Teatro endógeno
junio 30, 2016 10:55 am

Venezuela es un país increíble, lleno de sorpresas, con la única ventaja que su ingenio supera ampliamente sus límites de humor y dolor. Somos tierra de gente simpática, afable, con petróleo, minerales y agricultura, pero también de brujos y astrólogos habladores de diaria televisión para que sea el tarot y no el Gobierno quien nos anuncie el que será un nuevo día de tráfico, calles rotas, aterradora inseguridad, colas absurdas e insolentes, desabastecimiento y carestía.

 

 

 

Esta Venezuela revolucionaria, socialista, bolivariana y opositora, todo a la vez, es una opereta en la cual unos hablan, otros cantan y muchos lloran en numerosos, disímiles escenarios ocupados por actores trágicos, cantantes de voces diferentes, payasos no demasiado cómicos, más bien de astracanada y, especialmente, equilibristas de todo tipo, que se tocan y rechazan entre sí, se inclinan, se bambolean de lado y lado, se recuperan, van hacia adelante y hacia atrás pero nunca terminan de caerse. Los popularmente conocidos “porfiados”.

 

 

 

En este maravilloso país-teatro, los acróbatas van de una escena a otra, en ellas se encuentran con cantantes, bufones masculinos y femeninos, vestidos de abogados, de soldados, recitadores de versos bien rimados pero vacíos, jueces con togas multicolores que no les permiten moverse mucho porque se les verían las vergüenzas (como se definirían en las tragicomedias de los clásicos españoles de épocas remotas) y guardias pretorianos siempre ocupados puliendo sus espadas, escudos y corazas de oropel.

 

 

Por eso, para tratar de ubicarnos en ese gran anfiteatro melodramático que es ésta tierra, la única que tenemos y debemos conservar, aunque tenga palcos y balcones agrietados, cortinajes polvorientos, deshilachados y polillas jugueteando, disfrutando de una buena comida, debemos al menos conocer esos decorados de cartón y madera mala.

 

 

Un escenario, para empezar por alguno, nos ubica en la secuencia que el astracán Gobierno sigue saltimbanqueando hasta las elecciones de diciembre 2018. Es un contexto casi mágico, como cosa de un Harry Potter caraqueño -que se llamaría algo como Quique o el nombre que usted quiera endilgarle- en el cual muy pocos creen. El hechizo como espectáculo es fantasía, pero no realidad. Trate usted de comerse el conejo del sombrero y se acordará que del pumpá sólo salen fotos, las liebres se agotaron por falta de divisas.

 

 

Y como el hechicero es chimbo y falso, el público, harto, fastidiado, molesto que lleva tiempo abucheando, desaprobando y criticando termina brincando, saltando al escenario para sacar y echar fuera del teatro -agarrado por los faldones- al torpe mago. Y suplico disculpas por tantos gerundios, pero es que eso es ahora este circense país, un gerundio estancado.

 

 

Hay quienes sostienen, con adjetivos contundentes y análisis sesudos, el que hace de Presidente no está en capacidad de presidir, perdió la gobernabilidad del país por ineficiencia y falta de conocimientos suyos y de sus ayudantes, todos cortados por el mismo rasero leal de la ignorancia, para resolver los problemas inmediatos que afectan la sociedad.

 

 

Y hay los que señalan, que el falso hechicero sabe que lo mejor sería renunciar porque se le agotó la cara, y la foto del eterno se descoloró, pero después del 10 de enero 2017, por la cosa constitucional, prolongar la arruga revolucionaria dos años, tiempo para negociar lo relativo a seguridades contra investigaciones, juicios, retaliaciones, encarcelamientos y todo lo que se pueda para los más comprometidos. Muchos se podrán molestar, pero ésa, guste o no, es la realidad, y hasta en el imperio lo saben; tampoco les gusta, pero ellos son tradicionalmente audiencia pragmática y negociadora.

 

 

Hay algunos audaces y siempre resteados domadores de fieras que luchan fervientemente por un revocatorio que no a todos interesa, pero para los domesticadores es la fiera fundamental, la única que les conseguirá emociones y aplausos del público harto de las chapucerías del nigromante. Los apaciguadores, conscientes de que se juegan la vida, saben que serán innumerables los obstáculos, pero látigo y silla en mano enfrentan su propósito desesperado. Con el agravante que aunque controlen las fieras, nunca sabrán a tiempo si finalmente serán despedazados o devorados.

 

 

 

El brujo artificial e ilusorio desperdició, malgastó, perdió el afecto y respeto de los ciudadanos propios y extraños, los asistentes, picadores, teatreros y él saben que nadie lo aprecia, pero el mago no está solo, no es el único que corre el riesgo de recibir una lluvia de tomatazos, familia y empleados lo presionan para que haga las cosas como ellos creen que tomateras y alguna patada agresiva les dolerán menos.

 

 

En un rincón de la gran sala circense, un grupo peculiar discute en voz baja, gesticulan, pero tratan de no ser oídos mientras llegan a un acuerdo que coinciden en pensar que les va mejor. Son miembros de dos empresas diferentes, antagónicos y enfrentados, pero al final algunos intereses comunes los harán armonizar. Buscan llegar a un convenio para manejar el espectáculo que vendrá después que el público eche al mago y deje a los domadores masticados calmadamente por las fauces de tigres y leones aburridos pero siempre hambrientos.

 

 

Un grupo más tranquilo del público conversa tras cortina con productores teatrales expertos que poco se dejan impresionar, y concuerdan en un punto. El mago se va, los domadores serán engullidos, pero el show debe continuar, el teatro nunca cierra. Entonces, piensan ellos, mejor que el espectáculo continúe con un artista que no preocupe, que tenga encanto suficiente para calmar al público, que siga mansamente instrucciones y no tenga habilidades ni codicia para desear quedarse con el teatro.

 

 

Todavía no saben quién es, eso es lo que discuten, artistas, titiriteros así hay unos cuantos, y no necesariamente tiene que ser amigo ni enemigo. Pero con un detalle: lo más tranquilo sería que, al menos de cara al público, sea el propio mago quien lo nombre y dé a conocer. El asistente, que ha venido, por decirlo así, revoloteando tras el escenario con apariciones ocasionales, sabe eso, y sueña con ser él el sucesor. Pero no es el único que se siente dispuesto y preparado para el remplazo de emergencia que, por cierto, no será fácil; el espectáculo es tan desastroso, que quien sea el relevo entiende que será un milagro lograr aplausos, piensa también que el riesgo vale la pena y nada puede ser peor que esta deplorable y pésima actuación.

 

 

La realidad, sea que no lo dejen continuar hasta el final del espectáculo, o más probable lo despidan y presenten un sustituto que a todos convenga, a partir de 2017 el teatro-show puede que sea malo o algo mejor, pero en ningún caso será el mismo.

 

 

 

@ArmandoMartini