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Tres cuentos de madres

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Tres cuentos de madres

 

 

El regalo de mamá

 

 

Qué cosa tan difícil es regalarle algo a las mujeres a quienes amamos y peor aún a quienes no amamos o, más peor aún, a quienes pensamos conquistar, y peorinísimo aunisísimo regalarle a nuestra santa madre el día de su día, es decir, el Día de la Madre.

 

 

Como mi mamá es mi mamá desde hace tanto tiempo, toda mi vida diría yo, he tenido que regalarle algo cada cumpleaños, cada Navidad, cada día de Pascua y por supuesto, cada Día de la Madre.

 

 

A mi purísima y santa madre le he regalado de todo. Cuando era bebé, recuerdo a mi padre cargándome en sus brazos y poniendo un frasco de perfume encima de mi barriguita. Mi padre hacía el papel de ventrílocuo y yo, por supuesto, era el muñeco.

 

 

—Mamaaá… mami… miya el yegalo que te taje… Te quiello muchio, peo muchío mamá…

 

 

Más adelante, ya sabiendo hablar pero también financiado por mi padre, le regalé a mi casta madre junto con mis hermanos, y no es por sacarlo, carísimos perfumes, anillos, abrigos de piel de zorra, carteras, vestidos, joyas de todo tipo, tortas, dulces, flores, chocolates y cualquier cosa que un hijo pueda imaginar.

 

 

Mucho más adelante, ya adulto, le regalé y no es por sacarlo otra vez porque eso es muy feo, un carro nuevo, un apartamento, viajes alrededor del mundo, cuentas bancarias, pólizas de seguros, estiramientos faciales, celulares de última generación, bótox, implantes mamarios, masajes corporales y hasta un rejuvenecimiento vaginal.

 

 

El problema que tengo hoy es que ya no hallo qué más regalarle a esa linda viejecita que tengo en mi casa. No sé qué hacer este año. Mamá lo tiene todo y en demasía. Mis hermanos y yo nos encontramos en una encrucijada. ¿Qué podemos hacer? Lo peor es que ella está esperando sus regalos.

 

 

Se me ocurre que lo mejor que podría pasar es que mamaíta pase por alto los días festivos, así no tendríamos la obligación de regalarle nada; por lo tanto, voy a comprarle unas pastillas para dormir y así, cada vez  que venga un cumpleaños, una Navidad o un Día de la Madre, le damos una pastillita en la mañana para que pase el día durmiendo. Al día siguiente, compungidos, le diremos:

 

 

—Mamá… usted sí que durmió ayer. Lástima que no pudo ver los regalos que le trajimos.

 

 

Ella nos mirará con sus santos y cansados ojitos. Con dulzura y comprensión, dirá:

 

 

—No se preocupen mis ángeles… Otro día me dan mis regalitos… pero no se olviden.

 

 

Mis hermanos y yo nos miraremos las caras con picardía y con dulzura le ofreceremos otra pastillita a mamá.

 

—Mamá, tómese esta pastillita porque usted está muy nerviosa…

 

 

 

Cuento 2

 

 

Si yo fuera mi mamá

 

I

 

Si yo fuera mi mamá, lo más seguro es que también sería el mejor de mis hijos.

 

II

 

Si yo fuera mi mamá, jamás me habría casado con mi padre, ya que correría el riesgo de tener un hijo como yo.

 

III

 

Si yo fuera mi mamá, jamás me habría dado los horribles teteros de una cosa espantosa llamada S26.

 

 

IV

 

Si yo fuera mi mamá, me habría alimentado con teteros de whisky, compotas de tequeños y rodillas de cochino.

 

 

V

 

 

Si yo fuera mi mamá, no me habría dado mi teta sino la de alguna amiga que estuviera bien buena.

 

 

 

VI

 

 

Si yo fuera mi mamá, en lugar de estar celebrando el día de las madres preparando sancocho desde las 6:00 de la mañana, rodeada por el cariño de sus hijos, es decir, de mis hijos, estaría sola en playa El Agua en Margarita, tomando whisky con agua de coco y viendo las verdaderas mamacitas quienes sí merecen que se les celebre el día de la madre.

 

 

 

Cuento 3

 

 

Amor extremo

 

 

Un actor canalla buscaba con desesperación que le dieran un personaje protagónico en una obra. El productor le dijo una y mil veces que no le daría nada.

 

—¡Dime qué tengo que hacer y lo hago! –repetía por enésima vez el frustrado actor.

 

 

Como última táctica para hacerlo entrar en razón, el productor, harto de la insistencia, le dijo:

 

 

—La única forma de que te dé ese papel es que me traigas la cabeza de tu madre.

 

 

Raudo y veloz, el actor fue a casa de su viejecita quien le tejía un sweater como sorpresa por su cumpleaños. Minutos después, sudando y con una pequeña bolsa en la mano, salió corriendo hacia el estudio de grabación.

 

 

Entre los nervios y la carrera, el hombre tropezó y cayó de bruces sobre el pavimento. La bolsa se rompió y calle abajo rodó su sagrado contenido. El actor sacudió su ropa y cojeando por una raspadura que se hizo en la rodilla, corrió.

 

 

—¡Mamaaaaaá…! –gritó.

 

 

La cabeza de su madre, detenida por el borde de la acera, mirándolo con dulzura, le preguntó:

 

 

—Hijo mío, ¿te has hecho daño al caer?

 

 

 

Claudio Nazoa

@ClaudioNazoa

 

 

 

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