Tortura

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Hoy tenemos la noticia de una nueva muerte a manos de la Guardia Nacional. En el Diario 2001: “Muerte de joven prendió candelero”. AEdwin Moisés Rivera Caldera lo mató un efectivo de la Guardia Nacional de un disparo por la espalda. Enardecidos, sus vecinos de La Bombilla, en Petare, intentaron tumbar a mandarriazos el módulo de la Guardia. Pintaron en las paredes “Asesinos”.

 

Esto cuando todavía está fresco el asesinato en Maracaibo de un joven al que los militares le hicieron beber gasolina, luego de torturarlo. Esto cuando todavía está fresca la noticia, la indignación, la rabia, la impotencia, luego del asesinato de la madre y la hija allá en Falcón a manos también de la Guardia Nacional. ¿Son hechos casuales? Quizás. Pero ayer, luego de haber leído la estremecedora crónica de Leonardo Padrón en Siete Días -“Perdigones en la cédula”-, ya uno empieza a sospechar que esto no es nada accidental ni coyuntural.

 

En la crónica, Leonardo Padrón nos reseña el caso de varias de las personas que fueron torturadas por la Guardia Nacional los días 15 y 16 de abril, luego del proceso electoral. Les torturaron, les pusieron de rodillas, les golpearon de todo tipo de maneras. No voy a leer la descripción porque es sumamente cruda, es realmente estremecedora y es muy difícil no d al leerla. Lo cierto es que después de leer todo esto, uno se pregunta: ¿qué es lo que está pasando en nuestra Fuerza Armada Nacional Bolivariana en general, y en la Guardia Nacional Bolivariana en particular?

 

La tortura ya como mecanismo habitual de represión, y la tortura política, con lo cual se emparentan directamente con las SS Hitlerianas, o, para buscar un ejemplo más reciente en tiempo y en la geografía, con las mismas fuerzas de Pinochet. Y el detalle está en que la crónica de Padrón alude a la represión ejercida luego del hecho electoral. ¿Qué pasó? Afirma la oposición haber ganado las elecciones, y acusa que hubo una usurpación por parte de Nicolás Maduro, quien en este momento, digamos, sería el Presidente en funciones. Esto ha traído un largo proceso de impugnación. Hoy, tres meses después, la prensa reseña cómo Henrique Capriles todavía le reclama al Tribunal Supremo de Justicia su silencio. El oficialismo lanza una campaña muy dura sobre los hechos violentos de esa fecha y le atribuye, por ejemplo, buena parte de la responsabilidad de esos desmanes a Nelson Bocaranda, a quien citaron a la Fiscalía la semana pasada. ¿Qué hizo Bocaranda? Escribió un tuit.

 

Ayer, en el mismo suplemento Siete Días de El Nacional, Alberto Barrera Tyszka publicó un artículo precisamente con ese título: “Un tweet”, y su primer párrafo ya es elocuente:

 

Esto de acusar a 140 caracteres de homicidio no es un chiste. Delata una necesidad de control que sólo puede existir aliada a una incontrolable vocación de censura. Es preocupante que un Estado pretenda hacer responsable a un tweet de un complejo conflicto social y político. Es una acción que propone, de manera institucional, que la sospecha sea la forma de relación entre el poder y los ciudadanos. De ahora en adelante, cualquier cosa que digas podrá ser utilizada en tu contra.

 

Resulta que tras esos desmanes vino la acusación hecha por el oficialismo contra Henrique Capriles -¡“Capriles asesino”!-, pero la única violencia que se ha podido constatar, hasta ahora, es esa que reseñó Padrón en su crónica: violencia oficial, tortura oficial por parte del régimen y de las Fuerzas Armadas que, de manera ideológica, militan al lado del régimen. Esto que está ocurriendo es realmente grave.

 

Escribe Barrera en su artículo de ayer:

No es posible ver todo esto fuera del contexto comunicacional que vive el país. Después del fracaso electoral, el objetivo de construir o de imponer una nueva hegemonía tiene que concentrar sus esfuerzos en el ámbito mediático, en el control del flujo de la información en la sociedad. Cada vez más, esto no es una revolución sino una corporación, una compañía privada, dispuesta a tener y a dominar siempre más espacios, más relaciones; incapaz de ceder territorios, negada ferozmente a renunciar a sus privilegios.

 

Por eso, por ese desespero, viene la tortura.

 

Por César Miguel Rondón

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