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Tolerancia

Terminamos un año difícil y todo indica que hemos entrado en un año dificilísimo. El almanaque cuya primera hoja está a punto de caer -los días vuelan ahora- se promete complejo y, de seguir la contabilidad de muertes violentas al ritmo de las primeras semanas, también muy sangriento.

 
Terminamos un año difícil y todo indica que hemos entrado en un año dificilísimo. El almanaque cuya primera hoja está a punto de caer -los días vuelan ahora- se promete complejo y, de seguir la contabilidad de muertes violentas al ritmo de las primeras semanas, también muy sangriento. Así como la política existe para generar equilibrios justos que sirvan de base al orden, es labor del Estado producir seguridad, condición esencial para el sosiego y la tranquilidad que merecen las personas y necesitan las sociedades.

 

Se agravan problemas acumulados y la lentitud o ineficacia en atenderlos hace que su impacto negativo en la vida de la gente sea mayor. Hay desencanto en unos e impaciencia en otros. Será año de decisiones, debe serlo, pues las indecisiones no traerán sino mayores sufrimientos, cargas más pesadas que al final acabarán principalmente sobre los hombros de los más débiles, de los más vulnerables, de los más pobres. Que se gobierna para ellos, se alega continuamente en una propaganda incesante y que se empeña en dividirnos, pero si no se gobierna para todos, es a ellos a quienes más daño se ocasiona.

 

En una sociedad polarizada en opiniones y pasiones, la hora de las decisiones es, por lo mismo, hora de confrontaciones. Diferencias que hemos de resolver a conciencia de que seguiremos viviendo juntos en un país que es de todos y que lo formamos todos, gustémonos o no, querámonos o no. Por eso, en los meses que vienen harán falta dosis masivas de tolerancia. Mientras más serenidad en las mentes y más generosidad en el espíritu, menos difícil será el tránsito que tendremos que hacer unos con otros y no unos contra otros. Ojo, he dicho menos difícil, porque fácil no creo que sea.

 

Recientemente he leído de Antonio Maura, estadista mallorquín cuya carrera brilló en la política española de las primeras décadas del siglo pasado, que “la tolerancia significa enterarse cada cual de que se tiene frente a sí a alguien que es hermano suyo, quien, con el mismo derecho que él, opina lo contrario, concibe de contraria manera la felicidad pública”.

 

Sabia lección. Está claro, aunque no siempre nos sea evidente. Somos iguales, pero podemos pensar diferente y tener intereses legítimos y, al mismo tiempo, disímiles e incluso contrapuestos. Es natural y, por eso, inevitable. La convivencia libre, pacífica, próspera y justa que deseamos nos exige tolerancia. Ahora, no después.

 

Ramón Guillermo Aveledo
rgaveledounidad@gmail.com

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