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Un largo camino

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Un largo camino

Se acabó la fiesta electoral. El próximo compromiso son las elecciones parlamentarias que posiblemente se realizarán a finales del 2015. Los resultados de las elecciones municipales están a la vista de todos para ratificar que no fueron ni tan malos como nos dicen ni tan buenos como los creemos. Pero más importante que repasarlos es calibrar cómo llegamos a esos resultados y cómo cada bando administró sus recursos para lograr lo que finalmente obtuvieron.

 

 

 

El gobierno se demarcó del pudor para jugar al terror hasta el punto de mostrarse como una dictadura que se ejerce sin demasiados complejos. ¿Hacía falta un diputado para aprobar la habilitante? Pues lo compraron. ¿Era necesario desincorporar primero a una diputada? Pues lo hicieron con la siempre dispuesta cooperación del poder judicial. ¿Era necesario demostrar que se puede ejercer la violencia con impunidad? Entonces comenzaron a golpear a los parlamentarios, allanar su inmunidad, demoler su reputación y retenerlos mediante “cordial invitación” de los organismos de inteligencia. ¿Hace falta compactar la moral militar? Pues se “desaparece” a un general retirado, que por quince días es torturado y silenciado, para después dejarlo botado en el sur del país. ¿Hace falta doblegar el compromiso de la oposición capitalina y por carambola ganar la Alcaldía Mayor? Fácil, se vuelve a inhabilitar a David Uzcátegui y ponemos en aprieto a la unidad democrática. No podemos olvidar tampoco que “el dedo de Nicolás” apostó al espectáculo vil, a la confusión entre cantantes, peloteros y comediantes, para transferir al campo político supuestas adhesiones faranduleras.

 

 

 

Pero lo mejor vino después. El régimen llegó a lucir arrinconado por una realidad económica que no le convenía y que no podían resolver como lo habían hecho hasta ahora, apelando a la demagogia rentista, porque en el camino se habían agotado las reservas internacionales. Entonces convirtieron esa debilidad en argumento electoral y así como antes vaciaron las arcas públicas, esta vez saquearon los inventarios y propiedades de los privados. Sacaron de la manga “El Plan de la Patria”, metieron la chola y aceleraron el tránsito fatal hacia el comunismo. Los militares dieron la cara y fueron ellos los que encabezaron las medidas bajo la poca sutil dirección de uno de ellos, quien sin rubor ofreció “un plasma para cada venezolano”. ¿Por qué no? Se preguntaba en cadena nacional ¿por qué esa no puede ser una aspiración legítima del pueblo? Y ante los aplausos debidamente preparados ordenó, uno tras otro, el saqueo del país.

 

 

 

Hay que decir que esas medidas no tuvieron los rendimientos esperados. Ni colocar “artistas” en condición de candidatos, ni arrasar la economía para convertirla en la verdadera opción plebiscitaria, como bien lo observó J.J. Rendón cuando comentó los resultados. Ganó algo, pero perdió mucho, y los mismos espectros de siempre, los suyos y los del país, lo siguen “esperando en la bajadita”. No creo que haya fortalecido su liderazgo entre los suyos.

 

Tampoco creo que haya resuelto los problemas económicos. Y para colmo, no doblegó a la oposición que exhibe victorias indudables, como haber retenido baluartes esenciales y ganado ciudades muy importantes, a pesar de que ellas sean las capitales de estados gobernadas por dirigentes oficialistas.

 

La alternativa volvió a demostrar que su activo más importante es la unidad. Contra ella no pudieron. Una crisis tan crucial como dejar sin candidato al municipio Baruta tuvo una respuesta inmediata y blindada por el consenso con que contó. Salió David y entró Gerardo para rematar una faena de alta participación e inmensa ventaja.

 

El segundo activo, tan importante como el espíritu unitario, es la legitimidad de la institucionalidad unitaria, conocida como la MUD, y la coordinación que de ella mantuvo su titular Ramón G. Aveledo. El tercer activo es el liderazgo político encarnado por Henrique Capriles, y que deberá ensamblarse cada día de mejor manera con estos nuevos dirigentes ahora a cargo de las más de setenta alcaldías que se lograron, y por otros que han mantenido vocería y actividad constante.

 

En manos de ellos está el poder superar el reto de conformar un equipo sólido, mutuamente complementario, con visión compartida y que en su conjunto representen una superioridad espiritual que todavía no mostramos. La disciplina temática y el trabajo organizacional serán las señales de lo que vayan logrando.

 

Hay un desafío que se debe encarar: ¿Cómo incorporar a la institucionalidad unitaria esa amplia gama de tonalidades oposicionistas que va desde el “abstencionismo militante” a la impaciencia de parte de la diáspora? Lo que no se puede hacer es ignorarlos. Tampoco aceptar que las críticas (muchas de ellas ligeras e irresponsables) horaden las bases de lo que hasta ahora se ha hecho. Con todos ellos hay que dialogar para aprender y corregir, pero sobre todo para mantenernos todos dentro de los estrechos márgenes del realismo político. No es fácil competir contra un monstruo autoritario, aunque tampoco es imposible.

 

Allí están las alcandías y concejales ganados, unos en ciudades principales y otras tantas es poblaciones pequeñas y alejadas. Tiene que haber un proceso de mutuo reconocimiento y más generosidad como moneda de intercambio. Tal vez haya que construir una épica más colectiva y menos individualista, evitar los tremendismos, esforzarnos en mantener la alineación, sortear la tentación del aislamiento y apartarse del pecado de la arrogancia.

 

La meta debería ser salvar al país de esta dictadura con afanes totalitarios sin transigencias ni eufemismos. Pero para eso no podemos descansar en el afán de ser mejores, porque como dijo recientemente Ramón Piñango, “para triunfar tenemos que construir una propuesta cautivadora que nos integre como nación”.

 

Hemos recorrido un largo camino, pero todavía estamos a la mitad del recorrido. No hay atajos pero si elementos aceleradores. Nicolás puede estarse creyendo el cuento de sus propios éxitos. A lo mejor está sorprendido de su propia suerte. Maquiavelo decía que esa era solo el 50% de la fórmula del éxito.

 

La otra mitad consistía en virtud, y ya nosotros sabemos cuánto escasea por los alrededores del palacio. Pero Stendhal dice que hay algo más que se produce en la dinámica del poder y es que “un espíritu estropeado por una sucesión inaudita de éxitos y por el despotismo, podía resultar feroz por su turbación”. Tal vez ese sea también nuestro caso y estemos llegando al éxtasis del error.

 

Por Víctor Maldonado

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