¡Vuelvan caras…!
marzo 24, 2018 3:41 am

“He hecho lo que he podido, la fortuna lo que ha querido”

Quevedo

 

¿Qué hacemos cuando no sabemos o no creemos saber qué debemos hacer? Confieso dudar a la hora de responder a los que, creyéndome avezado político o, acaso, sexagenario experimentado, me consultan sobre la respuesta ante el dilema interrogante que nos enfrenta como pueblo. ¿Votar o no votar?

 

 

 

Algunos se sienten serenos y tienen ya una decisión al respecto; pero yo, movido por una mezcla de emoción, ilusión y razón, he venido sosteniéndome en la postura de asumir la conducta que la unidad opositora recomendara; sin embargo, no hay unidad en la oposición o al menos pareciera extraviada. La unidad por la que clamo es una manera de no responder, me dicen algunos, y tienen razón.

 

 

 

Si la oposición estuviera unida como lo estuvo en diciembre 2015, en ocasión de las elecciones para la Asamblea Nacional, no hay dudas de que votar sería un deber, además de un derecho, un mandato y un cálculo al mismo tiempo. Ni con maniobras, ventajismo, violencia impediría el chavismo su derrota, pero hemos dilapidado el capital de la unidad y, ahora, somos una mayoría dividida entre varios segmentos opositores.

 

 

Juntos luciríamos invencibles, pero separados no. Comprometer la estrategia tiene un costo y hemos venido repitiéndolo; la unidad era y es la base para regresar la soberanía que los pobres delegaron en Chávez y luego fue usurpada por la oligarquía civil-militar que el difunto promovió y cuyo balance de gobierno es sencillamente desastroso.

 

 

 

Esa constatación no es de Perogrullo; debemos inferir y asumir sus consecuencias y ponderar el valor estratégico de la unidad en las contiendas contra adversarios entrenados y armados. La victoria es, por lo general, una combinación de factores que en concatenación ofrecen, como un sistema, prestaciones distintas que, sin embargo, coadyuvan a un resultado favorable.

 

 

 

Vienen a mi memoria algunas lecturas de antaño. Diálogos sobre el mando de André Maurois es una de ellas. El joven militar y el filósofo teorizan sobre la victoria o la derrota, etiología de las mismas, papel del azar. La vida las contiene, las conoce, las propicia, las padece. Viene Kipling y su poema brutal, Víctor Hugo y la interpolación de los miserables y, por bandas, evocamos a Sun Tzu, Maquiavelo, Clausewitz. Reviso mis textos viejos y hojeándolos descubro que ni las termitas inclementes los marchitan.

 

 

 

¿Qué hacer? Leí un artículo de Luis Manuel Aguana que constata que muchos se niegan a votar, pero, paralelamente, pocos se atreven a proponer otra cosa para acometer. Es como si nos quedáramos a la deriva, a la merced de lo que no manejamos. Imagino al piloto que en medio del tifón pierde el timón. Aguana devela con veracidad y crudeza aspectos de nuestro acontecer y regresa a la idea de una auténtica consulta popular, antesala de una asamblea nacional constituyente que, sin carecer de mérito o pertinencia en sus alegatos, tropieza a mi juicio con las dificultades propias de las opciones que requieren de cobertura institucional y, precisamente, la institucionalidad es la mayor víctima del depredador chavista. Pero en su descargo diré que de eso se trata, de que seamos también capaces de proponer, sustentar, postular una política para deliberarla y, consensuada, articularla o tal vez rechazarla, pero abordemos su búsqueda.

 

 

 

Lo cierto es que sigue la congoja, la angustia de la patria hecha carne en los que tienen hambre, sed, dolor. No hay hipérbole cuando pienso en las múltiples agonías de los que carecen del alimento elemental, de medicamentos básicos, del transporte para ir a trabajar o volver a casa. Del repuesto para el equipo, el carro, la máquina. La divisa para importar y mantener el negocio funcionando o para pagar el pasaje de aquellos que se van, porque solo si se marchan tendrán esperanza.

 

 

 

El pueblo, y me refiero a todos, aun a los que acompañan al oficialismo electoralmente, conscientes o inconscientes, requiere que rompamos el cepo de mentiras y la mordaza del CLAP, incluso, y levantemos el sesgo pernicioso del ideologismo trasnochado que nos han impuesto.

 

 

 

Lo peor sigue siendo el sistemático esfuerzo por desacreditar a los que piensan distinto, a los que condujeron el movimiento antes, o presentarlos como piltrafas, bazofia humana. Criticar, disentir, diferir no debe llevarnos a la segregación o a la marginación tampoco. Intentemos superar el momento hurgando en lo mejor de nosotros mismos y no exactamente en nuestro bajo psiquismo.

 

 

 

Imagino a Bolívar el 2 de abril de 1819 del otro lado del Arauca, teniendo en cuenta los guarismos que el estado mayor de su ejército le presentaba. Los realistas mucho mejor apertrechados y numerosos, caballería, infantería, artillería. Teóricamente, una batalla con todas las formalidades le sería inconveniente, pero las cosas a veces no son como uno quisiera, sino como ellas son. El Libertador no se quedó en Angostura, que semanas antes lo había visto pintar en su discurso una república de hombres libres, sino que se vino a edificarla, contra todos los pronósticos. Se tiró ese lance con la lanza de Páez y, en un instante, talló para la eternidad.

 

 

Lo que se haga para evitar que el chavismo madurismo siga, con las fallas que tenga ese ejercicio, es muchísimo mejor que no hacer nada o reducir la acción a las meras habladeras de pendejadas.

 

 

 

Nelson Chitty La Roche

nchittylaroche@hotmail.com