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Sobre shows mediáticos

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Sobre shows mediáticos

El vicepresidente para Comunicaciones, Jorge Rodríguez, se ha encargado de manejar el escandaloso asunto de la prisión exprés del presidente de la AN en unos términos que merecen especial comentario. No deja de ser extraño que sea Rodríguez el vocero de un problema de seguridad e inteligencia, o más bien de lo contrario, es decir, de inseguridad y brutalidad, porque deberían dar la cara los oficiales y los supersabuesos que tienen la sartén por el mango, si de veras la tienen, y no un vocero de los aledaños administrativos, pero quizá esto no sea trascendente ante lo que se ha atrevido a afirmar para salir del paso.

 

 

Su asunto no ha sido la consideración de una arbitrariedad que clama al cielo, sino la crítica de la manera de difundir la noticia. En lugar de explicar cómo pudo suceder un acontecimiento tan reñido con las normas mínimas de la disciplina policial, con la lógica de los procedimientos de investigación susceptibles de conducir a la captura de un supuesto delincuente y con el respeto de los mecanismos de obediencia que deben primar en operaciones de envergadura, la ha emprendido con los medios dedicados a hacer el trabajo de difundir una novedad que incumbe a la sociedad toda.

 

 

El problema del vicepresidente de Comunicaciones es mediático. Su atención se aleja de las infracciones cometidas por un grupo del Sebin armado hasta los dientes que aprisiona caprichosamente al presidente de la AN para dejarlo después libre como los pájaros del firmamento. Solo le interesa la crítica a los medios que se ocuparon de dar cabida a la información, unos medios de ultraderecha pagados por la tenebrosa chequera del imperialismo, repite hasta la fatiga. Aparte de que la mayoría de los medios que trabajan en el país forman parte de la cartera del régimen, es decir, dicen o callan lo que ordena el patrón, ¿quería un silencio sepulcral sobre una noticia que no podía ocultarse?, ¿quería que se guardara silencio ante un delito capaz de conmover a la ciudadanía y de sembrar preocupaciones fundadas sobre la vigencia del Estado de Derecho?, ¿pretendía que los pocos medios que aún actúan con autonomía se hicieran la vista gorda?

 

 

Sabemos el objetivo del tendencioso análisis, de la miopía impostada sobre el paso de un elefante que todo el mundo vio: no se debe detener la atención en averiguar quién dispuso la absurda detención del presidente de la AN, mucho menos en saber quién ordenó su liberación después de menos de una hora en manos de los sabuesos. O se debe pensar solamente, como sugirió en una primera tanda de declaraciones, que fue una decisión independiente de los captores, sin calcular lo que significa para la autoridad de los superiores y para la seguridad de los ciudadanos una autonomía de semejante tamaño, un dibujo libre que deja mal parados a los jefes y aterrados a los ciudadanos.

 

 

Sea cual fuere la razón de la insólita respuesta de Rodríguez, queda clara la magnitud de un ejercicio brutal de autoridad que trató de intimidar a la oposición que está saliendo de una infructuosa hibernación, y que exhibió las falencias y las contradicciones de una usurpación que, debido a su evidente estado de postración, trata de explicarse mediante una lengua tan superficial e irresponsable.

 

 

Editorial de El Nacional

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