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Universidad y Chavismo

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Universidad y Chavismo

“Lo que natura no da Salamanca no lo presta “Del refranero popular

 

 

 

Una interesante experiencia vivimos hoy en el auditórium de la Facultad de Farmacia de la Universidad Central de Venezuela. Un par de cientos de profesores se hicieron preguntas y ensayaron respuestas con relación a la situación que el sector docente conoce, afligido y frustrado, irritado y desesperanzados sus miembros.

 

 

 

La Universidad es parte del país y desde luego, es inevitablemente arrastrada por el malestar que caracteriza a sus conciudadanos. El proceso político que algunos llaman revolución y que lideró Hugo Chávez y sus epígonos envolvió a la academia al comienzo en un mar de expectativas e incluso ilusiones. El discurso oficial se asentó en afirmaciones traídas de la retórica que animaba a una transformación profunda en procura del desarrollo y especialmente de revisión de las estructuras de un orden que medios de comunicación e intelectuales diagnosticaban como agotado, dando por sentado como diría Spengler que un ciclo se había cumplido. Parecía pues que el tallado de una nueva propuesta se iniciaba con la conducción del liderazgo crudo y patriótico que el pueblo había escogido como quién se enamora apasionadamente.

 

 

 

Un orden debía seguir a otro y en las contorsiones del cambio, la universidad pensó que jugaría un papel estelar ceñida a la convicción del saber y sobretodo, al sentimiento de que su rol no podía ser sino la de guía, faro, lucero de un nuevo tiempo. Asumió la demolición inicial del año 99 como un inexorable derribamiento del gravoso y ya ilegitimado marco de la República de Venezuela que en el juramento formal del ascendido Presidente y Comandante se hizo ante una constitución moribunda, por cierto, la más longeva y duradera de toda nuestra historia y la rectora más fecunda también del período más hacendoso en cuanto a ejecutorias públicas.

 

 

 

Pero pronto el artista mostró trazos de su genio. Detrás del galanteo del Don Juan de la demagogia se erigía un caudillo populista, diestro cultor del bajo psiquismo popular siempre proclive a enajenar su alma en un mercadeo de afanes lisonjeros. La adulancia se hizo regla y en un intercambio denodado el pueblo se convirtió en multitud, turba, tumulto y el otrora golpista en encarnación del poder y la soberanía.

 

 

 

Hábil y cínico, astuto y ladino el prócer constato que su gesticulación y su discurso como las mentiras y caprichos tropezaban, con la racionalidad y en particular con un elenco de analistas y bien formados ciudadanos sostenidos por su calidad intelectual y un imaginario democrático que lo puso rápidamente en jaque comenzando con aquel discurso del 5 de Julio de 1999 y las páginas trágicas pero hermosas del 11 de abril y su sacrificio además del forcejeo petrolero. Llamando a la muerte y a sus secuaces prevaleció, pero a costa la nación de un costo de oportunidad que no sabremos tal vez nunca ponderar en su dimensión deletérea.

 

 

 

El capítulo siguiente lo he llamado el ascenso de la mediocridad. La clase política ideologizada e inficionada de personalismo se dedicó a desgobernar y a destacar por una escogencia estratégica fundamental. Si antes eran llamados los buenos disponibles a ocupar los cargos y destinos importantes en el espectro todo de la conducción social, política e institucional, el engreído entendió y se rodeó de militares y segundones, de fieles y alabarderos y en ese camino de perseguir al conocimiento crítico acabo por victimar a la universidad cuya devoción por la verdad la hacía necesariamente sedicente.

 

 

 

La corrupción y la concupiscencia fueron la comparsa y lo que llamaron revolución no fue sino el descalabro, el saqueo, el latrocinio en un festival baltasariano que para mantenerse horadó la institucionalidad y la justicia desfigurándonos como proyecto nacional.

 

 

 

Vuelvo a la universidad que deambula perdida, errática, empobrecida y sin embargo consciente de que le debe al país otras batallas. Aunque sean estos tiempos viejos y de sombras.

 

 

 

Nelson Chitty La Roche

 

 

 

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