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Sin democracia no hay parlamento
Sin democracia no hay parlamento. Sin parlamento no hay democracia. Las funciones de representación, legislación y control confiadas por la Constitución a la Asamblea Nacional son propias de la democracia e inherentes a ella. Por eso es que la amenaza presidencial ante lo que califica, con énfasis poco creíble, como “hipotético negado”, sería sencillamente un golpe de Estado. Y entre los peores defectos de los golpes es que ninguno es el último.

 

 

Ha habido en América Latina gobiernos que han disuelto el Parlamento, pero no son democráticos. Lo hizo Fujimori en Perú y parecía salirse con la suya, hasta que la prepotencia y la corrupción hicieron metástasis. Lo hizo en los setentas el Presidente constitucional del Uruguay, y luego los militares lo dejaron tirado como a un vaso desechable. Desconocer la voluntad del pueblo porque no me favorece es antidemocrático de punta a punta.

 

 

La democracia como forma de vida, como proceso complejo siempre perfectible, requiere de reglas que se cumplan. Estirar las reglas como si fueran de goma, aunque sea con la ayuda de tribunales venales o sumisos, acaba venciendo la resistencia de materiales. Y no faltará quien, dado que se abrió la compuerta de la violación constitucional, se sienta en el deber de restaurarlas “como sea”.

 

 

Además de libertad e igualdad, la democracia requiere de responsabilidad. En gobernantes y en gobernados. En representantes y en representados. A la democracia la amenazan el individualismo y la corporativización, cierto. También la privatización del poder y sus instrumentos, por parte de un pequeño grupo que confunde un acta de proclamación electoral con un título de propiedad.

 

 

Es verdad que la responsabilidad política está condicionada por circunstancias socioeconómicas y acceso a la educación. Pero puede funcionar, y funciona, la democracia en pueblos con muchas carencias de ese tipo. Claro que mejor opera en sociedades más educadas e incluyentes, equilibradas, caracterizadas por la prosperidad con equidad. Aunque en crisis, ninguna esté a salvo de la venenosa demagogia.

 

 

Contaminan el aire de la atmósfera democrática el fanatismo, la arrogancia burocrática y la impunidad. Le cuesta a la democracia respirar en un medio donde esos tres existan en proporción

 

 

 

Ramón Guillermo Aveledo

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