Sueños y pesadillas: El Comandante con su mejor contrincante

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Sueños y pesadillas: El Comandante con su mejor contrincante

Una de esas noches limeñas a orillas del Océano Pacífico, de clima subtropical, fresco, desértico y húmedo a la vez, se encontraba -como siempre luego de un arduo día de trabajo- descansando, reflexionado, quien nació en 1945 en la ciudad de San Cristóbal, en el muy venezolano Estado Táchira; de origen humilde, de padre colombiano y madre venezolana, formó su espíritu con esa familia fronteriza y montañera que pronto se mudó en busca de mejores oportunidades a la calurosa Punto Fijo, en tiempos duros de aquella Venezuela rudimentaria pero esperanzada porque los cambios se veían, se olían, casi podían tocarse y tenían un aroma ácido de petróleo y sabor de libertad. Por eso desde muy niño su tierra adoptiva fue Falcón y, más concretamente, la apasionante Paraguaná con sus ventarrones y horizontes siempre remotos. Y su dulce de leche de cabra, imposible olvidarlo.

 

 

De familia educada en el valor del trabajo, sangre andina y mirada acostumbrada a la llanura sin fin, ya adolescente y paraguanero asumió  tres compromisos que marcarían su vida. Aprender y trabajar para ganarse la vida con su esfuerzo y sin perjudicar a nadie, pelear en defensa de la libertad y de los derechos de los venezolanos, y crecer haciendo destino dentro del ya organizado y batallador movimiento obrero.

 

 

Muy joven consiguió plaza en la industria petrolera de entonces, jefaturada por estadounidenses, holandeses y británicos pero hecha realidad día y noche con talento, músculos, sudor y voluntad venezolanos. Como trabajador petrolero, etapa fundamental de su vida que jamás podrá olvidar porque por sus venas corre petróleo, desarrolló tres vocaciones fundamentales; la de trabajador experto, la de miembro de Acción Democrática y la de sindicalista.

 

 

Extendiendo la mirada acostumbrada a grandes extensiones por las lejanías limeñas, sonrió con cierto orgullo, en sus inspiraciones había triunfado, no sólo desarrolló cuidadosamente las exigentes experticias del petrolero, sino que creció en el respeto y la fe de sus compañeros de partido y de sus colegas en la industria, porque demostró siempre que tenía la fuerza del líder en el cual se puede creer.

 

 

Con esa potencia llegó a conquistar, voto a voto, una responsabilidad de primerísima importancia: la presidencia de la poderosa Federación de Trabajadores Petroleros, Químicos y sus Similares de Venezuela, popularmente conocida como Fedepetrol. Y todo ello, ganando también creciente liderazgo en el muy desarrollado ambiente sindical venezolano, y en su partido Acción Democrática. Algunos pensaron que “había llegado”, él supo siempre que había cumplido una etapa.

 

 

Porque en 2001, en plena efervescencia chavista, con su propio partido venido a menos, el gocho de espíritu, paraguanero y petrolero había peleado por la jefatura de la máxima central sindical del país, la Confederación de Trabajadores de Venezuela, la popular CTV y no sólo la había ganado sino que lo había logrado por paliza sobre un adversario que para entonces también lucía carrera de dirigente obrero, Aristóbulo Istúriz, a quien dejó con los ojos dándole vueltas con un aplastante 64% de los votos, a pesar de las emociones chavistas en las cuales se había envuelto el hombre que también había sido parido por la Acción Democrática de tiempos de grandeza que el chavismo se empeñaba en tratar de hacer olvidar. Tal como se veían las cosas en ese año 2001, más que un triunfo de Acción Democrática, era una victoria de quien ahora recuperaba fuerzas con la brisa, algo más fría, de la capital del Perú.

 

 

A Carlos Ortega se le suavizó el ceño habitualmente adusto de andino y falconiano embraguetado e instintivamente se tocó la parte superior de la boca donde un tiempo creció un bigote poderoso con el cual lo pusieron preso y se lo llevaron a Ramo Verde. Pareció para algunos el final de una carrera en la cual había crecido con musculatura propia, pero durante la cual también sufrió la experiencia inevitablemente amarga de ser traicionado, cuando un sector del liderazgo antichávez lo dejó en la estacada para lanzarse sin avisarle a promover un golpe de estado mal concebido y peor ejecutado, pero por el cual él también tuvo que pagar.

 

 

En 2003, rotas las promesas de Hugo Chávez de levantar banderas de reconciliación, solicitó asilo político en la embajada de Costa Rica, pero para líderes como Carlos Ortega la pelea es peleando y volvió clandestino a Venezuela hasta que en febrero de 2005 fue detenido; sin embargo, tampoco las rejas militares pudieron contenerlo y en agosto de 2006 se escapó de sus carceleros y volvió a la clandestinidad. Reapareció un año después en Perú, en septiembre de 2007, cuando el Gobierno de ese país le concedió asilo.

