Una muerte cada vez más sospechosa
agosto 12, 2013 6:58 am

La nueva embajadora de Estados Unidos ante las Naciones Unidas, Samantha Power, merece crédito por haberle pedido al gobierno cubano que inicie una investigación creíble sobre la sospechosa muerte del líder disidente cubano Oswaldo Payá. Sin embargo, Power debería haber ido más lejos que eso.

 

La semana pasada, Power envió un tweet diciendo que acaba de plantearle al canciller cubano, Bruno Rodríguez, la necesidad de una investigación seria del misterioso accidente automovilístico del 2012 en el que Payá perdió la vida.

 

El disidente cubano, fundador del Movimiento Cristiano Liberación, era conocido en todo el mundo por haber organizado una petición que reunió más de 25,000 firmas en la isla para pedir un referéndum sobre si el gobierno cubano debía permitir la libertad de expresión y una democracia multipartidista.

 

Payá, a quien tuve el honor de entrevistar muchas veces, fue un verdadero Mahatma Gandhi cubano. Nunca alzaba la voz, y permanente predicaba un mensaje de no violencia y de reconciliación nacional. Muchos de nosotros lo veíamos como la mejor esperanza para la Cuba post-Castro.

 

Payá murio el 22 de julio del 2012, cuando el auto en el que viajaba se estrelló contra un árbol en una carretera del interior de Cuba. Payá, de 60 años, y su compatriota cubano Harold Cepero, de 32, los dos sentados en el asiento trasero, fueron declarados muertos poco después.

 

El conductor del auto, el joven político español Angel Carromero, y su copiloto, el activista político sueco Jens Aron Modig, sobrevivieron al accidente.

 

Carromero fue arrestado bajo cargos de homicidio vehicular, pasó cinco meses en una cárcel cubana, y fue liberado con la condición de cumplir el resto de su sentencia en España.

 

Tras el accidente, la hija de Payá, Rosa María Payá, afirmó que un auto del gobierno cubano había estado siguiendo al grupo, y que había embestido repetidamente desde atrás al auto en que viajaba su padre, hasta sacarlo de la ruta y estrellarlo contra un árbol. Como evidencia, dijo que los dos europeos habían enviado mensajes de texto a sus amigos en Europa desde el lugar del accidente, diciendo que estaban siendo seguidos por otro auto.

 

Pero los familiars de Payá no tenian pruebas sólidas en ese momento. Ambos europeos estaban recluidos en una prisión cubana, y Carromero había firmado una declaración en la cárcel avalando la versión gubernamental de los hechos.

 

Para colmo, Carromero tenía un historial de ser un pésimo conductor: había acumulado 45 multas en Madrid en los 15 meses anteriores a su viaje a Cuba. Y Modig, tras ser liberado de la cárcel cubana, dijo a los periodistas que estaba dormido cuando se produjo el accidente.

 

Pero la versión de la familia Payá empezó a sonar mucho más creíble unos meses después, cuando —ya en España— Carromero declaró a The Washington Post que había firmado el documento en la cárcel cubana bajo presión, y que varios autos de la policía secreta cubana, con sus características chapas azules, “nos venían siguiendo desde el comienzo”.

 

Carromero le dijo al Washington Post que la última vez que miró por el espejo del retrovisor antes de perder la conciencia, «vi que el auto se había acercado demasiado.

 

Por Andres Oppenheimer