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Prometí acompañar a mi familia durante dos de los nueve días que pasaron en nuestra siempre grata Margarita, aunque ya no sea lo mismo por la inseguridad, los decadentes servicios y la escasa provisión de sus anaqueles. Pero las playas, el sol, las ciudades y pueblos la gastronomía y, sobre todo, los margariteños, siguen ahí y eso nos basta.

 

Viajé martes en la noche para aprovechar mi día de trabajo. Mi última reunión fue en el Oeste y terminó a las 4.30, así que pasadas las cinco ya estaba en Maiquetía. Chequear fue fácil, lo atribuí a que era temprano, pero al llegar al mostrador recibí la primera noticia descorazonante. El vuelo, previsto para las 7.30, saldría a las 10.00. En la zona de embarque las sillas estaban ocupadas y los restaurantes y negocios de comida atestados, gente sentada en el suelo, incluso niños. Se acumulaban esperas inciertas por vuelos demorados y desconcierto por vuelos cancelados.

 

La salida será por la 11-A me dijeron, pero esté alerta en la 2 porque puede haber cambio. La experiencia me aconsejaba hacer caso. También a la recomendación de no fiarme de las pizarras que anuncian vuelos y puertas “porque eso lo hace el aeropuerto y no las líneas y puede estar equivocado”. Al final, embarcamos pasadas las 10.30 y solo después de medianoche llegué a mi alojamiento en Pampatar. Es que los vuelos nocturnos acumulan muchos retrasos.

 

Mi regreso lo reservé viernes a las 9.30 am, para trabajar en Caracas. Al chequear me dijeron que había demora, que se calculaba abordar a las 10.15. Adentro, en panorama no era tan alentador. Los de las 8.30 salieron casi a las once. Nosotros, finalmente, embarcamos después de las 3.30, con seis horas largas de retraso. En un momento dado, ya no fue posible alguna precisión y los pobres empleados de tráfico tenían que soportar los reclamos de pasajeros cansados y molestos. Eso sí, siempre la pantalla dijo que nuestro vuelo 301 de las 9.30 estaba “En hora”.

 

Parece que la causa principal de los retrasos es el estado de la flota envejecida, asociado a la crisis de divisas. También que dos de las líneas nacionales son públicas y el Estado no las supervisa con rigor. Pero las carreteras están peor. Desde que fueron recentralizadas, su mantenimiento, vigilancia e iluminación es penoso. No es posible calcular el tiempo de viaje de un sitio a otro. Los hoteleros tienen problemas para dar el servicio, por la irregularidad de los suministros.

 

Viajo en Venezuela por trabajo y por placer. Me gusta. Por eso sé que quince años de “socialismo del siglo XXI” han tenido un efecto regresivo y crecientemente agresivo.

 

Ramón Guillermo Aveledo

@aveledounidad

 

 

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