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Últimos carnavales rojos rojitos

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Últimos carnavales rojos rojitos

 

No me vengan con el cuento y esperen que yo les crea. Estaban bailando con un negrita que allá en el palacio bien revolotea. Sí señor, tremenda rumba la de los últimos carnavales rojos rojitos en el palacio presidencial. A Miraflores le hicieron un trabajito teatral, trucos de la tramoya, y la pusieron igualita a la Casa Blanca con Salón Oval y todo. El animador era, por supuesto, Winston Vallenilla exhibiendo el disfraz que usó el gobernador de Nueva Esparta cuando casose. Bien rococó y bizarro por cierto.

 

 

Carlos José Mata Figueroa había dejado el traje un poco sudado y con tenues antifragancias, como se dice, piche. El general en su laberinto unió lazos con una linda joven, cambiando una modelo 1971 por una modelo 1990. C’est l’amour se repite orgullosamente. Winston Vallenilla estaba con Roque Valero, este último usando una peluca igual a las que se encasquetaba sempiternamente Celia Cruz. Era híspida, colorada y larga. Roque gritaba “Familia”.

 

 

Los hermanos Primera llegaron también a cantar con varias facturas en dólares que les debían de los conciertos anteriores, de la última campaña electoral presidencial. Servando y Florentino no quieren para nada bolívares. Les dan grima, urticaria y estornudos. No hay aparición al lado de los chavistas que no vaya precedida por un generoso contrato que empieza con la pequeña cifra de 50.000 dólares. Solidaridad ni de vaina. Billete. Ellos son revolucionarios pero…cómo le gustan los verdes y el contris clus. Sus casitas en Puerto Rico son bien bonitas.

 

 

Se presentó de repente alguien parecido a Osmel Sosa con dos docenas de muchachas bien sexys. Una comparsa de bellezas. Un adelanto de Miss Venezuela, nadie sabía quién era hasta que un hombrecito juró que se trataba de Nelson Merentes disfrazado. Señores lectores, yo, que estaba allí, confirmo su genuina apariencia, era el propio Osmel con capa y todo. Por cierto, el hombrecito que denunció al matemático tenía cara, lentes, tamaño y un tumbaíto igual al turco Jaua. Lucía más joven. Todos quedamos estupefactos cuando gritó: “Maduro escucha, esta es también tu lucha” y se le vio un saco de piedras colgando de su espalda, evidentemente que era Elías Jaua viejo disfrazado de Elías Jaua joven. ¡Tremendo disfraz!

 

 

En el salón de los espejos apareció Diosdado Cabello hablando de la autonomía de los poderes públicos, de la importancia de la Asamblea Nacional, de lo dañino que había sido el intento de golpe de Estado de Chávez, exigiendo que los militares regresaran a los cuarteles y de lo urgente de hacer las elecciones. Preso de pánico, Darío Vivas, a quien por fin lo invitaron a un sarao, pese a que todos los equipos de tarima, sonido y luz pertenecían a una de sus empresas, le arrancó la careta al supuesto Diosdado y apareció la cara de Julio Borges, quien no se inmutó y siguió bebiendo champagne hasta altas horas de la madrugada. Tenía la chapa de presidente de la Asamblea adosada en la correa, tipo CSI. En el jardín de la derecha siete generales estaban con un ropaje de: harina PAN, arroz, pasta, mayonesa, yuca, queso y leche. Eran los generales del CLAP. Se veían de lo más ridículos. Gordos y mal vestidos.

 

 

En el Salón Japonés libaban cuatro damas emperifolladas, cada una con una maquinita lectora de huellas destinadas a descubrir mediante la imagen dactilar quién era cada quién, dado que todos estaban camuflajeados. Sobre todo para conjurar el peligro de que varias damas o caballeros del bando opositor pudieran disfrazarse de negritas y con el grito: ¡A qué no me conoces! empezaran a manosear a los verdaderos invitados. A meterle mano, como se dice. Las damas estaban transformadas smarmáticamente. Dos de ellas, completamente curdas, se cruzaron altisonantes palabras disputándose quién era la verdadera presidenta. ¿Quién manda más? Un alcalde, bien conocido, que había llegado en un flamante automóvil Audi, las mandó a callar repitiendo la frase: “En esta vaina mando yo”. Las otras dos rectoras simplemente exclamaban: “Pase por aquí, meta su dedo”. “Valídense”.