 

 

Ahora estaba allí, porque Carlos Ortega sigue siendo un hombre de trabajo, terco e indoblegable que lo que no sabe es cómo vivir de los demás. Estaba allí, recuperando fuerzas con la ya oscura noche limeña después de otra jornada. Fue entonces cuando algo se interpuso entre sus meditaciones y la oscuridad cuando se produjo un encuentro que parecía inconcebible, extraño, insólito, improbable entre el Comandante eterno y su siempre duro adversario, Carlos Ortega, quien no sólo lo combatió con fiereza sino que también, cuando tuvo que ganarle, le ganó.

 

 

Hombres como ellos no necesitan preámbulos ni cortesías especiales, van a lo que les interesa. El líder obrero se quedó impertérrito, Chávez le preguntó:

 

“Ortega, dígame la verdad que ya ha pasado mucho tiempo, ¿Cómo se escapó de Ramo Verde?”

 

 

“La primera obligación de todo preso político es escapar”, respondió Ortega sin mover un músculo de la cara, y advierte: “Pero jamás diré cómo lo hice”.

 

 

Chávez sonríe con la comprensión de quien también estuvo tras las rejas, pero cambia el tema porque él no se escapó, a él lo dejaron salir. Y pregunta cambiando al tuteo, lo cual no molesta a Ortega: “¿Cómo ves la situación de la oposición venezolana?”.

 

 

 

El dirigente sindical contesta sin vacilar: “muy mala pero con muchísima oportunidad de triunfo. Su principal defecto es el doble discurso, la prepotencia, la falta de solidaridad y la exclusión, como pudimos comprobar muchos que nos utilizaron para luego abandonarnos; nos dieron una patada por el trasero, y eso tarde o temprano se paga”.

 

 

“¿Eres rencoroso, Ortega”, se interesa Chávez; “no, en política y en el sindicalismo los rencores son errores y trampas; pero conozco la vida, las cosas son como son”

 

 

 

El Comandante sabe que no está hablando con un improvisado, quiere oírlo sabe más: “¿Qué piensas de esa ‘tercera vía’ como algunos la califican y que parece está creciendo?”

 

 

Ortega siempre está bien enterado de las cosas de Venezuela, y responde de inmediato: “Muy interesante, Chávez”, le fastidia llamarlo ‘Comandante’, “y mucho más cuando las encuestas ubican a los independientes como primera opción por encima de la MUD y del PSUV”. Sin titubear agrega: “además ambos lados que polarizan sienten miedo y por ello, los insultan y descalifican llamándolos traidores a la patria y por si fuera poco, a quienes critican o denuncian algo de esa dirigencia los tildan de saboteadores y divisionistas a cuenta de una falsa unidad que ambos promocionan”. Y continua: “lo importante es que se unan como un tercer bloque sólido, de lo contrario, no lograran mucho y corren el riesgo de convertirse en factor de distracción favoreciendo al oficialismo y perjudicando a la oposición.” Chávez parece consentir ligeramente pero no dice nada, lo que aprovecha Ortega para ampliar: “¿No le parece curioso que los chavistas de franelita y frases hechas se están desilusionando pero los opositores -también enfranelados- ni capitalizan ni crecen?”.

 

 

“Eso me causa sorpresa”, reconoce casi susurrando Chávez, “me llama la atención y me preocupa”

 

 

 

“¿Y a usted qué le parece esa ‘Alternativa Diferente”, pregunta Ortega a su vez.

 

 

Obviamente Chávez no vino a interrogar sino a conversar, y favorece el diálogo: “Para responderle con el corazón en la mano y por estar donde estoy, me parece muy bien, no le hace daño a la democracia y además, con la popularidad tan baja de ambos bandos, una tercera opción ayuda para que parte de la población se desahogue y no se abstenga. La abstención es nuestro peor enemigo”.

 

 

El petrolero se desconcierta un poco: “¿Enemigo de quien?”

 

 

Chávez no vacila en responder directo: “del PSUV y de la MUD, Ortega, aunque no parezca tenemos intereses comunes”.

 

 

 

“Es obvio se nota a flor de piel” riposta gruñón el sindicalista, quien seguidamente cambia el tema y con cierta sorna pregunta: “Chávez, ¿usted considera que Maduro lo está haciendo bien? Y otra cosa ya que estamos en la cuestión del supuesto legado suyo, ¿por qué no dejó a Diosdado?”

 

 

 

“Te respondo con sinceridad, Ortega, la verdad sea dicha, está comenzando a intranquilizarme y angustiarme, porque si Nicolás no cambia el rumbo y se deja de tanta retórica equivocada, no le veo buen futuro. Y en cuanto a Cabello, bueno, jamás diré por qué lo hice”. Chávez retoma con rapidez su propia curiosidad y quiere saber: “cuéntame que piensas de Capriles”.

 

 

 

Ortega no le tiene miedo a sus verdades y no pestañea para responder: “es un muchacho mal agradecido, prepotente y que cree se la sabe todas; ¿y usted qué piensa de él?” Sin dudar el Presidente responde “sigue siendo un adolescente inmaduro, equivocado aunque con buenas intenciones”.

