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Será difícil desprenderse del recuerdo de un hombre comprometido con la causa de la democracia desde 1936, cuando era apenas un adolescente provinciano. Desde entonces no cesó en sus combates por la causa de la libertad, según la fue entendiendo a través del tiempo. Los combates que inició después de la muerte de Gómez, cuando los sucesores de la tiranía daban pasos vacilantes para desprenderse de una oscura herencia, cesaron apenas ahora, mientras ofrecía sus alientos de coraje cívico para combatir a la actual dictadura. Una vida comprometida con el destino de la sociedad deberá guardarse en la memoria.

 

 

 

Recordamos a Pompeyo Márquez como un tenaz combatiente contra la dictadura de Pérez Jiménez, que lo persiguió y encarceló sin doblegarlo. Fue el legendario Santos Yorme que coordinó la actividad clandestina del Partido Comunista para acabar con la oprobiosa militarada. También fue entonces el político dispuesto a dialogar con todas las fuerzas de la resistencia para lograr el mismo propósito de desembarazarse de Tarugo. Desde esa época mostró su reciedumbre, pero también su voluntad de concertación tras la búsqueda de metas enaltecedoras para la sociedad. Fue la tenacidad y la amplitud en una época dolorosa.

 

 

 

Recordamos a Pompeyo Márquez como dirigente del movimiento guerrillero contra los gobiernos de Betancourt y Leoni, pero también al líder que supo rectificar cuando comprendió los errores y los dolores infructuosos de semejante empresa. La afición a unas lecturas a las cuales se apegó desde la juventud, cuando los combates le daban tiempo, lo alejó de los dogmatismos para llevarlo a rectificaciones capaces de marcar y modificar  su biografía, pero también para que mantuviera fidelidad a su vocación de servirle a Venezuela.

 

 

 

Recordamos a Pompeyo Márquez escapando del Cuartel San Carlos, una acción que le dio mayor celebridad hasta el punto de colocarlo como interlocutor estelar del gobierno en los procesos de pacificación que cambiaron el rumbo de la política para hacerla más constructiva y más ecuánime. En esa orientación destacó después, gracias a  su laborioso trabajo de senador en el Congreso y a la actividad realizada en el seno de la Copre para enderezar el rumbo torcido de la democracia representativa.

 

 

 

Recordamos a Pompeyo Márquez en unas horas de trascendental lucidez, cuando rompió con el Partido Comunista para fundar el MAS, un  alejamiento definitivo de las orientaciones autoritarias y la oferta de una bocanada de oxígeno para vivificar el juego democrático. Fue entonces cuando Fidel Castro, desde las páginas del Granma, lo acusó de agente del imperialismo y de asalariado de la CIA. También lo recordamos cuando se divorció del MAS, debido a la colaboración de la menguada bandería con el régimen de Chávez.

 

 

 

Recordamos a Pompeyo Márquez como interlocutor  y ministro de Caldera en su segundo gobierno, sin que una sola mancha ensuciara su trayectoria. La memoria más reciente topa con sus batallas contra el chavismo, que no cesó ni siquiera en su lecho de muerte. Y con muchas ejecutorias enaltecedoras que no caben en los límites de nuestro breve escrito. El Nacional está de duelo por la partida de un venezolano excepcional.

 

 

Editorial de El Nacional

 

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