 

 

Casi nadie les hizo caso, salvo una mujer bien elegante, con una foto de Bush prendida en el pecho, ella, la mujer bien trajeada, en medio de una serie de llamados a celebrar el cumpleaños de “El Salami” el más pran de todos los pranes, rezaba una letanía: “De los pranes provendrán los mejores líderes sociales y gerenciales, pues para ser un pran hay que tenerlas cuadradas”. If you can be a Pran you can be anyone. Sin trabajo, sin casa y sin pan aquí manda un pran. Cuando la peluca se le rodó, las masas invitadas pudieron ver una maraña de pelos desordenados, se supo de inmediato que era Iris Valera disfrazada de María Corina Machado. Las sorpresas seguían y seguían. Parecía que no había cama pa’tanta gente. Pero sí había, pues donde caben 90 caben 100. Entren que caben 100.

 

 

Apareció Ernesto Villegas hablando maravillas de Globovisión. De la importancia de la verdad en las comunicaciones. De cómo se arrepentía de haber engañado al mundo chavista mintiendo sobre la salud del presidente, alegó en su favor que su criterio se basaba en el informe de aquellos tres médicos, no sé si recuerdan los lectores, que salieron prestos, lisonjeros y planetariamente zalameros y jalabolas diciendo que Chávez estaba totalmente curado y en plena batalla. ¿Dónde carajo se habrán metido Fidel Ramírez, Earle Siso García y Rafael Vargas, los tres médicos chiflados que formularon tal afirmación? Por supuesto que ni de vaina habían sido invitados al aquelarre carnavalesco. Mario Villegas que estaba coleado en la fiesta, y es uno de los tres hermanos periodistas del clan Villegas, gritó: Ese no es Ernesto, ese es Vladimir disfrazado. Se sintió alivio en la sala.

 

 

Había un negrito viejo de lo más bochinchero, con una dientamentazón que parecía la baba que se comió a Mercedes. Aunque viéndolo bien, de cerquita, resultó ser Aristóbulo. El hombre se había puesto una peluca que le prestó ustedes saben quién del Servicio Exterior. Antes, un Sebin trató de arrancarle la supuesta máscara a Aristóbulo agarrándolo por los cachetes y halando con fuerza hasta que se convenció de que no era un disfraz sino la misma cara del afrodescendiente. Por cierto, la ministra de foreign affairs que tenía invitación de primera se puso un traje de “arrocera” y se coleó en la fiesta trepando por la ventana como viene sucediendo desde aquel bonche mercosureano en Buenos Aires donde se metió a gritos, empujones y kung fu y nadie la estaba esperando.

 

 

Los manjares aunque se veían bonitos, bien presentados, exquisitamente preparados, tenían un cierto olor a podrido. El jefe de ceremonias, el educado Jorge Arreaza, explicó que se trataba de algunos platos, viandas y comidas disfrazadas de “Pudreval”. En un rincón de la pista siete negritas bailaban. Todas estaban con un trapo negro en los ojos que se lo quitaban a cada rato para decidir cuál era el mejor disfraz. Eran las juezas del concurso. La comparsa TSJ. (Todos Serán Jodidos). En estos actos revolucionarios y festivos todo es falso, no hay nada verdadero. (Perfectamente apropiado con el estilo de gobierno de los últimos 17 años, agregaría quien esto escribe). Vimos un flaco más flaco que cualquier flaco que tenía el número 500 en la espalda, en el pecho, en los brazos, en la frente, en las piernas, en las nalgas. Nadie sabía qué disfraz del diablo era ese hasta que Ricardo Sanguino, el nuevo y flamante presidente del BCV declaró que era un billete de 100 bolívares disfrazado de uno de 500. Duro de matar. A mucha gente le pareció una burla al Rey Momo.

 

 

La sorpresa la dio la Primera Bailarina, la Primera Comadiente, la Primera Viajante del País cuando exclamó que Leopoldo López era un héroe, un ejemplo como preso político. Dijo que tenía más días preso que el mismísimo Chávez después del golpe de Estado, pues mientras el militar había estado encanado algo más de dos años, López llevaba más de tres. Reclamó la vigencia de los derechos humanos y la protesta. En el salón hubo un silencio. Pandió en cúnico. Nadie se atrevía a quitarle el disfraz temiendo que fuera la mismísima y no una representación. Un ramalazo de pelo amarillento apareció sobre su frente cuando la dama en cuestión trató de secarse la cara para seguir su discurso. Allí, en ese instante, exclamó a todo pulmón, la exministra de Agricultura Urbana, Emma Ortega: “Esa es Lilian Tintori tratando de parecerse a la Primera. Púyenle los ojos con los tenedores de la cena y si tiene bolas, pues, escachápenselas”.

 

 

Ante tales gritos el Rey Momo declaró terminada las fiestas patronales miraflóricas. Todos huyeron cuando repentinamente el Rey Momo en sí mismo se libró de la falsa vestimenta y apareció Donald Trump diciendo: The party is over. Get out of my House. A correr se ha dicho. Esa sí fue la Fiesta Inolvidable. Yo estuve allí actuando de mesonero. Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

 

Eduardo Semtei

@eduardo_semtei

 

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