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Un modo de querer

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Un modo de querer

 

“¡Pido a Dios que crezca el número de políticos capaces de entrar en un auténtico diálogo que se oriente eficazmente a sanar las raíces profundas y no la apariencia de los males de nuestro mundo! La política, tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común”.

 

Lo dice el papa Francisco en su Exhortación Evangelii Gaudium, recordando el documento Rehabilitar la política de los obispos franceses en 1999, y el mensaje de Pío XI en 1927.

 

Dos elementos fundamentales contiene el párrafo que merecen ser puestos de relieve, máxime en una situación como la nuestra actual. Uno es que hacen falta políticos de diálogo. Un diálogo, eso sí, que no se quede en la superficie, sino que sea eficaz al contribuir a “sanar las raíces profundas (…) de los males de nuestro mundo”. El otro es la reivindicación de la “tan denigrada” actividad política, como “altísima vocación” y una “de las formas más preciosas de la caridad”.

 

A la militancia política entré en la adolescencia, entre otras cosas, animado por la Doctrina Social de la Iglesia. En encíclicas como Mater et Magistra, de Juan XXIII, y la Populorum Progressio, de su sucesor Pablo VI. De esa actividad me retiré en 1999, cuando el Congreso fue enterrado tras velorio sin lágrimas, aunque nunca desertara de la ciudadanía porque la indiferencia es imposible. Y he vuelto en 2009. Atendí el llamado para coordinar la Mesa de la Unidad Democrática, con la condición mía, no solicitada, de no ser candidato a nada, que ya servir a la tarea histórica de construir la alternativa democrática venezolana basta y sobra.

 

Creo en la política como “profesión honorable”, tal como la vio Robert Kennedy, porque convoca “el chance para la responsabilidad y la oportunidad para el logro”. Así que, medida con esos baremos, resulta “una aventura verdaderamente emocionante”. Y si mantengo esta creencia después de 47 años, y persisto en la lucha sin rendirme aunque a veces sienta que las fuerzas me faltan, y me pregunto si sigo siendo responsable cuando no contribuyo suficiente al logro buscado y requerido, no es por una ingenuidad que a mi edad sería impropia, sino por la convicción profunda de que es lo necesario. Y demasiado temprano para olvidarlo, aprendí que la política no es el arte de lo posible, sino el arte de hacer posible aquello que es necesario.

 

Si la política es, como dice Francisco, de las “formas más preciosas de la caridad”, entonces no es sino un modo de querer. Y eso me gusta.

 

Ramón Guillermo Aveledo

rgaveledounidad@gmail.com

 

 

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