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Tierra de hombres, barro de pacatos

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Tierra de hombres, barro de pacatos

 

La democracia venezolana del siglo XX fue forjada por hombres y mujeres encendidos en dignidad, conocimiento, inteligencia, voluntad y coraje. En aquel país, confinado por dictaduras, los jóvenes salieron a las calles para enfrentar al más feroz e implacable tirano a pecho abierto, desarmados y en el corazón la Patria con mayúsculas y orgullo. Fueron encarcelados, torturados, exiliados, asesinados, pero no cambiaron un ápice su pensamiento y atrevimiento de transformar esa nación alicaída en una democracia justa, legal y moderna.

 

 

 

Apostaron al país sin ambigüedades, no al provecho partidista ni ventajas personales, tenían estrategia, método, planes, no improvisaron ni eran habladores de estulticias y sandeces, estaban atiborrados de acción, esperanza y muchas ganas, jamás recularon en el exilio, clandestinidad, prisiones y mazmorras. ¿Alguien puede imaginarse a Rómulo Betancourt dejándose ningunear por un patán gubernativo? Jóvito Villalba cometió errores políticos, pero en ningún tiempo dejó de lado la valentía de enfrentarse a déspotas opresores y sus mandaderos malandros del abuso y muerte. Gustavo y Eduardo Machado persistieron en su marxismo por encima de persecuciones, destierros, cárceles y presión social, de ningún modo transigieron, hoy serían, sin duda, adversarios del madurismo. Para sólo recordar unos pocos, sin olvidar a los partidos COPEI, AD, URD, sus militantes, ciudadanos anónimos arrestados, atormentados, difuntos, organizaciones sociales, jóvenes estudiantes de la UCV y UCAB que se declararon en huelga convocada de manera clandestina por la Junta Patriótica y el Frente Universitario, que rápidamente se extendió, en fin, una Venezuela que se puso al servicio de la libertad y la democracia sin considerar las consecuencias, solo se entregaron en el objetivo de un mejor futuro y oportunidades para sus hijos.

 

 

 

La gran verdad -hoy motivo de vergüenza para los nuevos politicastros- es que todos ellos fueron venezolanos que vivieron y murieron con la frente, espíritu y conciencia en alto. Pusieron la cara en sus virtudes y equivocaciones, no se escondieron, ni ocultaron intenciones. Lo que negociaron, lo anunciaron y después dieron las batallas, una y otra vez, para cumplir lo que trataron, pactaron y divulgaron. Ninguno de ellos se esfumó ni murió en el escándalo, sonrojo o aturdimiento teniendo que bajar la mirada frente a los ciudadanos. Por el contrario, los libros de historia, sus acérrimos adversarios y enemigos, hoy los reconocen, como lo que fueron, dignos, honorables y decorosos venezolanos.

 

 

 

Fueron ciudadanos a los cuales, ni siquiera los crueles esbirros, pudieron faltar el respeto. Cuando hubo que jugarse la vida, lo hicieron sin vacilaciones ni titubeos, cuando por sanidad y coherencia política asumieron permitir la división de sus partidos, dejaron sin parpadear que fuera así, por eso mismo sus organizaciones siguieron siendo poderosas y emblemáticas, mientras confusos, imprecisos doble discursos y temerosos fueron cayendo en el olvido e intrascendencia.

 

 

 

Fundadores de democracias y forjadores de demócratas.

 

 

 

Con ciudadanos como aquellos, ni el oficialismo extraviado, trastornado, delirante y humillante, ni la oposición contradictoria, incoherente, de liviandad intolerable de hoy, hubieran existido. Los tiranos de aquellos tiempos los barrerían sin esfuerzo como minusválidos políticos. Los demócratas que se les enfrentaron y los derrotaron no hubieran cobijado a necios e inmorales como los de estos tiempos de carnavales de papelillo sin música.

 

 

 

Era otra Venezuela, aquella que decidió sin inmutarse ni tembleques, desconocer diplomáticamente las dictaduras militares. La que obligó orgullosa sin aquiescencias solicitar la expulsión de Cuba en la OEA por sus violaciones flagrantes e insolencias a la soberanía nacional. Intentaron invadir el suelo patrio por Machurucuto al este del Estado Miranda ¿se acuerdan? El castro-comunismo siempre injerencista con dinero, armas y conspiraciones, lo mismo de lo cual se quejan amargamente los castro-maduristas cada vez que algún jefe de Estado dice la verdad, algo que no gusta y duele. Aquella Venezuela fue la que nacionalizó la industria petrolera sin que se perdiera un barril de crudo, la que derrotó con fuerza, decisión e ideas al perverso y nocivo comunismo que ya entonces era doctrina para gafos y tontos.

 

 

 

Seamos realistas, no tenemos esa Venezuela, no existe, pero hay que recuperarla. Ya no somos el punto de referencia del continente, sin embargo, tenemos que volver a serlo. Tampoco refugio de perseguidos, sino emisores de decepcionados, engañados y acosados, pronto les daremos la bienvenida a nuestros exiliados políticos. Somos un país en caída libre nos lanzaron por un abismo que no parece tener fondo. Los que concibieron la libertad y democracia del siglo pasado no han tenido herederos meritorios y apropiados, como tampoco los tuvo Simón Bolívar ni quienes le acompañaron en la lucha por la soberanía de América.

 

 

 

Nos hemos convertido en un país de secretos pícaros y secretismos desvergonzados, mentiras chocantes, negociaciones despreciables, infectados de populismo exacerbado y vetusto; peor, más doloroso, dirigentes indignos de dirigir. Pero no hay que amilanarse, desmayar ni acongojarse, los ciudadanos venezolanos de buenas costumbres y principios éticos morales, son la gran mayoría y tienen la fuerza y condiciones para derrotar a los sinvergüenzas, bandidos y corruptos de cuello blanco, hampones, bandoleros y cuatreros bolichicos, testaferros mugrientos y cooperantes sin escrúpulos ni recato, para que Venezuela regrese a la gloria, respeto, suficiencia y orgullo de ser venezolano.

 

 

Armando Martini Pietri

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