El caso de Tibisay Lucena se asemeja al de muchos otros funcionarios del régimen chavista, aunque ella compite por los primeros puestos en cuanto al daño producido por su funesto desempeño. Su figura se ha convertido en símbolo del engaño y el fraude, ejecutados con la aparente serenidad de un sonámbulo. Pero en realidad, como todos lo intuimos, la exrectora del CNE actuó a plena conciencia de las mentiras y patrañas que infligió a sus compatriotas a lo largo de años.
Interesa, en ese orden de ideas, constatar que el régimen chavista ha reproducido las instituciones de la llamada cuarta república, que preferimos designar como República Civil, pero pervirtiendo los fines para los cuales una vez existieron. La asamblea constituyente no genera sus propias leyes ni controla al Poder Ejecutivo, tampoco realiza debates, sino que sigue órdenes y calla. La Procuraduría se encarga de obstaculizar a como dé lugar la vigencia del Estado de Derecho. La Fiscalía, lejos de proteger a los ciudadanos, actúa como verdugo de la libertad. El Banco Central, de su lado, se ocupa de dilapidar nuestras riquezas y pulverizar nuestra moneda, en tanto que los militares, que abandonaron sus tradiciones, símbolos y compromisos, ahora se dedican a reprimir, torturar y matar a sus conciudadanos, y todo ello al servicio de la dictadura castro-comunista de Cuba.
En cuanto al Consejo Nacional Electoral, Tibisay Lucena le convirtió en instrumento de destrucción de las elecciones venezolanas. Bajo el régimen chavista el acto de elegir jamás ha sido libre y transparente. Ha sido y sigue siendo una farsa, escenificada con la pretensión de disfrazar un mando político dictatorial.
Es inevitable preguntarse: ¿qué llevó a una venezolana que se formó en tiempos de la República Civil, que por lo que sabemos tuvo una vida más o menos normal y hasta se aficionó a la práctica de ese hermoso instrumento que es el violonchelo, que la llevó, repetimos, a hacerse cómplice del atroz desgarramiento de nuestra sociedad? ¿La ideología, el dinero, algún recóndito resentimiento, otro motivo desconocido? ¿Qué ideología puede resistir la tangible comprobación del sufrimiento de millones de venezolanos, como resultado de la depredación causada por la mal llamada revolución bolivariana?
No nos es dado hurgar en estas profundidades psíquicas. Lo que sí podemos hacer es formular preguntas y evaluar realidades. Entre estas últimas se encuentra la tristeza, el pesar y desde luego también la rabia que suscita contemplar, ahora que ha culminado su carrera, los despojos éticos y políticos que deja atrás Tibisay Lucena. Nada existe que pueda redimir su trayectoria como funcionaria clave de un régimen nefasto, seguramente el más mendaz, maligno y pernicioso de nuestra historia.
Y es también ineludible interrogarse: ¿qué dice Tibisay Lucena a sus familiares, a sus amistades, a las personas a quienes ha conocido y frecuentado a través de la vida, pero que preservan un poco de dignidad, un poco de solidaridad hacia un pueblo empobrecido, oprimido y desprovisto de ilusiones? Esta pregunta, desde luego, puede válidamente hacerse con relación a numerosos individuos que han servido al proceso de sumisión de nuestro país a la Cuba castrista, a la conversión de Venezuela en un país paria, centro de operaciones subversivas, paraíso de terroristas y promotor de desgracias para otros.
En fin, ¿qué más puede decirse acerca de una persona tan nociva en su desempeño político? Quizás tan solo resta expresar un genuino e inmenso abatimiento, el que genera comprobar la ruina en que puede concluir una carrera pública, que se desvía de lo que en teoría y por razones éticas debía haber sido, y culmina en una fatal decepción.
Editorial de El Nacional
