Tiempo de Palabra
abril 21, 2013 9:42 am

Fraude y Estado

La oposición ganó las elecciones del 14 de abril en un doble sentido. Obtuvo una formidable victoria política que siempre se ha planteado desde este rincón de la palabra como indispensable para la electoral, y también obtuvo una victoria electoral. La renuencia a contar de una vez, sin demora, los votos emitidos es una prueba de la derrota de Nicolás Maduro.

 

La victoria política se expresa en la legitimidad nacional e internacional que ha alcanzado la oposición democrática a la cual, por primera vez después del turbulento período de 1999-2005, se le reconoce y se trata con respeto. Los demócratas encabezados por Henrique Capriles demostraron ser y constituir un proyecto de poder con agallas para desafiar al autoritarismo rampante, aunque decadente, del chavismo. El afortunado cambio de estrategia opositora, convertida en una propuesta firme, radical, con dientes, creó una situación política novedosa. Se demostró que la dureza, el enfrentamiento a las condiciones electorales impuestas por el CNE, el llamar las cosas por su nombre, no produce abstención sino que galvaniza los espíritus opositores, además de convencer a los chavistas descontentos en unos casos para no acompañar a su candidato y en otros para apoyar sin mediaciones la propuesta democrática. El cambio de estrategia dio excelentes resultados.

 

La victoria política también se expresa en un hecho trascendental, se adquirió la conciencia de mayoría. Sí; «somos mayoría». La visión y posición pacata que suponía que la oposición era una minoría en busca de preservar sus pequeños espacios cedió ante la evidencia según la cual los demócratas son mayoría. No es que se volvieron mayoría ahora sino que por primera vez en años una postura radical permitió que la mayoría se expresara y no drenara en alguna proporción, como otras veces, por los meandros del desencanto.

 

Para el país que incluye a chavistas y antichavistas de diferentes grados de intensidad, la victoria es de la oposición, aunque escamoteada por un Estado fraudulento e impresentable.

 

 

 

DESESPERACIÓN DE LOS HEREDEROS. La avalancha que se produjo en cuestión de días permitió que la fortaleza política de la campaña se convirtiera en indetenible fortaleza electoral. El régimen empleó los recursos conocidos del ventajismo, la intimidación, el abuso de toda ralea con los recursos públicos, el manejo de los instrumentos tecnológicos electorales, el uso de la Fuerza Armada, además de otras amenazas como el terrorismo motorizado en las calles.

 

Cómo será la cosa que los más desesperados ya han procedido a despedir funcionarios públicos y hasta algunos claman por la Lista Tascón que Chávez mandó enterrar cuando pensó que ya no era necesaria porque se sentía eterno y seguro.

 

No es verdad que el recuento de votos es necesario para darle satisfacción a una oposición nerviosa que tiene sospechas y requiere valeriana intravenosa. No. Por todos los fraudes cometidos existe la convicción que la oposición ganó estas elecciones y que Henrique Capriles debería ser el Presidente de acuerdo a esos resultados. Por eso se exigió el recuento del 100% de los votos antes de que se traspapelen, desaparezcan o sustituyan, lo cual a estas alturas podría ser tarde. Eso que se denomina «incidencias» electorales es un eufemismo para la trampa; no es una ni cien, son miles que en su conjunto afectan un universo electoral de millones de votos.

 

Ahora se ve que cuando la oposición se planta firme logra resultados: que se admita la auditoría del 46% además del 54% que fue supuestamente auditado es una victoria. Se puede sospechar que la manipulación ya existió, pero pone en evidencia los efectos de la determinación opositora. La auditoría requiere participación de la oposición en todas sus fases, que se cuenten las papeletas, que se auditen los centros que tienen una sola mesa que reúnen el 8.9% de los inscritos (más de 1.600.000 electores, extraños centros -1176- en los que Maduro sacó ¡más votos que Chávez!) Y en relación con otros fraudes ya denunciados por Capriles entre los que están 535 máquinas dañadas, voto asistido en 564 centros, violencia en 397 centros, proselitismo en 421, testigos retirados en 286, lo que en su conjunto afecta potencialmente a más de 5 millones de votos.

 

En próximas elecciones no habría razón para que no se audite el 100%.

 

 

 

LA SALIDA. Como suele ocurrir, siempre que el gobierno está débil hay voces que claman por el diálogo como una especie de tente-allá para distraer la atención mientras se recupera. Si hubiese voluntad de diálogo se contarían los votos, se liberaría a los presos políticos y se establecería una agenda común para abordar los gravísimos e impostergables problemas del país, pero mientras eso no ocurra, lo del diálogo es un episodio más del fraude electoral destinado a proporcionar caldo de sustancia a los impacientes.

 

La única salida es restablecer el imperio de la ley. Si no se cuentan los votos porque las cajas que los contienen han sido contaminadas por la manipulación oficialista no queda más que convocar nuevas elecciones presidenciales, lo que ha sido asomado discretamente por el propio candidato Capriles.

 

El gobierno ha entrado en fase de desesperación acelerada. La violencia en las calles contra la protesta opositora es una forma sangrienta pero no única de expresar esa desmoralización roja. A esto se une cómo los representantes de los exangües poderes públicos se han unido en un coro de amenazas represivas que sólo muestran su debilidad política y flacidez ética. Diosdado Cabello, tenido por algunos como la esperanza alternativa frente a las cubanías de Maduro, ha mostrado su faceta más sombría con su decisión de convertir por su real gana en no-parlamentarios a los diputados de oposición porque no dicen lo que a él le da la gana. Sólo imagínense a dónde conduce esa conducta opresiva cuando le pregunten a los directivos de medios, periodistas o ciudadanos en general, si reconocen a Maduro como Presidente y la respuesta sea «no». También Cabello intentará el silencio en la forma desorbitada, furiosa, salida de todo cauce civilizado en la que emplazó y negó el derecho de palabra a los diputados opositores y luego destituyó de posiciones directivas en las comisiones parlamentarias.

 

El país democrático y la comunidad democrática internacional se enfrentan a un régimen ilegítimo, producto de un inmenso fraude continuo y continuado, que llegó a un nivel de descaro tal que se le vieron las costuras desde el propio 10 de enero cuando se violó también la Constitución por parte del Vicepresidente, casualmente el mismo Maduro, y con ese sellito adicional de impunidad que suele otorgar el TSJ a las barbaridades oficialistas.

 

Capriles ha dicho que Maduro está allí «mientras tanto». La calle en forma pacífica, una firme dirección política, el reconocimiento internacional, el apoyo de sectores institucionalistas de todas las áreas, constituyen la clave.

 

Carlos Blanco

 

www.tiempodepalabra.com

 

Twitter @carlosblancog