Mantener cierto grado de escepticismo ante las novedades no es algo malo. Para empezar, te evita subirte al desbocado tren del hype que generan algunos lanzamientos -aunque a veces es inevitable sentirse tentado a ello- y también porque es una estrategia sabia y bastante eficiente para evitar chascos cuando, al final, las expectativas superan a la realidad.

El que diga que no se sintió sorprendido por ese Mario campando por una ciudad con seres humanos miente; eso o lleva desconectado de las aventuras del fontanero desde sus primeros años. Escuchar, además, que Nintendo iba a apostar por un acercamiento con tintes de mundo abierto como ocurrió con Sunshine fue el colofón para que mi parte más escéptica despertase de su letargo. Super Mario Odyssey daba motivos para no entusiasmarse por él.

Un cambio de rumbo evidente

Ya que hablamos de primeras impresiones moderadas, soy de los que también se echó atrás al ver las atalayas del nuevo Zelda, ya en el tráiler del E3 de 2016. Ir desbloqueando las partes del mapa subiendo a torres es algo más propio de cierta saga de encapuchados que, bueno, ya sabéis porqué se ha tomado un descanso. Una rotura de los elementos fundacionales de la franquicia no entusiasmaba si eso implicaba tomar prestados elementos del mundo abierto más manido, pero ya veis cómo ha terminado siendo Breath of the Wild.

A principios de semana, Álex reflexionó sobre la buena noticia quesupone la llegada de Breath of the Wild para los juegos de mundo abierto, convirtiéndose en una referencia obligada para futuras entregas del género. ¿En qué lugar queda Super Mario Odyssey en todo esto? En uno inmejorable, tanto por partir del mismo lugar como porque, por ese mismo motivo, ambos juegos habrán coincidido en algún punto de su desarrollo. Imaginad las locuras que se pueden haber gestado en Nintendo con las ideas que hayan quedado fuera del nuevo Zelda.

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Por Confirmado: MariGonz