 

Editorial de El Nacional

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