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Una brújula por favor

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Una brújula por favor

 

 

Alguna cosa buena debe tener la ingrata experiencia de vivir este
socialismo del siglo XXI, la posibilidad de ratificar que es una ideología
desvalida de la más mínima posibilidad para tener éxito. Para colmo, también
esta incapacitada para reconocerlo. Mientras peor nos va, más propaganda que
lo niega. Lo insano es precisamente tener que vivir en disociación constante
entre el oprobio y su negación. Entre la mascarada y quienes aplauden ese
carnaval de la infamia. Porque eso es lo que nos está ocurriendo vale la
pena intentar un decálogo de la sensatez, un guión de lo correcto, un
conjunto de aforismos que nos impida el extravío definitivo. Invoquemos a
Hayek para el que esfuerzo sea válido.

 

 

 

1.      El socialismo solo puede funcionar como remedo de los sistemas
medievales, con hambrunas y desbandadas quitándoles el exceso de la
población. El resto lo hace la represión y el culto a la personalidad.

 

 

 

2.      El socialismo está destinado a fracasar como sistema económico,
porque solo los mercados libres, accionados por individuos conduciéndose y
negociando en su propio interés, podrían generar la información necesaria
para coordinar inteligentemente el comportamiento social. En otras palabras,
la libertad es un ingreso de información imprescindible en una economía
próspera.

 

 

 

3.      Los populismos se asientan en una falacia. Que es posible estimular
el consumo -y con el consumo, una ilusión de armonía- mediante el
crecimiento del gasto público y su concomitante penalización del ahorro.
Comerse el futuro, permitir el festín del gasto irresponsable, más temprano
que tarde conduce a los países a crisis imposibles de manejar sin que los
sectores más vulnerables y las clases medias no reciban un brutal castigo a
sus condiciones de vida.

 

 

 

4.      No hay mejor posibilidad para el logro de la prosperidad que una
política económica asentada en el quinteto del buen gobierno: ahorro
voluntario, inversión privada, límites al gasto del gobierno y equilibrios
presupuestarios, competencia de libre mercado y estímulo a la productividad.
La ausencia de esta fórmula en la esencia de la economía política lo único
que asegura es crisis creciente porque afecta la confianza inversionista y
atenúa el espíritu emprendedor.

 

 

 

5.      Las economías de la libertad se piensan para el largo plazo. Los
desafueros populistas se trajinan en el corto plazo. Los socialismos son
falsas soluciones para problemas políticos planteados erróneamente. Tal y
como lo dijo Isaiah Berlin, detrás del discurso redentorista de los enemigos
de la libertad se esconde una voraz ambición de poder. En la locura
desenfrenada que desempeñan para mantenerse en el poder los socialistas
corrompen la economía y se aseguran la ruina y el descalabro para sus
sociedades. Tarde o temprano el castillo de naipes se derrumba. La peor
maldición posible es la interferencia del gobierno en la economía. Las
justificaciones siempre suenan muy bien, los resultados siempre son muy
malos.

 

 

 

6.      Hay que desprenderse de la idea de que las soluciones públicas no
tienen costos sociales. Un “estado de bienestar con seguridad social y
seguro contra el desempleo” tiene que estar apalancado por ingresos reales y
no por la ficción de la impresión de billetes sin respaldo. Las soluciones
que se proveen los países tienen que ver con su productividad. El caso
venezolano, amparado en la renta petrolera -pretendidamente creciente e
infinita- no se sale de la predicción. Un país destruido productivamente,
sin empresas privadas, no tiene otra solución posible que renunciar a la
alucinación de la renta y ponerse a trabajar. Esto tiene dos exigencias
cruciales: el repliegue del intervencionismo y el derrumbe de todas las
barreras que obstaculizan el emprendimiento.

 

 

 

7.      El mantra de la buena política es estabilidad económica con
seguridad jurídica. La forma de instrumentarla es mediante la disciplina
fiscal y la abundancia institucional provista por el estado de derecho. No
se puede pretender que le vaya bien a una política monetaria subordinada a
las expectativas populistas del momento. El caso venezolano, patético por
extremo, es una demostración palpable: Un bono inventado cada 15 días.
Aumentos seriales del salario mínimo, son manipulaciones indebidas que usa
el régimen para tratar de sobrevivir un día más. Eso no tiene ningún sentido
si comprendemos que “no hay almuerzo gratis”. Ya sabemos que el desempleo no
se resuelve con gasto público. La estructura de la población económicamente
activa solo cambia su configuración si y solo si se promueve la inversión
privada, el libre mercado y la vigencia irreductible del estado de derecho
como garante de las libertades.

 

 

 

8.      Los controles de precios son una obsesión perversa que provocan el
envilecimiento creciente de la economía hasta hacerla inútil a los efectos
de la prosperidad. La ofuscación intervencionista destruye la capacidad del
mercado para ser un importante co-ordenador social. Los precios son un
instrumento de comunicación y guía, que incorporan información esencial. Al
destruir el sistema de precios nos vemos inhabilitados para cualquier
cálculo económico. Cada vez que se confunde valor con mérito se plantea una
terrible confusión. Los individuos no deberían ser remunerados de acuerdo
con algún concepto de justicia. Nadie merece nada que primero no haya
trabajado y que por lo tanto no sea el resultado de su capacidad productiva.

 

 

9.      Es muy fácil distribuir la riqueza ajena.  Los venezolanos tienen
una cultura que favorece el intervencionismo carnívoro, la gente aplaude el
rol falazmente justiciero del régimen, asumiendo como verdad que los
empresarios tienen alguna culpa que redimir, o que hay una porción del
pueblo que “merece” una reivindicación.  Los regímenes intervencionistas
practican y se lucran del saqueo, hasta que no queda nada que saquear, lo
que los coloca siempre en la necesidad criminal de usar indiscriminadamente
la represión. Terminado el festín se cae en cuenta que los pobres terminan
siendo más pobres y más violentados en sus derechos, y que sus “justicieros”
no eran otra cosa que una banda de ladrones corruptos.

 

 

 

 

10.     La violencia y la inseguridad ciudadana generan costos
incuantificables a las sociedades que las padecen. Si un gobierno no puede
garantizar la vida y la propiedad entonces tiene que ser sustituido por otro
cuyo enfoque ideológico y prioridades de políticas comprendan la importancia
de destinar recursos a lo esencial, aunque deban sacrificar lo accesorio. El
capitalismo de estado, una forma muy decente de designar malos arreglos
entre compinches, es una muy cara excusa que presentan los regímenes
socialistas para no hacer lo debido.

 

 

 

Como corolario recordemos siempre que la violencia socialista es una forma
de encubrir su nefasta incapacidad.

 

Victor Maldonado C.

@vjmc

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