 

 

 

“Claro”, reconoce seguidamente, “las buenas intenciones no bastan”, y súbitamente le cambia la ruta al sindicalista: “¿es verdad lo que dicen por allí, que Cisneros te mantenía?” A Ortega no le gusta la casi acusación y responde visiblemente molesto: “a ese carajo no le debo ni una Pepsi Cola”. Chávez sonríe con cierto ambiente de travesura y lo corrige: “la Pepsi Cola ahora es de la Polar, y la Coca Cola de su primo”. Ortega no sonríe, masculla: “usted entiende lo que le quiero decir”.

 

 

 

El comandante, que no quiere discusiones innecesarias, cambia el pitcheo y comenta: “siempre hubo rumores sobre un supuesto atentado contra tu integridad física, cuéntame cómo fue eso”.

 

 

 

Ortega tiene memoria clara y la respuesta no se hizo esperar: “el comandante Gonzalito no sólo lo planificó sino que también contrató sicarios en Nicaragua para que atentaran contra mí vida. Usted sabe quién es el comandante Gonzalito, ¿verdad?, es ficha suya”

 

 

“Era”, aclara Chávez, “ahora se volvió a cambiar, la verdad me gustaría saber a quien sigue de  verdad”

 

 

“El sigue a quien le dé mas platica según su cada día”, ironiza Ortega, “pero me extraña que pregunte. Usted sabe bien el cuento”

 

 

“Algo”, reconoce el Comandante, “pero tú tienes los datos concretos”.

 

 

 

“Este individuo amoral y detestable aún participa en la política, hay que reconocerle que tiene desparpajo para ubicarse y sigue consiguiendo quien piense que lo necesita”. Hace una breve pausa y retoma el asunto. “Estando en Costa Rica los cuerpos de inteligencia me alertaron y me escapé”. Le cambia el gesto, se distiende, suelta una risotada y exclama: “¡son tan malos que ni para contratar hampones sirven!”

 

 

Chávez suelta la curiosidad, “¿Cómo se llama? ¿Dónde está? ¿Qué hace?”

 

 

 

Ortega deja la risa de lado y acusa: “Ya le dije se hace llamar comandante Gonzalito, traicionó a sus amigos y hasta dicen que los robó, se hizo millonario en la revolución y también los abandonó, ahora está en el centro del país y el muy sinvergüenza ambiciona ser diputado pero no ganará y muy pronto la justicia tocara su puerta; irá preso y pagará por todos sus abusos, traiciones, arbitrariedades, desmanes e infortunios a los que sometió a buenos ciudadanos venezolanos”.

 

 

 

Chávez siente que sabe de quién le están hablando, pero prefiere cambiar el tema “¿Qué te parece el cierre de la frontera?”

 

 

 

Ortega es un veterano y es hombre práctico, no duda en señalar “es una tontería, otra de las pendejadas de ese hijo que usted le dejo a los venezolanos y que sólo sirve para imitarlo sin parecerse en nada y para que le crezcan los enanos, ese vainero que armó en la frontera no resuelve nada, ni siquiera sirve para suspender las elecciones la constitución lo prohíbe. Pero hay que estar muy pendiente, por esos lados se eligen aproximadamente 27 diputados. Y para eso si sirve el estado de excepción”

 

 

 

Chávez parece de acuerdo por la cara que pone pero no lo reconoce, más bien pregunta: “¿Qué opinión te merece Maduro, de verdad?”

 

Ortega es directo, “es peor que usted, que es mucho decir. Advertí montones de veces al país y al mundo sobre la calamidad de su gobierno y hoy lo hago igual con Nicolás Maduro. Es increíble la incapacidad e ineficiencia para resolver los problemas del país y por el contrario, la capacidad y destreza para culpar a los demás de sus errores. Es tan malo el presidente que ni con sus aliados -dentro y fuera- del régimen lo hace medianamente bien.”

 

 

 

Chávez mira hacia la extensa noche de Lima y pregunta: “¿Qué salida le ves a esta situación?”

 

 

 

Ortega entiende la seriedad de la pregunta, reflexiona y comenta: “la verdad es que todos los días se complica más la situación y por ende, las soluciones también. Unos creen en salidas electorales, otros no; algunos piensan que la situación es tan grave que llegará ayuda humanitaria y al final otros albergan la posibilidad de una alianza cívico-militar. Pienso que para evitar cualquier salida inconveniente que pueda producirse, la dirigencia política debe reflexionar en favor de los intereses y conveniencias del país y sus ciudadanos en consecuencia deben, en su gran mayoría, renunciar y dejar surgir liderazgos alternativos. De lo contrario, seguiremos peleando y cuestionando los honestos, decentes, con principios morales y éticos, sin doble discurso o doble moral, los tontos útiles que creen en el espejismos que se venden a través de los medios de comunicación oficialistas o no”.

 

 

Ortega se queda en silencio, también mira hacia la noche de la que fuera capital de virreinato y de la plata. Reacciona, busca a Chávez pero éste ya no está, como si la noche pesada lo hubiese engullido.

 

 

 

Armando Martini Pietri

@ArmandoMartini

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