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Un régimen de telenovela

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Un régimen de telenovela

Un espectáculo insulso de circo decadente. Ni siquiera cuentan con un elenco medianamente presentable que pueda lograr un producto de calidad. La tediosa telenovela del régimen ha batido record de quince años de supercherías y truculencias.

 

Viven contándonos historias de héroes de papel que utilizan su preponderancia para obtener los beneficios de un Estado al que manejan a discrecionalidad. Nos han transformado en espectadores silentes que observamos cómo se nos muere la patria. Muchos responden con la cobarde genuflexión del silencio cómplice.

 

Es un miedo tan arraigado en nuestras células que no hemos tenido el valor de cambiar de serie. Nos mantenemos sintonizando la misma señal para captar cómo unos energúmenos destruyen la nación, desde el horario estelar marcan la pauta de un proceso socialista que solo se sostiene por la renta petrolera.

 

Su historia es tan trivial como gastada. El fondo del drama es vendernos al socialismo como la solución mágica de los dolores del hombre. Aquellos militares que se alzaron en contra de la Constitución y las leyes de la república, quienes irrespetaron su juramento de lealtad y honor y mancharon el uniforme que prometieron honrar, caminaron a abrazar las banderas del totalitarismo.

 

Llegaron al poder aprovechando el despecho de la nación y se hicieron de la esbelta dama del botín. Le prometieron a todos que ahora sí la felicidad llenaría la comarca de anaqueles abarrotados de productos, con calles libres del hampa y las bajas pasiones. Una gestión novedosa e incorruptible que sirviera de ejemplo para el concierto de las naciones.

 

En donde la libertad se paseara con donaire por toda la nación mostrándose como la característica fundamental de un proceso de cambio profundo en la trama. Sin embargo, el protagonista inducido por Fidel Castro se envalentonó con el poder y se fue transformando en un perfecto troglodita. Sus ideas de cambio se quedaron en promesas y alzándose con las esperanzas de la gente convirtió su oportunidad en un diálogo de mudos.

 

Una terrible enfermedad liquidó rápidamente al protagonista de marras. Al guionista antillano solo le quedaba organizar unas pompas fúnebres con el regio ceremonial de la abrupta caída de un emperador romano. Se llenaron las calles de pueblo y copiosas lágrimas propagaron el rictus revolucionario. Miles marchaban tratando de observar el cuerpo en el ataúd del dueño de la sintonía por quince años.

 

Escenas desgarradoras del dolor multiplicado. Los herederos con los rostros compungidos ante aquel dilema. Soñando con ser los nuevos ídolos del horario estelar. Semanas de confusión hasta que la directriz antillana decidió que fuera Nicolás Maduro quien prosiguiera con la bufonada.

 

Diosdado Cabello estalló en cólera y su rolliza figura se alimentó con todo el arsenal del odio disponible. Tiene un escenario en la Asamblea Nacional en donde quiere mostrarse como un hombre inexpugnable, un ambicioso operador político deseoso de ser reconocido como la contrafigura del espacio televisivo. Con toda su malignidad encendió la pira de la venganza y fue tras la senda de sus adversarios: adentro y afuera. Es alguien que asume posiciones contundentes, jamás deja una presa viva. Es el ídolo del público que anhela la confrontación. Disfrutan de los episodios en donde agrede a quien se cruce en su camino.

 

Lo grave del régimen es que nos está hundiendo hasta el fondo. Su melodrama significa la ruina económica y moral de la patria de Bolívar. Son un pésimo folletín cubano por entregas. Capítulos llenos de historias sin mayor calidad para trascender, ejemplos de una mala televisión al servicio de un proyecto inviable. La revolución es una telenovela tan truculenta que parece un nido de serpientes en donde nadie se salva…

 

alexandercambero@hotmail.com

@alecambero

 

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