Sobre los argumentos de Luisa Ortega Díaz
julio 2, 2020 7:13 am



 
 
 
 En unas declaraciones hechas recientemente, la fiscal en el exilio Luisa Ortega Díaz aseveró lo siguiente: 1) Que la oposición se ha dado por mucho tiempo a la tarea de satanizar el voto, como mecanismo de lucha democrática. 2) Que los procesos comiciales son una oportunidad para castigar las malas gestiones de gobiernos que generan hambre y represión. 3) Que Maduro incentiva el abstencionismo para avanzar con el poco apoyo popular que tiene y conquistar espacios. 4) Que la oposición debe concientizar al pueblo para que participe en las venideras elecciones parlamentarias, pues de lo contrario será copartícipe de lo que pueda ocurrir en el país. 5) Que las venideras elecciones ofrecen la ocasión de preservar el único bastión de democracia que queda en Venezuela, que se perderá “por el simple hecho de creer que no podemos ganar”.

 

 

Leemos en el diccionario de la Academia Española que una falacia es un engaño. Sin embargo, no pretendemos calificar las afirmaciones de la fiscal de esa manera. Acudimos a otras fuentes que nos indican lo siguiente: “Un argumento puede tener premisas y conclusión verdaderas y aun así ser falaz. Lo que hace falaz un argumento es la invalidez del argumento en sí. Se trata de un argumento que parece válido, pero en realidad no lo es.​ Algunas falacias se cometen intencionalmente para persuadir o manipular a los demás, mientras que otras se cometen sin intención. En ocasiones las falacias pueden ser muy sutiles y persuasivas, por lo que se debe poner mucha atención para detectarlas”. Consideramos que ni las premisas ni las conclusiones de los argumentos de Luisa Ortega Díaz son válidos, y lo que les hace falaces es precisamente la invalidez intrínseca que permea el planteamiento en su conjunto.

 

 

En primer término, la oposición no ha satanizado el voto en modo alguno. Ha sido el régimen el que lo ha prostituido, que es algo diferente. La fiscal sin duda recuerda que Hugo Chávez, cuando en su oportunidad se enfrentó a un resultado electoral adverso, advirtió que el mismo constituía una “victoria de mierda” para sus oponentes. Nada ha cambiado desde entonces y el régimen continúa pensando de igual forma. La oposición lo que ha hecho es exigir comicios limpios y transparentes, que el régimen se empeña en convertir cada vez en el tipo de material maloliente y repulsivo al que Chávez hacía referencia. El voto puede desde luego ser un instrumento válido de lucha, pero votar no debe ser equivalente a cometer suicidio, admitiendo las conocidas las tretas y fraudes del régimen.

 

 

A esa cruda realidad se enfrenta una y otra vez la Unión Europea, en sus esfuerzos por negociar una salida democrática a la crisis venezolana, de diferenciarse de Estados Unidos, de abrirse un espacio diplomático propio y mantener un equilibrio, como ocurre por ejemplo con el gobierno español, entre sus intereses económicos en Cuba y Venezuela, sus veleidades “progre”, y su aspiración de mediar una salida pacífica y legítima. Sencillamente, el régimen les echa en el rostro a los europeos, una y otra vez, abundantes muestras de la sustancia a que aludía Hugo Chávez, demostrándoles que en lo que tiene que ver con Raúl Castro y Nicolás Maduro no existen opciones civilizadas.

 

 

En segundo lugar, decir que las elecciones son una oportunidad para castigar la mala gestión de gobiernos incompetentes nos sugiere que la fiscal Ortega Díaz sigue anclada, y de manera positiva, en los instintos democráticos de la cuarta república o república civil, a la que tanto cuestionó. Las hipotéticas derrotas electorales no son para Maduro meros reveses temporales, en el contexto de un juego civilizado entre fuerzas equivalentes en lo ético y lo político. El desafío para Venezuela tiene que ver con la reconquista de la libertad y ponerle fin al régimen es la meta, no “castigarle”. Se trata de un error de óptica que es imperativo corregir. Se debe participar en elecciones si las reglas son justas. En ese sentido, tal vez la Unión Europea quiera explicarnos cómo le ha ido en sus conversaciones con las mafias que nos oprimen.

 

 

Sostener, en tercer término, que Maduro incentiva el abstencionismo no describe adecuadamente lo que en efecto ocurre. Maduro lo que hace es dinamitar a diario cualquier posibilidad de salidas democráticas, a través de elecciones en las que pueda existir la más mínima posibilidad de que su dictadura sufra una derrota. Partidos políticos intervenidos, dirigentes y militantes presos, incesante censura y persecución a la libre expresión; esos, entre otros, son los actos con los que el régimen “conquista espacios”.

 

 

En cuarto lugar, no entendemos por qué tanto empeño de parte de personas como Luisa Ortega Díaz, entre otras, que conocen al monstruo por dentro, en reivindicar unos comicios parlamentarios tan hondamente viciados y corrompidos desde sus propias bases.  Las elecciones son un medio, no un fin en sí mismo. Pueden, desde luego, en determinadas ocasiones, ser utilizadas para avanzar aún en medio de contextos represivos, pero lo que ocurre en Venezuela es que jamás, en momento alguno, el régimen ha estado dispuesto a conceder un milímetro en sus objetivos y aspiraciones hegemónicas.

 

 

Nos resulta inaceptable que la fiscal Ortega Díaz procure atribuir responsabilidades a la oposición por lo que pueda ocurrir en el país, con respecto al tema de las parlamentarias, cuando la lógica y los principios deberían centrarla en la crítica radical e implacable a un régimen mendaz y cruel. Todo ello siendo consecuente con la naturaleza criminal del régimen, que la fiscal ha denunciado con firmeza tanto en los medios de comunicación como ante la Corte Penal Internacional.

 

 

Finalmente, bien merece la pena que todos los demócratas venezolanos recordemos que no existe un único bastión de democracia en el país, sino muchos. Unos son más importantes que otros, desde luego, pero quizás el más importante es el de las convicciones, la voluntad, la perseverancia, la negativa absoluta a transigir con el mal, encarnado en la dictadura madurista. Lo único acerca de lo cual jamás deberíamos abrigar dudas tiene que ver con la respuesta a la pregunta, de rango ético: ¿qué debemos hacer? La respuesta es inequívoca: debemos resistir.

 

Editorial de El Nacional