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Un Estado privatizado y salvaje

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Un Estado privatizado y salvaje

 

 

He sido tan indiferente a la cabellera y al peinado de Donald Trump como a la consigna que desde el despido de 22.000 trabajadores de Petróleos de Venezuela clama falsamente que ahora Pdvsa es de todos. A partir del sospechoso triunfo gubernamental en el referéndum revocatorio de 2004 –y con la asesoría, dirección y control de la nomenklatura cubana–, el Estado venezolano fue sometido a un riguroso y profundo proceso de privatización similar al que pusieron en práctica los bolcheviques en Rusia y los barbudos en Cuba.

 

 

 

El grupo político en el poder, primero con el nombre de Movimiento Quinta República, que hablaba de “proceso”, y luego, libre de velos, como Partido Socialista Unido de Venezuela, que asumió sin ambages el socialismo y todo lo que significa en cuanto a crueldad, injusticia y fracaso económico y social, se ha dedicado en los últimos trece años a administrar como suyos los medios de producción, la renta petrolera y los tributos nacionales. Ahí están sus cuentas bancarias, fuera y dentro del país.

 

 

 

Elías Jaua y Loyo, pistola al cinto, arruinaron el campo, vaciaron los potreros y convirtieron en tierra yerma los fértiles valles de Aragua y del Turbio, pero también las de Guárico, Portuguesa, Monagas y los Andes. En el hato El Frío, luego de la administración del capataz Aníbal Espejo, no quedan ni chigüires; y en el centro genético Florentino, montado en La Marqueseña, todavía esperan por el parto de los montes, pero abundaron las terneras asadas y los sigilosos envíos al matadero. Jorge Giordani nunca pudo probar un risotto preparado con la cosecha del arroz cuya siembra lo hizo llorar en cadena nacional de radio y televisión. Ahora todo se importa. Mejor, todo lo importan ellos, triangulado con los cubanos, hasta la construcción de viviendas, las gavetas para meter pobres que tanto decía odiar Fruto Vivas, hasta que le dieron contratos y masajes sostenidos al ego.

 

 

 

No son más de cuarenta, como los del reparto de Ali Babá, los sujetos que en los últimos trece años se han repartido los cargos, las prebendas y los honores, mientras predican amor y paz. Aparecen en todas las directivas y son el alma de las fiestas. Se despachan y se dan el vuelto, sin rendir cuentas y sin otra responsabilidad que ser leales a la cofradía. Son los dueños del país y el próximo paso es adueñarse de los habitantes. Ya tienen en su poder “la reserva de dominio” de todos los ingenuos que, a cambio de la esperanza de asegurarse una bolsa de comida, “obtuvieron” el carnet de la patria. No es el Estado al servicio de la sociedad, sino la sociedad al servicio del Estado, en manos de una manga de rufianes. Cedo en préstamo lata de consuelo de tontos y un par de piedras del camino del infierno.

 

 

Ramón Hernández

@ramonhernandezg

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