Venezuela y su choque de trenes
enero 7, 2017 7:51 pm

Venezuela comienza el año como terminó el 2016 y, por los primeros gestos de las partes, sin perspectivas de mejorar. Es decir, no ha pasado la fiesta de Reyes y ya se perfila una nueva etapa de confrontación entre el gobierno del presidente Nicolás Maduro y la oposición, marcada por el choque institucional de trenes, la crisis económica, la inflación, el desabastecimiento y las escasas posibilidades de éxito de un diálogo que agoniza entre la desconfianza y el incumplimiento de los compromisos.

 

 

 

El Gobierno ya mostró su arsenal. Cambió al vicepresidente Aristóbulo Istúriz por Tareck El Aissami, autodeclarado “radical chavista”, como para poner a la oposición a repensar la conveniencia de seguir adelante con la idea de revocar a Maduro. Si por los plazos –que se vencen el próximo 10 de enero– ya es imposible, en caso de ganar un revocatorio, organizar nuevas presidenciales, la oposición tendría que aceptar como nuevo mandatario a El Aissami, un joven líder (42 años) que se ha caracterizado por llevar al extremo el ideario de su mentor, Hugo Chávez, que lo tuvo varios años como ministro del Interior. Algunos opositores pensarán que es mejor dejar a Maduro en el poder ante la posibilidad de que ascienda una figura de las credenciales marxistas de El Aissami, a quien varias denuncias lo vinculan con oscuros episodios de narcotráfico y corrupción.

 

 

 

También rediseñó Maduro su gabinete sin grandes novedades, salvo reubicar viejas caras chavistas como Adán, el hermano del caudillo, y el excanciller Jaua, además de fusionar las carteras de Finanzas y Economía, medida que empresarios y otros sectores del mundo productivo ven con escepticismo, pues consideran que la solución es un cambio de modelo, no la profundización del desastre actual.

 

 

 

Por los lados de la oposición, los primeros gestos los envió el nuevo presidente de la Asamblea Nacional, Julio Borges, quien reemplazó a Henry Ramos Allup, al perfilar la hoja de ruta que seguirá la Mesa de Unidad Democrática (MUD) para enfrentar lo que llamó “dictadura”. Anunció que el presidente será declarado en “abandono del cargo” por, según él, no cumplir sus deberes y llevar al país a una de las peores crisis. Su idea para destrabar el tablero político es realizar, aparte de las elecciones regionales que debieron haberse llevado a cabo en el 2016 –a las que el Consejo Nacional Electoral ha dado largas ante la ineludible certeza de que el chavismo perdería casi todas las gobernaciones–, unas elecciones generales adelantadas para la presidencia de la República e incluso para nuevo legislativo.

 

 

 

Pero hasta acá llega el choque de trenes, pues la tesis del chavismo es que la Asamblea está en desacato hace meses por decisión del Tribunal Supremo, lo cual inhabilitaría todas las decisiones que de allí emanen, incluyendo la designación de la nueva directiva. Y ni hablar del diálogo, mediado por el Vaticano y la Unasur y que tiene una reunión el 13 de enero, pero para la cual no hay ambiente.

 

 

 

Es claro que para la oposición fue un error estratégico y una decisión que los desconectó de sus bases en un momento de efervescencia que difícilmente se repetirá, y frente al chavismo más debilitado de los últimos años. Nada cambia en el 2017 para un país que más que desactivar las crisis parece hundirse aún más en ellas.

 
Editorial: El Tiempo