Cuando un Guardia Nacional persigue a un manifestante, dispara a quemarropa en el pecho; remplaza los cartuchos de municiones de plástico por plomo, metras o metales; o más aún, decide aplastar a un manifestante con una tanqueta, no es sólo una decisión individual, es un acto que lleva detrás una orden sugerida o directa. Ese uniformado se siente respaldado por sus jefes y con esos actos aberrantes siente que cumple cabalmente con la misión que se le ha encomendado.
Hace unos días circuló un video de entrenamiento de jóvenes guardias nacionales quienes trotaban al ritmo de una consigna dictada por el sargento en el que se señalaba: “quiero tener un puñal de acero para clavarlo en el corazón de un maldito guarimbero”. El degradante episodio muestra el extremo derrumbe ético y moral al que el chavismo ha conducido al componente uniformado y la esencia de una ideología extrema de izquierda que ha hecho suya desde sus orígenes, según la cual el que no esté con la revolución es un enemigo.
El episodio permite demostrar que para el chavismo todos aquellos que protestan, todos aquellos que piensan diferente son el “enemigo”, son una fuerza enemiga a destruir aún cuando sean venezolanos desarmados.
La propaganda ha tratado de tergiversar lo que ocurre, han hecho montajes de las imágenes, las autopsias de los 45 asesinados no han cumplido todas con el resguardo de la prueba, pero las evidencias, los videos, los testimonios indican que la mayoría de los asesinados y heridos han sido víctimas de las policías, GNB y sus colectivos armados.
Esa realidad ha trascendido al planeta entero y todos aquellos que directa o indirectamente han sido autores de esos crímenes estarán el resto de sus vidas con expedientes abiertos por delitos de “lesa humanidad”. Allí están los registros y no habrá lugar en el planeta para poder ocultarse.
El aislamiento del Gobierno de Nicolás Maduro sigue su ruta firme sin detenerse. El pasado jueves se conocieron las sanciones aplicadas por el Gobierno de Estados Unidos en contra de varios magistrados del Tribunal Supremo de Justicia. Al mismo tiempo, Donald Trump, durante su reunión con el presidente Juan Manuel Santos, declaraba que: “lo que sucede en Venezuela es algo que no hemos visto en mucho tiempo debido a la pobreza en la que se encuentra la población”.
Un importante aliado como el presidente saliente de Ecuador, Rafael Correa, declara que la crisis en Venezuela puede solucionarse con elecciones.
Esta última declaración de Correa, un socialista que se benefició de los negocios con el Gobierno de Hugo Chávez, comienza a deslindarse de Maduro. Seguramente mide su futuro político y no quiere que lo vinculen al derramamiento de sangre que se produce en Venezuela. Así Correa sigue el camino de Pepe Mujica, del socialismo chileno, de Unasur, la OEA y ahora también el Celac, ésta última, un patio trasero construido por el chavismo en el Caribe en el que no se produjo el esperado acuerdo para apoyar al Gobierno de Venezuela. Como una vez expresó el presidente Jaime Lusinchi que no quería ser: “Un poderoso pobre solitario” es lo que le está ocurriendo al presidente Maduro.
Si algún “éxito” ha logrado el Gobierno de Maduro en 4 años es acabar en el continente con el mensaje del Socialismo del Siglo XXI y el de la izquierda latinoamericana, que ahora busca renovarse y deslastrarse del chavismo, de la corrupción que manejaron los gobiernos de Chávez-Maduro, Lula y los Kirchner, como única forma de regresar al poder o mantenerlo.
La pregunta que resta es si alguna parte del chavismo se propondrá reorientar sus políticas, deslastrarse de la cúpula radical y reorganizarse para aspirar a un regreso renovado en un futuro democrático. Hasta el momento esa opción no la hemos visto, salvo en algunas individualidades que ya se ha pronunciado y que tal vez puedan ser seguidas por las bases electorales que aún quedan en el chavismo.
Francisco Olivares
Twitter: @folivares10
