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Tormenta en el mar Caribe

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Tormenta en el mar Caribe

 

Que la oposición y el gobierno se reunieran secretamente era una opción distante hace apenas unas semanas, toda vez que la inestabilidad política a que el país ha estado sometido en los últimos meses la hacía impensable. Que la intención de reunirse fuera de Venezuela se conociera antes de que se efectuara era obvio, por lo difícil del secretismo en tiempos de globalización y de las características de los personajes involucrados.

 

 

Entre otros, habrían acudido a la cita los hermanos Rodríguez (Delcy y Jorge) los diputados del PSUV, Elías Jaua y Héctor Rodríguez y por la oposición Carlos Vecchio (Voluntad Popular), Alfonso Marquina (PJ), Timoteo Zambrano (UNT), Luis Aquiles Moreno (AD) y el secretario de la Asamblea Nacional, Roberto Marrero.

 

 

Ahora bien, el éxito de una reunión de este tipo depende del formato y naturaleza de la agenda, de quiénes son los asistentes y quién el facilitador del diálogo. Hacerla en Punta Cana fue una buena idea, pero el  factor clave es que exista verdadera voluntad de las partes para que ese espacio sea el inicio de un proceso de negociación sobre los graves problemas de la nación, de la importancia del respeto a la Constitución y del reconocimiento a  la nueva correlación política que existe en el país.

 

 

Se arranca con buen pie ya que se logró que el ex presidente del gobierno español, Zapatero, propiciara el encuentro con el visto bueno del gobierno y de la MUD, con el apoyo del secretario general de la Unasur, con la simpatía del Departamento de Estado y sin duda bajo el monitoreo del gobierno cubano. Por su parte, el ex presidente Samper informó al papa sobre los esfuerzos que se harían en esta materia, a la vez que pediría que el Vaticano no malinterpretara la cancelación de la visita del jefe de la Diplomacia de la Santa Sede a Venezuela.

 

 

Ahora bien, no es diáfano que este paso se dé en medio de un estado de excepción. Existe la duda razonable de que estamos ante un montaje similar a otras mesas de diálogo más recientes, y que el gobierno use la “buena fe” de sus “amigos ex presidentes” para debilitar la firme estrategia de la oposición de hacer el referéndum este año. Si fuese así, los días de negociaciones están contados.

 

 

Para la oposición, un firme propósito de diálogo pasa por el regreso al Estado de Derecho, la independencia de poderes, el revocatorio y la libertad de los presos políticos. La agenda que se acuerde debe asumirse en el marco de una negociación realista y flexible.

 

 

Zapatero se equivoca cuando dice que “el diálogo es un camino largo y difícil”. Seria así si no tuviéramos una Constitución diáfana que establece claramente los derechos constitucionales que las partes deben honrar.

 

 

Quienes representen a ambos sectores no solo deben contar con el respaldo de la dirigencia sino que, a su vez, deben ser personas que  logren sentarse a hablar con las herramientas de la racionalidad, de la experiencia negociadora y no de la pasión, que es mala consejera en cualquier intento de aproximar visiones en conflicto.

 

 

Editorial de El Nacional

 

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