Trump y la democracia
marzo 28, 2017 10:09 am

 

No han faltado las analogías entre el presidente de Estados Unidos y el difunto presidente Chávez. En realidad no se parecen como gotas de agua, pero son muchos los rasgos que los acercan: el verbo desatado para pescar incautos, las ganas de avasallar de manera despiadada a los contrincantes, el mentir descarado y la intención de cambiar la historia, como si lo ocurrido en el pasado no tuviera valor. Sin embargo, la posibilidad de ubicarlos sin caer en exageraciones radica en contemplar el ambiente que los rodea o los ha rodeado. De allí brotan las diferencias.

 

 

 

El entorno ha puesto hace poco a Donald Trump en su lugar, por ejemplo, cosa que no sucedió en Venezuela con el comandante cuando gobernó a sus anchas. Después de un ataque desaforado contra la reforma sanitaria del presidente Obama, a la cual fulminó con dicterios infinitos y a la que prometió reemplazar por un sistema acorde con la tradición asistencial de la sociedad, tuvo que meter el freno. Venía cual Chávez, dispuesto a arrasar con todo, a no dejar ni los escombros del Obamacare como el otro quería con los vestigios de la “cuarta república”, pero el empeño le salió muy caro.

 

 

 

No cambió ni un milímetro en su estrategia de ataque feroz contra la iniciativa de seguridad social del anterior mandatario. Al contrario, no le dejó hueso sano desde su mudanza a la oficina oval, pero lo que era oval se le volvió cuadrado, le puso el mundo de cuadritos. A él, nada menos, al sempiterno triunfador, al arrogante constructor de torres, al hablachento animador de televisión, al anunciador de la fundación de una nueva potencia avasallante que levantaría los pilares de un imperio deteriorado.

 

 

 

¿Qué le pasó al rubio heraldo del nuevo norteamericanismo, al campeón de una contrarrevolución anunciada como rectificación universal y como panacea para los ciudadanos desatendidos? ¿Por qué no le dio boche clavado al Obamacare de sus tormentos? Topó con la democracia, fue controlado por la representación popular; descubrió que, así como se abrían para recibirlo en medio de ovaciones, las puertas del Capitolio se cerraban con siete llaves para detener las decisiones que sus habitantes juzgaran como inconvenientes.

 

 

 

No solo los representantes del partido demócrata, derrotados en la víspera,  sino también los voceros del partido republicano que acababan de celebrar su triunfo, consideraron que no podían aprobar una disparatada reforma que pudiera traer graves consecuencias. Por aquí no pasa en esta ocasión, Mister President, porque su voluntad no se puede convertir en ley porque a usted le da la gana, afirmaron los diputados y los senadores de los dos partidos.

 

 

 

Si se quieren hacer comparaciones entre las conductas de Chávez y del chavismo en general, frente a los caprichos de nuevo presidente de Estados Unidos, se debe considerar, en el caso venezolano, el predominio de las carencias ante las cuales se impone la voluntad y la arbitrariedad de un hombre y de sus acólitos. Aquí no hay instituciones, no hay Estado de Derecho, no hay autonomía de los poderes públicos. Lo más parecido a un paraíso con el cual seguramente no dejó de soñar un magnate desde su alcoba de la Torre Trump. Tal vez por eso Maduro lo ve con buenos ojos, y también con compasión antidemocrática.

 

 

Editorial de El Nacional