TIEMPO DE PALABRA
octubre 6, 2013 9:30 am

El poder de los de abajo

El poder a veces lo tienen los de abajo, pero no suele ser duradero más que en ciertas condiciones. La calle manda por un instante, pero cuando la gente se devuelve a su casa, hay que ver qué queda. A veces poco. Sin la multitud no se logran cambios; sólo con ella no duran. ¿Será con la descentralización? ¿O con las comunas?

 

Los pueblos llegan a querer mucho, con intensidad y a veces sin argumentos; pero cuando abandonan sus querencias, no lo hacen con indiferencia sino con furia. Había que ver aquellas pasiones que levantaba Carlos Andrés Pérez con brazos y manos que no cesaban de agitarse y el estado de adoración en el cual decenas de miles lo seguían en calles y pueblos. A la vuelta de la esquina, a finales de 1991, era un paria para los jefes de su partido, para los dirigentes políticos y para la mayoría de aquéllos que lo habían idolatrado. Los «notables» pudieron crear el ambiente conspirativo y tenderle la cama a Chávez con finos edredones y almohadas de plumas de ganso, precisamente porque el romance de los de abajo con CAP había llegado a su fin. En el interinato presidencial de Rafael Caldera no hubo pasión alguna ni a la entrada ni a la salida, apenas meros trámites de la historia para saltar de CAP a Chávez; Caldera fue sólo la antesala de una nueva pasión de las mayorías con el Comandante, siempre fugaz y por ahora eterno.

 

Tales apasionamientos inexplicables tienen, por allá lejos, la huella del petróleo. No siempre es amor pagado pero jamás es desinteresado. Nadie sabe hasta dónde el desencanto habría llevado ese éxtasis que llegó a haber con Chávez de no haberse entregado en las manos tan expertas como letales de los cubanos. El amor interruptus suele acarrear endiosamientos peronistas, tan intensos como infértiles. Sin embargo, es indudable que Nicolás, el heredero, no logra inspirar nada que no sea temor gracias a los instrumentos represivos de los que dispone. Dentro de ciertos límites de cordura o unos más generosos de locura no se puede pensar que alguien tenga un escondido e inexplicable átomo de frenesí por este Nicolás, pesaroso, con una herencia que desea conservar sin saber cómo.

 

Mucho se habla de los líderes y poco de los liderados. Hay la creencia según la cual los líderes tienen una especie de almizcle atractivo que hace que se les siga como al Flautista de Hamelín. En realidad son las aspiraciones de los de abajo, sus sueños, frustraciones, amores, odios, los que atrapan uno entre mil aspirantes a líderes, y lo convierten en su representante. Allí es cuando el líder comienza su trabajo; puede ser flor de un día si se funda en el arrebato de un momento (los «fenómenos electorales») o puede ser siembra duradera, si hay ideología, proyecto y organización, como con Rómulo Betancourt y Rafael Caldera. El tema es la organización por abajo y de los de abajo.

 

 

 

DESCENTRALIZACIÓN NECESARIA PERO NO SUFICIENTE.

 

En Venezuela se inició la descentralización en 1989, por decisión de CAP, bajo la dirección de la Comisión para la Reforma del Estado (COPRE). La elección de gobernadores y alcaldes desató una fabulosa dinámica creadora. Puertos, aeropuertos, servicios de salud y educación, carreteras, seguridad, comenzaron a ser manejados por los gobiernos estadales y buena parte del país olvidado inició una marcha acelerada de cambios. A partir de esa inédito escenario surgió una cantera de nuevos liderazgos, entre los que destacan Oswaldo Álvarez Paz, Andrés Velásquez, Claudio Fermín, Henrique Salas Römer, Carlos Tablante, Irene Sáez, Aristóbulo Istúriz, Antonio Ledezma, Henrique Capriles, Pablo Pérez y Leopoldo López.

 

Como planteó la COPRE en su momento, la descentralización es el mecanismo fundamental para la redistribución horizontal y vertical del poder. A pesar de la crisis que se desarrolló a lo largo de la década de los 90, mucho se hizo en poco tiempo. En 1994 la descentralización se frenó porque Caldera era básicamente centralista. No pudo eliminar la descentralización, pero no la impulsó. La COPRE, que había jugado un papel esencial de estímulo conjuntamente con la sociedad civil, pasó a ser una especie de bufete al servicio del Presidente, sin autonomía crítica para promover el proceso y frenar el centralismo presidencial. Después, al haber perdido autonomía, la COPRE moriría de mengua en manos de Chávez, pero ésa es otra historia.

 

Con todos los méritos, la descentralización iniciada tuvo sus problemas. Unos derivados de la inexperiencia, otros de viejas prácticas y muchos que fueron consecuencia del centralismo en la etapa de Caldera, llevado al paroxismo con Chávez. El proceso de redistribución vertical del poder, del Estado nacional hacia las regiones y los municipios, y más abajo hacia las parroquias, se enquistó en las gobernaciones. Fue un mecanismo de defensa frente al poder nacional, pero propició la creación -en mayor o menor grado- de un centralismo regional, así como prácticas clientelares que la descentralización se proponía superar; en varios estados la descentralización fue capturada por grupos locales. Se perdió de vista que este proceso tenía y tiene sentido en la medida en que sean flujos constantes entre el nivel nacional y la organización ciudadana.

 

 

 

EL PODER QUE VENDRÁ. La retórica de Chávez sobre el poder comunal, para decirlo con brevedad, era correcta. Digo la retórica. Si los ciudadanos no están organizados no hay posibilidades de manejo del poder desde abajo. Si las pasiones pasan, las estructuras pueden quedar para posibilitar el ejercicio de ese poder en manos de los de a pie. Ya se sabe que las comunas rojas en la práctica son un instrumento del poder central, para circunvalar y sitiar las instituciones, sean gobernaciones o alcaldías, organismos deliberantes u ONGs. No sirven mucho: son un instrumento del PSUV aunque realmente precario, porque cuando los ciudadanos se reúnen no hay comisario que los controle. Sin ser estas caricaturas, el futuro democrático del país requiere un instrumento de organización ciudadana, plural, con financiamiento no condicionado a las simpatías políticas, capaz de constituir un poder real que le permita ejercer funciones de control y de participación social.

 

En la Venezuela que vendrá, la organización social autónoma será un requisito indispensable para darle sentido a la descentralización e impedir que se enquiste en los diferentes niveles de la estructura del Estado, sean gobernaciones o alcaldías. Será un tiempo para un Estado más transparente, en el cual exista la posibilidad de una participación ciudadana permanente y que sea capaz de superar los tórridos pero fugaces romances que las sociedades a veces establecen con algunos personajes. Los ciudadanos deben estar siempre allí, en cada minuto, en el inevitable ejercicio de balancear el poder de los de arriba siempre ansiosos de perpetuarse.

 

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Twitter @carlosblancog

Por Carlos Blanco